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sábado, 31 de diciembre de 2011

Una enorme musa llamada Sindiyyah

Ella  alivió mi sed y me despertó del sueño en el que el calor de una soporífera y temprana tarde del mes de junio me tenía sumida cuando llegó vestida con, no podía ser de otra forma, las mejores galas del verbo rico y preciosista... a ver cómo si no transmitir la gracia interna a la que convoca cuando se abre mostrándonos la carne que aloja dentro suya. A ella le debo mi iniciación en este misterio, si no eleusino, al menos, elevantino (dicen que la poesía eleva los corazones, ¿no?), de los jugosos caminos de la poética. A ella también, y sin ella pretenderlo ni yo saberlo,  le debo hasta la inspiración por la que camina este cuarto claro en su policromía roja y verde, y , cómo no, la dulzura que me regaló cuando, saboreando amargores, o amarguras que propicia esta costra dura de la nomenclatura,  apareció ante mí, confirmándome que yo a ella unida me encuentro desde mi más tierna, y crujiente, por qué no, ancestralidad.

Si no hubiera sido por esta cucurbitácea africana de voz oriental, introducida en estos lares cuando hablábamos árabe, nada de lo que os haya podido agradar en este cuarto claro, hubiera existido, así que qué menos que dedicarle una pequeña entrada en este blog. Intento compensarlo con el hecho de dedicarle la señalada como última del año. No puedo comerme doce sandías en vez de doce uvas esta noche, ella es demasiado grande, o yo demasiado chica, pero en intención es lo que haré para darle bienvenida al 2012, con la esperanza de que ella siga alimentándome para poder seguir  ejerciendo de lo que quiera que sea para vosotros, queridos visitantes de este blog.

Tres poemas y dos fotografías: el que inicia, fue el que me inició. El que sitúo en medio, ahí, lo más arropado posible entre dos grandes de dos grandes y dos vistosas imágenes para que pase más desapercibido, uno con el que logré dar con ella en mi memoria, y el tercero, el que me confirmó este otoño caminos poéticos andados y me propicia seguridad para futuros asimilables. No obstante se lo debo a un enorme poeta al que tuve la oportunidad de poder expresarle mi admiración antes de que nos abandonase.
Las fotografías, de este verano.


La sandía


Cual si de pronto se entreabriera el día
despidiendo una intensa llamarada,
por el acero fúlgido rasgada
mostró su carne roja la sandía.


Carmín incandescente parecía
la larga y deslumbrante cuchillada,
como boca encendida y desatada
en frescos borbotones de alegría.


Tajada tras tajada, señalando
las fue el hábil cuchillo separando,
vivas a la ilusión como ningunas.


Las separó la mano de repente,
y de improviso decoró la fuente
un círculo de rojas medias lunas.


(Salvador Rueda)






Cuenta atrás


Tan conseguidas confirmaciones
consideran ultrasónica tocada
por la mano y la punta del ala
atada a la barbilla de tu averíguame,
atrácame,
obstrúyeme
apremiante
de contenido
melifluo de un sol
cualquiera adecentado
sobre los adoquines
olvidas que el vejestorio
trabaja sin descanso
sobre los pétalos de las flores
de los ciruelos, y hasta de los magnolios.
Cuando te creé,
aún no había soñado
contigo


se desvía venerable
el solsticio por la puerta


súbitamente golpea el absorto
régimen tras la cristalina sombra.
Velamen, el viento pule el nivel
líquido sobre el cuerpo, mi cuerpo
abandona el pairo
me trae sin cuidado
hasta los cabezos amarillos y verde
navego como barco vikingo de vuelta
de las américas, roto el turno
y la razzia cuerda,
el torso
girado a mis orígenes y Laercio
alisa la huella de la estela
del iceberg ligero marisma arriba.
Junio. Sevilla. No, era mayo,
clase por la tarde. Tanto calor.
Y sed, aula a oscuras.
Doce años a medias derretidos…
Y entonces, emergió la sandía.


(Sofía Serra, La dosis y la desmedida, verano 2011)





Ancestral


Con mil pausados ritos
Cosemos entre sí los afables retales
De las diversas épocas fielmente sucesivas
De nuestra historia silenciosa


En pleno centro del verano rueda
La sandía de peso desconsiderado
Rompedora de tarimas
Con su boludo brillo verde


Pero qué ritualmente la partimos
En grandes y crujientes rajas rojas
Y no sabremos nunca bien a bien
Cuál fue en el fondo de la infancia
La primera sandía
Que chorreó de risas el primer verano.


6 jul 09


(Tomás Segovia, Poemas inéditos, extraído de los archivos de su blog)

¡¡FELIZ AÑO NUEVO A TOD@S!!
( y, por favor, cuidado,  no se me atraganten con las sandías... digo, con las uvas, ;))

martes, 15 de noviembre de 2011

En recuerdo de Tomás Segovia


recuerdo


D
Esplazar el contenido de este verbo,
Para así detenerte en mi frente.


                                           
Hasta ayer mismo no me he enterado que había muerto. Un poeta cuyos textos me acompañaron más asiduamente la primavera pasada tan sólo porque tuve la suerte de dar con su blog. Un poeta que aún seguía creyendo en la poesía y en la necesidad de compartirla, necesariedad para unos y otros.
Tuve la fortuna de cruzar con él un par de breves correos. Me impulsó a escribirle el hallazgo de un poema, entre sus últimos, que hablaba de lo mismo que  había ido descubriendo desde que comencé "El paraíso imperdible" allá por 2009. Sonrío ahora porque tuvo la amabilidad de contestarme (¿cuántos poetas actuales se dignan contestar, aún siendo amigos, de una a un correo?) nada menos que agradeciéndome mi "palmadita en la espalda", como si alguien con esa monumental obra a las suyas pudiera necesitar el ánimo o la felicitación producto de la admiración de una lectora cualquiera: tanta humildad en tan poco contenedor usado, un breve correo de los, imagino, cientos que podía recibir y contestar a diario.
Cuando tuve noticia ayer de su muerte, me pregunté que qué clase de mundo vivimos, y entre todos permitimos, rebosante de información, de posibilidades de conocimiento, de bombardeo de datos, aconteceres y voces que sin embargo no me permite enterarme de la muerte de un poeta al que admiro y con el que tuve la entrañable suerte de contactar personalmente.
He estado releyendo poemas suyos  en su mismo blog, hay también muchos más expuestos en cualquier lugar de internet, pero no voy dejar aquí ninguno. Me reservo uno de ellos con el que dado casi por casualidad (sic) para una entrada muy personal que llevo pensando desde Agosto. A cambio dejaré una de sus cartas, tan actual como su misma muerte. Él lo decía, que de lo que tenía nostalgia era del futuro. Yo me identifico con sus palabras.
Dejo tan sólo el enlace a su entrada en wikipedia, para los más despistados: TOMÁS SEGOVIA

(Nota personal:Cuando se comience a leer el texto que abajo dejo se comprenderá por qué he incluido ese tango flamenco en esta entrada. La busqué el otro día porque es una de las que más me gustan de las con que ensayamos en las clases de flamenco. Pienso que a Tomás le gustaría oírla y verla bailar.)


CABALES 
TU EDUCACIÓN O LA MÍA
          Querido Matías Vegoso:
Es claro que tú y yo, cuando decimos modernidad, no pensamos en la misma cosa. Para empezar, yo no comparto tu entusiasmo incondicional por una época que nos ha dado a Bush, a Berlusconi, a Putin –y no sé si tú colocas en esa misma época a los no menos encantadores Hitler, Mussolini y Franco. Tampoco soy necesariamente entusiasta de una época que ha llevado al paroxismo a Madonna o a Michael Jackson (gringos, por supuesto) y ha ignorado en cambio a Miguel Poveda o al Mono Blanco –y no me digas que no sabes quiénes son, porque con esa confesión me das del todo la razón. Esa ignorancia, en contraste con la fama de los gringos mencionados, en alguien de lengua española no es sólo falta de información; es perversión de la información. Es indudable, para decirlo del modo más impertinente, que por muy estimables que sean esas famosas figuras, la desproporción monstruosa de su fama no se debe a que sean monstruosamente mejores que los otros dos mencionados, sino a que su país es monstruosamente poderoso y tiene monstruosamente más cañones.
Además, la perversión de la información se ha vuelto especialmente mortífera porque en la modernidad (o tal vez fuera más exacto decir en la posmodernidad) la información usurpa casi enteramente el lugar de la educación. Acabo de leer en un artículo serio esta frase elegantemente escéptica: “si bien la alta cultura se empobrece, la sociedad no se derrumba: sólo se transforma.” Hombre, es obvio que la sociedad siempre se transforma, pero ¿es que da igual una transformación que otra? ¿Da igual que la sociedad, aunque no se derrumbe, se transforme en un hato de predadores despiadados o en una comunidad de ciudadanos solidarios y responsables? Y el artículo concluye: “Distinto es que la dirección que adopte ese cambio –las consecuencias de la libertad– pueda disgustarnos.” Si he entendido bien, el argumento es éste: puede que la sociedad que estamos preparando sea asquerosa, pero qué quiere usted, así es la libertad; no querrá usted pedirle cuentas a la libertad y arriesgarse a que la sociedad se derrumbe. Y nadie nos oculta de qué libertad se trata aquí: la libertad de empobrecer la cultura superior.
Pero que la sociedad se encamine en una dirección o en otra depende de la educación más que de cualquier otra cosa, sobran los estudios que lo demuestran minuciosamente. Y no sólo la educación básica, porque sólo una auténtica educación superior puede resistir frente a la tendencia posmoderna a reducir la educación, en el mejor de los casos, a mera información, y cada vez más en mera formación y capacitación. A eso los ideólogos posmodernos lo llaman una educación funcional: educar para los puestos de trabajo. ¿De trabajo social? No, hombre, ni que fuéramos comunistas: de trabajo en las empresas. Las cuales (liberté liberté chéri-e) son libres de empobrecer la cultura superior, que no sólo les sirve de maldita la cosa sino que más bien induce ideas raras en las mentes inquietas, y de requeteempobrecer la educación básica quitándole sus anticuados resabios educativos.
Que en las llamadas democracias la educación está en crisis es algo que salta a la vista. A Obama le ha puesto a parir, en sus proyectos educativos, una derecha oligofrénica con argumentos delirantes que nos parecerían de la edad de piedra si no fuéramos tan posmodernos. En España sigue enseñándose religión en las escuelas, sigue vociferándose contra la enseñanza de los valores democráticos en clase, y hay regiones donde casi la mitad de los colegios son o privados-privados o privados-concertados. En México la más avanzada corrupción (y ya es decir) es la del sindicato de maestros, de los cuales las dos terceras partes no pasaron la prueba de capacitación, más del 80% de los estudiantes son gravemente deficientes en matemáticas y los libros de texto obligatorios, si no tienen que retirarse antes de utilizarse, reciben las críticas más amargas de los conocedores. En Francia, madre de la educación laica y de la consiguiente separación de la Iglesia y el Estado (condición necesaria de toda democracia, por lo menos a juicio de todo el que no sea posmoderno), el neo-lo-que-usted-quiera Sarkozy ha declarado que su país es laico pero no tanto, a la vez que propone una “autonomía” de las universidades sobre el modelo de la autonomía de las empresas.
En medio de todo esto, comprenderás que yo no pueda dejar de preguntarte: ¿es moderna, o es posmoderna, la idea de que la libertad es esa cosa que se paga con desigualdad, injusticia y deterioro de la cultura? No me irás a salir con que los estalinistas tenían razón cuando describían así la “libertad” de las democracias capitalistas. Porque en fin, mal que nos pese a todos, empezando por El País y la cadena SER (pregúntale a Oliver Stone), los únicos países hispanohablantes que han desterrado el anafalbetismo son la España posfranquista, Cuba y Venezuela. ¿No sería interesante la idea de que en más de un aspecto posmoderno quiere decir antimoderno? A mí por ejemplo no me parece muy moderno diluir la laicidad del Estado como en el siglo XVII, favorecer la enseñanza privada como en el Antiguo Régimen, apuntalar al patronato y contener los derechos laborales como en el siglo XIX, confiar la salud a iniciativas privadas como antes de las guerras mundiales y otras menudencias de este calibre. En fin, creo que mucho de lo que tú llamas modernización yo lo llamaría demolición (derrumbe) de lo moderno. Y no sólo en lo político y social, porque ¿tú crees que Andy Warhol avanza en otra cosa que en demoler a Picasso o a Modigliani?
Un moderno abrazo de tu demolido amigo
                                                                                                                                         T. S.
 
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