Cuando sabemos, cuando sabemos,
la rosa se fotografía:
Derramarnos sin conocer dónde nos vertemos.
Si todos abaratamos el amor, ¿qué valor tiene la pérdida?
Creo que nada busco,
y ya, que nada soy.
Nada me gobierna salvo ella y algún contrapunto.
Un acertado contrapunto en la partitura de mis pechos.
Bate a consciencia ahora son dos las que baten son.
Baten
asas imantadas de caliente y negro hierro
de éxtasis fundido en el subsuelo de la caverna.
El problema es que siempre se confunde al amor con los raíles derretidos del tren de vía estrecha, es decir, la concurrencia, el sibaritismo, los modales o la propia gomaespuma. Terminamos, terminan, digo hoy, por proveer a los dadores con unos silogismos extraños a sus intereses.
Queden como circunscritos por el oprobio
del Amar-izaje
en la A-libertad o en la An-independencia,
cuando arracimados se duplican
en soberbios y exactamente armónicos triángulos
engarzándose pubis contra pubis
hasta que se cierra la puerta a la bestia.
Las batidas en razzias siempre
fueron enemigas de la buena muerte.
Que se equivoquen, humildemente digo que se equivoquen los que hablan.
Yo tan sólo canto:
Tren a dos vueltas de ancha vía
y nube grande de agua.
Tren que
me va y me viene
por la montanera
de esa silueta que
salta y salta
sobre las vías que
nunca caminan más que
cuando traban el breve
reborde de este empeine que
se dobla y se dobla
cuando el zapato calza
la nieve de rosas que
me desnuda en la helada que
me cubre y me enllaga en la tierra que
concede y consiente todo asomo de arena.
Ardo-rrosa arena.
Siempre permanecerá fresca la flor de la memoria
depositada sobre estos muslos abiertos
a plena y caliente alegría.
Cuando sabemos, cuando ya sabemos,
la rosa se fotografía.
Sofía Serra, 2010