miércoles, 9 de abril de 2014

La barca hundida

La barca hundida


mientras nos demoramos,
tuyo es el reino, tuyo el poder,
para qué los quieres si los tormentos
veneran tus lindos tobillos
y se vuelven locos y de lamerlos
pasan a cuchillo primero tu piel
suave y delicada, después cada vena,
cada pequeña porción de músculo
que hasta ahí llega unida a los ligamentos
blancos y cortan hasta el hueso,
la articulación del sonido
separando el empeine del extremo
de tu hermosa pierna qué haré
yo sin tus piernas, mis piernas
y los pies, no sé si tuyos o míos,
se preguntan condenados
a vagar sin cerebro chorreando
la poca sangre que les queda
por el desierto blanco del no saber
qué son, para qué
sirve un par de pies con dedos
que oyen los ayes de un cuerpo
que se tambalea ya carente
de horizontal de equilibrio
que busca y, entonces,
cae y tú y yo
tan sólo con imaginar sin quererlo
cuánto duele caminar con dos tobillos
en carne viva sobre la costra
puntiaguda.

qué mal, qué mal,
cuánto mal cuanta
agua se me escapa
por las axilas amándote,
sin brazos con los que pueda
sostenerte.

¿qué sucede en este mundo tan cruel
de los demás y en el mío que nada
tiene sentido sino a través del dolor,
ese ponzoñoso filtro
por el que la vida se ejecuta
en vez de ser vivida?

sentada, todo me absorbe
me hace tan pequeña
que no puedo con mi cuerpo
y mucho menos con mi alma
que todo lo comprende
salvo a sí misma que
no se cabe. Se desborda
como una barca ahogada.

Todo por arreglar


Comienzo el índice de "Los cabezos amarillos", a mano, no lo concibo de otra forma. Espero que su hechura me revele, como otras tantas veces, las claves de ese orden interno que sé que tiene pero que aún no he logrado descubrir del todo. Sigue impresionándome como cuando lo escribí, sino que aumentado por ese punctum que suele favorecerme la escritura de poesía, sin que yo lo considere un favor, más bien una especie de condena. Todo se repite, todo vuelve o todo se anuncia. La impotencia lo subyace como a mí me subyace ahora.
Se rompe el mechero que me regaló mi madre y el cordón de plata de la rosa. El poemario es aún un semi-caos. Todo por arreglar. ¿Con qué herramientas se soluciona lo que no depende de una?
¿Qué poder tenemos sobre el imposible del otro?
Mi esperanza queda grabada en el mechero dorado (amarillo como los cabezos), pero ahora mismo se ha quedado sin combustible.
¿Cómo suturar la herida sin cicatriz posible?


martes, 8 de abril de 2014

Rumbo sur

Rumbo sur

son tus espaldas azules y tu nuca morena,
siempre pudientes, las que veo rozar
el negro del vacío. no te mueves.
No te das
la vuelta.

Y el mar pertrechado en el mar
vacío hacia donde vuelves tus ojos
con tu cabeza demudada en sonrisa
vulnerable, vuelven
las dulces patrias
a la bienvenida otoñal,
a la lugareña costumbre
de habitar la arena (como
habita la poesía)
antes de tiempo,
antes de que el mar
la cubra o la ame
antes de la hazaña
de darnos
por vencidos
cuando no hay sentimiento
de victoria
tuya ni de mí,
el Nadie
con derrota endogástrica.
Como la de los erizos
vueltos del derecho,
con el estómago naranja
a salvo y protegido
ya en la otra playa,
al filo del mismo mar.

Ya se alimentan por sí mismos
sin autodigerirse.

Las campanas lo proclaman,
metodizan la prueba fe-haciente
: todo vuelve a su origen.
Es primavera tal como tañe
esta tarde melodiza
este mes de norte
disarmónico
componiendo el sur
con rumbo primaveral.

Faenador de orilla

Faenador de orilla

todos trabajan en sus aposentos
menos yo, que miro a la noche
a través del reflejo de tu frente.
Y ella me ama, cuánto me ama…

cómo animal tan bello
transformarte, faenador
de orilla, con tus pies
enfangados en las olas lentas
con su piel la de tus pies
limados por la arena oscura
con sus dedos como aves
de manos tiernas
expertos en hallar
verdades amarillas y verdes
lacadas y curvas y pulcras
como cuentas (y contabilizas)
o semillas
para el trueque.

O para el dolor de estómago,
que desconsuela como la mentira.

Prefiero servir a dios,
que no soy yo, antes que adorar
la costumbre de lo evidente.
Sus trucos los reservo
para los alacranes y sus oleosas
y alegóricas tradiciones:
mato como puedo
el veneno no vendo
amor solo regurgito
lo que en la orilla encuentro:
¡Coquinas, coquinas!
¡¿Quién quiere coquinas?!
Cambio coquinas
por cubitos de hielo
para hidratarme
tras el vómito…

tanto dado,
tanto cúbico dado
en la tan cuadrada ruleta
de los que juegan a la meta.

domingo, 6 de abril de 2014

Subida de tono

Subida de tono

una subida de tono precede
a tu aviso de hombre.
saltaron los dolores
a mis manos imantadas
como las conchas irisadas de la orilla
y ahora ya no
escribiré más,
porque ha llegado
la hora del duelo,
del arrepentimiento
por tanto trabajo muerto,
tanto tiempo perdido,
como si hubiera querido
vaciar el mar en mi cubo azul.
La mezquindad del hombre no tiene remedio
y a mí ya me quedan
pocos años por vivir,
menos de los que llevo puestos
sobre las ojeras
sobre todo
sobre mi alma.

Os miro desde estos cañaverales
a vuestros pies, cabezos amarillos.
No quiero escalaros,
mi lugar es poder
contemplaros desde aquí.
Quedarme pequeña
como un grano de arena,
pero a vuestro abrigo,
desembarcada de la barca
azul.
a vuestro color,

A vuestro calor.
 
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