sábado, 14 de mayo de 2011

Diario de tu mala boca

Diario de tu mala boca


Cuando dios nació,
las sombras hablaban
idéntico divino idioma.
Abducido el impasible,
la planicie enmudeció,
y la medida.
Trepamos por los árboles
como manzanas que vuelven
a la crecida rama sobre el río, el lecho.
Tú y mi silueta de ti, tan juntos.
Newton nos habría odiado.
O no: Él fue físico.


Nuclear derramaste ni una sola lágrima
al nacer a tu pecho mis ojos licuados
que blandieron mutismo, tan hermético,
tan sobrecogedor en lo sobrante,
tan administrativo de llantos
y soflamas amatorias periodistas,
epistolares funcionarios
de prisiones sobre mi pecho
y tu pecho tan ajeno
a tus ojos, tanto sollozo perpetrado
contra mis pezones.


Trenes amamanté con mi falda de
algunas flores, benditos fines de semana en
los que sus colores se tornaban grises, que
trastabillaron la vigía avizora de
los humeantes hocicos: benditos principios de mes
en los que tus testículos volvían a tierra,
enarbolaron el atracón de trufa
de los marranos antepasados: malditos mediodías
de agosto
en los que
mis rodillas
flaquearon


sin sobrevivir ni aún al segundo
tras la caída de tus ingles
bajo el peso a plomo de la sevicia.


Tú me has ahogado.
Pero sin agua.
Como el aire al mosto.


viernes, 13 de mayo de 2011

Calzas para un orden

Calzas para un orden

¿Qué delirante poema renace sobre tus mejillas?
No quiero ser aguafiestas, nunca.
El agua me traspasa, la juventud me reclama y no soy leña amontonada
en la penumbra del helero, asomo gris en las tinieblas.
Es sólo que la irrealidad se impone a veces.
Puede más que una palabra,
que el beso, e incluso la sonrisa o las lágrimas.
Un zapato rojo se extravía sobre los adoquines,
dos zapatos rojos sobran ante el semejante.
Proust aprieta pero no ahoga,
la irrealidad se desescombra sobre las sancionados abismos
horadados a fuer de endogamia:
los señoríos, las señorías.
Los antifaces.
El anti-faz,
el negativo de los rostros desojados.
Los timbales sobre los que tamborilea el brillo
de nuestra mirada, y tú, y yo, ya convencidos preguntamos enjaezados
a lomos de la estirpe, a horcajadas sobre la sima:
Mundos virtuales. Siempre hipócrita calma.
Pereza.
...Y los zapatos rojos.


No quiero ser aguafiestas, nunca
pero aquí no se establece nada.
Si lo deseamos, se aposenta y hasta se habita, incluso se fundamenta,
pero no sin tierra, no sin agua. Ni sin adoquines o los zapatos rojos.


¿Qué hacen los que no saben cantar?
¿Sólo digerir o gritar sobre la faz del interpuesto?,
¿pelotear sobre sus propios pulmones, o zapatos rojos,
para que no los asfixie (¡qué no, por dios!, ¡qué no, te lo ruego!)
la roca desorbitada por las regurgitaciones de los morosos,
los parcos, los olvidos del tú,
los recurrentes sobre la ocurrencia que arrastra
la inmundicia de la incomprensión
hasta al corazón más puro?


Zapatos rojos.
Corazones rojos.


¿Cómo olvidar a los que no cantaron?
¿Cómo no intentar habitar en sus bocas como altavoz fundido a su caverna,
mascarón de proa sobre la reserva que los hizo permanecer coléricos, sin cantos?
Abastecer hasta en los muertos,
colmar el hueco sellado hasta moldear la paloma,
la alada suerte, la blanca metáfora alzada desde la tierra,
desde su yo hasta el más nosotros.
Hacer pervivir lo que no obtuvo ni vuelo ni memoria,
ultrasonar un cántico que traspase los límites del tiempo
y renazca en el pasado, reivindicar los sordos bramidos
de los que se fueron sin apenas dormida,
sin gloriosa voz, sólo porque el orbe los confió a las afueras.
Fuera de sitio,
fuera de tierra,
fuera de todo.
Como los zapatos rojos.

jueves, 12 de mayo de 2011

Rosa y dorada noche

Rosa y dorada noche

Así que yo sin mí
más dos terceras partes de una vida
a cuestas, me acuesto
sobre las zarzas de mis ilusiones,
y acierto en la diana móvil
del silogismo de lo no previsto.
Complace la estrella que permite a la semialada
caer desde el cielo a las yerbas
del plenilunio blanco de Agosto.
No más densa la niebla por más que se nombre,
no más negritudes de feria por más que la bestia
amenace y amenace.
La noche, autora de lugares
con efervescentes rosaledas,
siempre retorna germinando.

Las rosas, a las que sólo fotografía el aire
y, algo, el asomo de tu aliento,
combaten pétalo a pétalo
el aciago orden de las intenciones:
abren su dorada matriz al viento.

Rosa de Sin Nombre,
emerges desde la caliente tierra suelta,
ya construida,
ya plenamente dispuesta
a ser solitaria empresa
del suelo
con rostro
al cielo.

Cuando la médula, cuando el escalofrío,
cuando la placidez del sueño entreverado,
cuando sonrojo ante sol poniente, o temblor ,
cuando respiramos en el dorado ambivalente del trigo rubio,
cuando nuestra espina
recorre los nervios del dolmen
y nos sienta en las cuatro esquinas…
Cuando recordamos.

miércoles, 11 de mayo de 2011

¡A última hora!

¡¡¡Estoy que boto de alegría!!!

Teletipo recibido. Asunto. Feria del libro de Sevilla :Tome nota, Sofía.
El jueves 19 de mayo en la caseta 45 de la librería siglo XXI firma usted ejemplares de La presencia por la ausencia. Llámeme rápido para confirmar . Es el día dedicado a José Saramago.

Bailando con suelo

Bailando con suelo

... Y este pecho mío, este giro venido a mayor vuelo,
este cubrecama, esta solana vuelta,
este canto de gaviota
afinado en el diapasón de los aullidos de los lobos:
esa luz que licuaste bajo la sonrisa blanca.
Yo no te buscaba, Amor. Busca cielo
y busca barco el agua:
Y el barco viró girando sobre sí
compartiendo sino con el tren que vino y fue.
Yo no te buscaba,
que el torbellino
arrima sello al destino
y desvela el nombre de muerte
en la fotografía quemada del tiempo sin consuelo.
Has llegado lentamente,
pero has dado la vuelta a la vida.
Si ya ves que no te vi venir
despacio, en pausa mis ojos
o tal vez cierta ausencia
de sagaz aplomo para estas cosas,
céfiros que los llaman, y yo,
verdades las he aullado siempre.
Si es que no te vi llegar.
Sí que soplé templada,
desde el natural de mis pulmones a la flor desnuda
que abre cosecha bajo el suelo.
Sí, vuelta a vuelta cintura asomada.
Sí, al pretil de la tuya.

Dicen que sólo puede explicarse del revés,
y ya hace algunos siglos que la jardinera regó collares,
y decenas de años que artesonó
el techo
con sus iris muertos
abiertos
a la bruma, a la niebla...
Y aquel sin consuelo llegó rodando
hasta sus pies como perla transparente.
...Pero por el suelo, por el suelo avanzó girando.

Hasta los nudillos de pie con el puño en alto,
la eterna lobezna se irguió y ahora pregunta:
¿Queda alguien puro en este mundo?

Nudillos, no tengo a nadie.
Nudillos, no quiero nada.
Nudillos, todo doy:
Matriz longeva pare puños de alegría
con lágrimas ensartadas,
nudillo a nudillo,
en el collar de las perlas licuadas
que germinaron allá en la tumba.
...Y este consuelo,
 este con-suelo que desdice ya hasta mi palabra antigua.

Sofía Serra, 2010
 
Creative Commons License
El cuarto claro by Sofía Serra Giráldez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial 3.0 España License.