martes, 15 de abril de 2014

El tiempo solo

El tiempo solo
A nadie perjudicó el haber guardado silencio. (Catón)

Casi sin nada,
tras declamar la posición
todo se hace irrefutable.
Lo sustantivo se mece
suavemente al compás de lo sencillo,
la amigable dependencia recoge
su lugar de nuevo, se sitúa
equidistante entre el porvenir
y la huella. Jamás ya
soportará un adiós. Se limitará
a cantar en primavera
como cualquier pudor
de las verdes flores.
Su luminosidad barrerá
las barreras que interponen.

No guarda silencio
el ave, ni los árboles
ni la escarcha,
ni siquiera el aire —él entabla
diálogo con su semejante
aunque sea el contrario—,
ni la luz —hasta las estrellas
campanillean en el cielo
raso y negro de invierno—,
ni la roca —ella se lamenta
cuando el calor o el frío

la arrecia—, ni un muerto
guarda silencio crepitando
en las llamas o bailando al son
de esos diligentes seres
que nombramos como gusanos.

El silencio no se guarda, se da
lo que solo tiene nombre
de vacío, un ni siquiera el no,
un rostro sin boca, un alarido
sin ondas sónicas.
Un no ser ni estar, ni la nada
que es origen de todo.
El silencio solo se habla
a sí mismo: Una muralla
sin espacio ni valles verdes
poblados de jaras y manantiales
que defender, un exento imposible,
un tiempo sin su natural compañía,
la nuestra, la de los hombres.

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