sábado, 7 de diciembre de 2013

Sin atasco constitucional

Como si los restos de la casa familiar se negaran a moverse de su hábitat urbano casi secular. O cómo reconvertir lo superficial adoptando la utilidad de una prenda de vestir que hoy solo se identifica con la fiesta. Ala ancha para no cegarme en este campo de la luz del sur. Al final todo es susceptible de ser subvertido, es decir, llevado a lo verdadero. Las palabras volcadas como comentarios se transforman en hermosas plantas que pueden unirse a la tierra. Llegan del norte, extienden sus raíces al calor del sur. Al fin y al cabo los muebles viajan en el domos de las flores, que son las que se adaptan sin perder su esencia. Llegaron y se quedan. Somos lo que queremos ser. Sin atascos.

viernes, 6 de diciembre de 2013

A una letra manuscrita

A una letra manuscrita

tras leer la garganta
se hace un nudo
entre los trazos y la certeza
de tu posicionamiento
sobre los renglones.
El papel practica ausencias
que me llaman a convidarte
al misterio de la vida,
la letra o la tuya confunden al autómata
impasible yo me asumo y sumo
tu porte de generoso ente plenario
de dádivas que otorgas,
aunque se te pida.

Una caligrafía
que es un mundo
que eres tú.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

mi noche

mi noche

todo más denso
cuando la espada vuelve amor.
Todo más lleno y libre,
libre, sí, como un astro
de aire azul, libre nube blanca
sólo dueña suya
y de algún viento que la meza,
suave y ondina vigorosa,
decadente mar, posible lluvia,
sensación del bien y tus labios
mirando el celeste aguacero
de la dicha.

porque yo creo en tú
y el beso no dado y el por dar
cedidos a ese tierno mundo
que es tu forma de mi mundo
de mi amor,
la posibilidad de ser
en ti.

El habitáculo blanco
se detiene humeante
de chirrido de estrellas.
Vuelven difusas las cosas
en los oídos de la lumbre
de mi alma, tu alma,
veneración de dioses,
los halcones se posan a escondidas,
nadie les hace ruido,
nadie los mata, nadie osa
descomponer el silencio vital,
la muerte ajada,
ya tan fea y antigua, se duerme
a descansar,
la rosa nace desde la promesa
del tallo verde
un brote, una alegría
futura y mientras
lo verdadero, la ilusión,
la espera, el manantial
del alma, mi alma, y dios
dice que la tuya.

La lógica del siete (Soltando lastre III)

La lógica del siete

Tú no me rechaces, me dices tras seis llamadas que no he querido atender. Yo rechazo cualquier asomo de descortesía y falta de educación, la confusión de la sinceridad con lo zafio. Tú no diferencias, te falta vista para distinguir el matiz. La forma en el decir.
Dar para obtener ha sido siempre tu negocio. Pero no el mío. Has conseguido un rédito: cariño, compañía, conocimiento. Todo lo que necesitabas con desesperación. De nada te han servido. Ahora ya puedo rechazarte.
Y engañarte a la séptima. Lo lógico.

Soltando lastre II

Soltando lastre II

Lo ilógico I
La niña no es torpe, por más que algunos hayan encontrado en esa expresión la justificación para todas las meteduras de pata que ha cometido en su vida. La niña no es torpe. Es lista para otras acciones: sabe recordar donde su madre guarda el cuaderno azul el mismo día de su muerte. Después se va a la calle con la zafiedad como compañía. La niña no es torpe, solo le faltan dos, o tres, niveles de neuronas en su corazón. La niña tiene un problema de enamoramiento mal resuelto y una absoluta falta de respeto por sus mayores. La niña quiere independencia a la casi vejez, ella, que trabaja solo con personas dependientes. La niña no es capaz de observar que su madre se muere, así que la hace enfrentarse al posible abandono en vida. La niña no es torpe, la niña es una mujer acostumbrada a cobrar por cuidar a mayores. No necesita corazón, o le queda muy poco de él. Ese poco que da vida y alas al egoísmo y a la cerrilidad. A lo dañino. A lo ilógico.

Lo ilógico II
La mujer no es torpe. Sólo se mete en camisa de once varas, y claro, se le queda grande. Las mangas se le relían alrededor del cuerpo, no consigue sacar las manos por la abertura de los puños, y así se ve, atada de manos y casi de pies. Pero según todos los indicios la culpa la tiene la modista que hizo la camisa. Claro, que a la mujer no se le ha ocurrido pensar que antes de comprar la camisa debería haber mirado la talla. Ahora nada encaja. Lo pertinente, lo consecuente, lo lógico. Pero la culpa, según la editora, sigue siendo del taller de confección.
La nulidad en el silogismo. La falta de previsión. Pero la editora no es torpe, no, no lo es. Solo se compró una camisa bastante mas grande que su diminuto cuerpo. Lo ilógico.
 
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