domingo, 15 de julio de 2012

Un país llamado Arcad(i)a

Un país llamado Arcad(i)a


ácida arcada
los ácidos corroen las columnas
de cualquier patio de luces


A mí no
Ácida
Me haréis
Ya tengo bastante
Con los jugos
De mi estómago
Vomitad sobre vuestro suelo
Vuestros juegos infantiles
Como cuando los crueles
Niños arrancan las patas
A los insectos—en ellos está el futuro
Y hasta el pasado—
A mí dadme un pico y una pala
Y mi cansancio de oír
vuestras arcadas
tendidas entre columnas
que nada sostienen.


dulce arcad(i)a


Sobre el estado general
De las cosas debo añadir
Pan y azúcar que ya no como.
Los mendrugos alisaron mi vientre,
La amargura me sacó de las casillas,
La tabla flota camino de las antillas
Occidentales a la península,
Tal como la salvación
De todos nuestros males:


Seamos Sensatos
Por las luces y las cuerdas,
Por no perder la arcadia,
Por poder volvernos locos
Como dulces cabras
Tiernas y felices,
Con barbas y a lo loco
Trotemos vertiente abajo
La miseria de afluente
Que brota de las rocas
Que vamos golpeando
Meninge sobre meninge
Como si no fuéramos en el fondo,
Del valle de la arcadia,
No más que algunos bueyes
Con un lamento ojeroso,
Con un lamento ojeroso de buey
Que salta asustado
De su torcido peso
Sobre las pezuñas y la bilis,
La vejiga y el evacuatorio
De la montaña algo verde
Con acebuches y reclinatorios
Y estandartes rosas y rocosos
Donde nos abrimos de patas
Y los tobillos se nos quiebran.
Tan torpes somos, ¡ay!, tan limitados
En importancia nos bebemos
Nuestro propio cerebro
Pensando que de nuestro
Lamento ojeroso depende
El destino del mundo,
Y por qué no ya también
El del mismísimo universo.
Las estrellas poblando esta noche
Nos contemplan en nuestra
Terminal palabra: arañitas,
Nada más que arañitas
Tejiendo con nuestras bocas locas
El silencio del abandono
De lo que somos: bueyes en el establo
De la vida, soberbios bueyes tuteando
El fragor de la noche blanca, bueyes
Con mitra de reyes como los cretenses
Ya y muertos seamos indulgentes
Con nosotros, convirtámonos
En cabras, cabras con luces y algún
Peso sobre la Arcadia,
Nuestro país, nuestro territorio.


arcadas para tipis


Acababa de parir la india en la pradera cuando el gran manitú se le apareció para decirle: "Olvídate de la depre post-parto y corre a tu nación, sí, a esos entre los que naciste, hazles ver su locura, se creen búfalos o bueyes."


—¿Alguien recuerda
Cómo se orina
Con cuatro patas?
¿Cómo piensa una
Frente con cuernos?
¿Cómo espantar una mosca con el rabo
O se mastican las aulagas, las retamas,
El lentisco o el romero?
Piedras sólo conocemos
Por nuestro riñones, he aquí
El claro ejemplo de nuestra
Desmedida inteligencia:
Miramos con los órganos excretores,
Tejemos con las patas levantadas,
Bebemos whisky y cerveza
en vez de agua del corrente río.
La pradera nos mira con
vergüenza ajena, le pesa
nuestra locura como patria.


Las flechas se frotan
Entre sí ronroneando
De placer porque se cierra
El círculo de nuestros tipis,
Nuestro yugo, nuestra yunta,
Nuestra arcada. Ellas
Se las prometen lanzadas
y felices en nuestro país,
nuestro territorio
de toro y pezuñas izadas
contra
nuestra
propia
Frente—.


La india miró sus pies,
pidió perdón a manitú,
viró sobre sí
y volvió a su depresión
Post
Parto.

Sofía Serra (De La exploradora)

viernes, 13 de julio de 2012

Afrodisíacos fuegos


Afrodisíacos fuegos

I

He vivido alguna decena larga de incendios forestales, la mayoría leves, escasa superficie quemada, y cercanos; la menor parte descomunales, graves y algo alejados.
La primera vez que vi arder el bosque en primera línea de fuego, hay expresiones que no tienen desperdicio, fue hará unos treinta años, allá por la Sierra de Alájar, en la peña de Arias Montano (Huelva). Yo pasaba días de vacaciones en el cercano pueblo de Fuenteheridos. La juventud en tropel nos desplazamos a ver el espectáculo. Quedé impresionada, comprendí la inutilidad de las manos del hombre contra una llama del tamaño de un árbol crecido. El aire y el fuego se confabulan contra las carnes tiernas de los seres vivos, en esta ocasión, las víctimas seguras, las verdes de las plantas y las blancuzcas o rojizas de los insectos y mamíferos de menor tamaño. Los pájaros huyen volando, los animales grandes suelen saber ponerse a buen recaudo si la velocidad de sus patas se lo permite. Recordaba la película “Bambi” que tanto me impresionó de pequeña. El hombre intenta, y en ocasiones lo consigue, luchar contra él.
Los terrenos se recuperan al año siguiente. Cientos de árboles desaparecen, décadas y hasta cientos de años de laborioso trabajo de la naturaleza, pero es cierto que la tierra vuelve a reverdecer. Nada se pierde en la naturaleza. Somos los hombres (¿no somos naturales?) los que perdemos: pulmones, recursos para explotaciones forestales, ganaderas o agrícolas y solaz para nuestra vista ante la contemplación de paisajes verdes. Identificamos belleza con paisaje verde, cuando estéticamente un paisaje quemado no sólo no se desprende de esa cualidad, sino que, dependiendo de gustos, hasta puede multiplicarla.
El fuego nos asusta tal como nos da de comer. La vinculación del ser humano con la combustión del oxígeno, un fenómeno natural, se demuestra desde los primeros mitos y en todas las culturas. Hoy en día es sinónimo de catástrofe. Catástrofe humana, medio ambiental, es decir, de nuestro espacio, nuestro hábitat. ¿Nuestro hábitat? La Naturaleza.
Ella nunca sufre, sus ritmos e intereses son distintos a los nuestros, ella siempre gana, nunca pierde, la naturaleza sigue su curso, nada es catástrofe para ella. Se mantiene y se alimenta de sí misma, sabe recrearse y autogenerarse. El hombre con su inteligencia no la ayuda, no debemos engañarnos, sólo nos ayudamos a nosotros mismos, egoístamente. Sembramos plantones de árboles allá donde el fuego arrasó bosques, construimos nuevos paisajes, como las hormigas, ellas también los transforman con el triture de la tierra en sus excavaciones, sólo que nuestra potencia es mayor.
Como la del fuego.


II

Sierra Pajosa ardía casi un año sí, otro no y el de en medio también. Sierra Pajosa no tiene árboles. La cubren retamas, esos grandes arbustos de hojas finas y delgadas de color verde blanquecino que, de tan agrupados y en la distancia, asemejan un manto como de terciopelo sobre las estribaciones de la serranía. Ardía un verano y al verano siguiente la contemplabas otra vez verde. No quedaba ni una sola encina, conforma una isla de arbusto entre dehesas, bosque rural, bosque del hombre. El riesgo más peligroso lo constituía que las llamas se desplazaran hacia el borde de la carretera: una gasolinera. Pero los terrenos cuidados por el hombre suelen estar libres de ese peligro. Prevención, limpieza de rastrojos, cortafuegos. El hombre sabe apañárselas hasta para (no) provocar un incendio.
Fermín nos contaba cómo las rencillas familiares y sociales de la comarca se solventaban a base de provocación de incendios en los terrenos del “enemigo”.¿Tú no me dejas cazar en tus terrenos en pleno otoño?, fuego que te endilgo para vengarme. Se deja correr un conejo con una ristra de cerillas encendidas amarrada a su cola. El vecino, normalmente gran o mediano o hasta pequeño propietario se quedaba sin dehesa para sus cerdos. Hubo unos años en que se aprovechó una guerra para solventarlos, la civil española, claro. Pero esto es pieza de otra cacería, cerdo de otra matanza mucho más grave que la que el fuego provoca. Al hombre le acompaña la conciencia del tiempo. A los animales y las plantas, no. Un país , un grupo humano, tarda en recuperarse décadas, si no hasta algún siglo. Parece como si a nuestra conciencia temporal le acompañase la capacidad para retardar la resurrección de la vida natural del hombre, su psicología, sus emociones, sus relaciones sociales. Su mente, su dolor, su capacidad para la alegría.
Pasé la noche casi en blanco. A seis o siete kilómetros se había declarado un incendio, esta vez en zona boscosa lindando con Sierra Pajosa, de encinas siempre, pero con matorrales tupidos entre ellas, típico bosque mediterráneo preparado y conservado para la caza, es decir, para que muchas especies pudieran criarse durante el verano. Tardó en dejarse controlar. El viento no cobraba fuerza, pero la visión del horizonte nocturno festoneado de llamas imponía demasiado. Temía que aún discurriendo el pleno verano al aire le diera la ventolera por traerlo del norte, un casi imposible. Pero, ¿y si sucedía? No estaba cerca, pero  quinientos metros no son nada para una chispa en el aire. Hablábamos siempre de nuestras capacidades para poder contener un incendio que llegara a nuestro alrededor. Teníamos la yerba seca cortada, al menos la más cercana a las casas si ese año no habíamos tenido ocasión o recursos para desbrozar toda la hectárea. Los diferentes puntos de agua estaban estratégicamente situados, casi por casualidad, y si alguno faltaba, la tal manguera más cercana disponía de metros suficientes con los que acercarse a determinada zona más alejada.


III

Resultaba espectacular ver trabajar al helicóptero que ayudaba a extinguir un pequeño incendio que se declaró en la ladera de Las cañadillas. De él colgaba uno de esos artilugios que recogen agua y la dejan caer en puntos concretos. Evolucionaba volando en dirección hacia una zona que identificábamos como lugar por donde aproximadamente podía correr la ribera. Llenaba el helicóptero la bolsa o cubo de enormes dimensiones con agua, se elevaba, volvía a desplazarse por el aire y, cuando llegaba a la zona determinada, dejaba caer el líquido contenido. El agua. El agua contra el fuego. Una manguera no fue capaz de controlar uno doméstico que apenas quemó más de 200 metros cuadrados. Pasto corto, ralo. Una encina cercana y cuatro o cinco árboles recién sembrados. Labor controlada de quema de mínimos. Viró el ligero viento, giró a Levante. El hombre se quedó sin manos para dominar.
Afortunadamente, por la carretera cercana pasaba justo en ese momento una patrulla del Infoca. Vieron el humo. Cuatro o cinco potentes hombres y mujeres altos como trinquetes saltaban las vallas de piedra como si fueran atletas, que lo eran. Carreras, palas de goma, cinco minutos, fuego extinguido.
Temblé como una perrilla con frío. Lloré de impotencia, pavor. Nada se pudo hacer por el pequeño laurel, aunque las llamas ni lo habían rozado. A la higuera hubo que mimarla durante años hasta que pudo dar frutos, aunque siempre ya creció achatada y como arbusto algo desmesurado. Ella fue la que inauguró casi diez años más tarde el poemario Los parasoles de Afrodita.

oOo

Amor de hondos y bajos fondos

Amor de hondos y bajos fondos


El amor es una calleja cierra
de donde sólo se sale
con los pies multiplicados
por delante.
Nada tenía, nada me quitaron
los vendavales delinquieron
a cuchilladas juntas en cada costilla
y las ingles cercenaron buscando la general
de mi aorta acampando en nuestro vasto pecho:
entre mi frente y mis plantas
te ubiqué regurgitando mi sangre sana,
sola abasto, sola mísera la dádiva
de los periódicos y los herrajes
que sobre tu regia mente y mi cóncava cabeza
depositaban los hunos de la noche de afuera,
vándala la risa de las ciudades y de las otras hormigas,
¡esa marabunta que nos asesinó cuando
nos atrevimos a dormir sobre los cartones
que defenestraron!... Tan generoso fue
su tirar la casa por la ventana.


Yo creo que aún andamos expiando,
callejón arriba, callejón abajo,
el crimen sin escena, sólo
por no desahuciarla, sólo
por no dejar vacía esta calleja
cierra a un lado del mundo.


Sofía Serra (Correcciones La dosis y la desmedida)



jueves, 12 de julio de 2012

Días de luto y rosas

Días de luto y rosas


Si quieres enfrentarte al mundo
lleva un homicida en tu bolsillo,
o una sobresaliente mirada
que desde tu nuca dé la vuelta
al ecuador y gire como las peonzas
liberando meapilas por las esquinas
de las calles. Tan vacías se quedaron
cuando saliste de tu portal
que ya se te olvidaron
las ganas en la bandeja de las llaves.
Y sólo quieres amor,
antes, aunque ya no hay nadie.


No sé cuando el sol se detendrá.
Ahora recuerdo que fui nada yo,
apenas mota posada en tu armadura.


Sonaron azules.
Mas tornaron al negro
las islas de vino y rosas.


Ya sí.
Instalada en la máquina del dolor,
los ojos se me abren.
Tú, aún, estás aprendiendo
a mirar.
Días negros en los que algunos
fuimos salvados por las campanas,
las tórtolas quedan
abrigando el seguro
silencio de la batida.
No quisieron ser más que unas pobres tórtolas
amarradas a tu figura gigantesca
de hombre sin sutura.
Tan enaltecedor tu doliente abrigo…


Estos días, enlutados días
de carne y hueso se me han posado
en los hombros como aves cantoras
sin miedo.
Negarán el porvenir bajo la manta oxidada,
algunos,
mas nadie me hará olvidar
estos días
devendrán
en vino de la Isla
que vengo con la rosa.


Sofía Serra (Correcciones de La dosis y la desmedida)

miércoles, 11 de julio de 2012

Shakespeare

Recupero cita que encabezaba este blog cuando lo comencé allá por Octubre del 2008:

[...]
"There are more things in heaven and earth, Horatio,
than are dreamt of in your philosophy" [...]



 
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