jueves, 31 de enero de 2013

El perdón

El perdón

aun
sin poder
     contar
              con
     saber
si
sobre
tu boca pasean los galgos
liberados del miedo del invierno,
los alcatraces recorren veloces
las plumas de la nieve tundra
callando en el mar.
me pregunto si la sal
derrite las menudas pestañas
que te separan del alumbre.

servicio de mensajería externa,
¿a qué con-vida el recurso de tu boca?

Sofía Serra (De Suroeste)

miércoles, 30 de enero de 2013

la diosa del coto

la diosa del coto

por co-regir,
viviremos bajo el puente.
selectas endoscopias
nos revelan la patria
que me urge.
A veces cantan los cómplices,
si es que los hubiera, en señal
caleidoscópica de tan venerables
agua verde y azules remos,
siesta endeble regida
por la suerte de sucederse
no se sabe si hasta el sol
o hasta que la marea se estrelle contra los pinos,
paisaje tan envidiable hasta para las garzas.
me hundo y atabico
en este limo caliente
de tu ingle alambicada
en mis pulgares entrelazados
entre tus patas de ave acuática,
¿para cuándo los pelícanos?
me pregunta el límite de tus ojos
rojos y tímidos
como dos grandes copas
de mi futura
porque siempre abierta
en ráfaga de silos
siempre agua blanda
y vino remanente
y cerámica taciturna
y bordados nocturnos, siempre
juvenal la blanda rosa pura
franca de turnos
imprecisos e inolvidables
por los sueños de los hombres
es tu mente de hembra erecta
que abandona la espalda
para abrazar a un dios
que sólo quiere hombres.

…Y qué más da que sólo existan pájaros
de madera si la madera
es todo lo que existe,
es todo lo que quiero.

Sofía Serra (De Suroeste)

martes, 29 de enero de 2013

La huella

La huella

cuando digo o escribo playa
no digo o escribo playa, no
una extensión uniforme
de arena blanca y lisa ni
un mar salado en relieve
de sus pequeñas o grandes olas.
cuando nombro playa
hago así con mi mano
extendida
un todo liso en la arena
de la playa y un todo removido
como en la curva de la ola
todo plano
cuando digo playa
hago esto con mi mano
un algo así que la palma
de mi mano inventa
con las letras de la palabra
playa adheridas a la piel
arena y fuente fiel
de mi mano
que ahora y en este lugar
aliso sobre el agua
del río sin cauce
ni sombra.
Borro.

Sofía Serra ( De "La clave está en los árboles")

lunes, 28 de enero de 2013

El hombre ahora y yo

El hombre ahora y yo

ahora la playa cabecea desierta,
ahora la playa debe sentirse vencida
situándose entre mis hijos,
se agolpa paulatinamente,
paulinos somos nietos
engendrando efebos
de la antigua Grecia,
sus mesnadas sufrientes,
sus mujeres dadas,
las ptolemaicas abstracciones
pasean por ahora la playa
que hierve en salud de sal
ya tan vista, ya tan visto
y tan dado todo
como en el mostrador
de aquella tienda de ultramarinos.

la velocidad se torna puente
y aún no sé si rodarán
mis ámbitos con guardabarros
o sin ellos.
Esta playa, esta abierta playa,
esta hermosa y amplia labia
de mar valiente y sometida,
esta playa, esta supuesta playa
gimosa, lateral a la medida
de unas cuantas curvas
como el sol te doblega el perfil
cuando miras el horizonte flexible
con verbales respuestas
que se desarman, o se desaman,
en el entrecejo entrecomillado
de las altas luces.
Te regalo el mar para que duermas
en los brazos de la odalisca
siempre numantina ante la vejez,
tu vejez

sonreía con las ruinas de tu nombre
paseando por las mejillas.
Era tal la blandura.
Túnica y mente quisieron
beber de ellas algunas lágrimas,
y sólo separaron tu sed de su alivio
y se calmó la tormenta del vaso
del cristal de tus ojos.
Qué solos se estremecen, temblaron
las hojas sobre la ingenua superficie del mar
tan lisa y caliente como el descanso.

ni nematodo ni platelminto.
sólo tan primitivo una luciérnaga
de las que planeaban suspenderse
del salvaje cielo pleistocénico sin afán
por querellarse contra las eras
que la transformaron en insecto
de algún centímetro apenas.

¡ah!, qué pena, qué pena
pendiente de tus cebollas
y tus mensajeros, qué pena
tus pendientes en las orejas
de escarceo entre los cuerdos y tensos
cuernos de la embestida adusta,
qué pena y solitario magnífico
paseas lamiendo la tierna carne
de las gustosas anémonas virginales,
tan cándidas y primeras
como el ciclamen de invierno,
qué pena tu alba blanca de sacerdote
ungido por la cabellera del arroyuelo,
qué pena que no te merezcas,
qué pena ese sol en la puesta de poniente
que sólo sabe iluminarte a contraluz.
Los negros te hacen flaca justicia.
Aunque te alimentes de la gorda:
la abundancia.

Tendré que aprender a reconocerte.
No tienes carne ni huesos,
tu mano imaginada me sabe a hueco
y sobras de algún aire
lejano tan impreciso,
y sin embargo me hinchas el vientre
con las domeñadas de tu abrigo,
las insurrectas,
tendré que reconocerlo algún día
de esos que no existen, cuando la noche
se haya ido y la mañana no asome
pero todo sea luz o blanca nube,
tal vez nieve en los adoquines del sur
o la mialgia de amarte
—qué solo te encontré en la esquina
entre los barracones de feria
sentado sobre el barril de madera
de mi alma hueca—
que esperábamos ser llenados
o desarmados para volver
al naufragio que se durmió
sobre la orilla de, ahora,
nuestra playa.

Sofía Serra (De Suroeste)

domingo, 27 de enero de 2013

Éramos pocos y se reencarnó (entrada desde texto de Javier Sánchez Menéndez, Poeta)

Éramos pocos y parió la abuela. La historia de España, es decir, todo ese pasado que, nos guste más o menos, termina conformando el presente que vivimos a menos que tengamos los arrestos necesarios para subvertir el orden del tiempo y, por lo tanto, darle la vuelta al caudal de la causa/consecuencia, termina por abrírsenos delante cual roja amapola, cuando en realidad (no tuvimos en cuenta la dirección del viento) lo que germina y amenaza con desarrollarse no es otra planta que la comúnmente conocida como “cardo borriquero”, típica planta que, aun bella para la visual y para aquéllos a los que nos gusta recrearnos con la geometría de la naturaleza, si nos situamos a pie de calle, es decir, sobre los adoquines o la vulgar yerba verde y blanda, el natural por vivencia desarrollado, no deja de constituir una engorrosa, árida, punzante e hiriente verdura que, estoy segura, ni haría las delicias de los aficionados a ingerirlas. Que yo sé bien de esto, que las he arrancado con mis propias manos, y hasta fotografiado, e ingerido, no, porque hasta las cabras deciden no comérsela.
Es lo único que germina sobre el suelo más pisoteado, más reseco, menos fecundo. No hay que desmerecerle su valor fitobiológico. El problema es su fertilidad, es decir, la capacidad de la propia planta para extenderse más allá de su sitio de acogida (parece que no tiene pies, pero mejor no veamos cómo vuelan los “demonios”, no otra cosa que sus semillas perfectamente aladas, es decir, dotada de alas, con la sabiduría de la madre naturaleza).
Pero no hablo de plantas, sino de otro cardo borriquero mucho más dañino, (mucho más, sí, al fin y al cabo los cardos borriqueros embellecen los eriales cuando ya no queda pasto) que se aposentó, voy a decirlo, en esta Península Ibérica, no sólo en España, allá por los finales/comienzos de los siglos XVIII /XIX. Fernando VII, un tal rey español llamado Fernando VII, ha terminado por reencarnarse vía poder de algunos votos, vía poder de la pereza/abstención/esto no va conmigo/soy de otra onda/ patrimonio nacional ojalá no ibérico sino tan sólo español, en la figura de nuestro actual presidente de gobierno, un tal, porque prefiero no nombrarlo con cercanía de parentesco ni gentilicio, Mariano Rajoy.
No lo dice la que suscribe, la similitud ha llegado de manos de un poeta, e historiador, que lo expresa mucho mejor, y con voz. Hay que escucharlo. A ver si recordamos lo que significa hablar, decir más allá de escribir, que no tengan que recordarnos, sino que nuestro tiempo se haga con voluntad de presente. Así, seguro, no tendremos que llorar aún más.

Escuchar a Javier Sánchez Menéndez AQUÍ

(abajo texto, pero hay que escuchar. OÍR.)


Exiliados poéticos y políticos

El Romanticismo en España fue tardío y breve. Ocupó la primera mitad del siglo XIX. José de Espronceda huyó a Lisboa con 19 años, vivió en Alemania, Bélgica, Inglaterra, Francia o Portugal, al igual que otros escritores que abandonaron nuestro país por diferencias con el régimen político.
Fernando VII fue el culpable de la huida de tantos intelectuales. Tras su muerte, llegó la amnistía de 1833, y con ella los exiliados pudieron regresar a nuestro país.
Se dice de Espronceda que fue poeta y militante.
La vuelta a España de los escritores trajo consigo un gran cúmulo de riqueza cultural, que se vio reflejado en grandeza de nuestro arte. Nuestro país recibía riqueza, aunque hubiera ocurrido a raíz del exilio.
Ahora estamos en la misma situación y Rajoy es el Fernando VII del siglo XXI, con su trato a la cultura y a lo que no es la cultura está consiguiendo que muchos emigren y dejen la tierra que les vio nacer. Y lo hacen con el llanto en el rostro y la pena en el alma.
¡Pobre cultura! ¡Pobre sociedad! Marchar con la esperanza de regresar algún día trayendo lo mejor de otras tierras para nuestra propia riqueza.
Todo ahora cuesta sangre.
Ojalá no tengamos que esperar la firma de ninguna amnistía que condicione la vuelta de aquellos que se marchan. Intelectuales o no, los que se van son exiliados, exiliados poéticos y políticos.
Escribía en un soneto José de Espronceda:

Españoles, llorad; mas vuestro llanto
lágrimas de dolor y sangre sean,
sangre que ahogue a siervos y opresores,

y los viles tiranos con espanto
siempre delante amenazando vean
alzarse sus espectros vengadores.

Rajoy es nuestro Fernando VII, fíjense, ¡hasta se parece físicamente!

Javier Sánchez Menéndez
Cadena SER (A vivir que son dos días –Andalucía–)
(Domingo, 27 de enero de 2013)
 
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