lunes, 5 de mayo de 2014

El año de la coronación

El año de la coronación

Sucedió en su fecha, el año
del descubrimiento, el año
en que me colon-
izó el huevo
claro
con el que me coronó
mi madre trigueña
clara
con la tortilla de patatas.
De allí llegó la desarrollable,
el conocimiento de lo inexplicable,
la opacidad del agua,
el brillo de los ojos oscuros
de los dos amantes, la vergüenza
de mi desnudez limpia
en los brazos amorosos
de mi madre, que me coronó,
sí, me coronó con su amarilla
tortilla de patatas servida
en el plato de plástico azul.
La hermosa y bella mía no sabía
que la asaeté todo el día
con el capricho y las flechas
de los celos de mi prima
tan sólo por hacerle justicia:
¡qué no, que mi madre
hace las tortillas mejor
que tu madre, mi tía!
Mi prima se iba donde los alemanes,
rubia, siempre princesa,
se la llevaban sus padrinos
muchos días a un lugar
que hasta 40 años después,
tan alta me quedaba mi prima,
no pude conquistar,
ya mediante otras armas
y otro color, el verde
de la higuera, o de La Higuerita.
Yo, como no
los tenía,
o sea, sí,
pero como eran mis abuelos,
como si no los tuviera,
así que ni disponía de animales,
digo, padrinos que se iban
donde los alemanes,
ni siquiera higueras
con las que matar
a las cañas, como afrodita
sí las tuvo luego.
Me bastaban mis hermanas
y el calor del cuerpo de mi madre
cuando me arrebujaba en la toalla
tras el baño de por la tarde
en el agua clara de los manantiales
donde mi piel quedaba limpia
de sal y de arena y de calor.
Dulce y fresca quedaba yo.
Mi madre, mi madre
siempre me limpiaba,
siempre me endulzaba.

Pero llegó el fatídico día,
el de la coronación
del huevo pasé a la espina,
no del huevo, no, el huevo
es fruto, comprendí
las otras de mi madre
justa en el instante.
Las que no supe asimilar
fueron las de la mirada
sonriente—¿por qué sonreían?—
de la pareja justa y junta
que me observaba cuando,
por las manos amorosas de mi madre,
mis piernas entreabiertas en el mar
les mostró lo que ellos
nunca pudieron tener
ni antes
ni después:
un hijo,
una hija
con un
culo limpio,
un pimpollo de carne blanca
entre tanta piel morena
fruto de su bajo vientre,
llorando o riendo
según amanecieran
el día o la noche, jugando
con la arena con su padre
a construir murallas de arena
para que la suave ola
las lamiera embebiéndolas
y desaparecieran, acompañando
a su madre con la leche
de la más pequeña o asaeteándola
todo el día con el capricho
de una tortilla de patatas
hecha en aquella cocinita
cuidadosamente dispuesta
entre cartones decorados
con tazas de chocolate
bebido por un niño sonriente,
que la aislaban de los vientos
de levante o de poniente.
Ni los diseñadores suecos de Ikea
han aventajado las ideas de mi padre,
ni mi tortilla a la de mi madre,
comistrajo que no me gustaba
por entonces, el huevo sólo
me entraba pasado por agua,
el agua dulce de los manantiales
de agua clara —la clara clara
sólo por el agua me gustaba—
pero es que su prima, o sea, mi prima,
la prima,
tan de los alemanes, había osado
cuestionar el buen hacer
de las manos
de mi madre.

Claro, era princesa.

Fue un año fatídico
para una que ya no
recuerdo, o sí.
Ahora me ensordece su voz
anunciadora, nuncia
profética del nacimiento
del disfraz de la mesías:
la india.
Y mi madre la mandó retratar,
vestida de blanco,
tan ingenua,
pero muy morena,
había nacido desde el peor
mal de nuestros males:
La codicia.

Nació la india en septiembre
en la ciudad tras la playa
el año del descubrimiento
de un continente imparable: Am-
ar aunque la maten.

Aunque me maten
o me mate
yo misma.

Total, yo ya estoy coronada
con espinas de madre,
con tortilla de patatas
y hasta con plumas de aves,
niña blanca o india nave
con alas como las
que salieron de esa orilla
hacia la otra.
De la menudencia, la pequeña
violencia, el sabotaje,
a
las catástrofes, las hecatombes,
los holocaustos,
de más o de menos
millones de inocencias
tienen siempre el mismo origen:
el capital de las legiones
que nos oprime y nos consiente,
ya provenga de celos de princesas,
de ausencia de justicia
o presencia de alemanes,
de la codicia de hueros amantes
o del amor de una
dulce madre
que padeció
espinas
de
orfandad
y de
hambre.

domingo, 4 de mayo de 2014

Un higo chumbo en la mirada

Un higo chumbo en la mirada

12 de la noche. Campo. Suena la sinfonía nocturna, grillos y el ruiseñor al fondo cerca del riachuelo. Algún perro ladra. Me siento delante del ordenador por intentar relajarme tras día casi agotador. No puedo hacer fotos. Las veo borrosas, ya no sé si porque al disparar se me ha movido el objetivo, como habitualmente me sucede cuando lo extiendo a su mínima distancia, porque tengo la mirada fotográfica perdida, o porque mi ojo derecho permanece algo anestesiado tras la extracción de la púa-pelusa de la chumbera fina. Un mes y pico, calculo, ya no recuerdo bien, con una púa (probablemente más) clavada en la parte interior del párpado mide la distancia entre una mirada clara, mi propia torpeza al no detectar, y mi contumacia, burrería para entendernos, la negación del dominó como decía mi padre, la incapacidad para desarrollar estrategias que procuren mi bien.

Aunque hasta la misma administración pública, esa de la que tanto protesto y protestamos (idiosincrasia española), pusiera a mi disposición los medios para salvaguardar mi salud aunque solo fuese en este caso física, u óptica.

De siete y diez de la tarde a diez y diez de la noche. Tres horas, 50 kms de ida (veinticinco minutos) y otros tanto de vuelta, más media hora de paseo que dista entre el hospital y mi casa en Sevilla para volver a recoger el coche con las dos perritas. Resultado, ojo sanado. Bueno, ojo sin ya chumbera que podría haberme crecido (aún hay posibilidades de que agarre en la fertilidad de mi párpado, si no un higo chumbo, un hongo, ya no sé si dulce, pero seguro que sin espinas o púas) si en vez de un mes y pico, tardo tres meses en aceptar ir al médico.

No sabemos lo que tenemos. No sabemos valorar lo que tenemos, como tantas otras veces he dicho, en ningún ámbito, saber apreciar el bien que nos llega. Cuando la oftalmóloga me extrajo la púa, que yo creía que ya no existía, y sentí el inmediato alivio, automáticamente pensé en la ley del PP por la que la mayoría de los inmigrantes en España no tienen derecho a una asistencia médica gratuita. Qué se habría hecho el inmigrante de turno sin posibilidad de médico caso de estar en mi pellejo. Porque yo he estado a punto hoy de arrancarme el ojo. Una tuerta más, ¿cuántos tuertos entre inmigrantes porque ya no pudieran soportar más el dolor?

Recuerdo una entrada de este blog allá por sus comienzos cuando Berlusconi negó lo mismo a los inmigrantes allí en su feudo.

No sabemos lo que tenemos, reitero, repito con altavoz ecoico incluido. En este país el deporte nacional ha sido y es el quejarse por absoluto gusto. El protestar sin antes (saber) valorar. El renunciar, pisotear, machacar lo ganado, lo proveído, o provisto, por la historia y la lucha, sangre y muerte por en medio, es decir, dolor, de tantos anteriores a nosotros. Y así nos va. Y así seguiremos sin levantar cabeza, ni como nación, aunque me importa un pimiento el nacionalismo de cualquier tipo, ni como simple grupo humano.

Sigamos protestando, sigan dando votos a la derecha en las próximas elecciones (esto sí me importa, el no dárselos, claro). Cuando se les clave una púa en un ojo y, por no disponer de un trabajo, como en tantos países sucede, tengan que, primero, buscar un oftalmólogo durante un domingo por la tarde y además dispuesto a trabajar, y después abonarle los honorarios, caso de que, aun sin trabajo, dispongan del montante pertinente, normalmente elevado, sigan protestando. Pero háganlo contra ustedes mismos. Yo al menos apenas gasto de las arcas del estado. Apenas, no, nada comparado con lo contribuido, salvo un parto, un aborto y esto. El segundo, aborto, se lo ahorré a las susodichos arcones. Por pura renuencia personal, burrería, para entendernos, por volver al principio. Aunque eso sí, aún me queda cerebro de no burra ("ojos de burra tiene") para saber valorar que vivo en un territorio, donde lo que a mí hoy me ha salvado de meter la cabeza en un pozo hasta ahogarme o sacarme el ojo con mis propias manos, puede proteger a otros como yo, aunque no hayan nacido, azar, bendito azar, bajo la nacionalidad española.

Por cierto, también bendito territorio donde las chumberas (y no precisamente las finas) crecen por doquier hasta lograr constituir cierto alivio económico para muchas familias, Andalucía.

jueves, 24 de abril de 2014

La estatua de mármol

La estatua de mármol

Querer desentrañarte
o desentrañarme,
dejar que el dolor aflore
como los manantiales
desde el pecho de los cabezos amarillos.
Las cañas habrán de ser verdes
dedos que enraícen
en cada uno de mis huesos.
Así, en vez de mamas, ves
florecer aulagas y quejigos,
arbustos costeros cubiertos
de flores blancas y grises.
Sus hojas decimonónicas
tan aromáticas endulzan
el aire tibio que emana
el sentimiento de haberme
descubierto viva aun
enterrada bajo tantos estratos
de arenas fósiles.
la lluvia verdea las lindes
—es invierno en este sur—
de la casa que cada año
estrenamos: a nuestros pies
la estampa de la playa
y la escritura sobre ella
con el cálamo de la caña
más dura, ya reseca
y quebradiza.

Qué me pedirá a cambio la naturaleza
ahora que olvido el granito
y las arcillas calizas de las encinas
sino mi misma vida
que despierta con el dolor
conquistando cada espacio
intercostal
marmóreo,
las caderas
y mi pecho
horadado.

Fundir en la misma empresa
la baja-amar y el desentierro
de la estatua con sus brazos
blancos.

miércoles, 23 de abril de 2014

El desprendimiento

El desprendimiento

Vengo asomada a vaticinarte
la desdicha y la duda:
Huye, alma devota,
déjame sola e inerme.
Así, ni tú ni yo sufriremos
entonces o ayer.
Vivimos una gangrena permanente
y yo prefiero cortar por lo sano.


En la senda del agua
amanece el verso breve,
la ergonomía del alma
acomoda heridas y curaciones
milagrosas donde corresponde,
justo en la brecha abierta
en la roca, justo en la tierra
vertical apisonada a mi espalda.
Rozar con las yemas de los dedos
tanto bocado ininteligible
para salivas que se adueñan
de las lenguas que ya no hablan.

Qué más quisiera yo que permanecer
sobre este baremo de hombre,
me asusta tanta soledad
humillada ante las aletas
de mi nariz, huelo el salitre
y tan sólo distingo el enredo
de las algas en las nasas
que los pescadores recogen.

Pero la tierra amarilla
me habla de otras redes
con vueltas de agua.
Capturan mi corazón,
que se desprende,
se me desprende.
Y duele, cuánto duele.

El silencio deposita los materiales
de mi escucha. Un trabajo sordo
iluminado a modo de los antiguos
códices: una miniatura aquí,
la escena en cualquier esquina,
alguna contorsión de tus dedos
afilando un horizonte que no padezco
ni del que presumo… Tan lejos,
te expandes súbitamente.
Y el corazón me duele,
se desprende,
se desprende y me duele,
cuánto me duele.

Los estratos permanecen quietos.
mis manos los leen sin entender
absolutamente nada.

Conocía, mas ya las redes se han congelado
junto con la orilla. Aunque oiga las olas,
ellas no se mueven. Mis oídos
componen su nana para los días
por venir. Hay dolor del que no sé
si me despido o es que dirige mi voz.
Aún no sé, aun no sé,
pero el desprendimiento suena
como si el mar entonara
las ruinas de algo:
Ojalá sea Amor,
que siempre nombra
extinción de lo falso,
llegando a la orilla.

Mi corazón se desprende,
se desprende sabiendo
cuánto duele amar.

martes, 22 de abril de 2014

Querido Jorge (la importancia de tu nombre)

Me importa un pimiento que mañana sea el día del libro, de la rosa y de su santísima madre. Hoy, para mí, mañana, es el día de tu nombre, ese con el que nombro tu mirada, tu rostro, tu gesto al hablar, al caminar, tu tono de voz y hasta tu gusto en la vestimenta. Quiero decir, ese día que es de ti en el vocabulario de esta costra para mí, me da igual de donde llegue. "Jorge" solo me nombra a uno, y ese eres tú, querido amigo mío. Solo lamento no haber  hallado aún el poema que te identifique. O, quizás, creo que sí, me alegro de que sea así, de no haberlo hallado. Estoy segura de que me alegro de no haberlo escrito.
Felicidades, querido Jorge, querida persona, querido amigo.
 
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