jueves, 6 de diciembre de 2012

El muriente


El muriente

Ante el misterio, cantar o callar.
Y me robaron el silencio
hace mucho tiempo.



Cansadas, las rémoras se duermen
al amanecer, justo oriente.
Canta el mirlo cuando menos se espera,
ave nítida, tan límpido su eco.
Un acervo incita,
no instiga, no
duele más, no
pervierte el son.
Así que, recuperando un dios que no se oculta,
desde esta memoria hablo:
Mi pecado ha sido recuperar
el caudal de genes que mis padres,
padres nuestros, amasaron
para nuestra fortuna.

Padres y madres míos
que engendrasteis este río,
mudad la desembocadura
desde este alba al muriente,
que ya aquí pernocta la mañana,
que aquí, ya, transitan las corrientes,
que aquí, en cuenta abierta,
el mirlo ya canta
sosteniendo en su eco subacuático
todo aquello que, desde las aves y los peces
que poblaron nuestros pies
allá por donde entonces,
el tiempo con banco en el paraíso,
nos hizo humanos sin disimulos,
más libres en la piedra de la orilla,
más hombre erguido sobre su bípeda simiente,
que ya otea el horizonte buscando la otra baya
que ya la introduce en el estómago con su mano
que más allá del árbol fuente bebe y la digiere,
que qué árbol sino
aquél que el árbol
ya hecho leña.

Para candela
de la caverna.

(Sofía Serra, de El muriente)

A mis cabezos amarillos no los toca ni Dios (o su representante en la tierra)

Hay que joderse, ahora resulta que de mis cabezos amarillos partieron los camellos que llevaron los presentes al niño Jesús el día, o semanas después, de su nacimiento.

Pase que me la haya tenido que tragar cuando este señor, Ratzinger, ha eliminado de un plumazo a mis dos "reyes" animales de mis poemas del portal de Belén, la mula con la que me identifico yo misma, y el buey, con la que identifico el norte poético que contradictoriamente sitúo en una tradición suroriental traída aquí desde tiempos inmemoriales (sólo hay que comparar las mitras con la que los atenienses adornaban a sus bueyes en las panateneas y compararlos con las que se siguen usando en una procesión festiva de también raíz religiosa como es la más conocida de este suroeste europeo, vulgo El rocío,  para comprobar que la poética es sólo cuestión de pensamiento y conocimiento. Las relaciones ancestrales entre el oriente mediterráneo y el occidente ya atlántico son bien conocidas por todos los historiadores). Pero por lo que no paso es porque use a mis cabezos amarillos como región de origen de un cuento, que si bien no tiene nada de malo, yo terminé por odiar conforme fui haciéndome mayor: no hay nada que más me fastidie que regalar juguetes a niños cuando al día siguiente tienen los criaturas que levantarse temprano para ir al colegio.

Lo que (nos) faltaba a esta región tan insufriblemente mal conocida y tergiversada en todas sus manifestaciones culturales como es el suroeste español.

Señor Ratzinger, una de dos, o usted no ha sido instruido en un mínimo conocimiento de la historia de la Hispania romana (digo esto por ceñirme la fecha en que  según calendario actual situamos el nacimiento de un personaje que todos conocemos como Jesucristo, es decir, año I , o sea, no sabe que en la época que nació Jesucristo, aquí en este suroeste, de reyes, nanay, como mucho, patricios romanos y resto de pueblo íbero, o sea, los turdetanos, descendientes de los antiguos tartessos danzando por las marismas del Guadalquivir y mis cabezos amarillos, el lago Ligustinus y las minas de plata y cobre de sus serranías (Aznalcóllar, Castillo de las Guardas, Ríotinto), o bien no se ha leído la Biblia, concretamente algún salmo, alguna parte del los libros de Salomón o el libro de Ezequiel que yo recuerde, donde se menciona  a Tarsis  como lugar con el que se comerciaba y desde donde llegaban grandes barcos cargados de metales preciosos (excepto el oro), todo esto sobre el siglo X a.C. es decir, novecientos años antes  de que es niñito precioso naciera en un pesebre, niñito contra el que no tengo nada sino más bien todo lo contrario, mi segundo nombre es en honor de su nacimiento, leyenda o no, porque nací en su noche-buena.

En contra de lo que sí tengo es de que por su poder, por el poder que usted detenta,  la subcultura siga propagándose por este mundo, con el inconveniente añadido de que como  sureña tenga que aguantar  que toda referencia folklorista nos sea endosada a esta región, como si no tuviéramos ya bastante con el daño que el gusto por la extensión del analfabetismo, gusto propio de todos los fascismos y políticas de derecha desarrolladas en este occidente europeo, ha provocado en este sur, y concretamente Suroeste.

Señor Ratzinger, no le consiento que a mis cabezos amarillos los convierta en patria de la infracultura. Le aconsejo se encomiende a la Virgen del Rocío por el cabreo que sus manifestaciones me han provocado, pero recuerde que haciéndolo no estará más que rezándole a la Astarté-Venus-Afrodita fenicio/romana/griega que sentó sus reales (y seguro que bellas) posaderas en las dunas cercanas a mis cabezos amarillos, es decir, su culto será tan pagano como el que mis ancestros, los tartessos, ya profesaban 1000 años antes de que naciera ese personaje que, sin pretenderlo, favoreció que un mensaje tan ideal para el hombre como es el del amor, fuera ninguneado por el castillo ignorante desde donde usted sigue repartiendo bendiciones a diestro y siniestro, sin conocimiento alguno de que el orbe es mucho más profundo, y sureño,  de lo que sus papales entendederas llega a comprender.

Dese de camino una vuelta por Sanlúcar de Barrameda, frente a las dunas y cercana a mis cabezos amarillos,  y entonces entenderá por qué jamás de losjamases los RRMM pudieron partir de este Sur: le habrían llevado como presente al niño Jesús en vez de los insulsos regalos del oro-incienso-mirra,  una buena caja de mantecados de La Rondeña y seguro que a sus padres unas cuantas botellas de manzanilla y una caja de langostinos, pues ya se sabe que ambos, el marisco y el vino, comportan los nutrientes más recomendables para reponerse después de los esfuerzos de un parto y una paternidad putativa.

(Sofía Serra)

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Primitiva

Primitiva

Me queda poco sobre qué pensar,
un solsticio de animosos cantores
se apiña en torno a las manos
rezadoras, orantes a salvo
de la nieve que golpea
desde el abeto solo
en algunos países del norte.
Serpentean
el cuervo y la herida.

nematodos, Némesis,
frenólogos y otras lindes.

efectivamente nos quedan cuatro días
efusivamente andan inquietos
a ese lado del mundo
los expatriados como tú y yo
quedamos solos
ante el vecino
que no se movió, no se mutó
en zíngara salvaje y tierna
del zaguán de su puerta,
y me entrenaré en sonsacarte la herida
hasta que no quede más
que albas puntas de un doméstico
desaire de geometrías
apestantes, volutas de la radioesfera
que suministran tus cabildos gozos,
esos que la penumbra sostiene
sobre mi cabeza para no destocarte,
para que siempre acontezcas
aunque yo ya muera,
aunque tú ya mueras
o ambos muramos
ojo a ojo, diente a diente,
de rabo a cola en el otro descabello,
el de las pieles rojas
y verdes.

Descombatir el desvío hueco
y absoluto dejamen
de las cosas.
Denostar aunque no te rías,
perpetrar y subsumir,
contrincar.

En rojo y verde me siento
sobre la tierra, me hundo
en el barro y camino a cuatro
suelas o lados que vuelan alto.
No necesito padres para sostenerme,
me basta el duro suelo
de tu mente y el tierno vello
de tu brazo que enciende el sol,
tú, fuliginoso hombre cuadrado
con verde nuca transparente,
eres mi auténtico amor,
con todo los inconvenientes
de mi verdadero amor,
incluido el desgarro
de mi verde roja pulpa.

Los goces, para los civilizados.

Sofía Serra (De El hombre cuadrado)

martes, 4 de diciembre de 2012

El renacer

Llego y desembarco y, aunque estéis, no dependo de vosotros. La playa es también mía, soy más libre que vosotros, más sabia, porque he conocido. NO importa que me reconozcáis, me sobráis. Ni os detesto. No conformáis peligro ni alegría. Nada.
Soy yo
y los cabezos amarillos
y el niño que va conmigo.

vuelvo a la nostalgia
de una duda que mantuve
orillada entre tu desembocadura
y la mía porque, un arroyuelo,
¿no supone el acaso
de dos manantiales
que se unen?,
el del agua y el de la tierra.

¿Qué significa amar
sino morir lentamente
cuando se ama lentamente?

Recojo LPDA, que puso el lacre a mi espalda cerrando la costura desde tiempo inmemorial abierta, y cada poema se deposita en un gesto actual, de hoy, dos años y pico después.
A veces odio la poesía.
Pero es ella.
Y debo confiar.
Por más que me duela.
¿Quién quiere morir por amor?
¿Quién muere por amor?
Por amor ni la rosa se avejenta.

Lo he dicho varias veces. No me gusta publicar poemarios, libros. No me gusta. No me encandila. No me aporta nada (alguna alegría como la de mi madre, o como la de aquel querido amigo…). Siempre he odiado el plus de recuerdo que conlleva la escritura, incluida la fotográfica. No me gusta retomar a no ser que de mí salga. Poemarios escritos años ha o tal vez sólo algún mes terminados de revisar, ahora de nuevo en las manos adquiriendo semblante que sólo me trae tristeza. No me recuerda. Sólo es acritud de su descolocación en el presente. Ellos se ingieren a sí mismos y el tiempo les da su medida, pero ella no es la mía. Yo vivo con la luz, y la luz es el continuo, el “continuum”… lo único que me interesa seguir haciendo, continuar haciendo.
Que publiquen los otros.
Yo sólo quiero hacer.
Yo sólo soy feliz haciendo, encontrándome y encontrándote, todo lo demás no tiene que ver conmigo. Es ajeno. Es de ellos. Mis poemarios son ya de ellos. No deseo formar parte de la estructura. No formo parte más que de mí misma y la esencia que me (NOS) da de comer.
Me alieno, nací así.
Soy feliz así.

Sofía Serra (El desembarco, Los cabezos amarillos)

El alma del poeta

El alma del poeta

Es que te veo caminando
por donde yo anduve
sin saber
qué perseguía
sin saber
qué andaba
buscando,
que mirando,
te conocía.

ya los mirtos me jalearon
la osadía de romper
con la aurora, beber de los pozos
negros y hundir los bajos de mi alma
en el hueco duro de la encina,
y ahora los matojos, las piquetas
de la tienda y las esquinas de los cabezos
también cuadrados y rojos
me entristecen sin recordar
tu amarillo.
Será que sobre las margas azules
los naranjos no florecen.
A cambio las siempre vivas
blancas siempre casi grises
renacen desprendidas
de su arena isocromática.
la niña las recoge aprovechando
que el viaje se detiene.
Reúne el pequeño ramo
que la mujer blanca
lleva a su pecho.
Practica el gesto
de arrullar
el alma del poeta.

a estas bajuras de mi vida
me encuentro muy cansada
me detengo y siento
ser alguien que no desea
indicar el camino.
pero no tanto
como para no
acompañar
en él.

Ya que conocido, las margas
azules
guardan huellas de los cabezos
amarillos
gesticulan sus manantiales
irisados
alentando el alma
del poeta.

como pecho de hombre
tumbado
los cabezos amarillos
contemplan
mis costillas esparcidas
por la orilla mojada
reclaman
el mar de mi especie:
reconstruirte
en el mármol
que me acoja.

Sofía Serra ( de Los cabezos amarillos)
 
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