Sin arte ni parte y colmada de sueño, busqué aquel antiguo poema, así, me vi impelida a buscarlo para poder leerlo de nuevo. ¿Qué diferencia existe entre los que escriben "para uno mismo" y los que escriben para los demás, entre los que escriben por alguna razón y los que escriben "porque sí"? Por qué nos empeñamos en distinguir tanto, cuando el único motivo real es que se escribe porque se desea y necesita registrar, porque e-xac-ta-mente, la civilización no habría podido desarrollarse sin ese impulso que desenvolviera el que por primera vez arañó la dura superficie de una roca con otra piedra, por ejemplo, acompañado por la intención de "decir" algo. Es la escritura, la huella, el registro, lo que nos permite liberar a nuestra mente del ejercicio de recordar de memoria, así como el de asegurarnos de que lo "querido decir" (este camino, no el otro, aquí hay un cagadero de gacelas, en este sitio ilumina el sol cuando el bisonte se acerca a pastar) per-dura, en definitiva, la consciencia de la existencia de un futuro, bien en el que no estemos nosotros, bien en el que sí vivamos.
Quizás, el acto de la escritura demuestra la inmanente conciencia colectiva que en toda conciencia individual se aloja. Por muy lejos psíquicamente que nos quede, a menos que se raspa la superficie de nuestro propio yo, aparece el otro, porque sin ese espejo el ser humano está literalmente incapacitado para reconocerse a sí mismo. Quizás el acto de la escritura, a través de cualquier medio o signo, es el más implícito acto de conciencia colectiva, y por tanto, ultraísta, que el ser humano haya sido capaz de desarrollar.
(Dejo aquí el poema que fui buscando. De camino, he reparado en lo posible el blog donde expuse ese pequeño poemario que, sin él saberlo, ni yo, inició toda la etapa poética que hasta este mismo año he desarrollado. Así que ya queda abierto de nuevo para todo aquella persona que desee leerlo.)
Para leer el poemario completo (20 sonetos), picar AQUÍ
XII
SONETO DEL HERMANO
En la lejana ribera del tiempo,
curva, encuentro el perfil que sostiene
tu melancolía terca y rebelde,
con dolor entre las yerbas, sin freno.
Como un parásito del tronco ileso
asciende en columna por estas sienes
que asimilan, que asumen y comprenden
que las ausencias abarcan al negro.
El negro del error con el contrario
a la vereda, negro de la terna
equivocada, del negro primario
de tu negación inane y serena
nace el agujero negro incendiario
de aquella callada orfandad paterna.