Apenas me quedan héroes,
ni salvaeslips.
Venga de esta guisa a sostener
tu calma, porque mi aliento
resoplo y bufo tras el arado.
El cordaje de las neuras se me rompe
equilibrando pesos y contrapesos
anudados a la reja.
Verte y no verte venir.
La techumbres inician el son
del leve paso de sus dedos
o sus garras sobre las tejas
liquenadas de la arcillosa
luz del verano,
el quinto pino del entierro
riza el arcén de su autovía.
Nunca fueron sembrados
árboles tan lastrados.
Hecatombe y lúcida sombra
en este verte y no verte venir.
Permanecen cuadrados los soles
bajo las caricias del cielo.
Sin el sabiendo quehacer,
resurge el verbo vacilando.
En el empréstito soñaron
con sus alas los delfines del aire.
Las piernas colgaban de los pretiles
y el viento aminoraba la marcha de los aún más indecisos,
así que maté al segundo que tras de mí acechaba
buscando el minuto de mi estampida.
Mas claudiqué, cerré la ventana
y juré no entoldar esta frente.
Luminosos los hombres del cielo,
esos que no llamamos ángeles
sino cadáveres exquisitos de plumas,
sortean a manos viento las pupilas.
¿Qué hombre no ha visto el cielo?
Verte y no verte venir.
Somos tantos que
se me ha quedado
pequeño el pulmón
-sólo uno, sólo uno tengo-
solicitando armisticios cantores
con su redonda boca.
Verte y no verte venir.
Nos quedaremos de ojos
cruzados obviando el juramento
y la inercia imperialista de las metálicas sienes
que beben asomadas a la puerta
y veneraremos un tú más yo
hasta que los laureles de invierno
logren entonar el grito
de la noche que mira y desmira
el malva de tu cabello. Vengaremos
sin más futuro que la rosa huella
habituada a resucitar
sobre el vacío desmesurado
de la espina.
Adolezcamos de algunos puntos sutiles,
confeccionemos el ansia de la rama,
exhibamos el letargo que nos oprime
compilando zinnias con palabras
colgadas del pico del jilguero
con tanto cantar para nada,
tanto dar para nada.
La venerable respuesta
apremia por ser escrita.
Pieza a pieza hace el frío
y las hojas no han caído.
Resuena la yerba
sobre los rizomas
de plata enterrados.
Se huele el aliento de la vida.
La muerte no tiene aliento.
La muerte no tiene boca.
Verte y olerte llegar.
Nena, hacías mucha falta,
tú sabías romper el duro hielo.
*
Sofía Serra. Septiembre, 2011.