martes, 12 de enero de 2010

Despueble (poema sin fotografía)

Despueble

Hoy no es buen día para nada, el despueble,/
salvo para batirnos en retirada, el despueble./
Batirme con mi propia muerte, el silencio y la demanda del entramado asomado a esa guitarra sin cuerdas./
La fuente seca, la flor agostada, el perfume roto./
El frasco, no. El perfume./
El despueble./
El frío de tu rostro pétreo./
Un inocente./

Inocentes somos tú y yo que como aves con asentadero provisional proveemos de melodioso cantos de amanecida al lúgubre páramo en el que las soledades auto inhibidas logran hasta exiliar a las hormigas bajo las tumbas./
Inocentes términos sobre los que levantamos catedrales de refugio etéreo para almas venidas a menos,/
serigrafiadas por las planchas de las obtusas cremalleras, de ida,/
de tan sólo un batiente,/
el que cercena el asomo espléndido de nuestros pechos para el amamanto completo./
Inocentes las bestias que nos acompañan como cálidas estaciones que acogen aquellos sueños como evanescencias de los más amables reclamos/
del sol, el agua y la tierra,/
naturaleza para el hombre llegado a más./
Inocente perjuicio de razonabilidad entretejida entre los cantos de utopía, doméstica utopía que abreva en la sonrisa de futuro de/
tal vez la niña, tal vez la anciana, ante el encuentro insoslayable con la luz diurna/
y el polvo suministrado por el rayo de sol que ilumina esta estancia,/
tan acogedora, tan nuestra, tan inocente.../

¿Por qué tardáis tanto?/
¿Por qué vuestro paso ralentizáis?/
¿No veis que estoy escribiendo el libro de la suerte?/
A ella no hay que nombrarla, sólo se viste de palabra, disfraz obtuso de muerte y razón de ser./
Su heredad amanece en tus ojos/
y a veces en tus manos, pero termina por transcribirse tan sólo en el acopio insaciable de la inmensa oquedad./
Barca varada, laguna seca, tiempo ya muerto./
Mi compañero./

Allá, depende de dónde te sitúes, verás avanzar la tiniebla o el paso de las manos hacia tu centro./
Pero ¿quién te sujeta allá?/

Oye. Sí, tú./
Te escucho. Habla. Así.../
ahora estás./
¿Sabes?: sí, tus ojos desvirgan ahora cada palabra./
Penétralas, más sé delicado, por dios, que la carne viva las hace/
tuyas, y dime, por favor,/
¿te gusta la caricia?/

jueves, 7 de enero de 2010

Reyes y otros imperdibles

Título de la fotografía: El paraíso imperdible


Inocente: Libre de culpa...más algunas de todos conocidas y 6. Fig. y fam. Ignorante, que no conoce.
Ingenuo: Del latín ingenuo, candoroso, sin doblez. 2. desus. Der. Que nació libre y no ha perdido su libertad.

Tantas veces consultado el diccionario y nunca había querido hacerlo en torno al vocablo ingenuo. Ahora, de alguna forma veo que no me equivoqué al convertirlo, inesperadamente, en base ontológica de mi autonombramiento como poeta (suena horriblemente transcendental, pero a ver, así son las cosas, ver aquí). Bendita sea la poesía que nos lleva al encuentro con lo verdadero sin nosotros preverlo siquiera. Ella, sólo ella. Las bocas de donde emerge conforman únicamente su altavoz, su forma de hacerse inmanente ante esta realidad, des-inocente que todos habitamos y construimos.

"Día de reyes" en este país ayer. Seres inocentes se prepararon para ver colmados sus deseos. Recuerdo cuando una amiga “me abrió” los ojos. Las dos, caminando hacia el colegio por la calle Sor Ángela de la cruz, siete años, calculo. Para colmo mi amiga se llamaba Ana Reyes, y para colmo de casualidades habíamos dejado atrás una estatua que en la esquina de la misma calle con la otra llamada Imagen (¿otra casualidad?) se levanta como homenaje a esa querida monja sevillana. Siendo más pequeña aún, en la zona de la calle situada justo enfrente hacia donde se asoma el pequeño jardín que la rodea, solía yo ver la cabalgata de los reyes magos acompañada, imagino, porque no consigo recordarlo, de mis padres y abuelos. Pero sí no se me olvida algo. Una imagen-recuerdo, un engrama tal vez, una fotografía “disparada” por un ser de dos o tres años , revelada y hasta titulada, aunque no hubiera cogido aún una cámara en la vida. Desde ese lugar, topos, y ante la vista de algo que se me asemejaba a una supuesta “virgen” en la iconografía cristiana, siempre desde entonces quedó identificada para mí esa estatua de la monjita como “la estatua de La virgen de los reyes” (para el no sevillano debo aclarar que la Virgen de los reyes, “la otra”, la talla fernandina, es radicalmente distinta en fisonomía y activos iconográficos. Sedente, vestida y madre, es decir, con niño en brazos), por, evidente, asimilación de vocablos (Reyes : del nombre de la virgen sevillana. Reyes: del nombre de “los reyes magos”)

El caso es que recuerdo la insistencia de mi amiga para convencerme de algo que supuestamente podría desbaratar mi inocencia. ¡Qué sí, Sofía, que yo te lo digo, que los reyes son los padres! Hasta que me harté, o hasta que pude armar mi respuesta, quién sabe, y le contesté: pero Ana Reyes, ¿tú estás loca?, ¿cómo van a ser los reyes los padres?, porque ¿no comprendes que los padres no tienen tantísimo dinero?, ¡¿qué jamás por mucho que quisieran podrían gastarse tanto dinero en los juguetes?!

Y ahí me quedé, ya no recuerdo más. Ni horrible ni malo, ningún trauma ni desilusión. Después, como era la mayor, ayudaba mis padres a disponer sobre la mesa y sobre los sillones de mimbre los juguetes que a la mañana siguiente nos iluminarían las caritas. Sí recuerdo que cuando iban a colocar lo que a mí me correspondía, me echaban fuera de la habitación, así que, de alguna forma, sabiendo yo lo que a cada una de mis hermanas le habían comprado, mi ilusión seguía siendo la misma, o mayor aún, si cabe, pues en la pre-visión de lo que mis padres hubieran elegido como regalo para la mayor, es decir, yo, podría, aun sin pretenderlo, ir adquiriendo datos sobre lo que tal vez iba necesitando por mi edad, o tal vez, iban esperando ellos de mí, y ese mismo conocimiento me suministraba datos sobre mis queridos seres que eran mis padres. Es lo de menos, o lo “de más”, porque todos nos va haciendo, pero sí recuerdo que nunca viví aquello como ninguna desilusión o trauma en la vida.

Mi estrategia racional de niña para intentar anular la muerte de lo que se entiende por aquella ilusión, es decir, el conocimiento de que los reyes magos no existen como tales , me permitió sustituir a la ilusión perdida por la ilusión de “saber” que eran mis propios padres los que se molestaban en regalarnos los juguetes, con lo cual, mi cariño y admiración por ellos aumentó, además de la consabida fuente de salud emocional que consiste en tener “datos” o más “pruebas” sobre el hecho de sentirse queridos.
Más aún, y valga como mera anécdota, me sirvió posteriormente para alimentar algún año más a la infantil ilusión de mi hijo, con notable éxito, por otro lado.

Hoy sé que sólo hay un camino tras la desaparición de la inocencia, es decir, de la adquisición del conocimiento. Éste es: seguir permaneciendo fieles a lo que somos en esencia, y si lo que somos resulta que se conoce por “humanos”, es decir seres con autoconsciencia, con visión de futuro, de vida por hacer, de conocimientos por adquirir y hasta enseñar, sólo existe algo que nos pueda hacer merecedores de tales privilegios. El esfuerzo, la voluntad en querer seguir siéndolo, poniendo para ello todos nuestras posibilidades, nuestra capacidad racional, nuestra capacidad emocional, en definitiva, nuestra inteligencia, que es la que nos lleva al gusto por conocer, para, aun sabiendo, lograr permanecer siempre en ese cuasi místérico umbral del conocimiento, por mucho que lo hayamos traspasado. Siendo ingenuos, libres, accesibles al agua y merecedores de ella, de nuestra propia labor de humanos, para que nunca nos coja desprovistos “la muerte de nada”, pues aunque la conozcamos, y por ello mismo, podemos ser capaces de hacer emerger flores de las tumbas de la inocencia, que ellas no son más que posibles jardines para el “crescendo” del ser humano.

La fotografía, una glorieta del Parque de Maria Luisa de Sevilla, con su fuente, que me servirá de ilustración para la portada de mi último poemario recién dado por corregido.

jueves, 31 de diciembre de 2009

Feliz suerte de día


Título de la fotografía: Feliz suerte de día


Diurno de merecida (envite)
(Embiste, combate y, si puedes, abate.)


No, si debes tener razón./
El embate, las olas, la gigantesca hondonada y el lagrimoso perfil de tu sonrisa./
Debes serla, tal vez suspirando tras las orejas, conjugando el verbo fácil,/
la clámide que nos opaca...debes, debes tenerla./
Aunque ese asomo lastimero, dúctil como el quejido de un adolescente, me recuerda más al mercado en los lunes de agosto,/
desierto, vaciado de sí mismo como en permanente cielo abierto al maná para nuestras bocas abiertas al alimento,/
moradas sobre la carne y el espíritu./
Así que, sin querer, aún sabiéndolo, me recuerdas a un agujero negro./

Quién sabe por dónde nadarán las olas tras tu muerte,/
quién sabe hasta cuándo las arenas secas erosionaran tu perfil enquistado de
cauce sin escorrentía, río sin venero./
Quién sabe, mentira, si sólo abasteces a los huecos fríos y desangelados,/
a las soledades de calvario, ancianas ante su propio tránsito, al contraer/
el nervio viril que contractúa estirando del resorte que te hace permanecer viva junto a la fuente./

Perenne, perenne, solemne y huera perennidad de la que nos libra la muerte, ejecutoria implacable que pone a salvo nuestras vidas./
Vuelan, ávidas de luz, libres, por fin, de estas pesadas y arcillosas huellas./

¡Ah!, cómo llega la paz aún sin preverla./
¡Cuánto dicha poder descansar! Sólo por un instante, tan sólo por un instante nada más./
Glorificarme en el saber del acontecer entendido,/
en las palabras del acaso demudado en la gracia,/
contenido de tú más yo y el sin hablar con lenguaje en la mirada tras el velo./
¡Cuánta suerte!/
Fortuna la llaman, y así debo nombrar al hallazgo de tu lozanía,/
la gentil rosa de tu bendita boca continua a mi avenida sumiéndome en el distraer de mi propia planicie./
...Qué suerte gesticular y sentir que las palmas de mis manos hallan huella en tu piel./
...Qué suerte poder bendecir con mi sonrisa tu alma de boca./
...Qué suerte contemplar el verdeo de mis lindes amarillas, qué suerte verte pisar la yerba que yo cuidé, ¿para qué pies si no?/

Al abrir, al gemir, al vibrar:/
a lucir este logro de espejo en el agua./
A batir estas alas, a bandear sobre el puente./
¡A vivir, blanca gracia!/
¡A volar, garza mía!/
¡A gozar de esta fuente!/
...Ah, qué suerte, ¡cuánta suerte!...Qué suerte poder contemplarme en tu clara suerte del día./

Sofía Serra, 31 Diciembre 2009

martes, 29 de diciembre de 2009

Soberbia de perversiones


Título de la fotografía: Hombre andando

Hombre andando

A mí ya me tengo ¿para qué más verme?/
Percibir aniquilando la ominosa estancia que te suprime o te condena día a día a revertirte sobre el supremo pandemónium, /
a nivelar las ostentosas manipulaciones del anquilosamiento sobre tu juventud fracturada en plena senilidad de las cosas viejas,/
que obstan , que pervierten, que suprimen, que rebanan.../
El amor es sólo potencia de tú y yo, sólo acontecida de acaso y voluntades, no más que un afán sobre la noche profunda, la inercia embatallada y vencida./

Y ya claudican las empresas, claudican generaciones completas sobre el desvivir de la suerte sobre el hombro azaroso, alejado de su naturaleza,/
de lo que proclamaste a sabiendas de tu obtuso fuego,/
el juego invertido sobre las olas recalmosas como las velas que navegan sedientas de aire imbatible, como sustenta mi pecho tu propia sombra en el calvero./
Sostiene mi gemir tu bramido permanente de profunda y telúrica ilusión de centro sobre la muerte del mutismo,/
sobre lo justo cometido cuando ya no más que rozas el porvenir/
del sin ti cuando desapareces:/
desde tus ojos a mis oídos de alma blanca...honda, más honda tu mirada que el siniestro devenir del segundo tras el oreo del batiente./

Y nevará./
Volverá a nevar sobre este puente./

Pero la fuente permanecerá abierta en su brocal al consuelo del tú más yo más que no quiero para mí. Porque si la nombras, te destruirá./

Ella puede más que todo, ella es mi contrincante. Ella, la hechicera de los hombres./
Lujuriosamente serena, ávida de sus lágrimas y sus risas, perversa algarabía de aves pendencieras/

revoloteando sobre la frente perlada:/
Perversa tú, perversa nigromante de añadas resecas y uñas avariciosas sobre esta pura piel de nácar viva, la tierna caricia que nos sostiene sobre el aire tan entretenido, tan bendecido por estos inocentes alientos./

Y ella asoma su desintegrada muerte, su simiente ejecutora de raíces en allá no ya más aquí, que yo sin ti, que sólo soy./
Pecata minuta en la ensordecedora tiniebla./
No más, no más que su perfil sobre tus labios usurando, desabasteciendo al único rayo de sol viviente./

A ese hombre de pie, a ese hombre andando./



Sofía Serra, Diciembre 2009

domingo, 20 de diciembre de 2009

Nocturna suerte del día

Título de la fotografía: La fuente

La fuente

Desde un circunflejo acto reflejo entablas querella con la suerte./
Nada quiero, sobre nada vuelo./
Bajo la sombra de esta fuente crece el musgo fresco./
Bajo la luz y sus símiles combaten pacientes las hormigas,/
palabras y más palabras para circunscribirnos a lo que somos más allá del albero entre las piedras donde se despistan algunas huellas./
¿Qué signo luminoso se expande sobre su clara geometría?/
Bajo la luz no veo ni nada quiero. Más que un asomo./
Un asomo de imperioso gozo, una faz digna que me devuelva a mi misma suerte de aquel ocaso vestido de yerba dorada bajo el amanecer de la noche,/
un justo proclamo del sol sobre el sol,/
un combatiente dormido que despierte a su sonrisa./
Una quimera encallecida,/
una manos afanosas en el poeta de las suyas abiertas, unas flores, unos ojos.../
Ojos no busco, mas me asombra encontrarte en los tuyos./
Como si consiguiera verme./

Nocturna suerte del día.../


Sofía Serra, Diciembre 2009
 
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