La desquerida
Yo no fui mujer ni cadera
ni tálamo maldito que en tu vida
infringes. Yo no fui timón levante
ni simún o mistral ni solanera,
ni siquiera un hueco o viento
frío o caliente que en tus manos albergara
a esa estrella escapista que hace huída
dolorida mientras mis uñas emponzoñan
manjar preso de injusticia: hígado
para los buitres fui esparciendo
acre y húmedo alimento de roca
que no fui promesa ni en cadenas confluí
con el río que ya no fluye ni yerba
oscilante siquiera en el margen
del dolor de la oscura y negra fiera
que duerme en la rama de la acacia
como si bello canto nocturno
trinaran sus encendidos iris.
Yo no fui ni selva monte o
bosque de tundra sólo solitario,
ni fui ni sigo siendo sólo loba
o madre ni sólo risa.
Yo no fui mar ni cima
ni siquiera fuego sin beber
siquiera agua
fui ni siquiera
poeta.
Sin comer desaparece
infligida por la noche
allende la calle
que se ausenta.
Y yo no fui ni olmo ni siquiera sauce
que llora fui
si acaso flema.
Sofía Serra, 2011
domingo, 12 de junio de 2011
sábado, 11 de junio de 2011
La muerte de Afrodita
(continuando con las correcciones)
La muerte de Afrodita
Dejo de mirar el cielo de donde llego.
Hoy ya sí, añadas nubes tras la espalda,
no espero agua aunque otra lluvia llegue.
Cambio huerto por una fuente,
mudo tierra a otros vuelos.
Hoy navego surcando los aéreos
mares cruzados por los vientos
que en tu boca pronuncian mi nombre.
Porque rauda, rauda soy,
lejana ya de mis raíces quietas,
cercana ya de lo que llaman
sueño, quimera, mentira, utopía,
qué más da,
y yo sólo puedo nombrar como terreno.
Mas de mi memoria me perdí,
subsumí haciendo mía
esta patria de presente
renunciando a mí misma
en busca de lo que fui.
Tú, desconocido de orilla,
mira bien esta lengua
ya agostada de tanto lamer la costra dura.
No desdeñes las yemas que de su cueva nacen.
¿Los espárragos?,
ellos lo tienen fácil: se-lo-hacen-to-do. Se lo hacen.
En la penumbra vivo feliz, vivo calma y vivo vida.
En la penumbra, pero no a escondidas.
Son mis parasoles los que abro,
son mis manos las que se alzan
creando sombra mía junto al laurel
del adormecido sino.
Aquí, junto a la fuente, agua fresca
vierto en sus labios celestes
con celo sobre su aliento: Agua que bebo
agranda mis cauces internos,
mi gruta caliente, este huerto
donde se puede cultivar en pleno invierno.
Las humedades recreo con estas carnes salubres
embestidas contra la espuma sobre la cárcava marina
que se crece, se crece como regente de la ola
que se hace grande,
más grande mientras más se acerca a la orilla:
algas… algo de yerba
prendida en mi cabello.
Son recuerdos.
Retozar sobre cementerios
siempre conquistó albas de la muerte en vida:
¡Ay, la sal!,
sal de mis amores y de tus olas, ¡sal huyendo!
Ola mía, ola brava, ola tuya,
salina ola, ¡no claudiques!,
arremete y sigue muriendo.
Tumba dicha rubia arena,
tumba agosto dicho sal, ¡sal!,
tumba cercas, cerca tumbas,
tumba vida, vive tuya y dame,
dame ya la muerte buena.
Sofía Serra, 2010
La muerte de Afrodita
Dejo de mirar el cielo de donde llego.
Hoy ya sí, añadas nubes tras la espalda,
no espero agua aunque otra lluvia llegue.
Cambio huerto por una fuente,
mudo tierra a otros vuelos.
Hoy navego surcando los aéreos
mares cruzados por los vientos
que en tu boca pronuncian mi nombre.
Porque rauda, rauda soy,
lejana ya de mis raíces quietas,
cercana ya de lo que llaman
sueño, quimera, mentira, utopía,
qué más da,
y yo sólo puedo nombrar como terreno.
Mas de mi memoria me perdí,
subsumí haciendo mía
esta patria de presente
renunciando a mí misma
en busca de lo que fui.
Tú, desconocido de orilla,
mira bien esta lengua
ya agostada de tanto lamer la costra dura.
No desdeñes las yemas que de su cueva nacen.
¿Los espárragos?,
ellos lo tienen fácil: se-lo-hacen-to-do. Se lo hacen.
En la penumbra vivo feliz, vivo calma y vivo vida.
En la penumbra, pero no a escondidas.
Son mis parasoles los que abro,
son mis manos las que se alzan
creando sombra mía junto al laurel
del adormecido sino.
Aquí, junto a la fuente, agua fresca
vierto en sus labios celestes
con celo sobre su aliento: Agua que bebo
agranda mis cauces internos,
mi gruta caliente, este huerto
donde se puede cultivar en pleno invierno.
Las humedades recreo con estas carnes salubres
embestidas contra la espuma sobre la cárcava marina
que se crece, se crece como regente de la ola
que se hace grande,
más grande mientras más se acerca a la orilla:
algas… algo de yerba
prendida en mi cabello.
Son recuerdos.
Retozar sobre cementerios
siempre conquistó albas de la muerte en vida:
¡Ay, la sal!,
sal de mis amores y de tus olas, ¡sal huyendo!
Ola mía, ola brava, ola tuya,
salina ola, ¡no claudiques!,
arremete y sigue muriendo.
Tumba dicha rubia arena,
tumba agosto dicho sal, ¡sal!,
tumba cercas, cerca tumbas,
tumba vida, vive tuya y dame,
dame ya la muerte buena.
Sofía Serra, 2010
jueves, 9 de junio de 2011
Disparo de un no acampado (Revelión)
Disparo de un no acampado (Revelión)
De viaje por altas tierras,
una sola plaza,
una sola plaza abierta
y a los pies de su no muralla,
las campañas como condenas cumplidas
por los corruptos padres de la patria.
Una sola plaza con un nuevo suelo
emplazado por las manos
del que viaja y canta desbastando
cantos redondos hasta cuadrarlos
y encastrar el nuevo bancal sitiado,
canta con sus manos que atornillan
las bocas de los bancos a las cunas
mecidas por ajena mano alguna,
canta laborando con su obra
conciencia que di-lucida
que labra para la de arriba
que apostada en la ventanilla
mensajes en voz alta intercambia
con el guardián de su dinero,
el cajero.
Un sólo paciente sin altavoz,
una acampada
sin treinta años a la espalda
más cinco mil euros en su cuenta,
le ha bastado para atisbar
el enclave lumínico aplazado:
No les dejaron salir en la foto.
Los tabúes conciencidas
mataron los sueños de la niña
que se hospedaba dentro del palacio.
Ahora ella se rebela ocupando
y el obrero revela fotografías.
Sofía Serra. Junio, 2011
De viaje por altas tierras,
una sola plaza,
una sola plaza abierta
y a los pies de su no muralla,
las campañas como condenas cumplidas
por los corruptos padres de la patria.
Una sola plaza con un nuevo suelo
emplazado por las manos
del que viaja y canta desbastando
cantos redondos hasta cuadrarlos
y encastrar el nuevo bancal sitiado,
canta con sus manos que atornillan
las bocas de los bancos a las cunas
mecidas por ajena mano alguna,
canta laborando con su obra
conciencia que di-lucida
que labra para la de arriba
que apostada en la ventanilla
mensajes en voz alta intercambia
con el guardián de su dinero,
el cajero.
Un sólo paciente sin altavoz,
una acampada
sin treinta años a la espalda
más cinco mil euros en su cuenta,
le ha bastado para atisbar
el enclave lumínico aplazado:
No les dejaron salir en la foto.
Los tabúes conciencidas
mataron los sueños de la niña
que se hospedaba dentro del palacio.
Ahora ella se rebela ocupando
y el obrero revela fotografías.
Sofía Serra. Junio, 2011
lunes, 6 de junio de 2011
El deshielo
El deshielo
Si de vez en cuando mi boca en tu boca se enreda,
alerta a los nervios opacos,
esos que no excluyen a la materia,
con permiso o sin él afianzaré mis ijares sobre el suelo.
Mi boca: mi yunta y mis alas abiertas.
Si de mi boca espanto a estas dulces llagas
que como palomas de ida y vuelta sostienen a la memoria
tras el aullido del agorero salvaje,
tú no te asustes, amada ama de mis venas.
Sólo los bancos y los árboles permanecen anclados a la tierra oscura,
y hasta en el deshielo,
comienzan aturdidas esas tuyas a licuarse: ríos de mares aún nonatos,
verbos contenidos en los glaciares bajo la presión de los heleros
deshilando el cambio termal como soplo oxigenado
sobre estos ya jadeantes pulmones.
Del deshielo a la muerte anuda el paso del natural suceso
como aquella que nos dio vida y lugar,
madre, no deseo tu muerte
precisa la ancianidad, me conquisto y luego contigo me iré…
Vejez, pero no carencia.
Vejez como humana naturaleza,
vejez como flor espigada, no contrahecha en cementeriales plásticos.
Vejez resistencia, que yo contigo me quedo.
Vejez como la del río, cada vez más ancho, más pausado, más fértil,
más desprendido de su cauce,
espacio ilimitado, acontecer sin tiempo,
planicie moldeada a fuer de amables ecos
de los gritos proferidos por el hombre…
mar.
Como tú, madre, como tú.
(Sofía Serra, 2009)
Si de vez en cuando mi boca en tu boca se enreda,
alerta a los nervios opacos,
esos que no excluyen a la materia,
con permiso o sin él afianzaré mis ijares sobre el suelo.
Mi boca: mi yunta y mis alas abiertas.
Si de mi boca espanto a estas dulces llagas
que como palomas de ida y vuelta sostienen a la memoria
tras el aullido del agorero salvaje,
tú no te asustes, amada ama de mis venas.
Sólo los bancos y los árboles permanecen anclados a la tierra oscura,
y hasta en el deshielo,
comienzan aturdidas esas tuyas a licuarse: ríos de mares aún nonatos,
verbos contenidos en los glaciares bajo la presión de los heleros
deshilando el cambio termal como soplo oxigenado
sobre estos ya jadeantes pulmones.
Del deshielo a la muerte anuda el paso del natural suceso
como aquella que nos dio vida y lugar,
madre, no deseo tu muerte
precisa la ancianidad, me conquisto y luego contigo me iré…
Vejez, pero no carencia.
Vejez como humana naturaleza,
vejez como flor espigada, no contrahecha en cementeriales plásticos.
Vejez resistencia, que yo contigo me quedo.
Vejez como la del río, cada vez más ancho, más pausado, más fértil,
más desprendido de su cauce,
espacio ilimitado, acontecer sin tiempo,
planicie moldeada a fuer de amables ecos
de los gritos proferidos por el hombre…
mar.
Como tú, madre, como tú.
(Sofía Serra, 2009)
domingo, 5 de junio de 2011
Puto
Puto
Para comenzar,
puedo suscribir
aquello:
cuántos habremos bebido
de los mismos cuencos,
cuentos,
y ahora una parte
tendrá que obtener remedio
bajo el apósito de los años
cuando tú y yo hace muchos
que penamos por
la condenatoria plaga
que se cernió sobre el huerto,
sin calendario,
sin campaña,
sin registro,
con la hoja en blanco
del lunes perpetuo
de la semana de nuestras vidas.
qué más quisiera yo
que haber podido no tener
que indignarme nunca.
Sofía Serra. Mayo, 2011.
Para comenzar,
puedo suscribir
aquello:
cuántos habremos bebido
de los mismos cuencos,
cuentos,
y ahora una parte
tendrá que obtener remedio
bajo el apósito de los años
cuando tú y yo hace muchos
que penamos por
la condenatoria plaga
que se cernió sobre el huerto,
sin calendario,
sin campaña,
sin registro,
con la hoja en blanco
del lunes perpetuo
de la semana de nuestras vidas.
qué más quisiera yo
que haber podido no tener
que indignarme nunca.
Sofía Serra. Mayo, 2011.
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