viernes, 12 de mayo de 2017

Teoría de los factores






El factor

Cinco años caminando para llegar al mismo
punto de partida
(siempre sucede igual, siempre es lo mismo
aunque no queramos
aprenderlo)
Lo mismo por abajo que por arriba.
Como decía Virgilio, como decía Fermín, como decía mi padre. La clave está en los árboles.
Me inventé la teoría de los pozos artesianos. Los versos de mis poemas y de mis fotografías me llevaron a ellos. Después Proust me la confirmó, aunque él, tan arraigado a la concepción del tiempo horizontal (na-rra-ba) no pudo ver la transparencia del suelo. Fue Afrodita la que me lo señaló. Ése, ésa es la costra dura de la nomenclatura, baila sobre ella, tú tan terrenal y tan saturnal siempre. Sin saberlo era lo que hacía, romper, clavar la pica, la broca con punta de diamante después. Emergía el agua, surtía con toda la verdad infraterrena elevada a la estratosfera de lo sublime dejando atrás la forma en el límite preciso, en el eje de la simetría.
Había que darle forma a ese agua. Que sobre la costra pudiera servir para algo. Instalar las tuberías, las fuentes, los grifos, adaptar lo inadaptable para que todos los árboles pudieran ser regados.
Adaptar a la costra.
Mi error.

A ellos vuelvo y en ellos estoy. El tronco y la raíz troncal. El límite preciso en que arranca el árbol hasta el cielo, el límite del horizonte que sólo un árbol a contraluz es capaz de quebrar.
Llegó el flujo ya dado. El suelo se transparenta —necesito cristales, necesito espejos para recoger la luz—, las sombras siempre son oblicuas u ocultas, como la del mediodía, que se introduce en la tierra hasta fundir el árbol de arriba con el árbol de debajo. Cuando menos vemos. La costra aparece más opaca, más refractaria a la luz, cuando ella más ilumina. Paradoja.
El árbol como el libro abierto de lo que ES. El árbol como verdad, no como mito. Lo tenía delante de los ojos.
Ahora ya, lo veo.
Afrodita nos ofrece el árbol —el poeta. La naturaleza — para que podamos descubrir nuestro por hacer. En el principio no me acompañó el poeta, pero sí lo hicieron los árboles, las encinas. Siempre estuvieron allí. Las guardas como ángeles, las guardas del libro que hay que escribir, las guardas del bosque de pozos artesianos construidos.
Ahora camino sobre un suelo transparente. Hasta me asaltan los arrecifes de coral que rodean la parte sumergida de la isla (desde Suroeste partí), los peces de colores volando por el agua. Los peces voladores en líquido cielo. Las aves submarinas. Y el sol, Los rayos de sol iluminando el campo sumergido, Nosotros buceando entre los troncos de las encinas, ese sueño que logré transcribir hace tantos años. Siempre el sol dando y quitando
luz o no
como cuando
la luz
no llega y llega
el nocturno.

El poeta escarba y, escarbando, hace caer el cielo.
La evidencia de lo invisible.
No vivimos bajo tierra.
En rima el cielo con el infierno.
Colofón.
Nace el surtidor hasta en la tecné del libro.
No puedo escapar. No quiero escapar.
Vivo y muero. Vive.
El amor es el motor.
El que mueve.
El factor.
El que hace.

(De "La clave está en los árboles")

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