viernes, 22 de marzo de 2013

Mi debilidad

... como si hubiera asistido a un espectáculo de pornografía pura y dura. Deprimida. Excitada para el sentido del bajonazo psíquico. Así actúan en mí la visión de las puestas en escena que llaman presentaciones de libros.
Tengo que salir huyendo. Fui a hacer lo que tenía que hacer. Supe cuándo había ultimado el trabajo. La recompensa del conocimiento de una especie de ángel y de una especie de angelito: Una puerta del cielo. La recompensa de la confirmación de mi sospecha. Dolor: Una puerta al infierno. Las dos mías, las dos he atravesado.
Pero en medio, la puerta a la percepción del olor nauseabundo que despide la carne putrefacta y a la visión de los insectos alimentándose de ella. La refleja arcada y mi huida a través de ella.
¿Qué las hace tan golosas para los demás? ¿De qué está hecho mi sentido gastronómico de la letra?
Mi aversión se vio una vez más confirmada, reafirmada. Las odio con toda mi alma. Aunque ellas no tengan la culpa.
La tengo yo. Simplemente soy alérgica. Reacciono desmedidamente contra el ente extraño que me roza. El grito reconoce al pánico.
El ovillo de gusanos al abrir una pieza de caza que ha sido picada por una mosca un par de horas antes. El alarido de mi madre al encontrárselo sin esperarlo. Mi mente combativa racionalizando.

Pero a la arcada no hay razón que la reprima. La arcada es un acto reflejo. Mi huida del purgatorio (qué hay que purgar, ¡qué hay que purgar!) en el que los insectos convierten la belleza de una poética, la belleza de un exquisito y laborioso trabajo de investigación, la belleza de un trabajo de publicación ejemplar (es decir, un ejemplo a seguir) en puras fealdades.
La fealdad. La visión de la fealdad. El triunfo de lo feo.
Ellos lo superan. Lo superan la poética y los trabajos. Ellos sí, ellos se quedan a salvo siempre.
La que no lo supera soy yo. Se trata de mi debilidad: mi propio juicio, mi alergia.

Matar crías de gato. Y después tener que beber.
Presentar un libro. Y después tener que beber.

Y odio emborracharme.

jueves, 21 de marzo de 2013

Mi idilio


La eclosión. El alumbramiento. La justicia.
La esperanza deshecha por el hallazgo. Llega cuando me encuentro leyendo a Chaves Nogales (no hay casualidades nunca, La clave está en los árboles) que me hace reconocerme en la pena femenina del patio sevillano. Hasta un siglo después no hallo las palabras que me definen, un siglo después de que fueran escritas. Me comprendo en mi patio que construí bajo la intemperie y la sabiduría de un nombre. Hallo la explicación al sambenito de la tristeza de mi mirada: La asimilación de la injusticia.

La misma que yo me sentía cometiendo contra unos versos, una figura emblemática, mi propio recuerdo y hasta mi geografía mental y física.

Llega el alumbre, la contradicción a mi propio dicho sobre la consciencia del no encontrar, la imposibilidad del asombro. Llegó para felizmente contradecirme, hallar mi propio reflejo en una luz externa. Ya la penumbra del patio me sobra, ya no necesito plantas de sombra ni estampas de áureos que me acompañen en mi silencioso llanto que permito que cante en el agua de la fuente (¡cómo una lágrima puede deformar el mundo!).

Lo abro, comienzo con sus versos, con los poemas, dejo los análisis para posteriores inmersiones, no consiento el filtro de otra mirada. Primero la mía, y después, que me aporten, si quieren y si pueden, después el análisis de los demás, antes el mío. Es la justicia sobre mí y sobre la propia obra, sobre el autor, la mirada limpia sobre unos poemas, ESOS poemas, ese libro que Juan Ramón dejó previsto pero no publicado.

Y entonces lo termino. La sucesión de emociones es vertiginosa, adquiere velocidades supersónicas, superfotónicas. La iluminación me absorbe. El poeta me arrebata, me sustrae, me roba por fin de la penumbra.

Nunca Juan Ramón había conseguido engancharme, desde casi mi más  tierna infancia lo encontraba en las paredes blancas de Moguer, pero jamás en sus letras. No me co-rrespondía en la entrega de mi ilusión. La expectativa no se saldaba. 

Ahora me devuelve toda la luz que esperaba. Todo mi gemelo hallado (ahora recuerdo que nació un 23 de diciembre, un capricornio como yo, un poeta de tierra, pudiendo ver la luz y por tanto ofrecerla).

Idilios es el más hermoso poemario que he encontrado en toda mi vida de lectora y de escritora, y de lectora-escritora. El más hermoso. Y por tanto el más mío como lectora, como amante del arte, de la palabra, de La Poesía, como creyente en el ser humano. El que más he suplicado. Así, suplicado encontrar.

Lo leí un 20 de marzo. Hoy, un 21, día en que para mí comienza mi anhelada estación, escribo sobre él. Escribo sobre la luz. Escribo la luz que me ha sido concedida.

Sé que es el día mundial de la poesía. pero la poesía es dueña de todo el tiempo. La única que puede romperlo, atravesarlo. La luz del pozo artesiano que atraviesa la esfera. El eje.

Por fin mi idilio con la luz llega a su eclosión feliz. Por fin mi amor me corresponde. Por fin la luz también me ama. Por fin es justa conmigo. Por fin yo puedo ser justa con El Poeta.

(Idilios. Juan Ramón Jiménez. Isla de Siltolá. Sevilla, 2013. Libro inédito del poeta.)


miércoles, 20 de marzo de 2013



tanta calma deshecha
al abrigo de tus prisiones
o presas o presiones suertes.
me desmadejo llegando

mientras hizo sólo sufrir.
te soplo discretamente
cabizbaja y ojerosa
se adhieren a mis costillas
hombres hermosos ha, se los llevó
la enfermedad pandémica
de

darte el lugar

tiene nombre
de silencio, óbito
de una propia muerte.

… En qué consistirá ser tú.

el mar y la estocada
en la arena…

la redundancia absoluta
y el desencuentro constante
encuentro de mi absoluto.

Sofía Serra (De Suroeste)

La injusta milicia de los ajenos besos

La injusta milicia de los ajenos besos

qué pena,
qué pena que hayas escapado de los riñones
para atesorarte en el vaivén de las mejillas
excretadas a golpe de sable
sobre la que menos puede,
sobre la que menos vende
pena,
qué pena que tu boca durmiera
entre salvas de cañones
cuando la lentitud del paisaje
muerto corría a hurtadillas
te salvaba milagrosamente
de no caer a palacio,
te enlodaba en la vía terrena
de los amores inhabitables,
las escaramuzas de las bocas
cuando mal dicen lo que de buena
tu boca gemela de playa
besó de tus sienes
la tu blanca y valiente audacia
que ninguna letra negra enmudecía.

y las palabras se desvanecen en la esfera
del grillo que yo miro cómo canta a lomos
de la esdrújula que lo descabalgará
de su trono de yerba, almizcle y rocío.

Navegábamos hacia puerto sin bandera
y tú te quedaste en la nieve de las vetas
de un verano que se congela enfogado
sin melenas de leones,
con calvas de plástico (ni siquiera las llanuras resecas del Serengueti
—han corrompido mi tierra—)
y vestidos de esqueletos
vesánicos listos para enlutar
nuestra única selva sana,
nuestro único bosque habitable,
nuestra única marisma
que pena, qué pena, qué pena
que sólo ciego a vida
la poseas en la gota de la lluvia
blanca que no ha llegado,
qué pena de tordo liberto
hoy o aquí, ayer o allá
sin nombre tuyo o mío.

la injusta milicia
de los ajenos besos.

Sofia Serra ( De Suroeste)

martes, 19 de marzo de 2013

El puma paseante


El puma paseante
A un amigo que se me ha ido demasiado pronto,
a Paco Gamero.

paseaba hundido a puma
entre el lomo de sus sienes
y los bajos de sus bolsillos
tan enormes como las clavículas
de sus ingles de un inglés tornado
clavo a salvo de tímidas luces
que le aventaba el pájaro azul
de su vientre, de su sino,
un amor a sosa solitario
siempre cáustico
en el reojo de sus manos
rosas de madera y tanto Pumarejo,
tanta Geografía y tantos edificios
con sus cristales tan limpios
como los vasos que vaciaba
y a mí y a sus cigarros nos quedaba
el dulce agrio de un aire azul
entreverado con los quince
años sabios sin saber
si cantaba claudicando
o me sonreía desde algún lugar
de mi sueño, no sé si el cielo
para él, seguro,
un lugar a salvo
de tanto puma y rejones
de amor,
que no pudo dar
ni obtuvo.

Sofía Serra (De Suroeste)
 
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