lunes, 14 de enero de 2013

¡¡¡Qué bonito, qué bonito!!!

...Y mira que me gusta poco un disfraz de payaso o similares, pero con las lágrimas saltás... Ay!, qué disfrute... :)

Tres grados matinales al suroeste

Tres grados matinales al suroeste

I
Ajena de todo
el cultivo de esta madrugada
en peltre alegría, que me resulta otra.
Vencen los peones callados,
signos sin fresadora
que les enjugue lo que les sobra.
Veinte huéspedes duermen ya posados
sobre las alas del firmamento,
oneroso hasta para los pabilos divinos.
Pesarosa, la noche se unge
y el amanecer no aviva la luz
del recuerdo de lo que ayer fuiste
o Era apisonando sustanciales
llantos. Las letras, siempre las letras,
operan la intervención fallida,
se piensa sobre las estrellas
y la pared de enfrente que abre
al rosa su canto de fachada.
Ni muro, ni conciencia sobre qué alojará
esta mañana tan urdida
en la costumbre y tan nueva.
Resuenan las ojerosas sienes.

Ya pían los vencejos.

y de nuevo las tórtolas, felices
y virginales tórtolas
e invioladas tórtolas
por la negrura de la noche,
abren las puertas —como abren sus alas—
del templo del nuevo día,
las vestales y primorosas azucenas
vestidas de ceniza y plumas
nuevas para mis ojos
tus ansias de hombre bueno

en este abismo hasta la primavera.


II
Y aunque en nada consista el devenir,
y se abre un abismo entre mi pecho
y la mañana solitaria magnífica,
la flor incandescente atraviesa

el espantajo de la noche
cubriente y la alegría
de su ente moribundo,
como dos amantes que se besan
en este precipicio entre mis ojos
de calle y la pared de enfrente.
amarillos blasones columpian
la estrecha rendija,
el sol columbra nuevas soledades,
nieva perpetua y rosa la sombra.

alto vuelan los vencejos
bajo la ubre de la ciudad
celeste.


III
De tu cabello al aire
del entredicho al asomo
de la deuda contra el porvenir.
y tu piel de adoquines
lamiendo mi bárbara
lengua, del jugo al barbecho
de tu planicie de hombre
acostumbrado.
Mas te arropaste en la penumbra
de mis manos en estólidas sienes
de piel suspicaz y vecina de los calambres,
la marisma y la virginal madurez
del estero laminoso pespunteado
por las doradas yerbas del invierno
que se ausentan de los roquedales.
Me unge tu óleo de amor
en mis bárbaros usos
de solitaria empedernida
posada sobre el pedernal
del gravamen.

bandada de pájaros izando
el cielo recorre mis cristalinos
anunciando otras bárbaras
y extrañas costumbres
a ti.

Sofía Serra (De Suroeste)

sábado, 12 de enero de 2013

El poema Es Por

Preguntas en el aire (Mecanismos de defensa I)

Ayer tarde llegué a la conclusión de que no soy poeta. Y tan a gusto me he quedado. Estoy segura de que lo único que soy es una persona. Así de simple y claramente dicho. Soy una persona con mucha necesidad de decir una serie de cosas antes de morirme que en la poesía he encontrado el refugio para hacerlo. El refugio, sí. Porque el mundo ciertamente me aterroriza.

Ya lo expresé en alguna ocasión en este blog. Soy una persona terriblemente miedosa. Cuando pequeña me lo provocaba, el miedo, los espíritus y “esas cosas”. O pensar en la muerte de mis seres queridos, por aquel entonces, mis padres, claro está. Recuerdo una noche, tendría unos 6 o 7 años, en la cama dispuesta para el sueño, mis padres en el salón viendo la tele. En la habitación dormíamos mis dos hermanas y yo, es decir, la posibilidad de miedo por habitar espacios lúgubres y solitarios era nula. Me recuerdo con los ojos cerrados intentando conciliar el sueño con todas mis ganas, es decir, mi esfuerzo, y también cómo todas esas “mis ganas” se volcaban en pensar que mis padres se habían muerto (sólo oía el sonido de la televisión). Así, tan pancha, les endosaba la muerte, lo que en ese momento constituía para mí lo peor que podría pasarme en la vida, el suceso que más podría aterrorizarme, que mis padres murieran. Y eran tales las “mis ganas” por intentar dormirme, que hasta que no “vi” a mis padres mirando hacia el aparato de televisión, cada uno en su sillón respectivo, convertido también cada uno en esqueleto sentado (por aquel entonces yo identificaba la muerte con la imagen de una “canina”) , no me quedé tranquila, es decir, llegar al no poder más para conseguir ya arrancar a llorar rota de dolor, de dolor y de miedo. Claro, que aún en el fragor de la batalla campal entre miedo y dolor me quedaba cordura para, completamente segura de que mis padres me atenderían, decidirme a levantarme. Así que salté de la cama y me encaminé hacia el salón. Cuando me vieron aparecer, llorando desgarradoramente (ni siquiera mi ánimo supo reaccionar ante la alegría de ver que no se habían convertido en esqueletos, he ahí el misterio de mis auténticas “ganas”) y me preguntaron que qué me pasaba, atiné a decirles entre hipidos, lágrimas y mocos que “¡estaba pensando que os habíais muerto!” . Dios mío, cuánto lloré. Mi madre me cogió en brazos y me consoló. Y me quedé con ellos levantada viendo lo que fuera que estuvieran viendo, ya con la alegría en el cuerpo de saber que mis padres estaban vivos y yo con ellos pudiendo disfrutarlos. No se me habían ido.

Tengo decenas de recuerdos sobre escenas relacionadas con mis terrores que hoy llaman nocturnos. Señalo esto último porque tengo noción de algún episodio muy-muy diurno, aunque es cierto que el 90% de las veces sucedían de noche. Normalmente todos acababan con mi madre, o una de mis hermanas, ambas más pequeñas que yo, y que dormían exactamente a medio metro en su litera, metidas conmigo en mi cama hasta que yo conciliaba el sueño. Y en el primer supuesto con un portazo de mi padre en la puerta de la casa. No puedo contener la carcajada. Pobrecito mío, qué de veces tuve que aguarle “la fiesta”.

El caso es que eran episodios muy sinceros. No me los inventaba por conseguir esto o aquello. Pasaba verdaderos dolor y miedo.

Jamás la llegada del sueño ha resultado un acto fácil para este organismo. Ni cuando disponía de todos los años de vida por delante. Con meses me recuerdo gateando por la cama de mis padres una tarde cualquiera, hora de la siesta, mi madre intentando descansar un poco ya que yo apenas la dejaba dormir por la noche, llegar hasta su rostro que visualizo claramente con los ojos cerrados y, con mi manita, y mis dedos, abrirle los párpados. Porque no me gustaba verla con los ojos cerrados.
Abrírselos y ver el verde de sus pupilas aunque se quejara. El caso es que ya podía yo oírla VIVA.
Abrir los ojos de mi madre.
Abrir los ojos de los demás.
Puro miedo al contemplarlos cerrados.
No, no tienen que ver mis terrores nocturnos con el acto de mi primera audición verbal, la palabra terremoto. NO. Tiene que ver con el hecho de la no audición de la voz de los demás y la no visión de sus pupilas.

Ahora dudo de la afirmación (o la negación) con la que comencé este escrito. ¿No soy poeta o quizás niego ser poeta por puro miedo? ¿O soy poeta por puro miedo o por miedosa soy poeta, o mejor dicho, escribo poesía para decir lo que necesito decir, o hacer lo que siento es mi deber hacer y resulta que entonces no soy poeta sino simplemente una persona con miedo que ha encontrado en la escritura de la poesía el camino, ya que amante del arte y de la lectura sí sé que soy, para decir a la vez que me velo ante el mundo a través de la metáfora? Intento abrir los ojos de los demás por puro miedo que siento al verlos cerrados y al no oírlos decir, y entonces me abalanzo sobre sus cabezas  hasta que con mis manitas, ya algo arrugadas, pero aún manitas por tamaño, creo que abro los ojos con mis poemas, o con mis fotos, o los provoco a hablar, a decir, a pensar, a vivir... Para poder oírlos y ver sus pupilas. Para poder sentir que están vivos.

Que no estoy sola en este mundo. Que no se "me" han muerto todos.

Miedo a la soledad… ¡Pero si resulta que estoy cansada de oír cómo todos los poetas necesitan hasta con ansia la soledad y hasta yo misma también la deseo en mil ocasiones y desde siempre he buscado ese aislamiento para poder leer o escribir, y hasta para poder vivir! Miedo a la soledad, miedo al mundo, miedo a verlo dormido, dolor y pena al imaginarlo/verlo muerto… Miedo y dolor. Miedo y pena ante el hecho de sentirme sola. De verme sola.
¿Es esa la causa de que yo me haya decidido a meterme de lleno en la escritura de la poesía?
¿Se es por eso poeta?
No me considero con oficio de nada. El hecho de poseer un oficio implica el desarrollo de una estrategia con el fin de obtener equis producto deseado o pensado. Y yo no escribo con estrategia.
Aunque sí estoy segura de que soy una persona con mucho miedo. Miedo y pena completamente sinceros, cuando soy una persona risueña y alegre.
Persona risueña y alegre con mucho miedo y pena.
Eso es lo que soy. No lo de “poeta”.

¿O será que el instinto contra el miedo, esa emoción la más básica y primitiva del hombre y su respectivo mecanismo de defensa constituyen los resortes para el oficio de poeta? ¿A qué hablar entonces de la valentía del poeta? O, ¿acaso valentía no significa enfrentarse al miedo hasta poder hacer desaparecer, o al menos creerlo así, su causa?

Escribir poesía es dudar. (Pero el poema Es Por certeza de sí mismo.)

viernes, 11 de enero de 2013

IS-La

IS-La

voy a hacerte mucho mar,
mucho mar acer
o blando
y dúctil
para
tras
la
darte
a Horai.
Horai, la de la luz blanca.

Sofía Serra (De Los cabezos amarillos)

jueves, 10 de enero de 2013

Caminante en blanco y negro

Caminante en blanco y negro

Por el camino seco cercado
de cañaverales, hierbabuena
y aulagas con sus pinchos
marciales de fila en fila
entretejidos con andrajos ajenos
a la esperanza,
va suspirando el caminante
olvidado de cuanto
de sí
desprende por el reguero
de su ocaso:
ya se te funden suelas
con la arena mojada,
ya se te orillan las manos
en la corteza de los pinos,
ya huelen tus ojos el continente
marino especiado
con las dos células de tu espacio:
la negra
para abrirte el iris
con los siete colores,
la blanca
para cerrarte el arco
con el solo: el de la luz.
O tú.

Sofía Serra (De Los cabezos amarillos)
 
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