lunes, 17 de febrero de 2020

Siete (ocho) de-lirios



En un lugar del mundo
(De-lirio)

I
Este es mi trabajo en un lugar
en el mundo:
oír cantar a los mirlos
tal como oigo la poesía
leer el croar de las ranas
tal como percibo la poesía
acariciar piedras con mis manos,
ellas más tiernas que mis callos,
degustar los colores de la yerba
según sequía o lluvia,
separar los dientes
de ajo,
machacar las meninges
de los arbustos,
caminar con los hincos clavados
en la tierra respirar
el cielo sin mirar
las nubes crecidas en las ramas
subir el agua al suelo
dormir bajo la nana
de las semillas de adelfas
escuchar la palabra
que solo pronuncia la perra muda
de interés por las carnes tiernas.
Ella prefiere comer piedras
que desentierra, poesía
e inteligencia se dan la mano en su hocico:
olfatea, mastica y tritura los huesos
de la tierra.
En este lugar del mundo
el mirlo continúa cantando
como un soldado que silba
y se desprende de su uniforme
y corre tras la mariposa
del cielo multicolor recién nacido
tras el parto de la noche
y su algarabía de luces.
En este lugar del mundo
crujen las ramas leñas
tarareando la marcha nupcial
del sí vivir en rima
con el cielo y la tierra
carnal y sus huesos
y el delirio de la perra Lirio
y mis afanes en el mundo delirante
y su lugar en mí.

II
El alba aún dormida del lirio
conmina en el circo del valle
a pleamar los nulos silencios
del mundo y sus huestes floridas.
Trituro piedras con mis dientes
de ajo como las fachadas
de los troncos dibujan el callejero
de los insectos y sus afanes.
Los rascacielos de los cipreses
acogen oficinas y oficios
de jilgueros y nubes,
las naves voladoras más raudas
nunca vistas aterrizan sobre la espuma
de las bacterias deslizando
sus pies como esquíes sobre el lago,
las estelas las extiende el canto estrenado
del mirlo anunciando la avenida
de la primavera y sus arcos triunfales
de ramas pobladas de verde,
hábiles en contenido abundante
de latidos musicales al ritmo
y al son del delirio oscilante
de las estaciones del año.

III
Ya poblado el árbol de verde
me incita a conciliar mis pasos
sobre la tierra que se calienta,
aun corta la yerba,
aún contenidos los lirios
asoman, ahora sí, los vástagos
de las jaras, como lúmenes
de antiguas flores esparcidas
sobre el terso dominio de la luz
sobre el suelo. Y todos mis sentidos
reverberan en sintonía salvaje
con el sonido de la paz brotando
entre las antiguas y grises briznas
de trabajo de las cosechas.
Caminante de dos atajos
entre el arroyo y la loma
y el campo doméstico y el silvestre
se me extiende el sí vivir
como un dolmen de alimentos almarios.
Quién vive tan extraviada del sol y las nubes,
quién se esconde de la senectud de los troncos,
quién de la mirada perdida de las piedras
huye como el conejo de la perrilla
que solo ladra para ahuyentar
al peligro que ni ve ni existe,
pero despeja su senda de carreras
de su propio miedo alertando
de su frágil modo de fiera
a todo ser desatendido de sus fauces.
Para vivir enterrada, encelada,
soleada, nublada, llovida,
renacida como las flores
que ya llaman a las puertas
de mis pasos sobre las raíces.
Quién osa levantar la roca
de la vida sin temores
para descubrir las grietas del hormiguero
y las escolopendras panza arriba.
Cántaros de luz llueven
sobre este paisaje vivaz y dueño
de mi alma y mis sentidos,
me visten de un manto de Dios
permanecido sobre las hojas
aún viejas de las encinas.
Y el árbol poblado ya de verde
me libera el estuario del invierno:
Sus flores pintan sus ramas
confundiendo. Divertida artista
la naturaleza me avisa
enraizando su renacer,
preñando el cielo y mis ojos
de flores verdes, nuncias
de las futuras hojas nuevas.

IV
La pregunta sin respuesta señalada
culmina en el afán de los troncos
por romper la línea curva de la colina
y su densa marea de yerbas
que alman mis sentidos.
Navegar sobre los brotes tiernos
de antiguas semillas enjauladas
en cáscaras de quebradiza
subsistencia. Tan sabias,
se resguardaron de la sequía
y las heladas para el logro
de poblar después y ahora,
juntas, la vitualla del porvenir
y su mágico misterio de alba
siempre naciente, siempre joven
el alba de las ilusiones frescas
como fresco el campo de la mañana
y su velo de agua etéreo.

V
De aire se empapan mis sentidos
frutos de la carne y de mis huesos,
de la química de los abalorios
cervicales se sostiene el cuello
erguido de la cola del mirlo.
Silabea el ave trinando parajes
de cantos verdes y sutiles,
granados ríos de turgentes aguas,
palpables reflejos de modelado
barro tan sedoso como sedas
sus plumas de linaje y cieno.
Se enredan los colores
de su melodía tal como se funden
él y ella en su música
naranja y negra, tal como confundimos
el miedo con la apatía, la falta
de luz para distinguir el cromatismo
de los desvelos. Quién inocente
se culpa y precave las lindes,
quién acusando obtiene el rédito
del equilibrio sino el inocente
canto del mirlo y su persona
de sonido centelleante,
la magistral frontera líquida
entre el día y la noche
y las noches y los días del devenir
poblado de verdes labores
sobre la luminosa transparencia
de la verdad y sus afanes.

VI
Sobre la mentira de las cañas
aletean los jilgueros prendidos
de dulce aroma de estiércol.
Lucen ávidos de deseo,
sedientos de pereza infantil, pródigos
y laborantes suspenden las ramas
de la encina anciana vistiéndola
de temblores vibrantes de vida.
Canta la encina dueña de su savia
trinando el susurro con su voz
de vieja alegre. Levanta
al cielo sus brazos rizados
de leñosa artrosis sin quejarse.
No la lastiman las heridas
sangrantes que como sarpullidos
brotan sobre su corteza recia
y dura. Los jilgueros culminan
su trabajo de siervos cantores
picoteando las llagas de futuras
venidas de nuevas ramas y hojas
verde ceniza, se renueva
el cabello la agonizante encina
triunfando como el hada
de la sierpe y su camisa ya perdida
sobre las antiguas yerbas rubias.

VII
Anochece la noche ya dormida
de luna y generosos aromas
de sueño y descanso,
bajo el edredón de las horas
duermen plácidos el viento
y las estrellas del nuevo día,
invisibles pernoctan su guardia
soñando labores de guardas
del bosque de los cantos.
Los hombres terminan su duelo.
Los hombres encienden la mañana,
los hombres amanecen renovando
la salud del celaje y su claridad
meridiana en este lugar del mundo.

oOo

viernes, 14 de febrero de 2020

Tres poemas de amor y una fotografía



TRES POEMAS DE AMOR Y UNA FOTOGRAFÍA

Poema de amor

Nosotros somos otra cosa.
Tal vez no más que el puerto y la bahía, o, quizás, el ave fénix,
un condenado facsímil del libro de la tierra
o simplemente las gotas de lluvia
que comienzan a limpiar las aceras polvorientas de la ciudad.
Acaso una semejanza escrita
con la sangre de nuestro pulso
o con las lágrimas saladas de la alegría.
En todo caso, otra cosa.
Suspendidos del valle de nuestro acervo,
la cordillera nos queda tan cercana…
¿Quién puede dudar de lo que somos sino nosotros mismos?
Nos parecemos a aquellos gavilanes que,
desdibujados,
atraviesan el parabrisas del automóvil,
vistos y no,
y continúan volando,
como el mar bajo la ola,
que existe más allá de sus tormentas
o sus recalas sobre rocas o sobre leves
y curvadas y amplias viñas de arena.

Plantaré para que la dicha
te asome al menos una vez por semana,
sobre nuestros pechos o la muerte de lo malhadado,
pero alojaré, sembraré
quebrando nuestro vuelo
en el que giraremos rumbo al norte de la esquina,
donde los pasajeros ya no pueden vernos.
Porque nosotros, amor, somos otra cosa.
Tal vez palomas, tal vez árboles
como la encina y el tilo, tal vez,
no más, que una plaza de octubre
engalanada con farolillos de abril.
Algo así como compañeros del tiempo.

(De “Canto para esta era”)

La luz de los días (com un arbre nú)

Ya los gavilanes se sumergen
en el río de las horas.
Romper el tiempo siempre
fue lo nuestro, aunque construir
catedrales no se nos diera
bien sabemos hacer
el amor entre sus pilares
y la luz de las vidrieras y la piedra
nos tallan como flores maduras
que robustecen el estallido
de los transparentes en otoño.

Y jamás nos sonrió la suerte.
Aunque el membrillo, sí.

Ahora que los árboles se desnudan
columpio su ocaso
en tus pupilas tú me ves
como si nunca me hubieran mirado
como un árbol vestido
de pájaros azules y voces
como la suma del bien
y tu longitud de hombre libre
como un árbol desnudo
y mi latitud de mujer
como un árbol desnudo
con sus hojas
ya transparentes
somos.

(De "Solenostemon")

Poema de amor II

No necesito leer para saber qué
te duele, tu grito
es mi con-suelo no
por igual sino
por común ambos
y su-fijo de mí
y yo su-fijo de ti
como la suerte
que al fin y al cabo
, como la cola y la cabeza
de la serpiente se unen, nos
hila, nos funde sin
confusión de uno
sino tan sólo
explicación de dos.

Como los árboles juntos
de tan bosque vergel
verde y suelo de fondo
y el lucernario de las amplias.
porque la luz
es ordenada de cualquier
co-ordenado, el tiempo,
la abscisa,
nuestro compañero.

(De “En-clave de árboles”)


oOo

miércoles, 12 de febrero de 2020

Raíces y razones




Cambiar la tierra

Me canso al final del día
como si hubiera estado picando
piedras como el gallo o las gallinas.
Pero solo he estado cambiando la tierra.
¿Solo?, ¿te parece poco? Siéntate
y goza de tu hazaña. El planeta
pesa tanto como los olvidos antiguos,
recuerda tu espalda el suelo
ovillado en la carretilla de mano
y tus manos combatiendo
con las raíces de espanto, tercas
como terco el ser humano
que cambia la Tierra olvidando
su recuerdo de animal pensante
y pensado para cuidarlo todo.
Si por dios o por natura no importa
preguntas, pero exporta cansancio
de pensares negando la evidencia
del crimen cometido contra sí
y contra el orbe, la locura que nos arrebata
la conciencia de ser humano
bueno. Malo el principio
de nuestra soledad en este universo
tan viejo, la respuesta a todos los males
que nos asolan y asola este astro
sin luz propia pero con una chispa
prendiendo nuestras neuronas.
Si supiéramos, ay si supiéramos,
superaríamos nuestra congoja
de animal solo entregado
a las fauces del pozo negro
de la autoconsciencia y el razonamiento.

Razón de más para salvar
lo ni humano ni racional.
Razón para amar la sinrazón
de nuestro nacimiento y de nuestra muerte,
tan naturales como artificial
el de Humanidad es nuestro nombre.

domingo, 9 de febrero de 2020

Son agridulce



El canto del mirlo
(A mi hijo)

También por la mañana
aduce voz al silencio melódico
del campo la sonora garganta
del mirlo y su afán por gobernar
mis adentros ya algo ajados.
Perpetúa el recuerdo de la bondad
y la belleza y hasta el aroma
de las madreselvas aún sin flores.
Canta prodigando senderos
de tiempo felices, de plumas
aves sobre tus ojos libres
de espanto sobre el pasado.
Construye el mismo nido
que tú construyes caminando
por las avenidas de la vida
a tus manos, va llegando
tu suelo poblado de amaneceres
poblados de ti y tu fortuna
donde tu mente preclara
ilumina las estancias de tu presente.
A veces, al mirlo se le entiende
sin palabras, comunica el valle
de la memoria con el altozano
de futuro elevado sobre tu sonrisa
y porvenir soldado a tu corazón
tal como la mañana se une a la tarde
de mis ilusiones y la noche de mis días.
Y tú continúas caminando,
y yo te libro camino aunque no te vea,
este camino agridulce de la vida
tal como el canto del mirlo
rompe la niebla blanca
de mi ceguera iluminando
las estancias de mis lágrimas
y de mi alegría de ti.

domingo, 2 de febrero de 2020

Tres sobre este estado de derecho



Okupación

De lo que sobra se alimenta
la paja del destino, cabizbaja
la nube es atraída por el potente
imán prendiéndose en las miríadas
de hojas de las encinas, sanas mutaciones
de la pérdida, el bestiario escondido
de un amanecer nublado, las regalías
de la lluvia que ya vuelve a domeñar
los pináculos de la sequía, el polvo,
la alergia aun sin apenas polen,
yerba verde hoy retapizada
de agua ahogada en la tierra.

De nuevo también aparece mi araña,
juega al escondite de la temperatura.
Mi tamaño la calienta y gira
sobre sí misma, como el planeta:
ellas estaban antes que nosotros
aquí, como el lagarto, como los topillos,
como el mirlo, como la culebra.
De más está que pensemos
en esta tierra vaciada de hambres
como el lugar muerto
donde caer bien muerto.
Okupas somos de un jardín
donde no habitaba el hombre,
un campo vertebrado con patas
de araña y de opiliones, bacterias
escindidas de la yerba, rosarios
de orugas envueltas en boas
de terciopelo, como modelos
desfilando por la pasarela
se contornean sin hacer preguntas.
Mi araña lobo busca ovejas
en el cuarto de baño, le doy la vuelta
y vuelve a desaparecer al segundo
suelo y ante mis ojos
vuelve la sentencia:
ellas estaban aquí antes que nosotros.
Los okupas somos, okupas permitidos
por un reino de lombrices y encinas
con majestad de tierra y juicios
sumarísimos sin condenas
ni falsos testimonios. El ratón
me da la luz en la cocina, con sus ojillos
golpea el martillo: os habitamos,
ya no estáis vaciados
sino dentro. Sino extramuros
del gobierno de la injusticia.

Justicia

Mi tierra avezada me pinta las uñas,
las ramas del escaramujo baten
mi cabello que se enreda entre
las yemas de las futuras rosas,
dos combatientes a fuego de armas
tiernas y con solo dolor
de la okupa y sembradora de rosas:
por aquella que atajó mi pelo,
por aquella que se fue con su yema
brotante. Una gota de sangre
comporta justo precio por una rosa
abortada por la cabeza que le dio
asiento y nido donde antes solo cardos
grises y pasto de ovejas crecían
a salvo de mis manos. Mis manos
las cuida la tierra esmerilando
mi piel, tornasolando mis uñas,
más fundida con ella sin estar en la tumba
ni en la muerte. Esta esteticista
no cobra por embellecer
salvo mi propia carne y su pellejo:
el exacto y justo precio a cambio
que gustosa le prodigo.

Le pago.
 
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