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martes, 18 de diciembre de 2012

Parable en inglés significa parábola (me balanceo)

Parable en inglés significa parábola
(me balanceo)

el deshielo suena
un estruendo sordece
la felicidad
estimable el corazón
resuena sirena
oscilante
la tierra gira
sobre sí misma
se balan
cea sobre
el eje

cualquier palabra
la hemos pronunciado
cualquier metro
cuadrado de suelo
lo hemos pisado,
cualquier molécula
redonda de aire
de alguien
me llega
de cualquier
sin tiempo
qué hay nuevo,
nuevo?
la nada es nuevo
siquiera nueva
nada hay.

hartazgo finito.

desbrozasienes.

un árbol
un árbol                 siempre
es nuevo

sobre
esta
tierra
sin con
suelo
de qué
suelo

habláis

de qué
suelo
sin con
suelo
sin con
suelo
sin con
suelo

de-so

siego

los caña
verales.

parables.

mis cabezos amarillos.

(Sofía Serra)

Parménides fue mi primer amor que eres tú

Parménides fue mi primer amor que eres tú

es que necesito rei
vindicarte.
si estás ahí
estás
porque tú y yo
así lo quisimos
nos convino en un modo
esta especie
a nuestro modo
de hijos futuros de caínes
y abeles redomados
en sus encuentros de hienas
que solas miraban,
qué solas miraban
las leonas que se acercaban,
los leones que descansaban
ellas llevan las mismas tetas de mi sexo
ellas llevan los mismos te(s)tos de tu sexo.
Yo no amo a los alacranes
injustamente.
Yo en nada injusto te amo, hombre
recio, simbiosis
de la Costra en mis sienes
de cabezos.
Mas sí te necesito
en mi pecho unido
a mi cerebro amarillo.

Ella es la enemiga que creamos.
Y ella me ha robado
lo que más quiero
lo que más deseo,
lo que necesito,
a mi compañero en la vida
de esta física tesitura.

Qué te habrá robado a ti
Ella.

No importa seamos más
o menos Dios
diría si existe más allá
de los claveles y las fuentes.
Pero este lugar de presente,
siempre el sitio,
anhela su justicia de tiempo,
como ya te dije algún día,
nuestra compañía.
Y en él, si tú no hablas,
no hay luz que brille,
eje que la decline
o sombra que la represente,
fuera lo que dijera Platón
y todos los que tras él
malinterpretaron.

es
que yo me quedé allá junto
a los presocráticos,
a la intemperie
de nuestro
al final
primer
encuentro.

Sofía Serra

lunes, 17 de diciembre de 2012

El perro de agua

El perro de agua

esos tamaños grises de tus huellas
en la orilla me hablan de tus pies.
ah, cuánto tuvo que dolerte,
¿verdad?
Verdad.

abrir la cola en canal,
despegar
escama por escama,
separar
cada espina
extraer
cada nervio
llegar
a la médula,
y oh, sorpresa, era bífida
como tus ojos y tus manos
y hasta tu cerebro.
A partir del hueso
ya sufriste menos,
sencilla operación
de invertido camicace
que en vez de suicidarse
multiplica su mitad
corporal
desde abajo,
lo único
que se necesita
para ser
el hombre andando
desde arriba
golpea el mar
con la fuerza de su puño.

quedaba lejos
tu blanda apuesta de soslayo
y penitente reserva yo
qué más querer que
ser tu herida
para que así
me lamieras.

Sofía Serra (De Los cabezos amarillos)

sábado, 15 de diciembre de 2012

La lírica

La lírica

Mira que amé a los Beatles, mira que conformaron agua de mi agua, que congratularon la correntía de mi sangre por los cabezos azules de la adolescencia. Allá ellos ya muertos, yo los descubría, cono siempre, mis mitos, mis dioses, todos ellos han muerto siempre antes…
Nada como su música, su armonía entretanto descabello. En ellos todo se evidenciaba, la necesidad de aprender, mi gusto por el lenguaje, mi necesidad de héroes.
Pero hete aquí que a través de ellos descubrí la canción (es “canción”, pieza menor musical) Nights in white satin.
Y entonces todo encajó.
Mi cuerpo de hembra mayor
siendo mente objetora
de sujeta trascendente
de mi voluntad,
que ni aún ahora.
Después todo se hizo
como la vida que todos
disponemos.
Todo está escrito,
yo os lo digo, mujer
del siglo XXI,
todo lo han escrito
para nosotros, seamos quienes
seamos los que llegamos
o vivimos en la noche
del jardín azul.

Hasta los cabellos blancos
enredados en mis dedos saben
a música
mía tu música Noche
sola noche
azul por blanca
que te nombraran
sé bien
nunca
te viviré
más dentro
mía,
es decir,
en mi nombre
eres tú.







viernes, 14 de diciembre de 2012

El año de la coronación


El año de la coronación

Sucedió en su fecha, el año
del descubrimiento, el año
en que me colon-
izó el huevo
claro
con el que me coronó
mi madre trigueña
clara
con la tortilla de patatas.
De allí llegó la desarrollable,
el conocimiento de lo inexplicable,
la opacidad del agua,
el brillo de los ojos oscuros
de los dos amantes, la vergüenza
de mi desnudez limpia
en los brazos amorosos
de mi madre, que me coronó,
sí, me coronó con su amarilla
tortilla de patatas servida
en el plato de plástico azul.
La hermosa y bella mía no sabía
que la asaeté todo el día
con el capricho y las flechas
de los celos de mi prima
tan sólo por hacerle justicia:
¡qué no, que mi madre
hace las tortillas mejor
que tu madre, mi tía!
Mi prima se iba donde los alemanes,
rubia, siempre princesa,
se la llevaban sus padrinos
muchos días a un lugar
que hasta 40 años después,
tan alta me quedaba mi prima,
no pude conquistar,
ya mediante otras armas
y otro color, el verde
de la higuera o de La Higuerita.
Yo, como no
los tenía,
o sea, sí,
pero como eran mis abuelos,
como si no los tuviera,
así que ni disponía de animales,
digo, padrinos que se iban
donde los alemanes,
ni siquiera higueras
con las que matar
a las cañas, como Afrodita
sí la tuvo luego.
Me bastaban mis hermanas
y el calor del cuerpo de mi madre
cuando me arrebujaba en la toalla
tras el baño de la tarde
en el agua clara de los manantiales
donde mi piel quedaba limpia
de sal y de arena y de calor.
Dulce y fresca quedaba yo.
Mi madre, mi madre
siempre me limpiaba,
siempre me endulzaba.

Pero llegó el fatídico día,
el de la coronación
del huevo pasé a la espina,
no del huevo, no, el huevo
es fruto, comprendí
las otras de mi madre
justa en el instante.
Las que no supe asimilar
fueron las de las miradas
sonriente—¿por qué sonreían?—
de la pareja justa y junta
que me observaba cuando,
por las manos amorosas de mi madre,
mis piernas entreabiertas en el mar
les mostró lo que ellos
nunca pudieron tener
ni antes
ni después:
un hijo,
una hija
con un
culo limpio,
un pimpollo de carne blanca
entre tanta piel morena
fruto de un bajo vientre,
llorando o riendo
según amanecieran
el día o la noche, jugando
con la arena con su padre
a construir murallas de arena
para que la suave ola
la lamiera embebiéndola,
y desaparecieran, acompañando
a su madre con la leche
de la más pequeña o asaetándola
todo el día con el capricho
de una tortilla de patatas
hecha en aquella cocinita
cuidadosamente dispuesta
entre cartones decorados
con tazas de chocolate
bebido por un niño risueño,
que la aislaban de los vientos
de levante o de poniente.
Ni los diseñadores suecos de Ikea
han aventajado las ideas de mi padre,
ni mi tortilla a la de mi madre,
comistrajo que no me gustaba
por entonces, el huevo sólo
me entraba pasado por agua,
el agua dulce de los manantiales
de agua clara —la clara clara
sólo por el agua me gustaba—
pero es que su prima, o sea mi prima,
la prima,
tan de los alemanes, había osado
cuestionar el buen hacer
de las manos
de mi madre.

Claro, era princesa.
Mi prima.

Fue un año fatídico
para una que ya no
recuerdo, o sí.
Ahora me ensordece su voz
anunciadora, nuncia
profética del nacimiento
del disfraz de la mesías:
la india.
Y mi madre la mandó retratar,
vestida de blanco
tan ingenua
pero muy morena,
había nacido desde el peor
mal de nuestros males:
La codicia.

Nació la india en Agosto
en la ciudad tras la playa
el año del descubrimiento
de un continente imparable: Am-
ar aunque la maten.

Aunque me maten
o me mate
yo misma.

Total, yo ya estoy coronada,
con espinas de madre,
con tortilla de patatas
y hasta con plumas de aves,
niña blanca o india nave
con alas como las
que salieron de esa orilla
hacia la otra.
De la menudencia, la pequeña
violencia, el sabotaje,
a
las catástrofes, las hecatombes,
los holocaustos,
de más o de menos
millones de inocencias
tienen siempre el mismo origen:
el capital de las legiones
que nos oprime y nos consiente,
ya provenga de celos de princesas,
de ausencia de justicia
o presencia de alemanes,
de la codicia de hueros amantes
o del amor de una
dulce madre
que padeció
espinas
de
orfandad
y
de
hambre.

(Sofía Serra. De Los cabezos amarillos)

Finales Agosto 1970






Cantores por la bahía

Se me han saltado las lágrimas al ver a mis cabezos amarillos, en dos ocasiones aparecen, una por el principio y otra por el final, con su torre derruida y todo. Pero la sevillana es preciosa, de las que más me gusta bailar, siempre me emocionan. Demasiado. Siempre.
Y no me los esperaba.
He llegado casualmente a este vídeo.
Todo me lleva.
El poema camina y yo lo sigo
Cuando consiga una nueva cámara será lo primero que haga, como sea, me iré a pasar el día retratándolos. No puedo más. No puedo más. NO quiero poder más.

La vida imposible I (charla una madre con su hijo de 20 años)

La vida imposible I
(charla una madre con su hijo de 20 años)

la felicidad sólo consiste en apreciar
lo que se tiene cuando se tiene.

No importa qué se haga, Manolito,
el resultado siempre es el mismo.
Si aprecias, no lo digas.
Si amas, no lo expreses.
Si quieres que quieran
de ti, nunca des.
Hasta aquí ha llegado
y desde aquí ha nacido
el hombre cuadrado siempre,
cualquiera de nosotros aunque
tal vez yo y como yo
algunos que no conozco
nacimos con la particular
virtud o el vicio de hacernos

la vida imposible:

amar y no ser amados,
dar y no ser recibidos,
despeñarnos por el abismo,
ya nada insondable,
del no ser más
que (en la mirada) del otro.

La verdad, la única verdad, la pura verdad
en este mundo es que el ser humano
sólo quiere aquello que no tiene.
No te des: te querrán
No des de ti: necesitarán de ti.
No des bondad: te verán bueno.
No des belleza: te verán bello.
No des amor: te verán amable.
No estés: estarán.
No te seas: serán.

Provoca miedo: obtendrás respeto.
Provoca dolor: obtendrás amor
Provoca necesidad: obtendrás veneración.

Esta es la cordura del hombre.
Esta es la locura que me ha vuelto cuerda
desde mis cero años a mis cincuenta.
No tardes tanto en convencerte.
Sobrevivirás más saludablemente.

Y al final te rendirán honores
llorando por tu ida.
Probablemente hasta se dirá
que fuiste un enorme ser humano,
y casi seguro, un gran Poeta.

Te recordarán los siglos
aunque tú no recuerdes
el día que naciste
a la vida,
hijo.

(Sofía Serra)

miércoles, 12 de diciembre de 2012

La nieta del samurai

La nieta del samurai

“Dios que buen vasallo
si oviesse buen señore”
(Cantar del Mío Çid)

Hoy tengo constancia documental de que soy nieta de militante del PSOE y sindicalista de la UGT, portavoz del partido desde la llegada de la república en 1931 y posteriormente concejal por el Frente popular en un ayuntamiento sevillano. Leyendo esas actas, he entendido muchas cosas buenas de mi carácter, heredadas de él, sin duda, sin duda alguna; pero se me han quitado las ganas de escribir. Ni siquiera para rendir honores a mi abuelo materno me quedan. Se lo cargaron como a tantos otros. Es lo menos destacable. Hubo muchos. Un millón de muertos sólo durante la contienda.
Pero no he soportado saber que fue torturado.
La muerte no me da miedo, ni el dolor, pero sí la muerte en vida. Horrores le temo. Infinito. Sólo desde ahí entiendo que haya seres humanos que pueden torturar a otros. Hacer daño a sangre fría. Zombies, sólo zombies. Cuerpos sin cerebro ni células espejo.
Ahora sé por qué se volvió loco según siempre he oído contar (esa fue la notación oficial en su partida de defunción: enajenación mental) y se suicidó, interpretación de la niña de cinco años que era mi madre por aquel entonces (1940).
Pero se me han quitado las ganas de escribir, de todo… de todo.

He arremetido en mi interior contra el PSOE: ya no le debo nada, ya no lo seguiré votando nunca más, ya os di la vida de mi abuelo. Y a cambio seguís sin entender que nos habéis dejado huérfanos. Como a mi madre la dejaron los otros.

A mi madre siempre le ha dado miedo el agua, nunca buena nadadora. Si se alejaba del borde más de un metro, se hundía. Literalmente. Yo siempre he sido buena nadadora. Ella buscaba a su padre en el agua de la taza del retrete, porque había oído que ese agua llegaba al río, que fue donde lo encontraron con una herida (sic, no se especifica más) en la cabeza, muerto, en La Barqueta. Natural que esa niña le cogiera miedo al agua. Natural. Se había llevado a su padre el agua... El agua.

A mí nunca me lo ha provocado, el miedo el agua, a pesar de que en un par de ocasiones estuve a punto de ahogarme. De una me salvó mi otro abuelo, Salvador se llamaba, providencial nombre para mí. Con dos o tres años se me ocurrió intentar llenar un cubito de juguete con el caño de agua que caía sobre una piscina o alberca. Me recuerdo, el cubo azul con el asa verde, recuerdo el brillo del sol en el caño de agua, en el agua borboteante y transparente. Su fuerza y el peso del cubo al llenarse pudieron con el cuerpo aún muy pequeño. Cuando miraron yo estaba bocabajo flotando. Él me rescató. Después fue mi primo en el mar, por la melena.
La melena. De un tirón. Y las burbujas y la placidez del dibujo en HDR de la corriente del agua en la ola.
No, nunca me ha dado miedo el agua.
Pero la crueldad humana sí me puede.
Algunos posmodernos llaman a la crueldad “hijoputez”. Y yo les digo: NO. No, hijaputa yo. Es lo que quiero ser. Eso quiero ser de mayor, una gran hija de puta a partir de mis cincuenta.

Esta es la amarga constancia de que el mal y la injusticia sólo generan odio. Y el odio sólo trae nuevo mal. El círculo nunca se rompe.
A menos que nos esforcemos.
MUCHO.

Que nadie vuelva a decirme nunca más que no son tiempos para poetizar ni hablar sobre el amor.
Porque lo mataré, lo mataré con mis propias armas.
Me recogeré la melena.

(Dato documental extra también aportado hoy a estas manos: tengo un HLA-B39 en mi sangre proveniente de mi abuelo Miguel Giráldez Barrera, carpintero de Morón de la frontera, concejal de hacienda y gremios de su ayuntamiento. En el acta del 25 de Julio de 1936 ya no aparece su firma. Tengo ascendencia japonesa.)

lunes, 10 de diciembre de 2012

Las antípodas

Las antípodas

cómo embarcarme siendo isla
cómo aislarme siendo nave.


Nunca debí dejarte solo.
En la esquina suroeste de europa
la suerte se dividió en dos
segmentos de segundos planos,
el atril de la superficie de tu huida
y mi paz al falsamente mirar
el escaparate de los trajes (de flamenca)
por donde, en el lugar del pan,
tu cuerpo caminaba erguido
buscando el viaje
que te apartara de mí
o de ti mismo
o a mí misma
del pan.

me persigue el hambre
de haberte regalado mi soledad
en ese cristal egoísta.
Es la playa, la venerable playa
de mis infantiles logros,
tan real como el alimento que me predica,
la que avala la verdad de mi sensación,
su realidad y su causa sensacional y
real. Verdaderamente real.

verdaderamente real
por ti comienza
por hacerme amiga de tu suerte,
por mí termina
por embarcarme en las naves
que me trasladen lejos tuya
aguas adentro mar de un horizonte
que no perturbe
el armonioso y líquido y fresco
sostenido de tu boca o tu apetito…

Y me arrumbo en el ardiente deseo
de dejar de ser y estar
paloma, fuente, torre
o playa dejar de ser
para estar
sólo isla silenciosa,
como la que Google recogía torpemente
ya en las antípodas
de este Suroeste.

Sofía Serra (De Los cabezos amarillos)

sábado, 8 de diciembre de 2012

La estatua de mármol

La estatua de mármol

Querer desentrañarte
o desentrañarme,
dejar que el dolor aflore
como los manantiales
desde el pecho de los cabezos amarillos.
Las cañas habrán de ser verdes
dedos que enraícen
en cada uno de mis huesos.
Así, en vez de mamas ves florecer
brotes de aulagas, retamas
arbustos costeros cubiertos
de flores blancas y grises.
Sus hojas decimonónicas
tan aromáticas endulzan
el aire tibio que emana
el sentimiento de haberme
descubierto viva aun
enterrada bajo tantos estratos
de arenas fósiles.
la lluvia verdea las lindes
—es invierno en este sur—
de la casa que cada año
estrenamos: a nuestros pies
la estampa de la playa
y la escritura sobre ella
con el cálamo de la caña
más dura, ya reseca
y quebradiza.

Qué me pedirá a cambio la naturaleza
ahora que olvido el granito
y las arcillas de las encinas
sino mi misma vida

que despierta con el dolor
conquistando cada espacio
intercostal
marmóreo,
las caderas
y mi pecho
horadado.

fundir en la misma empresa
la baja-amar y el desentierro
de la estatua con sus blancos
brazos.

(Sofía Serra. De Los cabezos amarillos)

jueves, 6 de diciembre de 2012

El alma desterrada

El alma desterrada

El corazón no duele,
pero a cambio
el cuerpo desaparece.


La sangre me hierve
y cuando llega a su natural
condensación por el frío
que me rodea, me chorrean
las lágrimas, agua y sales
como la urea que al matojo reverdece,
el poso es tierra donde
el cañaveral germina y crece,
mas estoy
a revienta calderas
y el barco de vapor
busca el otro motor
de aceite y gas
que me suprima
de esta artificial suerte
de esperar sobre cabezos rojos
cuando los amarillos
me destilaron
los siete colores del arco iris,
me explosione
y, convertida en humo
y celeste e intangible,
vuele por los aires
hasta mi padre marítimo
una vez
él también se condense
en olas de salinas
y reales y blancas
tempestades o ciudades,
no importa
si pequeñas o grandes urbes.

5 de diciembre de 2012 (Los cabezos amarillos)

A mis cabezos amarillos no los toca ni Dios (o su representante en la tierra)

Hay que joderse, ahora resulta que de mis cabezos amarillos partieron los camellos que llevaron los presentes al niño Jesús el día, o semanas después, de su nacimiento.

Pase que me la haya tenido que tragar cuando este señor, Ratzinger, ha eliminado de un plumazo a mis dos "reyes" animales de mis poemas del portal de Belén, la mula con la que me identifico yo misma, y el buey, con la que identifico el norte poético que contradictoriamente sitúo en una tradición suroriental traída aquí desde tiempos inmemoriales (sólo hay que comparar las mitras con la que los atenienses adornaban a sus bueyes en las panateneas y compararlos con las que se siguen usando en una procesión festiva de también raíz religiosa como es la más conocida de este suroeste europeo, vulgo El rocío,  para comprobar que la poética es sólo cuestión de pensamiento y conocimiento. Las relaciones ancestrales entre el oriente mediterráneo y el occidente ya atlántico son bien conocidas por todos los historiadores). Pero por lo que no paso es porque use a mis cabezos amarillos como región de origen de un cuento, que si bien no tiene nada de malo, yo terminé por odiar conforme fui haciéndome mayor: no hay nada que más me fastidie que regalar juguetes a niños cuando al día siguiente tienen los criaturas que levantarse temprano para ir al colegio.

Lo que (nos) faltaba a esta región tan insufriblemente mal conocida y tergiversada en todas sus manifestaciones culturales como es el suroeste español.

Señor Ratzinger, una de dos, o usted no ha sido instruido en un mínimo conocimiento de la historia de la Hispania romana (digo esto por ceñirme la fecha en que  según calendario actual situamos el nacimiento de un personaje que todos conocemos como Jesucristo, es decir, año I , o sea, no sabe que en la época que nació Jesucristo, aquí en este suroeste, de reyes, nanay, como mucho, patricios romanos y resto de pueblo íbero, o sea, los turdetanos, descendientes de los antiguos tartessos danzando por las marismas del Guadalquivir y mis cabezos amarillos, el lago Ligustinus y las minas de plata y cobre de sus serranías (Aznalcóllar, Castillo de las Guardas, Ríotinto), o bien no se ha leído la Biblia, concretamente algún salmo, alguna parte del los libros de Salomón o el libro de Ezequiel que yo recuerde, donde se menciona  a Tarsis  como lugar con el que se comerciaba y desde donde llegaban grandes barcos cargados de metales preciosos (excepto el oro), todo esto sobre el siglo X a.C. es decir, novecientos años antes  de que es niñito precioso naciera en un pesebre, niñito contra el que no tengo nada sino más bien todo lo contrario, mi segundo nombre es en honor de su nacimiento, leyenda o no, porque nací en su noche-buena.

En contra de lo que sí tengo es de que por su poder, por el poder que usted detenta,  la subcultura siga propagándose por este mundo, con el inconveniente añadido de que como  sureña tenga que aguantar  que toda referencia folklorista nos sea endosada a esta región, como si no tuviéramos ya bastante con el daño que el gusto por la extensión del analfabetismo, gusto propio de todos los fascismos y políticas de derecha desarrolladas en este occidente europeo, ha provocado en este sur, y concretamente Suroeste.

Señor Ratzinger, no le consiento que a mis cabezos amarillos los convierta en patria de la infracultura. Le aconsejo se encomiende a la Virgen del Rocío por el cabreo que sus manifestaciones me han provocado, pero recuerde que haciéndolo no estará más que rezándole a la Astarté-Venus-Afrodita fenicio/romana/griega que sentó sus reales (y seguro que bellas) posaderas en las dunas cercanas a mis cabezos amarillos, es decir, su culto será tan pagano como el que mis ancestros, los tartessos, ya profesaban 1000 años antes de que naciera ese personaje que, sin pretenderlo, favoreció que un mensaje tan ideal para el hombre como es el del amor, fuera ninguneado por el castillo ignorante desde donde usted sigue repartiendo bendiciones a diestro y siniestro, sin conocimiento alguno de que el orbe es mucho más profundo, y sureño,  de lo que sus papales entendederas llega a comprender.

Dese de camino una vuelta por Sanlúcar de Barrameda, frente a las dunas y cercana a mis cabezos amarillos,  y entonces entenderá por qué jamás de losjamases los RRMM pudieron partir de este Sur: le habrían llevado como presente al niño Jesús en vez de los insulsos regalos del oro-incienso-mirra,  una buena caja de mantecados de La Rondeña y seguro que a sus padres unas cuantas botellas de manzanilla y una caja de langostinos, pues ya se sabe que ambos, el marisco y el vino, comportan los nutrientes más recomendables para reponerse después de los esfuerzos de un parto y una paternidad putativa.

(Sofía Serra)

martes, 4 de diciembre de 2012

El renacer

Llego y desembarco y, aunque estéis, no dependo de vosotros. La playa es también mía, soy más libre que vosotros, más sabia, porque he conocido. NO importa que me reconozcáis, me sobráis. Ni os detesto. No conformáis peligro ni alegría. Nada.
Soy yo
y los cabezos amarillos
y el niño que va conmigo.

vuelvo a la nostalgia
de una duda que mantuve
orillada entre tu desembocadura
y la mía porque, un arroyuelo,
¿no supone el acaso
de dos manantiales
que se unen?,
el del agua y el de la tierra.

¿Qué significa amar
sino morir lentamente
cuando se ama lentamente?

Recojo LPDA, que puso el lacre a mi espalda cerrando la costura desde tiempo inmemorial abierta, y cada poema se deposita en un gesto actual, de hoy, dos años y pico después.
A veces odio la poesía.
Pero es ella.
Y debo confiar.
Por más que me duela.
¿Quién quiere morir por amor?
¿Quién muere por amor?
Por amor ni la rosa se avejenta.

Lo he dicho varias veces. No me gusta publicar poemarios, libros. No me gusta. No me encandila. No me aporta nada (alguna alegría como la de mi madre, o como la de aquel querido amigo…). Siempre he odiado el plus de recuerdo que conlleva la escritura, incluida la fotográfica. No me gusta retomar a no ser que de mí salga. Poemarios escritos años ha o tal vez sólo algún mes terminados de revisar, ahora de nuevo en las manos adquiriendo semblante que sólo me trae tristeza. No me recuerda. Sólo es acritud de su descolocación en el presente. Ellos se ingieren a sí mismos y el tiempo les da su medida, pero ella no es la mía. Yo vivo con la luz, y la luz es el continuo, el “continuum”… lo único que me interesa seguir haciendo, continuar haciendo.
Que publiquen los otros.
Yo sólo quiero hacer.
Yo sólo soy feliz haciendo, encontrándome y encontrándote, todo lo demás no tiene que ver conmigo. Es ajeno. Es de ellos. Mis poemarios son ya de ellos. No deseo formar parte de la estructura. No formo parte más que de mí misma y la esencia que me (NOS) da de comer.
Me alieno, nací así.
Soy feliz así.

Sofía Serra (El desembarco, Los cabezos amarillos)

El alma del poeta

El alma del poeta

Es que te veo caminando
por donde yo anduve
sin saber
qué perseguía
sin saber
qué andaba
buscando,
que mirando,
te conocía.

ya los mirtos me jalearon
la osadía de romper
con la aurora, beber de los pozos
negros y hundir los bajos de mi alma
en el hueco duro de la encina,
y ahora los matojos, las piquetas
de la tienda y las esquinas de los cabezos
también cuadrados y rojos
me entristecen sin recordar
tu amarillo.
Será que sobre las margas azules
los naranjos no florecen.
A cambio las siempre vivas
blancas siempre casi grises
renacen desprendidas
de su arena isocromática.
la niña las recoge aprovechando
que el viaje se detiene.
Reúne el pequeño ramo
que la mujer blanca
lleva a su pecho.
Practica el gesto
de arrullar
el alma del poeta.

a estas bajuras de mi vida
me encuentro muy cansada
me detengo y siento
ser alguien que no desea
indicar el camino.
pero no tanto
como para no
acompañar
en él.

Ya que conocido, las margas
azules
guardan huellas de los cabezos
amarillos
gesticulan sus manantiales
irisados
alentando el alma
del poeta.

como pecho de hombre
tumbado
los cabezos amarillos
contemplan
mis costillas esparcidas
por la orilla mojada
reclaman
el mar de mi especie:
reconstruirte
en el mármol
que me acoja.

Sofía Serra ( de Los cabezos amarillos)

domingo, 2 de diciembre de 2012

Las margas azules

Las margas azules

De qué nos quejaremos cuando
las fuerzas nos abandonen
en esta pena extraña
que se asoma a los cabezos
de qué nos lamentaremos
en este paisaje que se aflora
al viento del desvío
donde tu soledad me comunica,
tus andanzas sobre los fuegos
y las azules margas resbaladizas…
mas yo tiento, palpo
te toco absoluto respirándote
en la sin palabra colmada
la razón de no ser intrusa
en tu mundo.

Y ya que me llevan y viajo
redonda no sé hacia dónde
o sí el aire agita mi falda
cómo tan enormes
se mueven
y yo no me caigo
por sus acantilados… Bajar
significa poder
alimentarme,
los peces pequeños
se hablan de tú
a tú a mis pies
que también son pequeños.

la espalda posee el dolor
segmentado de lo impreciso,
no arranca ni duerme
cuando el cansancio aboca
a la incertidumbre
del futuro día,
el lugar del límite
en blanco
el abismo
de la esperanza.

Sofía Serra (de Los cabezos amarillos)

viernes, 30 de noviembre de 2012

El chocolate no se vende

El chocolate no se vende

Cuando los coches se atascaban en los caminos de arena había un motivo para mi miedo que hoy revierte en risa. El seiscientos era muy pequeño, iba cargado con, algunas veces, siete personas (las dos más de mis abuelos cuando un año se vinieron a pasar los primeros días) más una bombona de butano y el peso de la tienda de campaña, amén de todos los bártulos necesarios para poder disfrutar dos meses de vacaciones en la playa. Es decir, entre su tamaño minúsculo, el del seiscientos, y el peso que soportaban sus ruedas se conformaba el imposible para rodar por los caminos de arena (nada llanos, nada asfaltados, arena pura y nada dura) sin algún tropiezo o lapsus en su marcha. Normalmente sucedía cuando sus ruedas cogían alguna hondonada más pronunciada. Yo siempre asomada a la ventanilla del conductor, mi padre, con la cabeza que casi se me escapaba del cuello que ahora imagino estirado como el de una mujer(niña)-jirafa, olfateando el mar, los eucaliptos, los pinos y los distintos aromas verdes del bosque mediterráneo cayendo al mar.

De pronto, la falta de avance, el ruido extraño del motor que me chirriaba en los oídos y la expresión verbal de mi padre: Ea, atascado.

Sólo recuerdo una imagen que hoy califico como proverbial. Una vez todos fuera del coche, miro el seiscientos, y yo, aún tan pequeña en tamaño, cinco o seis años, hormiga que soy hoy, pues más hormiga entonces, lo percibo como pequeño -pequeño dentro literalmente de una hondonada de su exacto tamaño. O sea, no es que sus ruedas hubieran patinado, es que simplemente se había caído a un bache, a un precipicio, un buen precipicio de no más desnivel que 25 cms, los suficientes para que remontar le supusiera más que escalar, también literalmente, el puerto de las Palomas en la carretera que iba a Grazalema, cuando tenía que hacerlo con la primera metida, la primera. Esto significaba mucho más esfuerzo. Impotencia del pobre y noble seiscientos.

Sacarlo del apuro no era complicado. Los mayores extendían cartones o ramas secas de los árboles cercanos delante de sus ruedas, mi padre arrancaba el coche, los que podíamos ser útiles (sic) empujando, nos apostábamos en su parte trasera, con cuidado, el calor del motor, y así, normalmente salía del atolladero rápidamente. Si el bache era más hondo de lo previsto, de por ejemplo 35 cms de hondo, llegaba la última solución, la drástica, o sea, amarrarle al parachoques delantero una cuerda que comunicaba directamente con el opel negro enorme como un tren y mil toneladas de peso de mi tío. Es que es de HIERRO, decía mi padre, el seiscientos era de lata según él, pero el opel era de HIERRO, de hierro de verdad. Por eso pesaba tanto, y por su tamaño, claro, unos cinco metros desde mi perspectiva de entonces, tal vez 25, metros.

Esa era la solución radical, el plan B que si bien permitía la solución de un problema, también podría devenir en la llegada a otro peor. Es decir, que el enorme opel, al tener que tirar de un peso algo considerable, al fin y al cabo el seiscientos era un armatoste de metal y motor, fuera el que quedara enterrado en las sinuosidades de los caminos de arena.
Como esa vez sucedió.

Recuerdo las risas de mi tía y de mi madre. Juntas se reían absolutamente de todo, se lo pasaban bomba. A más risa de las dos, más cara de pocos amigos de mi tío, y viceversa y recíprocamente, claro, no recuerdo donde comenzaba el baile risas /mosqueo. Pero sí su cara seria, cabreado, mi tío, el bohemio de los dos hermanos, porque pintaba “cuadros”, que no vendía, claro, su trabajo era el de maestro de dibujo y trabajos manuales, y recuerdo a mi padre encendiendo un cigarro y no sintiéndose culpable. Mi tío tenía esa habilidad, lograr que cualquiera se sintiera culpable, por el no hablar, por el silencio y el cabreo contenido hasta que reventaba, y mi padre la habilidad de pasar de su hermano mayor cuando la situación emocional lo pedía. Normalmente le soltaba una gracia a la vez que iba disponiendo en su mente el engranaje correspondiente que le llevara a dar con la solución del problema, le comunicaba la idea a mi tío, la llevaban a la práctica y el problema se resolvía.

Mi padre volvió a montarse en el seiscientos aliviado del peso del resto de la familia, lo condujo con cuidado por el lado izquierdo del camino, ese por donde más hojas y ramas cubrían la peligrosísima arena, adelantó al opel y se situó justo donde antes, siguiendo la idea mi padre, habían extendido todos los cartones y ramas que en los minutos previos habían servido para sacar al mismo seiscientos del bache. Ahora la cuerda se disponía con sus cabos en puertos distintos, el delantero amarrado al motor del seiscientos. El trasero, al parachoques delantero del opel. Mi tío, aún con la cara de pocos amigos y de desconfianza completa en el proyecto, al volante de su opel, mi padre arrancó sus seiscientos verde clarito, primera marcha metida, yo con los oídos tapados, cada esfuerzo del seiscientos por aquel entonces se me figuraba que terminaba en explosión del cacharro saltando por los aires, temía por mi padre, mi tía y mi madre imagino que con algún rezo entre las risas nada contenidas, la guasa, el ruido del motor del seiscientos con el capó levantado para que no saliera ardiendo en el esfuerzo, la cara de pocos amigos de mi tío, primero muy lentamente rodaje sobre los cartones, otro tirón mas, otro ruido más-oídos más tapados, ojos cerrados apretados, y… ¡voilá!, ¡el milagro!, ¡ el gran milagro!, las ruedas del opel de mi tío pudieron rodar (no más de diez centímetros) por la arena más firme. El seiscientos siguió tirando cada vez más alegre hasta que por fin ambos coches quedaron bien asentados sobre terreno firme.

Y yo pude respirar, y mi madre y mi tía no dejaban de reírse, y mi tío ya no tenía cara de pocos amigos.

Ah, es que aquel seiscientos era un héroe. Recuerdo las botellas de agua que mi padre siempre disponía cerca del motor, era el único riesgo, que se calentara más de la cuenta. Entonces mi padre le daba de beber, no sé cómo, y el coche seguía andando tan cantarín como siempre.
Pero esta vez su hazaña era de verdadero renombre, épica. Un minúsculo seiscientos sacando del precipicio de 30 cms a todo un opel de mil quinientas toneladas de peso (chispa más o menos).

Creo que mi tío no se lo perdonó en la vida. No sé si al seiscientos o a mi padre.
¡O a mi madre y mi tía!

Pero el caso es que ese año también pudimos llegar todos, seiscientos y opel incluidos, a la bajada que los cabezos amarillos, junto con su arroyo, disponían para que pudiéramos pasar las vacaciones más memorables. Allá junto a la torre árabe en ruinas. Allá iluminados en la marina noche por los carburos, allá donde casi me ahogo por segunda vez en mi vida si no hubiera sido porque mi primo me agarró de los pelos para sacarme del revolcón que la ola me había dado, allá donde comía chanquetes crudos recién pescados y donde sufrí el cólico de coquinas que hizo que mi padre y mi tío tuvieran que salir a toda pastilla (no sé si con el opel o el seiscientos) a buscar hielo para que no me deshidratara al pueblo más cercano allá donde mi hermana pequeña terminó pudriendo casi todas las sillas de anea del chiringuito bar que nos hacía compañía. Y por el “nos” hay que entender dos tiendas de campaña con sendas familias en cada una cuyos miembros disponían de 10 kilómetros de playa de arena blanca para ellos solos, sin un alma salvo los domingos, uno de los cuales por primera vez vi una furgoneta enorme con la herradura pintada en sus flancos rodando por la arena mojada, a quien se le ocurre, decía mi padre, una furgoneta de una ferretería andando por la arena, se atascó, claro, también ella, pero para entonces y tras cuatro o cinco años, todos éramos expertos en extraer vehículos de gran tonelaje (sic) de sus atascos respectivos. Allá donde entre otros milagros presencié el más sencillo e inexplicable de todos desde mis ojos poéticos actuales, los pozos horizontales, los pozos que no necesitaban bombas para extraer el agua del acuífero correspondiente. Allá donde con tan sólo clavar una caña en los estratos amarillos de los cabezos, el agua manaba cristalina, clara, limpia y, además, irisada. Mis arcoíris son tan reales como la geología que nos garantizaba agua corriente, dulce y potable durante todas unas vacaciones de dos meses en la playa.

¿Qué por qué vacaciones de dos meses si mi padre no era el maestro?
Muy sencillo. Porque mi padre era representante de chocolates Elgorriaga, o sea, vendedor.
Y ya se sabe, en el verano sureño el chocolate no se vende.

Supongo que por eso me encanta.

Sofía Serra (de Los cabezos amarillos)

Por delante

Por delante

qué mejor
para estar estando
ausente
que este medio
estar y no estar
qué hacer con el mientras
nos vamos
curando
participas de la noche
cuadrada
a medio fuego,
como las calderas
de los barcos de vapor
de antaño,
al ra-len-tí
del motor
hasta que la marcha te oprima
el brazo que detenta el poder
sobre tu alma

¿no?

y este es tan solo
un arroyuelo pequeño, una vena
abierta en la tierra amarilla
por las raíces de los cañaverales
según necesitan
si alimento
so pena de muerte
sobre su agua cristalina e irisada
qué haces con un barco de vapor
en un arroyo escondido
entre selvas verdes y duras,
qué haces con el alma a medio gas
en esta sociedad de hombres

armados hasta la médula
de su espina bífida,
qué hago tarareando

una canción de amor
cuando nadie entiende
ni siquiera
el tú
el sí 
la playa
que los cabezos
amarillos nos ponen
por delante.

(Sofía Serra, de Los cabezos amarillos)

jueves, 29 de noviembre de 2012

La motivación

La motivación

verán, yo hace tiempo que sé
que la vida es dura y
la mayor parte de los días
pasa entre fealdades y
dolores, pocas satisfacciones, y
sobre todo, escasos regalos,
nada gratis, todo a costa
de bastante esfuerzo, bien
de nuestra mente, bien
de nuestros brazos, y
ya que no puedo echar una mano
descargando el camión de la mudanza
o en la fábrica de coches
o en el hospital velando
por el reparador sueño
del enfermo, me propongo
intentar hacer el tiempo
de quien ojos tenga
para leer lo que escribo
o para ver las imágenes que pueda inventar,
simple y llanamente algo más bello,
también algo más reflexivo,
porque soy sin pretenderlo
de esos especímenes humanos
que aún creen en la capacidad
de nuestra mente como herramienta
para lograr mejorar el mundo,
en la bondad de nuestras intenciones.
soy de las que piensan
que todos somos buenos
desde que nacemos y que
ningún ser humano merece
sufrir y que en nuestro interior,
sólo en él, se halla la fuerza
que puede lograr que cada uno
consiga ser un poquito más feliz
que como realmente se siente:
Amar, el mejor motivo
que la naturaleza derramó
en la naturaleza nuestra
de estar vivos.
Amar. La motivación
que además de bien al otro
reporta bien al uno.

(Sofía Serra)

miércoles, 28 de noviembre de 2012

La violadora

La violadora

la impotencia tiene nombre
de diosa, así que seré dios
para casarme con ella, o violarla,
lo mismo me da,
la poseeré hasta reventarla
desde dentro,
y así, desaparecerá de la vida
suya y mía

de un qué

de qué seremos capaces a esta altura
de la vida blanca y los cabezos amarillos
de qué vengaremos tu osadía
construyendo alminares
cada vez más altos
de qué nos olvidaremos
cuando bajemos la mirada
para observar el pequeño
niño enjaulado
con los barrotes de nuestra ira,
nuestra rabia,
nuestra impotencia.

O quizás de nuestra indolencia.

(Sofía Serra, de Los cabezos amarillos)

martes, 27 de noviembre de 2012

Hoy

Hoy

Un día en blanco, de registro
blanco en la dosis de arena
cuyas señales borra el mar,
así.
por-
que
qué
importa
nada
si
los brazos fuertes
y la fe
de una frente
que beso

al final
(y al principio),
leer,
porque esa es la memoria.
El presente.

Sofía Serra
 
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