Sin embargo, no todo fueron rosas en aquella ciudad, pues buscando una hostería donde poder pasar la noche, me vi obligado a cruzar un magnífico lodazal, enorme, en el que las marcas de la última riada aún se percibían - llegaban a la altura de mi cintura - y en el que resultaba imposible no caerse de cara. Pero aquello no parecía importar a la gran cantidad de mercaderes que allí se asentaban animando con sus voces a los viandantes a comprar sus productos.
Al fondo de este comercial cauce, donde terminaba, imaginé dos grandes columnas coronadas con sendas estatuas, alzándose sobre el barro, sujetando a su vez el cielo aún azul de la ciudad de Sevilla.
Al fondo de este comercial cauce, donde terminaba, imaginé dos grandes columnas coronadas con sendas estatuas, alzándose sobre el barro, sujetando a su vez el cielo aún azul de la ciudad de Sevilla.
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(Fragmento extraído de un relato aún no titulado cuyo autor es Manuel J. Távora Serra)
