jueves, 15 de septiembre de 2011

The big bang (Soliloquio del divino)

The big bang (Soliloquio del divino)


a los andarines virginales
y otras sombras.
a los impulsos sintomáticos
y otras partidas.
a los beneficiados por el sol
y sus lombrices
de flores de madera sostenidas
por el aliento enfermizo.
A la pandemia, a la miseria, a lo sublime, a lo que bebe del cataclismo de lava.
A la tremenda y a la bicefalia,
al conquistador renegrido por el hollín de las chimeneas de los trolebuses.
a la maroma extendida entre mis pies y mis pies.
Lisboa o cualquier otra ciudad
rociada de océanos.
Al lunar endoscopio, a las primeras luces que orientaron.
A las oportunidades varias de la piedra y de la yerba,
al elefante herido por la verdad
disparada por los dioses blancos, con lo que me gusta el negro.
A los ventisqueros helados y detonantes del misterio
del campo magnético detenido y justo
entre aquella curva y su opuesta,
a la amistad de los ciervos y de los bisontes,
a la liviandad, a la torpeza del erizo en su sabiduría,
al sorpresivo avance de la espiga sobre la línea horizontal del plano,
a la maldad acumulada en las montañas de los bosques azules,
a su amarillo siempre virgen y salvaje,
al verde tensioactivo,
a la soledad de la paz, que no es compañera de nadie.
A la guerra.


Llevo escribiendo siete días seguidos sin parar, los llevo sobre mi lengua, sin tragarlos, no bebo ni como ni siquiera puedo fumar: me he dado cuenta, me he contado dedo por dedo que podría seguir escribiendo eternamente sin otra cosa que hacer que dejar que las palabras lloren por estas teclas, el gráficamente ordenado afluir del pensamiento a las fauces del vacío exterior y traidor. Compilando y usufructuando desde mis manos la quiromántica respuesta a todos los signos que entre ruegan y bajo ordenan para dejarlas sin final. Sin punto y aparte, asterisco y firma. Repetir y estorbar, ensordecer o agrandar los oídos de quien habita un tercer espacio entre el lleno y la cerca de una espera que todos los dioses llevamos a cuestas. Implorar y pervertir, sostener y escindir el hábito marrón de la materia a la que viste. Contemplar. La mezquindad, la miseria, esa paz tan nuestra y compañera de todos los abandonos.
... Dejadme en paz, gritaban los adioses. Y yo los abandoné. Vine al campo de los hombres para acompañarme. Mi esencia concita el deseo de amor, la oportunidad de la resurrección de los gusanos, la del verde sobre esta superficie de terreno.
La paz y otras miserias escondidas.
La paz y, efectivamente, otras miserias.
Soy un hermafrodita sentado sobre el filo del volumen. A un lado el amarillo hueco, al otro, el blanco opaco: El plano. Caminarán las dudas y las preguntas por la baranda de mi pensamiento (sólo él se libra de esta orden ejecutora de escritura), terminarán cayendo sobre el colchón de mi cerebro: allá, tan lejos, no se hacen daño, logro dejarlo en la puerta de este mi hogar, los problemas del trabajo, afuera. Perpetuar las sogas y las esquirlas, así se hace, escribir inventando el mundo de lo decible para no transparentar la huella de la rosa. Quién nos habrá escrito, a mí, no, a mis dos mitades. Quién nos dice, a nosotros no, a mí, que no es la rosa la que escribe.


Aquí a costa
de la venta mendicante
dejo que la rosa escriba
sobre el arcén del tiempo.
Aquí anduve
caminando a solas
como cualquier hombre.


¿y qué pensar, solitude magnificat,
sino lo que otras voces embriagarán?
La rosa, la de descamisadas huellas,
anhela oriente y solicita venias:


bueno, buen Hombre, serás mucho,
pero ¿y qué si las estrellas cierran sus párpados
ante tu silueta y batallan diluviando
el retrotáctil de tu cola y anuncian
soledad
madre de todas las paces?
En la sabana confundían
luces las vidrieras diurnas
y los créditos de la noche,
hasta que llegaste con tu brillo
cuadrado de risa de pecho al aire.


A mí no me quedaba
nada ni nadie
salvo la posible guerra.


sofía serra

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