
Posábase discretamente sobre las esquinas de los umbrales, como si con sus aladas hojas pudiera mover el aire para saber flotar sobre el viento, ella, que tanto gustaba de las suaves mecidas en las corrientes,
uno tú, otro yo,
ventanales abiertos, siempre velados por la sombras de las persianas que olían a tierra.
uno tú, otro yo,
ventanales abiertos, siempre velados por la sombras de las persianas que olían a tierra.
Vestida de verde, ahuyentaba al frío desencuentro entre la piel humana y el cemento,
serenando los juegos que las niñas dibujaban al son del frescor de la escalera durante el verano.
Jamás la tocaron los dedos de la luz del sol.
Quiso, sin embargo, ser anciana fértil.
Pasando las décadas, otorgó carta de naturaleza a su emblemática función de ser vivo, componiendo algunas flores que, ahora comprendo, fueron preconocidas por las risas alegres y los brillos adormecidos de las largas tardes del estío.
De un siglo.(Sofía Serra 24/Marzo/2009)
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