—Editor: Sofía, lo siento, tenemos cerrada la planificación del próximo año.
—Yo: XXXXX, ¿sabes que siempre se obtiene la misma respuesta cuando se envía a editoriales?y yo siempre pregunto, o digo: pues decidme cuándo envío para que mi original pueda entrar en el cupo del siguiente año...entonces ya no responden¿lo harás tú?¿Imaginas el proceso kafkiano al que es sometida una mente con esta dinámica de respuestas que todas, absolutamente todas, las editoriales dan?
Este es el esquema por defecto, el patrón de diálogo habitual con una editorial a la que una se decide a enviar sus originales. Sin excepciones. Durante dos semanas, creo que ya tres, en más de una treintena de ocasiones, el diálogo se repite una y otra vez.
Es evidente que con esa respuesta, aunque pueda ser sincera, se ocultan todas las demás posibles: no tenemos dinero, no nos interesa publicarte porque vives lejos de aquí, no perteneces a la tribu, etc.
Por supuesto el original no se lo leen (yo sí sé lo que es leer 70 originales al mes). Normalmente lo eliminan.
Hoy he decidido seguir las recomendaciones de mi psiquiatra (gratuito, es de la familia, y quizás la mejor psiquiatra de Andalucía) y me tomo el primer tranxilium del día.
Mi hijo me da la respuesta: "... la necesidad de tu poesía para verse en papel, de que pueda leerse en físico, incluso de poder contemplar como un "objeto" en la mano aquello a lo que te dedicas no puede verse sometida por el estado al que te lleva. Es contraproducente, no ya para tu poesía, sino hasta para tu propio bienestar físico."
Y concluyo. Son incompatibles de por sí. Siempre lo he sabido, ese es el concepto que siempre he desarrollado y en el que creo. La poesía es incompatible con la costra dura de la nomenclatura. El acto del negocio, de la tesitura, de la competición (por ejemplo los premios), son ética y estéticamente incompatibles.
Yo, como soy de nervios a flor de piel, quiero decir, estado de transparencia summa lo mismo para exponer que para absorber, sufro mental, emocional y hasta físicamente el encontronazo que el roce entre estos dos mundos conlleva.
No soporto ni la incongruencia, ni la desinteligencia (¡cuánta torpeza, falta de habilidad y de conocimiento en tantos personajes que se deciden a montar una editorial!), ni las tapadillas, ni los subterfugios, ni la arrogancia (¡cuántos presupuestos de ignorancia sobre el autor con los que coronan su testuz algunos editores!), y aún menos, los fraudes. Cuántos libros de "buenas" editoriales publicados al socaire de gravísimas situaciones personales de los autores, cuánta mentira cuando una editorial se decide a apostar por algunos equis libros, cuánta, en definitiva, negación del ocio que presupone la hechura del arte.
OCIO, sí, que no significa falta de esfuerzo, sino todo lo contrario, un infinito esfuerzo hecho sin la pre-tensión de obtener un beneficio, sea el que sea.
Después "hablan" de los políticos, de los banqueros... Este mundo, el editorial, es el mayor nigromante.
Juega con lo único puro que le queda al ser humano.
Por tercera vez en mi vida decido dejar de enviar en este mismo instante originales a "editorial". Hace ya más de dos años de la última.


