lunes, 1 de agosto de 2011

Provistos por escrito I (Italo Calvino)

Inauguro sección en este blog que me prometo etiquetar como es debido (habilitaré gadget correspondiente en la barra lateral). Estará dedicada a recoger palabras de otros, conocidos o no,  que por cualquier circunstancia las siento como mías, o me gustan, o me impresionan o han impresionado, en fin, dignas según mi criterio, de recordar y extender. El título de la sección: Provistos por escrito,  hace referencia a una especie de poemario que un día comencé hace mil años, un poemario en prosa con formato de obra de teatro y que literalmente hice añicos, :))), y después pasé por la candela con leña de encina, para no variar en mí habitual percepción sobre las cosas que voy haciendo. Como se me queda todo "antiguo" o "viejo", hago "limpieza". Siguiendo el hilo de las que hoy transcribo escritas por Italo Calvino, yo "no me resulto nada clásica para mí", pero sí han resultado demasiadas ya los autores o los versos, o las palabras de otros como para intentar seguir conservándolas en la memoria nada más. 
La intención no es promover debate; ese, se da por supuesto, está abierto siempre. Su fundamento es alojarlas en este blog, guardarlas aquí, no habilito archivo de ningún tipo para guardarlas en mi ordenador.
La de hoy es más extensa, tal vez por corresponder a su inauguración, pero supongo que la mayoría de las transcripciones serán mucho más breves.
Ah, se me olvidaba, a partir de hoy intentaré que las entradas de este blog vayan escritas en color verde.
* * *

1. Los clásicos son esos libros de los cuales se suele decir: "Estoy releyendo..." y nunca "Estoy leyendo".[...]2.  Se llama clásicos a los libros que constituyen una riqueza para quien los ha leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez en las mejores condiciones para saborearlos.[...]3. Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual.[...]4. Toda relectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la primera5. Toda lectura de un clásico es en realidad una relectura.[...]6. Un clásico es un libro que no termina de decir lo que tiene que decir.[...]7.  Los clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado (o más sencillamente, en el lenguaje o en las costumbres).[...]8. Un clásico es una obra que suscita un incesante polvillo de discursos críticos, pero que la obra se sacude continuamente de encima.[...]9. Los clásicos son libros que cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad.[...]10. Llámase clásico a un libro que se configura como equivalente del universo, a semejanza de los antiguos talismanes.[...]11. Tu clásico es aquel que no puede serte indiferente y que te sirve para definirte a ti mismo en relación y quizás en contraste con él.[...]12. Un clásico es un libro que está antes que otros clásicos; pero quien haya leído primero los otros y después lee aquél, reconoce enseguida su lugar en la genealogía[...]13. Es clásico lo que tiende a relegar la actualidad a la categoría de ruido de fondo, pero al mismo tiempo no puede prescindir de ese ruido de fondo.14. Es clásico lo que persiste como ruido de fondo incluso allí donde la actualidad más incompatible se impone.

ITALO CALVINO ("Por qué leer a los clásicos". Ed. Tusquets, 1992)

domingo, 31 de julio de 2011

Nocturno (I, II, II)

Nocturno I

Berenjena madrugada
de labrantíos y fértiles
huertos preñados de algas madres,
he perdido la carne y no he muerto,
los huesos me sostienen,
mi lúbrica piel chorrea
como el semen ajeno,
alienado, estarcido.
Estéril.

Nocturno II

Exacto y opaco en filibustera forma
el obsceno paisaje ameniza el muro.
Ya quebrar o seducir no significan
corrupción de los ojos camicaces,
las vistas sobre la lumbre permiten
adivinar tras los obeliscos
el sereno paisaje de las suaves lomas
extendidas sobre la piel de tu pecho
me asomo y asume el ocaso
mi ávida mirada
de paz.

Nocturno III

Mefotófiles vecino
acunó yerba embragada
por la positiva noche.
Gime y se te adueña
como el llanto del niño despierto
solo en la madrugada colma el ruido
de sordas paciencias que desoyen
el canturreo de la música celeste.
Y mis estrellas pernoctan
gritando también sobre el estío.
La luz ingrávida negra y nocturna
proyecta la sombra imposible
sobre tu averno mar,
tu impotencia.

Sofía Serra. Julio, 2011

sábado, 30 de julio de 2011

De dios al diablo (Para los diablos azules de Pilar Sánchez)

Uno incluido en "Los parasoles de Afrodita" de los que no he subido. Lo escribí sobre Mayo del año pasado para regalárselo a Pilar Martínez Sánchez, propietaria de "Los diablos azules", bar poètico de Madrid, por la amistad simpatía y cariño con los que siempre ( y eso que sólo lo he pisado tres veces) me ha recibido. Además tuve la fortuna de poder entregárselo en mano. Hoy me he levantado acordándome especialmente de ella, no sé  por qué. Pero estoy muy contenta: he ido contemplando desde la distancia durante todo este "curso" cómo ese local ha ido creciendo y creciendo en fama como centro neurálgico de los recitales poéticos madrileños, hasta convertirse ya desde luego en referencia imprescidible. Bravo por ti, Pilar. Y por si me leyeras, un beso enorme (sabes que aunque poco hablemos, siempre te tengo en el corazón).

(Se trata de una verboluz. Esta vez incluyo su fotografía, un autorretrato disparado en la puerta del local.)





De dios al diablo
(Para "los diablos azules" de Pilar Martínez Sánchez)


He hecho una fotografía.
He blandido carne de cuerpo arracimado.
Dios me venga cada día, dios me luce
en el sol urdido entre las prendas
que por el suelo voy dejando.
Osamenta y ruda percha para colgar ese pliegue envejecido
que arrastra, arrastra, arrastra tantos años y ninguna basura.

Hasta que me desnudo.

Si sólo una tengo, ¿a qué me debo?
Juventud y buen verso riñen como hervidero de pirañas en el Amazonas.
Al final, será siempre espina y hueso.

Que venga, que viene, que suelta melena,
que viste ya sola, que quiebra paredes,
destreza,
que yuxtapone, que suma y alivia,
que poetizo guerreando contra todo hasta sin mí
y ya me dejo hasta derrengarme entera.
Cada verso, una batalla ganada,
cada renuncia de muerte, un paso hacia el caos,
cada palabra, un menos de Ti,
cada suerte echada, cada sol en vida…
Abandonar toda sombra
y dejar de cruzar las manos sobre este vientre; preñan
en vida a la soberana muerte.
Cantar y desposeeros,
cantar y desvanecerme,
cantar y subvertir:
ya la jacaranda recubre el suelo
con sombras altaneras desde el cielo.
Ya la tierra arranca muerte y enfanga agua,
ya justifico el frío bravo,
ya averiguo sobre las piedras,
ya niego antiguo canto azul,
ya sólo quiero verde, a media tinta o dios.
O diablo.

Y endiabladamente me veo
poetizando, que es lo mismo
que amando, jugando o sorteando
el acá y el allá
tras el cristal que recita descifrando
las señales y el ritmo tardo,
la lenta alquimia, la cansina suspicacia
de ciertas pautas y medidas.

Ya bate el colmo sobre la mejilla ardorroja,
verde beso a beso de mayo al verano
expandido más allá del límite subjuntivo:
Rojo y veo,
rojo y muerto el ocaso,
rojo y ardo,
rojo y vivo
grande.
¡Bah! ¡Porca miseria de labrantíos parcos y desdichos de sí mismos!
...Ya asoma el tren de las vueltas sobre
la hélice de este desvarío encendido.


Sofía Serra, 2010 (Los parasoles de Afrodita)

jueves, 28 de julio de 2011

Navajas

Navajas

Solo no me gusta el libro de tus poemas.
Sonrisa tras los labios de papel
suena a caja vacía
de botellas con regusto que a mí
a nada me sabe.
A nada sabe el último yo en la bodega del encuentro.
¿A qué sabe la victoria?
A nada sabe.
¿A qué sabe la derrota?
A nada sabe
ni la batalla
que ya no vencí.
No basta con hilarnos a la mar.
Hace falta brava y lenta marquesina de hielo,
reprender a los sin sabores
que ya cantan,
concretan y ahuecan el ala
desaparecen y aparecen, buf, plup,
excrecencias de arena
más la cabeza perdida
entre la bárbara suerte de niñas domesticadas
por las manos del que palpa entrañas.


Nunca desentumecerás el hilo de la memoria,
nunca pisarás uvas,
nunca mosto nunca
dulce vino
el olvido. Nunca llega.


"¡Pendejos!", decían esos mil rayos
ahuyentando a los sin piernas.
Tal vez “¡vencejos!” gritaban.

Sofía Serra, 2010 (Nueva Biología)

miércoles, 27 de julio de 2011

Un poema que me desconcierta

(Correcciones Nueva biología)
Desde que lo escribí, allá creo que por septiembre del año pasado, no consigo reconocerme en él, reconocer la poesía que me suele salir. En el poemario en el que no desisto de incluirlo, Nueva biología, lo tengo siempre marcado en rojo. No sé, no lo sé. Sí sé que como la mayoría lo escribí del tirón. No sé si es un extraño, no sé cómo ha llegado, cómo tan "extrañamente" ha brotado, no lo entiendo, aunque sea de los más inteligibles y yo sepa "la anécdota" desde dónde llega.
Un poema que me desconcierta encontrar y que no sé qué hacer con él. Ni siquiera consigo titularlo.


Corazón, quedo y mudo en tu silencio.
Corazón, aprieto con tus manos este gemido.
corazón, yo no te hago caso omiso: al alba te alivié.


Corazón, tu tierra,
mi tierra, no tiene plumas.
No despedazaron sobre ella las aves blancas,
no entorpecieron el sereno de la sal en sus fauces.
Tu mi tierra tu tierra, canta
sobre piedras y fósiles y fantasmas
que logramos revivir henchidos
de aire, sustancia y carne.
Tu tierra, mi tierra, juntan soles azules
sobre la faz tornasolada de la colina reseca,
la casa sobre la espalda, al peso de los riñones,
el toro en bisiesto año,
la amargura del oro líquido,
la lluvia bajo la cueva abrigada,
azul de nuevo
tan lleno de luz… tu stop, corazón.
Tu tierra, mi tierra, nuestra tierra
clama tiempo, clama ocaso,
clama por tus hondas huellas
al son del canto que moldea
como barro del que bebemos
uno en dos,
ojos, mis azules, corazón.


Y estas palomas que de la nada parecen haber nacido,
tal vez de la suerte, canto que me hace:
tu santo y seña.
No somos aves, no somos duendes.
Al despojarnos del miedo -¿qué es la muerte sino un desnudo?-,
sólo nos queda el nombre.
Corazón, desde esta garganta y la tuya te expandes,
se unen estas proclamas sobre el orbe dicho quieto y al unísono,
cantándose mutuamente, juntos no
seremos uno, sino dos, que es mayor número.

Sofía Serra, 2010 (Nueva Biología)
 
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