viernes, 19 de marzo de 2010

Los viajes y el arcángel

Ayer,  camino de Marbella pasando por Málaga, llegué a Córdoba, y pude por fin retratar al patrocinador de los versos con los que inicié mi etapa en la vida de poeta con necesidad de no tirar lo que escribía


Una representación del Arcángel San Rafael, basada en una pintura de Valdés Leal (siglo XVII), en un magnfíco mosaico de azulejos provenientes de un taller sevillano del siglo pasado (no debo aportar más detalles prosaicos sobre la imagen por motivos de obligada discreción laboral)

Ahora, ese primer poema con el que inicié el  poemario "Asesinos de almas"-



DUELO

I

Detrás de toda vida se divierten los demonios,/
risas hojarascas, de ojos,/
ladrones de hálitos e ilusiones,/
circunscritos a la piedra de la inmovilidad./
Piedra muerta, piedra viva matada en el abrazo de la tierra inerte y fría./
Y cuando esto sucede,/
cuando la suprema muerte aflora,/
yo sólo quiero enterrarme en la tierra,/
sumergirme en la calidez de mi alma, que no es mía,/
sino de la verdad que me alimentaba./
ANHELO, NECESITO, DESEO, EXPLORO a través de mi piel/
rebuscando recovecos de terruños que, en vez de arañar, aterciopelan mis vellos rubios de las viñas
inexistentes./

Cuando la montaña se aviene a la curva de un pincel trazada en un lienzo,/
o los árboles que mañana alimentarán a nuestra especie/
se convierten en pestañas de esperanzas doradas/
en el amanecer de mis inviernos, observo y vivo./
Y entonces, ni asesinos, ni miradas de cuencos vacíos repletas de gusanos,/
repliegan la voluntad por el olvido,/
de odio, de siniestros, o derecho,/
de verticalidad por el dolor, de asunción de la hiel,/
de la agria descomposición que los cuerpos de los asesinos de almas/
provocan en su mera sístole, sin diástole,/
como simples gastadores de la celeste magnitud que envuelve a la verdialidad omnipresente./

Nombre de arcángel para el desquite de mi mente y el olvido de mi oxígeno./
Sin premuras ni esquinas enconadas te observo, y procuro/
que, en vez de anidar, encuentres la vaciedad de la inexistencia;/
sin aceptar errores, sin basas griegas, sin valle fértil,/
sin sur de esperanza, porque/
la vida, para el que la sustenta, requiere/
requiebros, dunas y arañazos de luna/
en los mares de nuestro líquido vital, azul,/
y negro, y verde como el mismo sol,/
en vez de celulosas,/
amarillas y grises de color,/
expelidas por los orificios hueros de tus fosas nasales ahítas de pestilencia./

No me llamo Sofía, sino ojos que te miran, sin dioptrías,/
cristales líquidos asumidos para la función que realizan./
Me llamo tu alma nonata, tu alma perdida en azulejos impregnados de desidia amarillenta./
Para que cierto verbo se ejecute,/
ni agua, ni fuerza, ni dirección precisa./
Sólo sal de amor, valiente azúcar y oro blanco de fuente necesito./

Sofía Serra, "Asesinos de almas", diciembre 2002

Quien quiera comprender... lo hará.
La poesía no es sentimiento ni pensamiento. La poesía es conocimiento.

martes, 16 de marzo de 2010

Canción del bruto


Título de la fotografía: Hércules llora en el jardín de las hespérides


Canción del bruto

Alguien debería saber, o decir, que nació pobre./
Pobre como las medusas enlutadas, pobres como ellas, pobres aguas/
parcas enterradas en la orilla./
Alguien debería haber podido retratarlo/
cuando lloró al robarlas./
Lleno de germinal fortaleza, suculento manjar para los dioses./


¡Que no te echen ellos todo lo que seas capaz de soportar, Hércules humano!/
Que la vida, las naranjas y el agua construyan tu tumba diluida/
en el sol cielo del dulce bálsamo para tu llaga del dolor que silencias./
Que sorteen las arenas de Gerión aquellos que/
no hacen ascos al pervertido barro convertido en sustancia maniquea de lo sin ser, sin fuerza y sin presencia./
Porque de tu osamenta renacen columnas de piedra/
que sostienen los templos venidos a menos/
en el abaratar del mundo/
a la raíz, raíz y junco entretejido,/
ocnario para tus potentes músculos,/
para tu fuerza bruta nacida de esta tierra de Verdad/
donde sembraste tu inocencia bruta./
Cuánta vejez se aventaja en los corderos degollados antes del camino./
Cuántas y seniles demagogias pervierten aún/
la almoneda pura de estas lanas con la que es necesario cubrirnos./

Por el frío./

No hay lobos./
Se extinguieron cuando el sol quiso,/
las pétreas gárgolas que artificialmente encauzan a las aguas de lluvia convirtiendo en caños al descompás de sus pasos./
El suministro y el hacha expandida./
la guadaña de la rubia mies./
...¡Qué suerte tienen los cosecheros!,/
pero ¿y los que siembran?/
¡Ay de los que siembran!/
Hasta las propias semillas han perdido su recuerdo./

Sofía Serra, 15 Marzo de 2010

viernes, 12 de marzo de 2010

El tiempo, que es nuestro compañero



De izquierda a derecha, Eva, Margarita y Sofía. Sevilla, Abril de  1967 aproximadamente. Lugar: azotea de la casa de los abuelos paternos, posterior hogar de Sofía y su familia.

De izquierda a derecha, Sofía, Margarita y Eva. Sevilla, Diciembre 2009. Lugar: actual residencia de Sofía y su familia, habiendo sido antes la misma casa residencia de Eva y la suya.
Casi medio siglo nos contemplan a mis hermanas y a mí.


Sinceramente, no sé a qué viene tanto miedo por parte del ser humano por el paso del tiempo. Ya me declaré compañera del mismo en algunos poemas míos. Su paso pone todo en su lugar, crea la sonrisa y calma los dolores. No es el tiempo el que los produce, sino  la sevicia humana en la relación con sus semejantes, y hasta con su propio entorno, el desencuentro del ser humano con el otro, y hasta con su propio cuerpo, con su propia naturaleza de ser vivo, por la cual nace, vive y muere, la incongruencia con lo que somos, tiempo también, no sólo "anchos", "altos" y "profundos",  la permanencia de las duras costras de la soberbia y el miedo ante el espejismo de la muerte del yo en la entrega al otro como reflejo fantasmal del miedo a la muerte de verdad, que es sólo natural suceso. 

El tiempo actúa como un bálsamo hasta en las más duras condiciones físicas. Sólo el paso del tiempo hace que el dolor de una artrosis se llegue a asimilar como parte del mismo organismo y por tanto a aprender a vivir con él. El tiempo es la representación exacta de lo verdadero en este orden ajeno y extraño en el que el ser humano se aposenta cuando pone los pies en esa corteza  de la perversión de los valores primigenios sustituyéndolos por los establecidos, que normalmente, como decía, derivan de las conflagraciones inútiles del otro contra el otro, y del hombre contra su misma solvencia de ser natural y vivo. El hombre, "loco", o desmemoriado, el "bello" durmiente, ante el paisaje desolador que él mismo "ve" en su ceguera, olvida el fluir natural de todo lo verdadero. 

Pero llega el "instante", siempre aflora porque siempre hay alguien peleando contra esa costra. Son los "ojos" fluviales,  a modo de lagunas emergidas  como ventanas a la visión del real paisaje de la esencialidad, ese tiempo que es nuestro verdadero ser. El tiempo, nuestra cuarta dimensión que siempre olvidamos saber contemplar. Desde que Euclides estableció la geometría, y a pesar de haber  gozado ya de la portentosa visión de un Einstein, seguimos negándonos a contemplar a esta cuarta dimensión tan nuestra  y bondadosa que es el tiempo.

Sólo la física actual, ciencia,  y  la poesía, arte, han logrado abrir los ojos, romper esa dura corteza fósil y anquilosada y lograr contemplar la verdad de ese río subterráneo que a todos nos hace y, por tanto,  beneficia.

Seamos todos compañeros del tiempo, nuestro amigo perenne, siempre leal si lealmente nos comportamos con lo que somos: seres vivos en cuatro dimensiones, ríos, rompamos la costra dura diariamente para no olvidar lo realmente verdadero, y por tanto lograr sonreir con felicidad en nuestros rostros.

No nos quejemos, luchemos contra esa costra. Si es que queremos vivir felices, claro.

martes, 9 de marzo de 2010

Con meridiana claridad


 Título de la fotografía: Meridana claridad


No hay poeta nocturno


Cuando atisbé el crepúsculo/
me asaltaron las horas de las fiebres./

Desde que te cuido, las auroras me parecen más lejanas./
Desde que velo por ti, los serenos sones de las olas/
retumban en mis oídos:/
zumban, zumban como abejas sobre las corolas./
No atormentes, deja que se mezan esos varales al son de la primavera que nunca deseo para mis hijas./
Son crujientes amapolas cargadas de estío./
Las semillas, sólo a sus semillas dejo correr por la palma de mi mano:/
viento salubre, tierra dura/
sin agua ni hendiduras propicias,/
regencia de lo impredecible./


Se duda alguna vez en la noche, si el sueño sí,/
si no,/
si ese sudor que nos empapa (¡cómo?, ¿siendo invierno?)/
es sólo frío que se nos ha disuelto para forjar la pulsera que lucirá, templada,/
la muñeca leve de la primavera./


Tan lejos de mí que no sé cómo ahuyentarte./
tan cerca que me comprimes./


Una vez más me sorprendes sabiendo que existe la rosada aurora./
De ti a mí germina en el lodo azul/
el velamen de este sueño/
que es potencia precursora/
de mundos nuevos, sonata de levante, rosa de verde manto,/
tu encuentro, el deslacrado sello y la rosada garganta abierta al aire./


Rumbo sin mirada, sólo acontecer de brisa fresca,/
amanecer con el vuelo de estos brazos lentos, pesados,/
emplomados por las otras letras./


No es que el sol salga,/
es que la tierra asoma/
su rostro a la luz que comienza a caminar por el sendero de la mañana./


No hay poeta en la palabra si no hay poeta en la vida./

Sofía Serra, Marzo 2010
 
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