Llevo como un par de días con problemas en el ordenador. Ya "solucionados" (el lunes me instalará el técnico un nuevo disco duro) me doy cuenta de que trabajo sobre lo más aún efímero si se puede. Con un ordenador recién formateado, o sea, a cero, recupero algún archivo desde los dvds donde voy siempre grabando y hago esta entrada. Me descargo "demos" de filtros de programas de fotografía aprovechando que sé que todo lo que llene este disco duro hasta el lunes, será eliminado. Uno de esos filtros he utilizado en la fotografía que acompaña a ese poema que escribí justo la noche antes de que empezara a notar que algo iba mal en este ordenador.
Todo parece accidental, pero a mí me llega la completa sensación de que todo me encaja. Ayer supe que un blog recién conocido, un blog dedicado al reciclaje casero de muebles, algo hacia lo que por instinto (o genética) siempre me he sentido inclinada (no obstante llevo como dos semanas "reciclándome" ropa, trapos le digo yo) me hizo un bonito regalo. Un premio de cadenas de blogs por el que me nombran "pink lady", porque dicen que soy una gran fotógrafa. En otras ocasiones algunas otras personas han tenido ese detalle conmigo o este blog, pero siempre los he rehusado una vez agradecido. No me siento cómoda con las relaciones sociales "encadenadas", ni en este medio ni en la vida "diaria". Recuerdo perfectamente cómo, estando en la universidad, justo antes de que comenzara las clases se reunía equis grupito para ir a tomar café, un grupito en el que se incluían mi mejor amiga y mi mejor amigo de por entonces ( y más o menos siempre). No sé cómo me las apañaba, nunca iba a la cafetería con ellos, o lo que es lo mismo, me quedaba sin tomar el café (té) de antes de clase o primera tarde. Eso sí, a la salida, al término de la jornada, nadie me quitaba el lugar ( ni el tiempo, siempre la primera, :D) en la esquina de "La moneda", una gloriosa taberna de Sevilla, bastante minúscula, que "diezduplicaba" su tamaño de "local" gracias a la cantidad de personas que nos situábamos en la extensa acera de alrededor, donde nos reuníamos los compañeros que durante la promoción habíamos ido haciendo amistad, todos integrantes de distintas especialidades y hasta de distinta facultad (Biología, filología, Derecho...) para tomarnos nuestras buenas, y hasta elevadas, dosis de, cervezas.
No sé cómo me las apaño, de nuevo lo digo, pero siempre, como por instinto, me desligo de lo que por pura lógica coyuntural o circunstancial debería quedarme más cercano. Mi querencia es "lo otro".
La casa en "rosa" que aparece en la fotografía era blanca, estaba pintada de blanco. Ésa era mi antigua casa, un piso de alquiler de renta antigua que tenía subrogado a mi nombre desde que murió mi abuela, porque antes, y desde 1933, fue su casa y con ella la de de mi abuelo, mi padre, mi tío, y hasta de nosotras cuando fuimos naciendo. Después ya mis padres se fueron mudando a otros pisos de alquiler (y con ellos, lógicamente, sus tres hijas y, después, mi hermano).
Hasta hace unos 10 años y desde que me casé, viví en ella, en el último piso, el único en el que sus ventanas traseras dan al jardín del palacio de las Dueñas. Calle Espíritu Santo, barreduela de Enrique el cojo, un gran maestro del baile flamenco.
Gracias a
Olga y Rosa (su blog:
"De andar por casa") por el bonito regalo que me han hecho, sin conocerme apenas de nada, no más de un comentario o dos en sus gustosas entradas. Esta entrada va dedicada a ellas. No lo sabían, no podían saberlo, pero cualquiera que haya ido siguiendo este blog donde la mayoría de las veces subo poemas, o el otro de las fotografías, habrá podido intuir que desde Abril más o menos, voy buscando el rosa, y como siempre, sin pretenderlo.
Autorretrato con dosis
diezmedida y sub
urbio herido
y dislocado.
Así se sucedía mi casa sobre los perfiles raudos del espacio de quienes no habitaron. Quisieron masacrarla a golpes de instantes devenidos en yo no sé qué, sólo perversiones, y sólo, tan sólo, consiguieron uniformar sus pupilas, las de ellos, tan negras afloraron, tan pronosticadas por las bajas endechas… Asolaron con una simple mirada, tautárgica mirada el porvenir de la pobre casa, la rica casa, arrasaron sus vigas y sus mimbres, los tabiques y sus muros, sus balcones y la escalera, desbancaron sus cimientos embarrados que vuelan ya tal vez camino de esa tierra removida con la que el topillo engalana con cráteres de luna la yerba... Tan verde, se olvidó de mi casa la yerba, de sus sucederes y aconteceres, tan obligada a permanecer, mi casa, aun derruida en el suceso de mi alma.
Sofía Serra, 19 de julio de 2011