El juego de la esperanza
podemos derrocharnos en la luz
o saltarnos aritméticas, todo
menos soy una esclava de mí.
hay cartas sólo flores
con las que jugamos
cuando somos ellas,
siempre son nuestras
apostantes,
¿has visto cómo ríe
la rosaleda al besarla
tus ojos abriendo
la mañana?
en cada balcón del aire
depositamos seria
esperanza de no caer.
pero siempre caemos:
sépalo dormida
y blanda la sierpe en flor
y ronca de tanto
despertar soledades
todo remolcando,
y todo lima,
y todo muge,
todo embarca la llaga,
todo ablanda el estuario
siempre iluso
todo taladra
la cabecera de tus ojos
al centro de mi espalda
vaga transita por mis hombros,
préstamos del aire,
véngate dentro
y arrastra conjeturas
sobre el tapete verde.
Eso pasa, dios, ¡cuánto pasa!
Pero no la esperanza.
(Sofía Serra, De Suroeste)
(Vaya por todos, pero vaya por dos Esperanzas de Sevilla que esta madrugada se han mojado... Ya están bien refugiadas.)
viernes, 29 de marzo de 2013
jueves, 28 de marzo de 2013
Mis muertes
Mis muertes
Mi abuelo paterno cambió de marca de tabaco. De Goya o Ducados, empezó a fumar Sombra. El médico le había recomendado no fumar o cambiar a esa marca, la primera “Light” que apareció en el mercado español. Lo recuerdo como unos tres o cuatro años consumiéndola y moderando radicalmente su ingesta de humo. Después le vieron una manchita en el pulmón. Me dijo madre: pulmonía de juventud mal curada. Dijeron los especialistas: Biopsia. Y entonces, murió a los pocos meses de que se la practicaran.
Me recuerdo camino del cine de verano con mis hermanas, la primera vez que íbamos completamente solas. Yo sintiéndome muy orgullosa de poder cuidar de ellas esa tarde-noche en la que murió, la tarea que mi padre me había encomendado: es que se ha muerto nuestro abuelo, decía alguna amiguita o amiguito del barrio que nos íbamos encontrando, así estamos (están, son pequeñas) distraídas, me ha dicho mi padre.
Celi: su mano en la esquina del pasillo del piso de la calle Imperial, nos asustaba asomándola sujetando un paraguas cerrado. Nos reíamos de puro miedo o nervios, alteradillas. Éramos más pequeñas que ella. Pero poco, lo suficiente para distraernos, lo suficiente para aún divertirse con niñas algo menores. Después su muerte. Un tumor cerebral, nos dijo mi madre. Vómitos, ceguera, operación, apenas unos meses y a los 14 años ya se fue.
Aún puede verse su triste mirada en las fotos de comunión de mi hermana. Estaba previsto desde hace mucho. Pero entonces yo no sabía.
Mi abuela paterna: con 94 años ya muriendo, no te preocupes abuela, ya viene el médico, y me cogía la mano apretándomela, ella, que ni casi besos había dado, me miraba con sus ojos brillantes, y yo, "quieres que venga el médico, ¿verdad abuela?, asentía con su cabeza, “para ponerte buena, ¿verdad, abuela?”, y entonces vi resbalar las lágrimas (las de ella, que nunca había llorado) sin dejar de mover su casi esquelética cabeza de arriba abajo: ¡sí, sí, sí! me decía con su desesperados ojos ya siendo lagos. No quería morir. No he conocido a nadie que se agarrara a la vida como ella.
Mi padre: sus hombros bajo la camiseta interior, le apreciaba sus huesos bajo el tejido aunque no estuviera tan delgado. Cierta ausencia de la carne, como si esa materia comenzara a desaparecer antes de morir. Su nuca al practicarle el rapado común en la idiosincrasia familiar de varones calvos. Semana santa en el campo sin ellos. “Mamá, ¿cómo está-estáis?”. “Bien, hoy se ha tomado el vino con la pajita porque no podía llevarse la copa a la boca, pero bien”. Cuelgo el teléfono cuando termina la conversación. Salgo de la casa hacia la grama rompiendo en llanto desconsolado. “yo no quiero que mi padre se vea así, M., ¡no quiero!, ¡es horrible!, que se muera ya... con lo que mi padre ha sido, ¡cuánto tiene que estar sufriendo!”
Murió inmediatamente tras mi deseo, la madrugada del sábado al domingo de resurrección.
Y él no era creyente.
Ni yo.
Pero sentí como si alguien me dijera: me lo llevo, ¿no ves q mañana se resucita?
Mi madre, la veo morir, irse aunque algo en su cabeza no se lo diga. Ya tiene los tobillos tan hinchados como mi padre. Sé que le falla el corazón por pura evolución natural de su enfermedad. No quiso ir al cardiólogo hace dos años. Y la comprendí. Total, si lo que tiene es una fibrosis pulmonar. Hasta donde llegue. Ese hasta donde, que sea de la mejor forma posible. A su aire. La única buena forma.
Mi padre tuvo el valor de irse en zapatillas a la calle cuando no le cabían los pies en los zapatos, a pasear por la Encarnación (lástima, no conoció las setas. Bueno, lástima no, mejor). Así nos lo encontramos una tarde noche de febrero: “venga, M. vamos a tomarnos un cubata”, y yo enfadada porque ni aún enfermo quisiera dejar ese costumbre vespertina. ¿Y para qué?, pensaba luego… mejor el disfrute, su voluntad.
Siempre la voluntad.
Mi madre no quiere que me quede con ella, voy, apaño algo, el fregado, dos o tres cosillas, sus ojos cerrados, su “estoy más a gusto sola”… Yo me voy. Su voluntad. Apenas puede respirar, se alimenta de oxígeno y los buenos guisos que le prepara mi hermana, come aunque no tenga hambre, ella me lo dice, y yo recuerdo que en el hospicio de las monjas siempre fue una niña obediente, tal como ella siempre nos ha contado, muy obediente, siempre obediente, siempre...
Pero no quiere moverse ni para ir a la peluquería de la calle de al lado. Se rebela.
Su única rebelión.
Mi madre, mi madre. ¿Cuánto le queda de vida?
No quiero que se vea así. Sé que sufre. A su forma.
La muerte no es mala. Es malo el dolor. La enseñanza para nada. El aprendizaje y que nada de lo aprendido sirva. Ni el dolor siquiera.
No saber, no ver, no percibir: la técnica del no dolor. La única.
Y sé que soy incapaz de aprenderla.
(Once años hace que él murió, once años después, un 30 y un 31 de Marzo caen en la misma secuencia, sábado de pasión y domingo de resurrección. Supongo que tengo miedo y que, como siempre, practico el único mecanismo de defensa que conozco, prepararme, doler antes del dolor.)
Amanecer en Sevilla
(No sé por qué, siendo de hace tanto tiempo, me han entrado ganas de volver a subirla, la verboluz completa.)
Amanecer en Sevilla
Labrada ya la noche del estío
en este auténtico cántico de aluminio solidario
que seduce a la salvaje y trans-universal gracia
de todo lo flexible, mudable y eternamente temporal,
respira la adormecida de esta vela plegada tras el envite
del viento huracanado en el quicio de la puerta.
Son las manos providenciales del tiempo sobre mi espacio.
Quebrada termina su oración con un amén silencioso, amén
de furtivo ensueño entrevisto en los laureles de la azotea
de esta casa que es casa de todos:
Alma para no tener que nacer
y lograr morir sobre la utopía del canto habitado,
el cisne muerto redivivo,
el ave alada de la conciencia que, al volar,
espanta al espejismo de la lluvia sobre el lago.
No más que agua, agua embalsada y dulce,
agua quieta suspirando a través de sus brumas
por la aurora del canal que la encauce
mudándola en arroyo
hasta lograr ser río
o tal vez mar.
O ya, océano.
En todo caso, agua y más agua,
agua de marea, agua de viene y vamos:
Del agua muerta de los cisnes al agua edénica de los pelícanos.
(Sofía Serra, De Canto para esta era, 2009)
Amanecer en Sevilla
Labrada ya la noche del estío
en este auténtico cántico de aluminio solidario
que seduce a la salvaje y trans-universal gracia
de todo lo flexible, mudable y eternamente temporal,
respira la adormecida de esta vela plegada tras el envite
del viento huracanado en el quicio de la puerta.
Son las manos providenciales del tiempo sobre mi espacio.
Quebrada termina su oración con un amén silencioso, amén
de furtivo ensueño entrevisto en los laureles de la azotea
de esta casa que es casa de todos:
Alma para no tener que nacer
y lograr morir sobre la utopía del canto habitado,
el cisne muerto redivivo,
el ave alada de la conciencia que, al volar,
espanta al espejismo de la lluvia sobre el lago.
No más que agua, agua embalsada y dulce,
agua quieta suspirando a través de sus brumas
por la aurora del canal que la encauce
mudándola en arroyo
hasta lograr ser río
o tal vez mar.
O ya, océano.
En todo caso, agua y más agua,
agua de marea, agua de viene y vamos:
Del agua muerta de los cisnes al agua edénica de los pelícanos.
(Sofía Serra, De Canto para esta era, 2009)
miércoles, 27 de marzo de 2013
Como mi sombra
Como mi sombra
el abrazo extendido y el pie
de la sombra muda (cuándo no,
nunca despinta) que invade el pie
mío como si fuera revés
de su cuerpo yo tan lejos
y tan cerca ave ufana
tú yo cuervo, o cuerva
que no sé, aprisiona las horas
o las engarza con su pico
intentando tejer collares
para el cuello enhiesto
del cisne
perfecto de la vida.
Y yo sólo busco pelícanos.
(Sofía Serra, De La clave está en los árboles)
el abrazo extendido y el pie
de la sombra muda (cuándo no,
nunca despinta) que invade el pie
mío como si fuera revés
de su cuerpo yo tan lejos
y tan cerca ave ufana
tú yo cuervo, o cuerva
que no sé, aprisiona las horas
o las engarza con su pico
intentando tejer collares
para el cuello enhiesto
del cisne
perfecto de la vida.
Y yo sólo busco pelícanos.
(Sofía Serra, De La clave está en los árboles)
martes, 26 de marzo de 2013
la huida
la huida
tengo una mosca tras la oreja
que me avecina
a la que llega, el rondó
reinante de prímulas
escenas pretendientes
de un cristal de laboratorio
que tú, tú, tú
abanderaste con la sábana
de los orgasmos huecos —tan vacíos
de sendas al éxtasis—,
nula vereda y puta comerciante
de vino (vino él, vino él)
al por mayor afán
que te embeba jamás
lograrás emborrachar
de grandeza.
me voy hasta nunca
a donde no existo
ni estoy ni so-y
vivo.
( Sofía Serra. De La clave está en los árboles)
tengo una mosca tras la oreja
que me avecina
a la que llega, el rondó
reinante de prímulas
escenas pretendientes
de un cristal de laboratorio
que tú, tú, tú
abanderaste con la sábana
de los orgasmos huecos —tan vacíos
de sendas al éxtasis—,
nula vereda y puta comerciante
de vino (vino él, vino él)
al por mayor afán
que te embeba jamás
lograrás emborrachar
de grandeza.
me voy hasta nunca
a donde no existo
ni estoy ni so-y
vivo.
( Sofía Serra. De La clave está en los árboles)
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