El final
tramitando orígenes,
describiendo siendos
siendo senda siego
múltiples arbustos para verdear
esta casa redonda,
la exedra que me abraza,
aquí el mar y justo aquí la playa
venga y dime dónde te hallas
aunque yo ya sepa
que tú has llegado
jadeando duermen
los besos de la aurora
la senda que se cierra
y se abraza a sí misma
como siempre.
huyen las barcazas vacías
de aire nocturno
que exhala vapores
seducidos con el dulzor
de las cañas, tan fresca
la brisa veo
llegar al náufrago
sin ser
él piensa
las olas del mar,
y el mar
me hace la playa.
Dichosa la arena, feliz
porque el agua tiende
a secarla ante mi terraza.
Atrás la estantería estratigráfica,
delante, mi mesa donde escribo,
el aroma del tomillo y la sal
esculpen los pájaros bajo la torre,
ella se queda, yo me vengo.
Anida la córvida.
Las conchas de afrodita
cierran sus ojos
que ya no se ciegan
con el brillo
de las piedras,
tan solo piedras.
… y qué más queremos que piedras.
Ven y absuélveme, órgano sin nombre,
ven y ayúdame a solear este suelo
amarillo y negro como el plumaje
de los jilgueros que hasta aquí
arriban.
de alta mar.
Sin pesca, sin marinos,
ni los elefantes se asoman
a esta bahía redonda.
Ven y absórbeme, arena seca.
Desaparezco justo aquí
soy en mis orígenes
tercio el combate y ya
no lucho porque
he llegado a donde
quería
yo
y
ella
sabía.
quizás ha llegado la hora de descansar de escribir poesía. Asentar, sentada estoy aquí. A mi espalda el circo, la exedra pequeña dentro de la gran exedra de los cabezos amarillos. Ante mis ojos el mar, la orilla, el agua y la arena. Hacia mi derecha la torre. Ella ha quedado allá por mí. A mi izquierda no necesito mirar. Del mar llegará el náufrago o el valiente, tal vez el mismo hombre y mujer que aquí se sienta. Sentar y asentar, asentar esta tierra amarilla, verdear la linde con ramas llena de hojas perennes, rastrillar el suelo, peinar la arena casi tierra. Esta es mi biblioteca, las estanterías están repletas de ejemplares estratigráficos y a mis ojos los ilumina el esplendor del cielo semiazul, semiblanco, semiverde como el mar que es plena luz. Nunca me ciego, miro al sur aunque todo llegue por poniente. y todo vuele también, camino de sus orígenes también. veo pasar la nave vikinga de vuelta a su norte, veo llegar, veo volver todo a sus orígenes. Este es el camino de la esencia, redondo, siempre redondo. La curva que nunca se cierra, la espiral.
son tus espaldas marrones y tu nuca morena,
siempre pudiente, las que veo rozar el negro
del vacío, no te mueves, ni te pierdes.
No te das la vuelta.
y el mar pertrechado en el mar
y el vacío hacia donde vuelves tus ojos
con tu cabeza demudada en sonrisa
invulnerable, vuelven
las dulces patrias
la bienvenida otoñal
a la lugareña costumbre
de habitar la arena (como
habita la poesía)
antes de tiempo,
antes de que el mar
la cubra o la ame
antes de nuestra propia hazaña
de darnos
por vencidos
cuando no hay sentimiento
de derrota
o victoria
tuya ni de mí, el Nadie
de rumbo endogástrico.
Como el de los erizos
vueltos del derecho,
con el estómago naranja
a salvo y protegido
ya en la otra playa,
al filo del mismo mar.
Ya se alimentan por sí mismos.
Las campanas me lo dicen
metodizan la prueba fehaciente
: todo vuelve a su origen.
Es primavera tal como tañen
esta tarde
las campanas melodizan
este noviembre de norte
disarmónico
componiendo el sur
con rumbo primaveral.
en la torre se funden la noche y el día
amando la roca se besan como durmientes
vivos de la rosa estratigrafiada,
sellan el pacto con el interlocutor
divino y arrecian juntas
contra el dolor y la tormenta,
si es que esta llega.
duerme plácida la noche negra
y el día seriado, duermen benevolentes
las nubes pastando en el manantial
de los cabezos, se alejan
y olvidan
lo que hombres fueron ajenos
juegan al corro
festejando tanto amor encontrado,
tanto amor sonriendo.
En la senda del agua
amanece el verso breve,
la ergonomía del alma
acomodando heridas y curaciones
milagrosas donde corresponde,
justo en la brecha abierta
en la roca, justo en la tierra
vertical apisonada
a mi espalda.
Rozar con las yemas de los dedos
tanto bocado ininteligible
para salivas que se adueñan
de las lenguas que ya no hablan.
Qué más quisiera yo que permanecer
a solas sobre este baremo de hombre,
me asusta tanta soledad
humillada ante las aletas
de mi nariz, huelo el salitre
y tan sólo distingo el enredo
de las algas en las nasas
que los pescadores recogen.
pero la tierra amarilla
me habla de otras redes
con vueltas de agua.
Capturan mi corazón, que se desprende,
se me desprende. Y duele, cuánto duele.
El silencio va depositando los materiales
de mi escucha. Un trabajo sordo, quieto,
iluminado a modo de los antiguos
códices: una miniatura aquí,
la escena en cualquier esquina,
alguna contorsión de tus dedos
afilando un horizonte que no padezco
ni del que presumo… tan lejos
te expandes súbitamente,
y mi corazón me duele, se desprende,
se desprende y cuánto me duele.
Los estratos permanecen quietos,
mi mano los lee sin entender
absolutamente nada.
Conocía y ya las redes se han congelado
junto con la orilla. Aunque oiga las olas
ellas no se mueven. Mis oídos
componen su nana para los días
por venir. Hay dolor del que no sé
si me despido o es que dirige mi voz.
Aún no sé, aun no sé,
pero el desprendimiento suena
como si el mar entonara
las ruinas
de algo.
Ojalá sea Amor, que siempre
nombra ruina de lo falso,
llegando
a la orilla.
mi corazón se desprende,
se desprende sabiendo
cuánto duele
amar.
vengo asomada a vaticinarte
la desdicha y la duda:
Huye, alma devota,
déjame sola e inerme.
Así, ni tú ni yo sufriremos entonces.
Vivimos una gangrena permanente y yo prefiero cortar por lo sano.
(viernes 23 de noviembre de 2012, Sofía Serra)