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domingo, 18 de mayo de 2014

La inteligencia y la flor

La inteligencia y la flor

Los pensamientos que nos llevan
a las acciones. Hazte la idea,
todo será nada, como exactamente
el fósil amarillo que puedes
desmenuzar entre tus dedos.

El Nautilus no es hoy polvo,
el alma deja huella indeleble
en la otra y la espiral
nos arma de sabiduría
que hasta para besarnos
sirve.

Éramos dos
cuando nos bautizó
el silencio.
Tú no te llamabas.
Y yo tampoco.
Aparece la palabra justo
en ti a salvo en mí.
Como uno.

Como en mis fotos.

sábado, 10 de mayo de 2014

El alma desterrada

El alma desterrada

El corazón no duele,
pero a cambio
el cuerpo desaparece.

La sangre me hierve
y cuando llega a su natural
condensación por el frío
que me rodea, me chorrean
las lágrimas, agua y sales
como la urea que al matojo reverdece,
el poso es tierra donde
el cañaveral germina y crece,
mas estoy
a revienta calderas
y el barco de vapor
busca el otro motor
de aceite y gas
que me suprima
de esta artificial suerte
de esperar sobre margas azules
cuando los amarillos
me destilaron
los siete colores del arco iris,
me explosione y, convertida
en masa humeante y celeste
intangible,
vuele por los aires
hasta mi padre marítimo
una vez
él también se condense
en olas de salinas
y reales y blancas
tempestades, no importa
si pequeñas o grandes.

Todo ha ido aumentando
como la marea sube
y los girasoles
que me alimentaban justo
cuando te oí, crecieron.
Ahora su amarillo
ya tiñe el lugar del encuentro,
del que nunca he salido.
Nuestra es la bandera del exilio
interno y la verde playa
amplia y sola.

Salir de donde no estoy
para llegar a donde mismo
soy, que no soy más
que tú o yo
o el mundo que odio,
pero del que formo parte.

Ni siquiera la tormenta, con su gran poderío,
puede decir a las nubes: ¡no soy vuestra!

No mates los días que te quedan por vivir.

jueves, 8 de mayo de 2014

Rosa de Alejandría

Rosa de Alejandría

en el tiempo justo
de momento, en su estallido,
la obcecación, en el justo
tiempo de la bifurcación ——comienzo
para desandar lo aprendido.

Manifiéstate como una rosa,
sálvame de Alejandría
y su biblioteca en llamas.
O mejor, quémame
como si yo tu
manifiesto fuera
en blanco.

lunes, 5 de mayo de 2014

El año de la coronación

El año de la coronación

Sucedió en su fecha, el año
del descubrimiento, el año
en que me colon-
izó el huevo
claro
con el que me coronó
mi madre trigueña
clara
con la tortilla de patatas.
De allí llegó la desarrollable,
el conocimiento de lo inexplicable,
la opacidad del agua,
el brillo de los ojos oscuros
de los dos amantes, la vergüenza
de mi desnudez limpia
en los brazos amorosos
de mi madre, que me coronó,
sí, me coronó con su amarilla
tortilla de patatas servida
en el plato de plástico azul.
La hermosa y bella mía no sabía
que la asaeté todo el día
con el capricho y las flechas
de los celos de mi prima
tan sólo por hacerle justicia:
¡qué no, que mi madre
hace las tortillas mejor
que tu madre, mi tía!
Mi prima se iba donde los alemanes,
rubia, siempre princesa,
se la llevaban sus padrinos
muchos días a un lugar
que hasta 40 años después,
tan alta me quedaba mi prima,
no pude conquistar,
ya mediante otras armas
y otro color, el verde
de la higuera, o de La Higuerita.
Yo, como no
los tenía,
o sea, sí,
pero como eran mis abuelos,
como si no los tuviera,
así que ni disponía de animales,
digo, padrinos que se iban
donde los alemanes,
ni siquiera higueras
con las que matar
a las cañas, como afrodita
sí las tuvo luego.
Me bastaban mis hermanas
y el calor del cuerpo de mi madre
cuando me arrebujaba en la toalla
tras el baño de por la tarde
en el agua clara de los manantiales
donde mi piel quedaba limpia
de sal y de arena y de calor.
Dulce y fresca quedaba yo.
Mi madre, mi madre
siempre me limpiaba,
siempre me endulzaba.

Pero llegó el fatídico día,
el de la coronación
del huevo pasé a la espina,
no del huevo, no, el huevo
es fruto, comprendí
las otras de mi madre
justa en el instante.
Las que no supe asimilar
fueron las de la mirada
sonriente—¿por qué sonreían?—
de la pareja justa y junta
que me observaba cuando,
por las manos amorosas de mi madre,
mis piernas entreabiertas en el mar
les mostró lo que ellos
nunca pudieron tener
ni antes
ni después:
un hijo,
una hija
con un
culo limpio,
un pimpollo de carne blanca
entre tanta piel morena
fruto de su bajo vientre,
llorando o riendo
según amanecieran
el día o la noche, jugando
con la arena con su padre
a construir murallas de arena
para que la suave ola
las lamiera embebiéndolas
y desaparecieran, acompañando
a su madre con la leche
de la más pequeña o asaeteándola
todo el día con el capricho
de una tortilla de patatas
hecha en aquella cocinita
cuidadosamente dispuesta
entre cartones decorados
con tazas de chocolate
bebido por un niño sonriente,
que la aislaban de los vientos
de levante o de poniente.
Ni los diseñadores suecos de Ikea
han aventajado las ideas de mi padre,
ni mi tortilla a la de mi madre,
comistrajo que no me gustaba
por entonces, el huevo sólo
me entraba pasado por agua,
el agua dulce de los manantiales
de agua clara —la clara clara
sólo por el agua me gustaba—
pero es que su prima, o sea, mi prima,
la prima,
tan de los alemanes, había osado
cuestionar el buen hacer
de las manos
de mi madre.

Claro, era princesa.

Fue un año fatídico
para una que ya no
recuerdo, o sí.
Ahora me ensordece su voz
anunciadora, nuncia
profética del nacimiento
del disfraz de la mesías:
la india.
Y mi madre la mandó retratar,
vestida de blanco,
tan ingenua,
pero muy morena,
había nacido desde el peor
mal de nuestros males:
La codicia.

Nació la india en septiembre
en la ciudad tras la playa
el año del descubrimiento
de un continente imparable: Am-
ar aunque la maten.

Aunque me maten
o me mate
yo misma.

Total, yo ya estoy coronada
con espinas de madre,
con tortilla de patatas
y hasta con plumas de aves,
niña blanca o india nave
con alas como las
que salieron de esa orilla
hacia la otra.
De la menudencia, la pequeña
violencia, el sabotaje,
a
las catástrofes, las hecatombes,
los holocaustos,
de más o de menos
millones de inocencias
tienen siempre el mismo origen:
el capital de las legiones
que nos oprime y nos consiente,
ya provenga de celos de princesas,
de ausencia de justicia
o presencia de alemanes,
de la codicia de hueros amantes
o del amor de una
dulce madre
que padeció
espinas
de
orfandad
y de
hambre.

jueves, 24 de abril de 2014

La estatua de mármol

La estatua de mármol

Querer desentrañarte
o desentrañarme,
dejar que el dolor aflore
como los manantiales
desde el pecho de los cabezos amarillos.
Las cañas habrán de ser verdes
dedos que enraícen
en cada uno de mis huesos.
Así, en vez de mamas, ves
florecer aulagas y quejigos,
arbustos costeros cubiertos
de flores blancas y grises.
Sus hojas decimonónicas
tan aromáticas endulzan
el aire tibio que emana
el sentimiento de haberme
descubierto viva aun
enterrada bajo tantos estratos
de arenas fósiles.
la lluvia verdea las lindes
—es invierno en este sur—
de la casa que cada año
estrenamos: a nuestros pies
la estampa de la playa
y la escritura sobre ella
con el cálamo de la caña
más dura, ya reseca
y quebradiza.

Qué me pedirá a cambio la naturaleza
ahora que olvido el granito
y las arcillas calizas de las encinas
sino mi misma vida
que despierta con el dolor
conquistando cada espacio
intercostal
marmóreo,
las caderas
y mi pecho
horadado.

Fundir en la misma empresa
la baja-amar y el desentierro
de la estatua con sus brazos
blancos.

miércoles, 23 de abril de 2014

El desprendimiento

El desprendimiento

Vengo asomada a vaticinarte
la desdicha y la duda:
Huye, alma devota,
déjame sola e inerme.
Así, ni tú ni yo sufriremos
entonces o ayer.
Vivimos una gangrena permanente
y yo prefiero cortar por lo sano.


En la senda del agua
amanece el verso breve,
la ergonomía del alma
acomoda heridas y curaciones
milagrosas donde corresponde,
justo en la brecha abierta
en la roca, justo en la tierra
vertical apisonada a mi espalda.
Rozar con las yemas de los dedos
tanto bocado ininteligible
para salivas que se adueñan
de las lenguas que ya no hablan.

Qué más quisiera yo que permanecer
sobre este baremo de hombre,
me asusta tanta soledad
humillada ante las aletas
de mi nariz, huelo el salitre
y tan sólo distingo el enredo
de las algas en las nasas
que los pescadores recogen.

Pero la tierra amarilla
me habla de otras redes
con vueltas de agua.
Capturan mi corazón,
que se desprende,
se me desprende.
Y duele, cuánto duele.

El silencio deposita los materiales
de mi escucha. Un trabajo sordo
iluminado a modo de los antiguos
códices: una miniatura aquí,
la escena en cualquier esquina,
alguna contorsión de tus dedos
afilando un horizonte que no padezco
ni del que presumo… Tan lejos,
te expandes súbitamente.
Y el corazón me duele,
se desprende,
se desprende y me duele,
cuánto me duele.

Los estratos permanecen quietos.
mis manos los leen sin entender
absolutamente nada.

Conocía, mas ya las redes se han congelado
junto con la orilla. Aunque oiga las olas,
ellas no se mueven. Mis oídos
componen su nana para los días
por venir. Hay dolor del que no sé
si me despido o es que dirige mi voz.
Aún no sé, aun no sé,
pero el desprendimiento suena
como si el mar entonara
las ruinas de algo:
Ojalá sea Amor,
que siempre nombra
extinción de lo falso,
llegando a la orilla.

Mi corazón se desprende,
se desprende sabiendo
cuánto duele amar.

jueves, 10 de abril de 2014

Las margas azules



Las margas azules

De qué nos quejaremos cuando
las fuerzas nos abandonen
en esta pena extraña
que se asoma a los cabezos
de qué nos lamentaremos
en este paisaje que se aflora
al viento del desvío
donde tu soledad me comunica
tus andanzas sobre los fuegos
y las azules margas resbaladizas…
Mas yo tiento, palpo,
te toco absoluto respirándote:
la razón de no ser intrusa
en tu mundo.

Y ya que me llevan y viajo
redonda no sé hacia dónde
o sí el aire agita mi falda
cómo tan enormes
se mueven
y yo no me caigo
por sus acantilados… Bajar
significa poder
alimentarme,
los peces pequeños
se hablan de tú a tú
a mis pies,
que también son pequeños.

La espalda posee el dolor
segmentado de lo impreciso,
no arranca ni duerme
cuando el cansancio aboca
a la incertidumbre
del futuro día, el lugar
del límite azul, el abismo
de la esperanza.

¿se equivocará alguna vez
este tumulto de voces?
aún se me escapa la sonrisa
potente hacia tus ojos,
llegas desde el mar
como el marinero fondea
su barca en la orilla,
tan cansada yo que ni siento
las noches perpetuas
reparadoras de la salud,
la meritoria oportunidad
de seguir manteniendo vivas
nuestras almas pensantes y lucientes,
exploradoras de sus pasajes:
cúbicamente ordeno la secuencia:
los pescaditos llegaron a mi boca,
yo sin saber de ti
un apenas soy
más blanco en tu día
deseo un no saber
hasta que la risa, tu risa,
lo ilumine:
normalmente a esta hora
dejo de creer en la palabra
a salvo en las tuyas de tierra,
la de las margas azules.

miércoles, 9 de abril de 2014

La barca hundida

La barca hundida


mientras nos demoramos,
tuyo es el reino, tuyo el poder,
para qué los quieres si los tormentos
veneran tus lindos tobillos
y se vuelven locos y de lamerlos
pasan a cuchillo primero tu piel
suave y delicada, después cada vena,
cada pequeña porción de músculo
que hasta ahí llega unida a los ligamentos
blancos y cortan hasta el hueso,
la articulación del sonido
separando el empeine del extremo
de tu hermosa pierna qué haré
yo sin tus piernas, mis piernas
y los pies, no sé si tuyos o míos,
se preguntan condenados
a vagar sin cerebro chorreando
la poca sangre que les queda
por el desierto blanco del no saber
qué son, para qué
sirve un par de pies con dedos
que oyen los ayes de un cuerpo
que se tambalea ya carente
de horizontal de equilibrio
que busca y, entonces,
cae y tú y yo
tan sólo con imaginar sin quererlo
cuánto duele caminar con dos tobillos
en carne viva sobre la costra
puntiaguda.

qué mal, qué mal,
cuánto mal cuanta
agua se me escapa
por las axilas amándote,
sin brazos con los que pueda
sostenerte.

¿qué sucede en este mundo tan cruel
de los demás y en el mío que nada
tiene sentido sino a través del dolor,
ese ponzoñoso filtro
por el que la vida se ejecuta
en vez de ser vivida?

sentada, todo me absorbe
me hace tan pequeña
que no puedo con mi cuerpo
y mucho menos con mi alma
que todo lo comprende
salvo a sí misma que
no se cabe. Se desborda
como una barca ahogada.

Todo por arreglar


Comienzo el índice de "Los cabezos amarillos", a mano, no lo concibo de otra forma. Espero que su hechura me revele, como otras tantas veces, las claves de ese orden interno que sé que tiene pero que aún no he logrado descubrir del todo. Sigue impresionándome como cuando lo escribí, sino que aumentado por ese punctum que suele favorecerme la escritura de poesía, sin que yo lo considere un favor, más bien una especie de condena. Todo se repite, todo vuelve o todo se anuncia. La impotencia lo subyace como a mí me subyace ahora.
Se rompe el mechero que me regaló mi madre y el cordón de plata de la rosa. El poemario es aún un semi-caos. Todo por arreglar. ¿Con qué herramientas se soluciona lo que no depende de una?
¿Qué poder tenemos sobre el imposible del otro?
Mi esperanza queda grabada en el mechero dorado (amarillo como los cabezos), pero ahora mismo se ha quedado sin combustible.
¿Cómo suturar la herida sin cicatriz posible?


martes, 8 de abril de 2014

Rumbo sur

Rumbo sur

son tus espaldas azules y tu nuca morena,
siempre pudientes, las que veo rozar
el negro del vacío. no te mueves.
No te das
la vuelta.

Y el mar pertrechado en el mar
vacío hacia donde vuelves tus ojos
con tu cabeza demudada en sonrisa
vulnerable, vuelven
las dulces patrias
a la bienvenida otoñal,
a la lugareña costumbre
de habitar la arena (como
habita la poesía)
antes de tiempo,
antes de que el mar
la cubra o la ame
antes de la hazaña
de darnos
por vencidos
cuando no hay sentimiento
de victoria
tuya ni de mí,
el Nadie
con derrota endogástrica.
Como la de los erizos
vueltos del derecho,
con el estómago naranja
a salvo y protegido
ya en la otra playa,
al filo del mismo mar.

Ya se alimentan por sí mismos
sin autodigerirse.

Las campanas lo proclaman,
metodizan la prueba fe-haciente
: todo vuelve a su origen.
Es primavera tal como tañe
esta tarde melodiza
este mes de norte
disarmónico
componiendo el sur
con rumbo primaveral.

Faenador de orilla

Faenador de orilla

todos trabajan en sus aposentos
menos yo, que miro a la noche
a través del reflejo de tu frente.
Y ella me ama, cuánto me ama…

cómo animal tan bello
transformarte, faenador
de orilla, con tus pies
enfangados en las olas lentas
con su piel la de tus pies
limados por la arena oscura
con sus dedos como aves
de manos tiernas
expertos en hallar
verdades amarillas y verdes
lacadas y curvas y pulcras
como cuentas (y contabilizas)
o semillas
para el trueque.

O para el dolor de estómago,
que desconsuela como la mentira.

Prefiero servir a dios,
que no soy yo, antes que adorar
la costumbre de lo evidente.
Sus trucos los reservo
para los alacranes y sus oleosas
y alegóricas tradiciones:
mato como puedo
el veneno no vendo
amor solo regurgito
lo que en la orilla encuentro:
¡Coquinas, coquinas!
¡¿Quién quiere coquinas?!
Cambio coquinas
por cubitos de hielo
para hidratarme
tras el vómito…

tanto dado,
tanto cúbico dado
en la tan cuadrada ruleta
de los que juegan a la meta.

domingo, 6 de abril de 2014

Subida de tono

Subida de tono

una subida de tono precede
a tu aviso de hombre.
saltaron los dolores
a mis manos imantadas
como las conchas irisadas de la orilla
y ahora ya no
escribiré más,
porque ha llegado
la hora del duelo,
del arrepentimiento
por tanto trabajo muerto,
tanto tiempo perdido,
como si hubiera querido
vaciar el mar en mi cubo azul.
La mezquindad del hombre no tiene remedio
y a mí ya me quedan
pocos años por vivir,
menos de los que llevo puestos
sobre las ojeras
sobre todo
sobre mi alma.

Os miro desde estos cañaverales
a vuestros pies, cabezos amarillos.
No quiero escalaros,
mi lugar es poder
contemplaros desde aquí.
Quedarme pequeña
como un grano de arena,
pero a vuestro abrigo,
desembarcada de la barca
azul.
a vuestro color,

A vuestro calor.

lunes, 31 de marzo de 2014

Las antípodas

Las antípodas

cómo embarcarme siendo isla,
cómo aislarme siendo nave.

Nunca debí dejarte solo.
En la esquina suroeste de europa
la suerte se dividió en dos
segmentos de segundos planos,
el atril de la superficie de tu ida
y mi paz al falsamente mirar
el escaparate de los trajes (de flamenca)
por donde, en lugar del pan,
tu cuerpo caminaba erguido
buscando el viaje
que te apartara de mí
o de ti mismo
o a mí misma
del pan.

me persigue el hambre
de haberte regalado mi soledad
en ese cristal egoísta.
Es la playa, la venerable playa
de mis infantiles logros,
tan real como el alimento que me predica,
la que avala la verdad de mi sensación,
su realidad y su causa sensacional y
real. Verdaderamente real.

verdaderamente
por ti comienzo
por hacerme amiga de tu suerte,
por mí termina
por embarcarme en las naves
que me trasladen lejos
aguas adentro mar
de un horizonte
que no perturbe
el armonioso y líquido y fresco
sostenido de tu boca o tu apetito…

Y me arrumbo en el ardiente deseo
de dejar de ser y estar
paloma, fuente, torre
o playa dejar de ser
para estar sólo isla
silenciosa,
como la que Google recogía
ya en las antípodas
de este suroeste.

viernes, 28 de marzo de 2014

El chocolate no se vende

(Siempre desprendo a los poemarios de toda la prosa que contengan cuando los voy corrigiendo, pero en este caso, el de Los cabezos amarillos dejaré incluido este relato, completamente verídico, :). Me divierte, y poéticamente explica muchas claves de algunos de los poemas. Y me gusta, tengo necesidad de alguna vez poder explicar las claves de mis poemas. Además para mí es un poema, no creo en las categorías de prosa y "poesía" (verso).


El chocolate no se vende

Cuando los coches se atascaban en los caminos de arena había un motivo para mi miedo que hoy revierte en risa. El seiscientos era muy pequeño, iba cargado con, algunas veces, siete personas (las dos más de mis abuelos cuando un año se vinieron a pasar los primeros días) más una bombona de butano y el peso de la tienda de campaña, amén de todos los bártulos necesarios para poder disfrutar dos meses de vacaciones en la playa. Es decir, entre su tamaño minúsculo, el del seiscientos, y el peso que soportaban sus ruedas se conformaba el imposible para rodar por los caminos de arena (nada llanos, nada asfaltados, arena pura y nada dura) sin algún tropiezo o lapsus en su marcha. Normalmente sucedía cuando sus ruedas cogían alguna hondonada más pronunciada. Yo siempre asomada a la ventanilla del conductor, mi padre, con la cabeza que casi se me escapaba del cuello que ahora imagino estirado como el de una mujer(niña) jirafa, olfateando el mar, los eucaliptos, los pinos y los distintos aromas verdes del bosque de este suroeste cayendo al mar.
De pronto, la falta de avance, el ruido extraño del motor que me chirriaba en los oídos y la expresión verbal de mi padre: Ea, atascado.
Sólo recuerdo una imagen que hoy califico como proverbial. Una vez todos fuera del coche, miro el seiscientos, y yo, aún tan pequeña en tamaño, cinco o seis años, hormiga que soy hoy, pues más hormiga entonces, lo percibo como pequeño -pequeño dentro literalmente de una hondonada de su exacto tamaño. O sea, no es que sus ruedas hubieran patinado, es que simplemente se había caído a un bache, a un precipicio, un buen precipicio de no más desnivel que 25 cms, los suficientes para que remontar le supusiera más que escalar, también literalmente, el puerto de las Palomas en la carretera que iba a Grazalema, cuando tenía que hacerlo con la primera metida, la primera. Esto significaba mucho más esfuerzo. Impotencia del pobre y noble seiscientos.
Sacarlo del apuro no era complicado. Los mayores extendían cartones o ramas secas de los árboles cercanos delante de sus ruedas, mi padre arrancaba el coche, los que podíamos ser útiles (sic) empujando, nos apostábamos en su parte trasera, con cuidado, el calor del motor, y así, normalmente salía del atolladero rápidamente. Si el bache era más hondo de lo previsto, de por ejemplo 35 cms de hondo, llegaba la última solución, la drástica, o sea, amarrarle al parachoques delantero una cuerda que comunicaba directamente con el opel negro enorme como un tren y mil toneladas de peso de mi tío. Es que es de HIERRO, decía mi padre, el seiscientos era de lata según él, pero el opel era de HIERRO, de hierro de verdad. Por eso pesaba tanto, y por su tamaño, claro, unos cinco metros desde mi perspectiva de entonces, tal vez 25, metros.
Esa era la solución radical, el plan B que si bien permitía la solución de un problema, también podría devenir en la llegada a otro peor. Es decir, que el enorme opel, al tener que tirar de un peso algo considerable, al fin y al cabo el seiscientos era un armatoste de metal y motor, fuera el que quedara enterrado en las sinuosidades de los caminos de arena.

Como esa vez sucedió.

Recuerdo las risas de mi tía y de mi madre. Juntas se reían absolutamente de todo, se lo pasaban bomba. A más risa de las dos, más cara de pocos amigos de mi tío, y viceversa y recíprocamente, claro, no recuerdo donde comenzaba el baile risas /mosqueo. Pero sí su cara seria, cabreado, mi tío, el bohemio de los dos hermanos, porque pintaba “cuadros”, que no vendía, claro, su trabajo era el de maestro de dibujo y trabajos manuales, y recuerdo a mi padre encendiendo un cigarro y no sintiéndose culpable. Mi tío tenía esa habilidad, lograr que cualquiera se sintiera culpable, por el no hablar, por el silencio y el cabreo contenido hasta que reventaba, y mi padre la habilidad de pasar de su hermano mayor cuando la situación emocional lo pedía. Normalmente le soltaba una gracia a la vez que iba disponiendo en su mente el engranaje correspondiente que le llevara a dar con la solución del problema, le comunicaba la idea a mi tío, la llevaban a la práctica y el problema se resolvía.
Mi padre volvió a montarse en el seiscientos aliviado del peso del resto de la familia, lo condujo con cuidado por el lado izquierdo del camino, ese por donde más hojas y ramas cubrían la peligrosísima arena, adelantó al opel y se situó justo donde antes, siguiendo la idea mi padre, habían extendido todos los cartones y ramas que en los minutos previos habían servido para sacar al mismo seiscientos del bache. Ahora la cuerda se disponía con sus cabos en puertos distintos, el delantero amarrado al motor del seiscientos. El trasero, al parachoques delantero del opel. Mi tío, aún con la cara de pocos amigos y de desconfianza completa en el proyecto, al volante de su opel, mi padre arrancó sus seiscientos verde clarito, primera marcha metida, yo con los oídos tapados, cada esfuerzo del seiscientos por aquel entonces se me figuraba que terminaba en explosión del cacharro saltando por los aires, temía por mi padre, mi tía y mi madre imagino que con algún rezo entre las risas nada contenidas, la guasa, el ruido del motor del seiscientos con el capó levantado para que no saliera ardiendo en el esfuerzo, la cara de pocos amigos de mi tío, primero muy lentamente rodaje sobre los cartones, otro tirón mas, otro ruido más-oídos más tapados, ojos cerrados apretados, y… ¡voilá!, ¡el milagro!, ¡el gran milagro!, las ruedas del opel de mi tío pudieron rodar (no más de diez centímetros) por la arena más firme. El seiscientos siguió tirando cada vez más alegre hasta que por fin ambos coches quedaron bien asentados sobre terreno firme.
Y yo pude respirar, y mi madre y mi tía no dejaban de reírse, y mi tío ya no tenía cara de pocos amigos.
Ah, es que aquel seiscientos era un héroe. Recuerdo las botellas de agua que mi padre siempre disponía cerca del motor, era el único riesgo, que se calentara más de la cuenta. Entonces mi padre le daba de beber, no sé cómo, y el coche seguía andando tan cantarín como siempre.
Pero esta vez su hazaña era de verdadero renombre, épica. Un minúsculo seiscientos sacando del precipicio de 30 cms a todo un opel de mil quinientas toneladas de peso (chispa más o menos).
Creo que mi tío no se lo perdonó en la vida. No sé si al seiscientos o a mi padre.
¡O a mi madre y mi tía!
Pero el caso es que ese año también pudimos llegar todos, seiscientos y opel incluidos, a la bajada que los cabezos amarillos, junto con su arroyo, disponían para que pudiéramos pasar las vacaciones más memorables. Allá junto a la torre árabe en ruinas. Allá iluminados en la marina noche por los carburos, allá donde casi me ahogo por segunda vez en mi vida si no hubiera sido porque mi primo me agarró de los pelos para sacarme del revolcón que la ola me había dado, allá donde comía chanquetes crudos recién pescados y donde sufrí el cólico de coquinas que hizo que mi padre y mi tío tuvieran que salir a toda pastilla (no sé si con el opel o el seiscientos) a buscar hielo para que no me deshidratara al pueblo más cercano, allá donde mi hermana pequeña terminó pudriendo casi todas las sillas de anea del chiringuito bar que nos hacía compañía. Y por el “nos” hay que entender dos tiendas de campaña con sendas familias en cada una cuyos miembros disponían de 10 kilómetros de playa de arena blanca para ellos solos, sin un alma salvo los domingos, uno de los cuales por primera vez vi una furgoneta enorme con la herradura pintada en sus flancos rodando por la arena mojada, a quien se le ocurre, decía mi padre, una furgoneta de una ferretería andando por la arena, se atascó, claro, también ella, pero para entonces y tras cuatro o cinco años, todos éramos expertos en extraer vehículos de gran tonelaje (sic) de sus atascos respectivos. Allá donde entre otros milagros presencié el más sencillo e inexplicable de todos desde mis ojos poéticos actuales, los pozos horizontales, los pozos que no necesitaban bombas para extraer el agua del acuífero correspondiente. Allá donde con tan sólo clavar una caña en los estratos amarillos de los cabezos, el agua manaba cristalina, clara, limpia y, además, irisada. Mis arcoíris son tan reales como la geología que nos garantizaba agua corriente, dulce y potable durante todas unas vacaciones de dos meses en la playa.
¿Qué por qué vacaciones de dos meses si mi padre no era el maestro?
Muy sencillo. porque mi padre era representante de chocolates Elgorriaga, o sea, vendedor.
Y ya se sabe, en el verano sureño, el chocolate no se vende.

Supongo que por eso me encanta.

miércoles, 26 de marzo de 2014

La vida en nueva

La vida en nueva

algo ha sucedido en el alma
de un hombre moreno
y su sonrisa descabellada
que me mata, algo ama,
algo ríe dentro de su vida
que me alegra vibrar
los párpados de mi risa
aflorando la novedad en el bálsamo
de los labios rosas y tiernos
como gajos de mandarina
que han tomado el sol
en la arena blanca de mi playa.

algo me prende
la vida en nueva.

la niña cuadrada, ya cuadrada
en los brazos de sus olas
de su madre el mar
gobierna sus esquinas
sin embargo y a pesar
del pudor que nace.
Ríe cincuenta años
después temblorosa
ante los amarillos cabezos.
no sabe
si la amparan
o la asustan
aún.
distingue
hoy.
Aquellos cabezudos
y aquellos ojos sendos
sin ojos que la miraban
mientras su madre la bañaba
en el mar de las olas rientes,
porque los cabezudos
sólo aparecieron
en la arena del mar
muerto y roto.
No existen ya.

medio siglo le ha bastado
para descubrir el pozo de estrellas
entre las rocas que escondían
a los cangrejos, a los erizos del revés
y a su hermana haciendo el indio
como hoy ella misma suele hacerlo
siempre, pero valientemente
sumergirme y nacer
a la transparencia de tus manos
acariciándome las ingles:
es el agua del mar que todo lo limpia,
como la Belleza anida en el lunar
de tu piel, púdica piel hoy
mi barrera
y mi sometimiento conforme
a mi amor
a tu libertad.

miércoles, 19 de marzo de 2014

La rosa eterna

La rosa eterna

se me rompe
un poco todo
solo un poco,
eso es bueno.

mas la quiebra siempre mide calores
y yo no soy
de medidas desmesurada
siempre atiendo
alcauciles en invierno,
rosas en verano,
dónde el verano dónde
la longitud del estero, la sombra
del árbol la juventud
de la herida la vejez
de la flor el crecimiento
del fruto me alimento
con adioses como otros osos
se alimentan de hormigas,
pero mi lengua sólo sabe lamer
y escarbar hasta el paladar.
con ella vadeo
algunos cursos del surco
que y qué solo
me vale denso
donde intento remontar
el barrizal de este barbecho
arando algo con mi boca
a su lengua y sus dientes.
la tarea es compleja, y, sobre todo,
indigesta, pero no hay bien
que sin malestar
llegue.

me colmo en tu vaivén,
por eso sé
que la risa volverá a brotar
desde esta boca abierta,
como la hierbabuena allá
en las azoteas de blanco, allá
donde mi abuelo Salvador
construyó todos los mayos
levantándome rosas en la mirada.

martes, 18 de marzo de 2014

Los mieles

Los mieles


Despertar el día
con lágrimas de alegría
significa amar más
allá de la noche.
Cuánta boca dulce emanan
los cabezos amarillos,
son gárgolas resplandecientes
ataviadas con la luna
de sonrisa de la chiquilla
afanada en la tumba de arena.
Que no reportará mieles
el triunfo descabellado del juego
soy, si tú me lo permites,
la que te limpia de arena
los párpados cerrados,
esas pequeñas bellezas
embebidas en el poniente
por la luz de la barca,
proa que allende el mar
conquista varales de cañas
verdes, como tus ojos, madre,
como tus ojos verdes
y mieles.

Y los que tú mirabas.
Y los que todos buscamos.

domingo, 16 de marzo de 2014

Parménides fue mi primer amor que eres tú

Parménides fue mi primer
amor que eres tú

es que necesito rey-
vindicarte.
si estás ahí
fue
porque tú y yo
así lo quisimos,
nos convino en un modo
esta especie
a nuestro modo
de hijos futuros de caínes y abeles
en sus encuentros de hienas
que solas miraban,
qué solas miraban
las leonas que se acercaban,
los leones que descansaban,
ellas llevan las mismas tetas de mi sexo
ellas llevan los mismos te(s)tos de tu sexo.
Yo no amo a las hienas
injustamente,
en nada injusto te amo, hombre
recio, simbiosis
de La Costra en mis sienes.
Mas sí te necesito
en mi pecho unido
a mi cerebro.

Ella es la enemiga que creamos.
Y Ella me ha robado
lo que más quiero
lo que más deseo,
lo que necesito,
a mi compañero en la vida
de esta física tesitura.

Qué te habrá robado Ella
a ti.

No importa seamos
más o menos, Dios
diría si existe más allá
de los claveles y las fuentes.
Pero este lugar de presente,
siempre el sitio,
anhela su justicia de tiempo,
como ya te dije algún día,
nuestro compañero.
Y en él, si tú no hablas,
no hay luz que brille,
eje que la decline
o sombra que la represente,
fuera lo que dijera Platón
y todos los que tras él
malinterpretaron.

es que yo me quedé allá,
junto a los presocráticos,
a la intemperie
en nuestro
al final
primer
encuentro.

lunes, 3 de marzo de 2014

Atasco

Atasco

sabes que un poema me vino
a la boca cuando te vi amaneciendo.
Las descerebradas señales de tráfico
hacían caso omiso de tu paso.
Los parachoques brillaban
por tu ausencia.
La mitad de la luna
dibujaba tus sabores.

Juré que no quisieron olvidar.

hay días, ya algunas
noches
en las que se desquicia la torre
de la iglesia, suelta su freno
y de capa caída cae.
Ciega la salida de la calle.

viernes, 28 de febrero de 2014

La distancia

La distancia

Se es feliz con el despertar de la noche,
tan aletargado como un brote
de semillas tiernas, tan delicado,
soy feliz sin pensar en el sorbo de agua
que la sed nos necesita, tan dulce ella,
la sed, nos calma la sed
de venganza por haber nacidos
tan desviados del hemisferio celeste,
nos duele la aventura,
ah, tan torcidos somos, sólo
la imaginamos sin ser vista,
allá en el horizonte del mar
que reverbera como una bolsa de plástico blanco
que hubiera huido de algún buque
transportador de cereal:
tan gigantescos contenedores
de hambre para un hambre
tan humana y tan pequeña.

No cabe en la boca
la horizontal del cielo,
pero podemos hundir el barco
con nuestro dedo:

Somos tan solos
y tan grandes somos
los mismos.
 
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