sábado, 9 de marzo de 2013

El curso

La poesía es la más primera palabra del hombre. Para escribirla hay que simular ante el consciente, engañarlo, es el producto de la doblez, el doblez, la re-flexión, que nada se sabe ni conoce, que todo se ha olvidado, desde el primer recuerdo de nuestros genes, a la vez que lograr recordar y percibir el todo, aprehenderlo en un acto único donde se concentran todas las capacidades del ser humano: la emocional, la racional, la intuitiva, sin diferenciación.
Ésta es la ingenuidad. El esfuerzo para llegar a ella, tremendo. Como en la vida. Un despellejarse, un desangrarse: Volver a ser siendo dejando de ser.
Surge, emana la palabra entonces libre y espontáneamente con la forma que el recuerdo inconsciente, el intuitivo, logra darle. Por necesidad de ella misma, no por necesidad del poeta. Es el curso.
Para acercarse, para lograr transmitir esa percepción inconsciente-intuitiva el hombre ha desarrollado a lo largo de su historia algunos canales en el lenguaje oral/escrito: la música, la rima, la medida no son más que parámetros a los que el ser humano ha ido ajustando su verbo para poder salir de la imposición de milenios de habla discursiva, que es la que se ha trasvasado al cerebro tras tantos miles de años usándola “externamente”. Ese uso ha ido construyendo-formando parte esencial de la costra dura de la nomenclatura. Pero las dendritas, los axones, las neuronas, la sinapsis entre ellas no entienden de “porqués” “luegos” o “pues”, ni de concordancias verbales o de género, de sistemas gramaticales. La sinapsis, el funcionamiento de nuestras neuronas, que son las que favorecen la producción del lenguaje verbal, asimilan conceptos puros, que se definen por el matiz.
El matiz , la esencialidad, una inefabilidad.
Por eso los poetas, la mayoría, tienden al final de su producción al encuentro con la palabra “más pura”. Algunos lo asimilan con la brevedad y la ausencia de artificio (un contrasentido: arti-ficio. Hecho mediante el arte. Si hay ausencia de artificio, no hay arte). Cuando en realidad aunque hubiera mil palabras en un poema para sólo hacer llegar por ejemplo un color, eso ya sería poesía. Es la metá-fora, lo que produce el vuelo, lo que consigue transportar, la clave que define al lenguaje poético.
La abstracción con la que nuestro cerebro aprehende es el hacia que determina la producción poética. Pero para hacer asimilable esa abstracción sobre esta costra dura de la nomenclatura pueden elegirse muchas vías (y otras vienen impuestas por ciertas enfermedades mentales: éstos nos son artistas. no tienen que realizar el esfuerzo). Transportándonos a los mecanismos de los lenguajes visuales, tanta abstracción existe en un lienzo pintado de blanco como en una pintura hiperralista. El concepto emanará por sí mismo si el proceso artístico, la poiesis ha sido auténtica, sincera, genuina, es decir, ingenua.
La clave para definir estilos no se encuentra ni en la forma, ni en su contenido, sino en el todo, en la obra. Ese es el logro del poeta, del artista.

Hay que enseñar a leer poesía, el curso. Pero antes se debe saber leer el discurso. Por eso un bebé, por mucho que balbucee jamás estará haciendo poesía. Ni un chimpancé fotografía por más que sepa hacer click. El sentido es la llave. Y el sentido sólo puede otorgarlo un ser humano en sus cabales que haya sabido desarrollarse en la costra: "ya que aprendí las claves, hoy puedo, así de cierto, romperlas con un mandoble de flor naciente en este estío" (Los parasoles de Afrodita)

(De Suroeste, Almargen)

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