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martes, 8 de abril de 2014

Rumbo sur

Rumbo sur

son tus espaldas azules y tu nuca morena,
siempre pudientes, las que veo rozar
el negro del vacío. no te mueves.
No te das
la vuelta.

Y el mar pertrechado en el mar
vacío hacia donde vuelves tus ojos
con tu cabeza demudada en sonrisa
vulnerable, vuelven
las dulces patrias
a la bienvenida otoñal,
a la lugareña costumbre
de habitar la arena (como
habita la poesía)
antes de tiempo,
antes de que el mar
la cubra o la ame
antes de la hazaña
de darnos
por vencidos
cuando no hay sentimiento
de victoria
tuya ni de mí,
el Nadie
con derrota endogástrica.
Como la de los erizos
vueltos del derecho,
con el estómago naranja
a salvo y protegido
ya en la otra playa,
al filo del mismo mar.

Ya se alimentan por sí mismos
sin autodigerirse.

Las campanas lo proclaman,
metodizan la prueba fe-haciente
: todo vuelve a su origen.
Es primavera tal como tañe
esta tarde melodiza
este mes de norte
disarmónico
componiendo el sur
con rumbo primaveral.

Faenador de orilla

Faenador de orilla

todos trabajan en sus aposentos
menos yo, que miro a la noche
a través del reflejo de tu frente.
Y ella me ama, cuánto me ama…

cómo animal tan bello
transformarte, faenador
de orilla, con tus pies
enfangados en las olas lentas
con su piel la de tus pies
limados por la arena oscura
con sus dedos como aves
de manos tiernas
expertos en hallar
verdades amarillas y verdes
lacadas y curvas y pulcras
como cuentas (y contabilizas)
o semillas
para el trueque.

O para el dolor de estómago,
que desconsuela como la mentira.

Prefiero servir a dios,
que no soy yo, antes que adorar
la costumbre de lo evidente.
Sus trucos los reservo
para los alacranes y sus oleosas
y alegóricas tradiciones:
mato como puedo
el veneno no vendo
amor solo regurgito
lo que en la orilla encuentro:
¡Coquinas, coquinas!
¡¿Quién quiere coquinas?!
Cambio coquinas
por cubitos de hielo
para hidratarme
tras el vómito…

tanto dado,
tanto cúbico dado
en la tan cuadrada ruleta
de los que juegan a la meta.

domingo, 6 de abril de 2014

Subida de tono

Subida de tono

una subida de tono precede
a tu aviso de hombre.
saltaron los dolores
a mis manos imantadas
como las conchas irisadas de la orilla
y ahora ya no
escribiré más,
porque ha llegado
la hora del duelo,
del arrepentimiento
por tanto trabajo muerto,
tanto tiempo perdido,
como si hubiera querido
vaciar el mar en mi cubo azul.
La mezquindad del hombre no tiene remedio
y a mí ya me quedan
pocos años por vivir,
menos de los que llevo puestos
sobre las ojeras
sobre todo
sobre mi alma.

Os miro desde estos cañaverales
a vuestros pies, cabezos amarillos.
No quiero escalaros,
mi lugar es poder
contemplaros desde aquí.
Quedarme pequeña
como un grano de arena,
pero a vuestro abrigo,
desembarcada de la barca
azul.
a vuestro color,

A vuestro calor.

lunes, 31 de marzo de 2014

Las antípodas

Las antípodas

cómo embarcarme siendo isla,
cómo aislarme siendo nave.

Nunca debí dejarte solo.
En la esquina suroeste de europa
la suerte se dividió en dos
segmentos de segundos planos,
el atril de la superficie de tu ida
y mi paz al falsamente mirar
el escaparate de los trajes (de flamenca)
por donde, en lugar del pan,
tu cuerpo caminaba erguido
buscando el viaje
que te apartara de mí
o de ti mismo
o a mí misma
del pan.

me persigue el hambre
de haberte regalado mi soledad
en ese cristal egoísta.
Es la playa, la venerable playa
de mis infantiles logros,
tan real como el alimento que me predica,
la que avala la verdad de mi sensación,
su realidad y su causa sensacional y
real. Verdaderamente real.

verdaderamente
por ti comienzo
por hacerme amiga de tu suerte,
por mí termina
por embarcarme en las naves
que me trasladen lejos
aguas adentro mar
de un horizonte
que no perturbe
el armonioso y líquido y fresco
sostenido de tu boca o tu apetito…

Y me arrumbo en el ardiente deseo
de dejar de ser y estar
paloma, fuente, torre
o playa dejar de ser
para estar sólo isla
silenciosa,
como la que Google recogía
ya en las antípodas
de este suroeste.

viernes, 28 de marzo de 2014

El chocolate no se vende

(Siempre desprendo a los poemarios de toda la prosa que contengan cuando los voy corrigiendo, pero en este caso, el de Los cabezos amarillos dejaré incluido este relato, completamente verídico, :). Me divierte, y poéticamente explica muchas claves de algunos de los poemas. Y me gusta, tengo necesidad de alguna vez poder explicar las claves de mis poemas. Además para mí es un poema, no creo en las categorías de prosa y "poesía" (verso).


El chocolate no se vende

Cuando los coches se atascaban en los caminos de arena había un motivo para mi miedo que hoy revierte en risa. El seiscientos era muy pequeño, iba cargado con, algunas veces, siete personas (las dos más de mis abuelos cuando un año se vinieron a pasar los primeros días) más una bombona de butano y el peso de la tienda de campaña, amén de todos los bártulos necesarios para poder disfrutar dos meses de vacaciones en la playa. Es decir, entre su tamaño minúsculo, el del seiscientos, y el peso que soportaban sus ruedas se conformaba el imposible para rodar por los caminos de arena (nada llanos, nada asfaltados, arena pura y nada dura) sin algún tropiezo o lapsus en su marcha. Normalmente sucedía cuando sus ruedas cogían alguna hondonada más pronunciada. Yo siempre asomada a la ventanilla del conductor, mi padre, con la cabeza que casi se me escapaba del cuello que ahora imagino estirado como el de una mujer(niña) jirafa, olfateando el mar, los eucaliptos, los pinos y los distintos aromas verdes del bosque de este suroeste cayendo al mar.
De pronto, la falta de avance, el ruido extraño del motor que me chirriaba en los oídos y la expresión verbal de mi padre: Ea, atascado.
Sólo recuerdo una imagen que hoy califico como proverbial. Una vez todos fuera del coche, miro el seiscientos, y yo, aún tan pequeña en tamaño, cinco o seis años, hormiga que soy hoy, pues más hormiga entonces, lo percibo como pequeño -pequeño dentro literalmente de una hondonada de su exacto tamaño. O sea, no es que sus ruedas hubieran patinado, es que simplemente se había caído a un bache, a un precipicio, un buen precipicio de no más desnivel que 25 cms, los suficientes para que remontar le supusiera más que escalar, también literalmente, el puerto de las Palomas en la carretera que iba a Grazalema, cuando tenía que hacerlo con la primera metida, la primera. Esto significaba mucho más esfuerzo. Impotencia del pobre y noble seiscientos.
Sacarlo del apuro no era complicado. Los mayores extendían cartones o ramas secas de los árboles cercanos delante de sus ruedas, mi padre arrancaba el coche, los que podíamos ser útiles (sic) empujando, nos apostábamos en su parte trasera, con cuidado, el calor del motor, y así, normalmente salía del atolladero rápidamente. Si el bache era más hondo de lo previsto, de por ejemplo 35 cms de hondo, llegaba la última solución, la drástica, o sea, amarrarle al parachoques delantero una cuerda que comunicaba directamente con el opel negro enorme como un tren y mil toneladas de peso de mi tío. Es que es de HIERRO, decía mi padre, el seiscientos era de lata según él, pero el opel era de HIERRO, de hierro de verdad. Por eso pesaba tanto, y por su tamaño, claro, unos cinco metros desde mi perspectiva de entonces, tal vez 25, metros.
Esa era la solución radical, el plan B que si bien permitía la solución de un problema, también podría devenir en la llegada a otro peor. Es decir, que el enorme opel, al tener que tirar de un peso algo considerable, al fin y al cabo el seiscientos era un armatoste de metal y motor, fuera el que quedara enterrado en las sinuosidades de los caminos de arena.

Como esa vez sucedió.

Recuerdo las risas de mi tía y de mi madre. Juntas se reían absolutamente de todo, se lo pasaban bomba. A más risa de las dos, más cara de pocos amigos de mi tío, y viceversa y recíprocamente, claro, no recuerdo donde comenzaba el baile risas /mosqueo. Pero sí su cara seria, cabreado, mi tío, el bohemio de los dos hermanos, porque pintaba “cuadros”, que no vendía, claro, su trabajo era el de maestro de dibujo y trabajos manuales, y recuerdo a mi padre encendiendo un cigarro y no sintiéndose culpable. Mi tío tenía esa habilidad, lograr que cualquiera se sintiera culpable, por el no hablar, por el silencio y el cabreo contenido hasta que reventaba, y mi padre la habilidad de pasar de su hermano mayor cuando la situación emocional lo pedía. Normalmente le soltaba una gracia a la vez que iba disponiendo en su mente el engranaje correspondiente que le llevara a dar con la solución del problema, le comunicaba la idea a mi tío, la llevaban a la práctica y el problema se resolvía.
Mi padre volvió a montarse en el seiscientos aliviado del peso del resto de la familia, lo condujo con cuidado por el lado izquierdo del camino, ese por donde más hojas y ramas cubrían la peligrosísima arena, adelantó al opel y se situó justo donde antes, siguiendo la idea mi padre, habían extendido todos los cartones y ramas que en los minutos previos habían servido para sacar al mismo seiscientos del bache. Ahora la cuerda se disponía con sus cabos en puertos distintos, el delantero amarrado al motor del seiscientos. El trasero, al parachoques delantero del opel. Mi tío, aún con la cara de pocos amigos y de desconfianza completa en el proyecto, al volante de su opel, mi padre arrancó sus seiscientos verde clarito, primera marcha metida, yo con los oídos tapados, cada esfuerzo del seiscientos por aquel entonces se me figuraba que terminaba en explosión del cacharro saltando por los aires, temía por mi padre, mi tía y mi madre imagino que con algún rezo entre las risas nada contenidas, la guasa, el ruido del motor del seiscientos con el capó levantado para que no saliera ardiendo en el esfuerzo, la cara de pocos amigos de mi tío, primero muy lentamente rodaje sobre los cartones, otro tirón mas, otro ruido más-oídos más tapados, ojos cerrados apretados, y… ¡voilá!, ¡el milagro!, ¡el gran milagro!, las ruedas del opel de mi tío pudieron rodar (no más de diez centímetros) por la arena más firme. El seiscientos siguió tirando cada vez más alegre hasta que por fin ambos coches quedaron bien asentados sobre terreno firme.
Y yo pude respirar, y mi madre y mi tía no dejaban de reírse, y mi tío ya no tenía cara de pocos amigos.
Ah, es que aquel seiscientos era un héroe. Recuerdo las botellas de agua que mi padre siempre disponía cerca del motor, era el único riesgo, que se calentara más de la cuenta. Entonces mi padre le daba de beber, no sé cómo, y el coche seguía andando tan cantarín como siempre.
Pero esta vez su hazaña era de verdadero renombre, épica. Un minúsculo seiscientos sacando del precipicio de 30 cms a todo un opel de mil quinientas toneladas de peso (chispa más o menos).
Creo que mi tío no se lo perdonó en la vida. No sé si al seiscientos o a mi padre.
¡O a mi madre y mi tía!
Pero el caso es que ese año también pudimos llegar todos, seiscientos y opel incluidos, a la bajada que los cabezos amarillos, junto con su arroyo, disponían para que pudiéramos pasar las vacaciones más memorables. Allá junto a la torre árabe en ruinas. Allá iluminados en la marina noche por los carburos, allá donde casi me ahogo por segunda vez en mi vida si no hubiera sido porque mi primo me agarró de los pelos para sacarme del revolcón que la ola me había dado, allá donde comía chanquetes crudos recién pescados y donde sufrí el cólico de coquinas que hizo que mi padre y mi tío tuvieran que salir a toda pastilla (no sé si con el opel o el seiscientos) a buscar hielo para que no me deshidratara al pueblo más cercano, allá donde mi hermana pequeña terminó pudriendo casi todas las sillas de anea del chiringuito bar que nos hacía compañía. Y por el “nos” hay que entender dos tiendas de campaña con sendas familias en cada una cuyos miembros disponían de 10 kilómetros de playa de arena blanca para ellos solos, sin un alma salvo los domingos, uno de los cuales por primera vez vi una furgoneta enorme con la herradura pintada en sus flancos rodando por la arena mojada, a quien se le ocurre, decía mi padre, una furgoneta de una ferretería andando por la arena, se atascó, claro, también ella, pero para entonces y tras cuatro o cinco años, todos éramos expertos en extraer vehículos de gran tonelaje (sic) de sus atascos respectivos. Allá donde entre otros milagros presencié el más sencillo e inexplicable de todos desde mis ojos poéticos actuales, los pozos horizontales, los pozos que no necesitaban bombas para extraer el agua del acuífero correspondiente. Allá donde con tan sólo clavar una caña en los estratos amarillos de los cabezos, el agua manaba cristalina, clara, limpia y, además, irisada. Mis arcoíris son tan reales como la geología que nos garantizaba agua corriente, dulce y potable durante todas unas vacaciones de dos meses en la playa.
¿Qué por qué vacaciones de dos meses si mi padre no era el maestro?
Muy sencillo. porque mi padre era representante de chocolates Elgorriaga, o sea, vendedor.
Y ya se sabe, en el verano sureño, el chocolate no se vende.

Supongo que por eso me encanta.

miércoles, 26 de marzo de 2014

La vida en nueva

La vida en nueva

algo ha sucedido en el alma
de un hombre moreno
y su sonrisa descabellada
que me mata, algo ama,
algo ríe dentro de su vida
que me alegra vibrar
los párpados de mi risa
aflorando la novedad en el bálsamo
de los labios rosas y tiernos
como gajos de mandarina
que han tomado el sol
en la arena blanca de mi playa.

algo me prende
la vida en nueva.

la niña cuadrada, ya cuadrada
en los brazos de sus olas
de su madre el mar
gobierna sus esquinas
sin embargo y a pesar
del pudor que nace.
Ríe cincuenta años
después temblorosa
ante los amarillos cabezos.
no sabe
si la amparan
o la asustan
aún.
distingue
hoy.
Aquellos cabezudos
y aquellos ojos sendos
sin ojos que la miraban
mientras su madre la bañaba
en el mar de las olas rientes,
porque los cabezudos
sólo aparecieron
en la arena del mar
muerto y roto.
No existen ya.

medio siglo le ha bastado
para descubrir el pozo de estrellas
entre las rocas que escondían
a los cangrejos, a los erizos del revés
y a su hermana haciendo el indio
como hoy ella misma suele hacerlo
siempre, pero valientemente
sumergirme y nacer
a la transparencia de tus manos
acariciándome las ingles:
es el agua del mar que todo lo limpia,
como la Belleza anida en el lunar
de tu piel, púdica piel hoy
mi barrera
y mi sometimiento conforme
a mi amor
a tu libertad.

miércoles, 19 de marzo de 2014

La rosa eterna

La rosa eterna

se me rompe
un poco todo
solo un poco,
eso es bueno.

mas la quiebra siempre mide calores
y yo no soy
de medidas desmesurada
siempre atiendo
alcauciles en invierno,
rosas en verano,
dónde el verano dónde
la longitud del estero, la sombra
del árbol la juventud
de la herida la vejez
de la flor el crecimiento
del fruto me alimento
con adioses como otros osos
se alimentan de hormigas,
pero mi lengua sólo sabe lamer
y escarbar hasta el paladar.
con ella vadeo
algunos cursos del surco
que y qué solo
me vale denso
donde intento remontar
el barrizal de este barbecho
arando algo con mi boca
a su lengua y sus dientes.
la tarea es compleja, y, sobre todo,
indigesta, pero no hay bien
que sin malestar
llegue.

me colmo en tu vaivén,
por eso sé
que la risa volverá a brotar
desde esta boca abierta,
como la hierbabuena allá
en las azoteas de blanco, allá
donde mi abuelo Salvador
construyó todos los mayos
levantándome rosas en la mirada.

martes, 18 de marzo de 2014

Los mieles

Los mieles


Despertar el día
con lágrimas de alegría
significa amar más
allá de la noche.
Cuánta boca dulce emanan
los cabezos amarillos,
son gárgolas resplandecientes
ataviadas con la luna
de sonrisa de la chiquilla
afanada en la tumba de arena.
Que no reportará mieles
el triunfo descabellado del juego
soy, si tú me lo permites,
la que te limpia de arena
los párpados cerrados,
esas pequeñas bellezas
embebidas en el poniente
por la luz de la barca,
proa que allende el mar
conquista varales de cañas
verdes, como tus ojos, madre,
como tus ojos verdes
y mieles.

Y los que tú mirabas.
Y los que todos buscamos.

domingo, 16 de marzo de 2014

Parménides fue mi primer amor que eres tú

Parménides fue mi primer
amor que eres tú

es que necesito rey-
vindicarte.
si estás ahí
fue
porque tú y yo
así lo quisimos,
nos convino en un modo
esta especie
a nuestro modo
de hijos futuros de caínes y abeles
en sus encuentros de hienas
que solas miraban,
qué solas miraban
las leonas que se acercaban,
los leones que descansaban,
ellas llevan las mismas tetas de mi sexo
ellas llevan los mismos te(s)tos de tu sexo.
Yo no amo a las hienas
injustamente,
en nada injusto te amo, hombre
recio, simbiosis
de La Costra en mis sienes.
Mas sí te necesito
en mi pecho unido
a mi cerebro.

Ella es la enemiga que creamos.
Y Ella me ha robado
lo que más quiero
lo que más deseo,
lo que necesito,
a mi compañero en la vida
de esta física tesitura.

Qué te habrá robado Ella
a ti.

No importa seamos
más o menos, Dios
diría si existe más allá
de los claveles y las fuentes.
Pero este lugar de presente,
siempre el sitio,
anhela su justicia de tiempo,
como ya te dije algún día,
nuestro compañero.
Y en él, si tú no hablas,
no hay luz que brille,
eje que la decline
o sombra que la represente,
fuera lo que dijera Platón
y todos los que tras él
malinterpretaron.

es que yo me quedé allá,
junto a los presocráticos,
a la intemperie
en nuestro
al final
primer
encuentro.

lunes, 3 de marzo de 2014

Atasco

Atasco

sabes que un poema me vino
a la boca cuando te vi amaneciendo.
Las descerebradas señales de tráfico
hacían caso omiso de tu paso.
Los parachoques brillaban
por tu ausencia.
La mitad de la luna
dibujaba tus sabores.

Juré que no quisieron olvidar.

hay días, ya algunas
noches
en las que se desquicia la torre
de la iglesia, suelta su freno
y de capa caída cae.
Ciega la salida de la calle.

viernes, 28 de febrero de 2014

La distancia

La distancia

Se es feliz con el despertar de la noche,
tan aletargado como un brote
de semillas tiernas, tan delicado,
soy feliz sin pensar en el sorbo de agua
que la sed nos necesita, tan dulce ella,
la sed, nos calma la sed
de venganza por haber nacidos
tan desviados del hemisferio celeste,
nos duele la aventura,
ah, tan torcidos somos, sólo
la imaginamos sin ser vista,
allá en el horizonte del mar
que reverbera como una bolsa de plástico blanco
que hubiera huido de algún buque
transportador de cereal:
tan gigantescos contenedores
de hambre para un hambre
tan humana y tan pequeña.

No cabe en la boca
la horizontal del cielo,
pero podemos hundir el barco
con nuestro dedo:

Somos tan solos
y tan grandes somos
los mismos.

viernes, 21 de febrero de 2014

La llamada

La llamada

Todos corrieron a experimentar el cielo azul,
pero los cabezos permanecieron
residiéndolos a todos.
Las venerables arrugas
de sus rostros no marcaron
la juventud que hoy
exultante encuentro
en tu ubérrimo contenido
de hombre lleno de agua
como los cabezos,
como los cabezos
sonrío
tan grandes
sus sienes y mi gozo.

hay que leer amor y sentir dolor,
pensar alegría y escribir amor.

y ellos, amorosamente plegados,
duermen ya plácidos
con su frente
al mar y a la brisa.

La luna los ilumina.

Los veo sonreír.

Y me llama.

jueves, 20 de febrero de 2014

Juveniles luces

Juveniles luces
la poesía es, está y se hace sola.

Un día en blanco, de registro
blanco en la dosis de arena
cuyas señales borra el mar,
así.
por-
que
qué
importan,
nadan
los brazos fuertes
y la fe
de una frente
que beso.

Al final
(y al principio),
leer nuestra vida,
porque esa es la memoria.
El presente.

Destilar juvenales
y juveniles luces.

martes, 18 de febrero de 2014

La misma

La misma (a mi cicatriz)

soy una urraca adquirida
en el mercadillo de la alfalfa,
pasean los sombreros
de paja, sólo me visto
de desnuda mies
aunque de azul o negro me pinten,
una brizna de yerba seca
en la arena que conquista dunas
donde entierro mis cuatro ruedas,
las avenidas de asfalto
se hicieron para los caballos
con la herradura en su flanco.
llega la furgoneta como llega
el vendedor de camarones
como llega el domingo alegrando
mis oídos.


Pero nunca me gustaron
sus plurales,
ni la ferretería fue
mi buena compañía,
el hierro cayó sobre mi nariz,
cicatriz tantos años vista
de vieja y estúpida suerte
montada bajo la tienda
o la campaña que averigua
y pesquisa, inocente
ligera y turba y hulla
y miel de tus ojos de
durmiente
antes
alegre
niña.

viernes, 14 de febrero de 2014

Paisaje para un sueño

Paisaje para un sueño

pocos hombres
en aquel tiempo de la rueda
y la desventaja.
Los que nadaron
atusaban la arena
mecida sobre las olas,
es la orilla, se transparenta
el agua bajo sus manos.
Ninguno hubo, apenas, que lograran
hacer brotar el romero, el tomillo,
que también crecía por aquellos parajes,
¡el cantueso!,
tan malva y lila como
los cabezos amarillos
cuando se hacía la noche.
la noche curva como los cabezos,
la noche guinda o fruta
o fruto rojo,
la noche nido de tanto
sueño
caliente
recogido
entre cuatro lonas azules
y mis brazos.
Ese merecido y seguro
abrigo que sólo el amor
procura. la noche,
la noche violeta
y después azul oscura,
la nana del mar,
el cansancio que reposa
extendido a la luz
sobre la frente
abierta.

Porque el mar nunca es de color negro
si el hombre no se alquitrana.
O lo ennegrecen.

miércoles, 12 de febrero de 2014

La sonrisa del cangrejo

La sonrisa del cangrejo

se engullen abisales
cada paso dado cada paso,
cada paso más lejos, cada paso
un solo hacia atrás, hacia atrás

sentencias y gravámenes
en la cota del cuartel
de la senda que llega
a la playa a las rocas
y las horcas
de los cangrejos:
cada paso dado,
un menos cerca
boca aplastada,
una herida más llena.
cada pico cada paso de lado,
cada paso más lejos, un paso
de vuelta en este fallo
de guarda y estorbo
impasible de cuanto desea
la orilla y el cangrejo le quita,
le roba, la imita
cada paso dado
un menos cerca
a su lado, cada nieve desecha
un plomo de lado,
cada paso, cada paso, cada paso
uno hacia atrás la orilla
me ha echado encima
la tonelada de tierra
que me sujeta
en esta torpe entrevista
con las rocas y la arena mojada
que pegajosa e inútil
soporta el peso
de tanta mole engolada
giran los cabezos
su curva se asoman
al circo revuelto
de mi está-día

con mis pinzas y un inequívoco
gesto de curioso abandono
el cangrejo me sonríe
con sus patas aviesas,

nada podía decirme
nada podía decirme
nada podía decirme.

domingo, 2 de febrero de 2014

A la sombra del cañizo

A la sombra del cañizo
Me ha cegado la ilusión de verte vivo

Despampanante como un brillo
de cristales en la ladera
litoral de los cabezos amarillos
donde la antena de los cohetes
allá tras los pinos verdes,
los pinos, siempre los pinos
verdes y turgentes como nubes
de floresta oliendo a resina
también verde.
allá se te vio brillar.

Después supe del campo
de experimentación antitecnológica.
Construían transistores
cada vez más pequeños,
cientos por miles
las agujas de los pinos
caen tejiendo la alfombra
que endurecía la blanca
arena de los caminos
por millares de granos
cuadrados y perdidos
de sí como tú,
procesionaria de mi embarazo,
quién te ha visto y quién te ve,
general en armas del ejército
de las voces, quién puede creer
que tras de ti avanza pensativo
el perfecto hombre cuadrado
amante de las luces
y algún seguro estío
de sombra:
el cañizo nevado
de desconsuelo
se desvencija
fuera de sitio,
fuera de tiempo.

Y el bar sólo sirve
para beber y para recordar
cómo se pudren las sillas de anea.

jueves, 30 de enero de 2014

Los erizos del revés

Los erizos del revés

en este mundo oscuro
hasta los invitados
pasan hambre.
(Just the wind
like the wine.)


solo el viento como el vino
que enarca las cejas de la vida,
solo el sendero de agua y conchas
que cansino se desliza
entre la raíces quietas
de los matojos abrazados
y los cañaverales abiertos
al sereno de la noche.
sólo el suplente
martiriza los erizos
volviéndolos del revés
sobre sí mismos,
sólo la roca los acoge
en sus cárcavas navajas
consolando sus desconsuelos
al viento como el vino
abriéndolos, al agua
salada. Ella sana
los sinsabores fríos
de cada púa clavada
en el interior de sus mejillas,
de sus gargantas, de sus todo
estómago solo
de carne amarilla
y viva y fe-
haciente.

martes, 28 de enero de 2014

La gema

La gema

un caer en desgracia
como una afilada cuchilla
de guillotina, rueda y saja
la pelvis de tantas pernoctas
al pie de la torre, a la vera
del manantial de la espera.
Los cañaverales rotos y
las enhiestas ingles, una hoz
desbroza el unísono canto,
la mendaz tarea de pescar
en el arroyo con las redes
de altura,
con lo que pesan,
con lo que sufren los brazos
cuando el barco aminora
su paso por mis oídos.

Porque llega la orilla.

Mi cercana aturde un misterio
hecho gema que recojo:
el cristal erosionado
de un culo o un cuello
de botella verde,
la esmeralda que el mar me regala,
la que ni en tíffanys encontraría,
la obra maestra
del Océano.

lunes, 27 de enero de 2014

La fe

La fe

una caña y un asterisco
en la muralla,
y el manantial se abre.


y se abrió
como un reguero
sedimentando
el arco iris en el suelo,
pies para qué os quiero,
se preguntaba la pintora,
yo, alfarera en mi recuerdo
y en la estancia de la caverna,
no necesito colores ni barnices,
son mis manos las que crean
un arco iris a la medida
del hombre en la tierra
amarilla como los cabezos,
mis cabezos, las peinetas
o los arcos de mis iris,
de mis luces.

como un reguero de gozo,
como un reguero de tierra,
el amarillo suspende
mis desvelos y me hace dormir
llena de paz en la curva
de la playa tan gigante
se extiende el sol
por las arenas secas
y calientes, verdadera
huella del mar que me habla
de la vuelta y el regusto
de las olas, que saben
del retorno de todo
lo que al océano llega,
un río, un cuerpo de hombre,
un árbol, unas cenizas, las cañas,
las medusas y los sargazos
ya tapizan de verde y rojo
la orilla antes soñada,
las aguas se hacen vivas
modelando estanques
a la medida, mi medida,
de pequeña. No abarco
un mar tan grande
que desde mis ojos brota
en lágrimas como medusas
muertas. Construyo un jardín
a los pies de los cabezos,
un jardín soldado de amor
a tu pecho de hombre
bautizado como dios
por la torre que me guarda
que me guía como faro
del acervo de la verdad
y del sueño.

No necesito tener fe.
Se me da
por sí
cada día.
 
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