miércoles, 28 de agosto de 2013

Purificación

Purificación

cualquiera sabe
lo que dirías si en tus esquinas
y en tus dóciles sombras pudieras hablar
como el centelleante avispero.
santa faz de mi tiempo enquistado
y hoy grande y vivo santa
penumbra de la fe
en dioses
de pan
de oro,
karma, bendito karma.

Llega y me alumbra,
si una vez
fuiste, dos serás
por dos veces hermosa
la conquista del lugar
deshabitado por la falta
de mis ojos ya cerrados
que la olvidan,
esa circunstancia pasajera
por la que qué más diré yo
que cómo no querer verte,
cómo no hablar
de este preludio asombroso
de fantasía gratis
aunque me aboque
la costumbre del silencio
de hacer pausa y olvido.
Yo te quiero, amor mío
sin nombre.

A pesar de que amé,
computé el quebranto
de tu mejilla
como si me hubiera caído
por la baranda,
el celaje deslizado
sobre la azotea azul,
tan perenne y vacía
que no me explico
quien ha podido escribir
sobre sus paredes.
algo así debió suceder
el primer día de después de la historia,
un arma inservible,
la letra en el vacío,
las gargantas blancas
ya no existen
salvo en mi centro,
las colgaron como bombillas de colores
al lado del platanal auténtico
que vive de hambre
y de amarillo
la-vanda de
mis fiebres,
qué haré yo
sino llorar por mí sin ti.

la rosa blanca se desmelena en dos:
nacen la tiara y la corona,
el alto y el bajo río,
los geográficas,
las verdaderos.
mi hándicap se ha vuelto mi ventaja:
a mi otra parte, he llegado tan tarde
Y tan más viva.

Convertir la debilidad en fortaleza:
sola se ha hecho ella sola
transmuta
la arena
en agua
mis pies
en la grama mojada
cuando tu refresco llega
como el quemador de velas
de sal del Himalaya,
un fabricante de iones negativos
que purifican el aire
de mis neuronas.
voy a descansar estas vértebras
en el sofá entre el té,
las dos onzas de chocolate
y el recuerdo de tus palabras
o lo que escribes o piensas o chapurreas
como los periquitos del vecino,
qué más da,
así, aunque tú
ya no estuvieras,
el humo de tu escape
plantaría verdes en mis fosas
y yo te distinguiría
entre toda la niebla
todas las nieblas,
todas las nubes y los mohos
de cualquier mendrugo de pan
que perpetrara un sonido más acuoso
que el de tu oído en mi mejilla
cuando, corazón sembrado en la tierra
de los arriates, mis ojos auscultan
la plenitud de tu pulso,
esa sangre corrida
por los cauces raigales
de la tierra y yo,
la zahorí verde y roja,
con mi traje de india
ululando como el búho:
Ven aquí conmigo
hasta donde yo llegué
cuando aún no existías,
no eres hijo ni padre,
sólo compañero a partir
del ahora y el hoy
un uno
hacia delante.

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