viernes, 27 de mayo de 2011

El ocaso de los dioses

El ocaso de los dioses



Separado en semántica sección
de tu abrupto y cavernícola segmento
huyes de las palabras
de tu misma osamenta,
y así, cuando desbrozas, queda
al desnudo tu abuso sobre escleróticas
sanciones, los argumentos solapados
con grapas de cobre porque tu venérea boca
no articula el son con lo que te corroe,
te desarma.
Pobre hombre muerto de sí.

El mundo se deshace y tú das oídos a la música.
Se te han adherido a la piel todas
las mieles posibles a ellas las moscas
y las pupilas azules de la muñeca
te señalan con bajeza de contrabajo desafinado
por el tiempo que hacía
que tus dedos no acariciaban
los tendones del hueco y el vacío,
la caja de resonancia sirvió de nido
a los ratones y ahora las pavesas de las bolsas de plástico
se esparcen cayendo de tu estómago
a tus manos,
a tus manos que te miran
a tus manos que te hunden.
Y nieva tras tu ventana en pleno mayo.

Qué pena de música fatua.
Nunca sabrá que
ya no concluye
ni el día atardece
la caída de tus párpados
tanto echármelos a la espalda
está arrasando
con la belleza de las puestas de sol,
allí,
a media tarde,
cuando la montaña las impedía,
donde yo era infeliz
como tú, pobre hombre muerto
de hambre de gloria de amor
que no te devuelven.

Contemplar el ocaso de un dios.
Delinquir contra la alegría de la mañana.

Sofía Serra, Mayo 2011

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