viernes, 13 de mayo de 2011

Calzas para un orden

Calzas para un orden

¿Qué delirante poema renace sobre tus mejillas?
No quiero ser aguafiestas, nunca.
El agua me traspasa, la juventud me reclama y no soy leña amontonada
en la penumbra del helero, asomo gris en las tinieblas.
Es sólo que la irrealidad se impone a veces.
Puede más que una palabra,
que el beso, e incluso la sonrisa o las lágrimas.
Un zapato rojo se extravía sobre los adoquines,
dos zapatos rojos sobran ante el semejante.
Proust aprieta pero no ahoga,
la irrealidad se desescombra sobre las sancionados abismos
horadados a fuer de endogamia:
los señoríos, las señorías.
Los antifaces.
El anti-faz,
el negativo de los rostros desojados.
Los timbales sobre los que tamborilea el brillo
de nuestra mirada, y tú, y yo, ya convencidos preguntamos enjaezados
a lomos de la estirpe, a horcajadas sobre la sima:
Mundos virtuales. Siempre hipócrita calma.
Pereza.
...Y los zapatos rojos.


No quiero ser aguafiestas, nunca
pero aquí no se establece nada.
Si lo deseamos, se aposenta y hasta se habita, incluso se fundamenta,
pero no sin tierra, no sin agua. Ni sin adoquines o los zapatos rojos.


¿Qué hacen los que no saben cantar?
¿Sólo digerir o gritar sobre la faz del interpuesto?,
¿pelotear sobre sus propios pulmones, o zapatos rojos,
para que no los asfixie (¡qué no, por dios!, ¡qué no, te lo ruego!)
la roca desorbitada por las regurgitaciones de los morosos,
los parcos, los olvidos del tú,
los recurrentes sobre la ocurrencia que arrastra
la inmundicia de la incomprensión
hasta al corazón más puro?


Zapatos rojos.
Corazones rojos.


¿Cómo olvidar a los que no cantaron?
¿Cómo no intentar habitar en sus bocas como altavoz fundido a su caverna,
mascarón de proa sobre la reserva que los hizo permanecer coléricos, sin cantos?
Abastecer hasta en los muertos,
colmar el hueco sellado hasta moldear la paloma,
la alada suerte, la blanca metáfora alzada desde la tierra,
desde su yo hasta el más nosotros.
Hacer pervivir lo que no obtuvo ni vuelo ni memoria,
ultrasonar un cántico que traspase los límites del tiempo
y renazca en el pasado, reivindicar los sordos bramidos
de los que se fueron sin apenas dormida,
sin gloriosa voz, sólo porque el orbe los confió a las afueras.
Fuera de sitio,
fuera de tierra,
fuera de todo.
Como los zapatos rojos.

jueves, 12 de mayo de 2011

Rosa y dorada noche

Rosa y dorada noche

Así que yo sin mí
más dos terceras partes de una vida
a cuestas, me acuesto
sobre las zarzas de mis ilusiones,
y acierto en la diana móvil
del silogismo de lo no previsto.
Complace la estrella que permite a la semialada
caer desde el cielo a las yerbas
del plenilunio blanco de Agosto.
No más densa la niebla por más que se nombre,
no más negritudes de feria por más que la bestia
amenace y amenace.
La noche, autora de lugares
con efervescentes rosaledas,
siempre retorna germinando.

Las rosas, a las que sólo fotografía el aire
y, algo, el asomo de tu aliento,
combaten pétalo a pétalo
el aciago orden de las intenciones:
abren su dorada matriz al viento.

Rosa de Sin Nombre,
emerges desde la caliente tierra suelta,
ya construida,
ya plenamente dispuesta
a ser solitaria empresa
del suelo
con rostro
al cielo.

Cuando la médula, cuando el escalofrío,
cuando la placidez del sueño entreverado,
cuando sonrojo ante sol poniente, o temblor ,
cuando respiramos en el dorado ambivalente del trigo rubio,
cuando nuestra espina
recorre los nervios del dolmen
y nos sienta en las cuatro esquinas…
Cuando recordamos.

miércoles, 11 de mayo de 2011

¡A última hora!

¡¡¡Estoy que boto de alegría!!!

Teletipo recibido. Asunto. Feria del libro de Sevilla :Tome nota, Sofía.
El jueves 19 de mayo en la caseta 45 de la librería siglo XXI firma usted ejemplares de La presencia por la ausencia. Llámeme rápido para confirmar . Es el día dedicado a José Saramago.

Bailando con suelo

Bailando con suelo

... Y este pecho mío, este giro venido a mayor vuelo,
este cubrecama, esta solana vuelta,
este canto de gaviota
afinado en el diapasón de los aullidos de los lobos:
esa luz que licuaste bajo la sonrisa blanca.
Yo no te buscaba, Amor. Busca cielo
y busca barco el agua:
Y el barco viró girando sobre sí
compartiendo sino con el tren que vino y fue.
Yo no te buscaba,
que el torbellino
arrima sello al destino
y desvela el nombre de muerte
en la fotografía quemada del tiempo sin consuelo.
Has llegado lentamente,
pero has dado la vuelta a la vida.
Si ya ves que no te vi venir
despacio, en pausa mis ojos
o tal vez cierta ausencia
de sagaz aplomo para estas cosas,
céfiros que los llaman, y yo,
verdades las he aullado siempre.
Si es que no te vi llegar.
Sí que soplé templada,
desde el natural de mis pulmones a la flor desnuda
que abre cosecha bajo el suelo.
Sí, vuelta a vuelta cintura asomada.
Sí, al pretil de la tuya.

Dicen que sólo puede explicarse del revés,
y ya hace algunos siglos que la jardinera regó collares,
y decenas de años que artesonó
el techo
con sus iris muertos
abiertos
a la bruma, a la niebla...
Y aquel sin consuelo llegó rodando
hasta sus pies como perla transparente.
...Pero por el suelo, por el suelo avanzó girando.

Hasta los nudillos de pie con el puño en alto,
la eterna lobezna se irguió y ahora pregunta:
¿Queda alguien puro en este mundo?

Nudillos, no tengo a nadie.
Nudillos, no quiero nada.
Nudillos, todo doy:
Matriz longeva pare puños de alegría
con lágrimas ensartadas,
nudillo a nudillo,
en el collar de las perlas licuadas
que germinaron allá en la tumba.
...Y este consuelo,
 este con-suelo que desdice ya hasta mi palabra antigua.

Sofía Serra, 2010

martes, 10 de mayo de 2011

Descanse mi perro grande

Cuando esta mañana escribí esos versos en la columna de la derecha no sabía que esta noche iba a dormir con un perro menos y un perro más.
(los copio aquí para cuando la entrada se mueva)

D
Esplazar el contenido de este verbo,
Para así detenerte en mi frente

Cuando nos vinimos a Sevilla hace dos años tuve que dejar a dos de nuestros perros en el campo, a Máximo y a Layla, sólo pude traerme a la más chiquitina, a Lupita. Me dolía no tenerlos cerca, pero sabía que allí estaban bien, los días entre semana en su perrera rodeada de madreselvas, porque se hacían compañía el uno al otro, como siempre se habían conocido. Era imposible, impensable, hacer vivir al más grande en un piso de la ciudad, un perro que desde los dos meses sólo había conocido yerba, campo, ovejas, algún pastor con mala leche y encinas, y que medía casi un metro de alto. Un perro potente que necesitaba lanzar la vista al horizonte del sur por la Sierra de Aznalcóllar  o al del Norte allá por Sierra Pajosa  para poder respirar.
Así que entonces Layla decidió quedarse con él. Layla... Layla es mi Layla, la perra más inteligente del mundo.
Hoy ha muerto Máximo, así que ya Layla duerme aquí.
No sé si lloro de tristeza o de paz.
Pero esta canción es la que cantan las encinas esta noche mientras Máximo corretea entre la yerba y las adelfas del barranco comiéndose el aire.





Máximo bueno-máximo grande.
Máxima generosidad la tuya,
que te has quitado
dándome.

No te preocupes, Máximo,
que a tu consorte,
mi bebé de cuatro patas
que amamanté por la madrugadas
cuando ni tú habías nacido,
la cuidaremos como
tu amiga hasta la muerte,
tu compañera,
tu amante,
tu perra, tu locura
de aromas de hembra
esparciendo
su celo y su culo
en tus fosas nasales
ya duerme dormida
más sola, más viuda,
más limpia también,
con la tele delante.

Máximamente descanses, Máximo,
ladrándole al Seguiriya
hasta que por el barranco
corriendo entre las patas
se le quiten las ganas
de lanzar una pedrada
a un perro tú,
a un perro rey,
a un perro enorme
como tu corazón de gigante.

Sofía Serra, 9 de Mayo 2011
 
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