miércoles, 22 de julio de 2009

Sobre la inefabiidad

Una reflexión que sí sé a dónde me lleva y que está íntimamente relacionada con la entrada anterior. En realidad todas las entradas están relacionadas, sino que nunca suelo decirlo explícitamente. prefiero dejarlo al libre ejercicio de las inteligencias y sensibilidades ajenas.

Cuando hablamos de la “inefabilidad” o la insondabilidad intentando referirnos a eso que comúnmente podemos entender como ser humano, no evidenciamos pruebas de que efectivamente las característica que nos aparte o destaque del resto de las especies de los seres vivos, calificando una parte de nuestro ser, aquél que al parecer, o al menos históricamente, hemos concluido por llamar espíritu o alma, sea especialmente profunda, o efectivamente insondable, inexplicable o totalmente imposible de entender o analizar en su totalidad ,sino que aludimos, la mayoría de las veces sin percatarnos de ello a nuestra propia limitación en el hecho o intento de conocernos al completo. Lo único que sucede es que somos conscientes de ello, de esa propia limitación para el hecho de aprehendernos, nuestra “inhabilitación” para con ello. La prueba de que somos conscientes de ello es que hemos logrado llegar a verbalizarlo, aunque, singular , y paradójicamente, cada vez que se usen determinados adjetivos para calificar al espíritu humano, se interprete hasta por el propio hablador como el que el ser humano es, como así quisiéramos, como si así lo deseáramos fervientemente, insondable, indeterminable, incalificable en su totalidad.
Tal vez lo sea para nosotros mismos, por esa misma limitación empíricamente demostrada, pero no hay nada que nos pueda demostrar que podemos ser estudiados como especie por un “segundo”, observador, estudioso nuestro, sea o no su existencia posible.
Tal vez en las misma autoconciencia del Hombre como especie se halla la misma limitación que, a la vez que nos empuja hacia ese, al parecer infinito, afán cognitivo por nuestras propias características (y por nuestro entorno), nos determina como impedidos para nuestro propio estudio.
Sólo nos queda amar.
Sólo nos queda poder saber amar.
Sólo nos queda lograr la alienación de nosotros mismos.
Pero… ¿quién desearía, o podría, dejar de ser ser humano?

Dos apuntes para un boceto (Biodiversidad)

Dos apuntes que a mí misma no me convencen, pero por si sí lo hiciera a otros.
El llamado ecogoísmo es algo en lo que creo aún menos. Me reservo el tiempo para poder justificar mi "descreencia" en él, pero a modo de apunte debo dejar dicho que si el Hombre sólo es capz de actuar mediante el impulso egoísta de preservar su misma necesidad de entorno natural "fiable" para él, pues simplemente es que no tiene derecho ni a luchar por conservarlo para poder "conservarse" él. Si tan "mal" se han hecho las cosas hasta ahora en lo que tanto se refiere, creo que lo más sensato, es dejar de hacerlas "mal", por supuesto, pero como digo en la siguiente entrada, ¿quién querría , o podría dejar de ser ser humano?
Que no me hablen de ecologismos superfciales basados la mayoría en antojos estéticos desde la perspectiva humana o en "atávicos" recuerdos del "paraíso Perdido". Hay que encontrar un motivo por el que el ser humano encuentre que su responsabilidad es cuidar del planeta, un motivo serio y justo , pero si ni siquiera podemos conocernos bien, ¿cómo vamos a dar con él?

Biodiversidad 1

Biodiversidad. Atractivo neologismo del castellano, aunque según mi edición del DRAE aún no admitido por el mismo, que tiene la particularidad de expresar a las claras el concepto al que se refiere, sin malentendidos, claro, conciso y, sobre todo, que es lo que se espera de alguna palabra recién inventada, entendible por todos. Con ella aludimos al hecho de que la vida es diversa, es decir, está presente en nuestro planeta de muchas y variadas formas.
Ahora bien, el concepto moral que la subyace, a partir del cual nace para nuestra era, necesita de una reflexión profunda a través de la cual su objetivo, el objetivo por el que nace, sea advertido por cualquiera que pueda encontrársela. Para ello, entre otras cosas, se crean certámenes que aluden a la “biodiversidad”, para así, a través del incentivo del premio, conmover a las conciencias a reflexionar sobre la cuestión y de esta forma que la sociedad pueda ir contando con un corpus mental que, a la vez que la ayuda en su expansión, la ratifique como vocablo lleno de contenido.
Suele ir acompañada la mayoría de las veces del concepto de “sostenibilidad del medio ambiente”, y, aún más, del otro de “desarrollo sostenible”. Es justo cuando nuestra palabra Biodiversidad da con ellos cuando el concepto moral profundo que desde la mente humana puede alcanzar, adquiere su fundamento, lo que debe provocar en la mente humana cada vez que se encuentre legible o dicha en cualquier medio de comunicación, resultando de éste la pregunta que debemos formularnos en cuanto a qué puede hacer el ser humano para favorecer el hecho de que la biodiversidad en el planeta continúe existiendo.
¿Por qué debe ser éste la pregunta la cual nos lleve? Porque nos transporta justo al meollo de la cuestión, a la problemática que la existencia en la Tierra de la especie humana plantea a la misma, y por tanto a cualquier ser vivo habitante de ella, así como, y en correspondencia contrapartida, a responder o dar soluciones al hecho conflictivo que para el ser humano conlleva el encuentro con un medio que la mayoría de las veces hace mucho tiempo ya que dejó atrás en su cadena evolutiva, aunque haya permanecido en contacto con él a través de las diversas actividades que, sobre todo, el hecho del sedentarismo en la especie humana, ha ido provocando, esto es, toda actividad desarrollada en lo que comúnmente conocemos como medio rural, en el cual, por factores determinados por, sobre todo, el número de seres humanos agrupados, el contacto con el medio natural resulta muchísimo más asequible.
Es justo en el neolítico, la edad en la que el Hombre inicia el desarrollo de la agricultura desde una perspectiva beneficiosa para sí mismo y su nueva circunstancia (sedentarismo), aunque la evolución histórica proclame lo contrario, ya que fue el hecho de la necesidad del cuido de esa semilla sembrada y su posterior progreso, más la comodidad del medio en cuanto que le regalaba toda lo necesario para lo mismo (agua de los ríos, estabilidad del clima, etc) lo que llevó al hombre a dejar de desplazarse en busca de sus alimentos, cuando la problemática comienza a iniciarse. Justo cuando la inteligencia humana desvía su camino de “producto” de mecanismo natural, para pasar a ser instrumento usado por el hombre para lograr adaptar la naturaleza a él mismo. Y es justo en ese instante cuando el hombre pasa de ser un ser vivo adaptado a la naturaleza a justo lo contrario, es decir, adaptar la naturaleza, el medio natural, a sus necesidades. Es la posesión de lo que normalmente entendemos como inteligencia y su desarrollo lo que lleva a la problemática que el hecho de los anteriores conceptos señalados intenta plantear.
Hemos hablado de la agricultura, pero igualmente , aunque variando los distintos niveles de adaptación del medio ambiente en el ser humano, dependiendo también del nivel tecnológico exigido por cada actividad así como su desarrollo en los tiempos del hombre, podríamos hacer extensiva la problemática a actividades humanas como la ganadería, la pesca e incluso la caza, aunque ésta hoy en mayor medida sólo se articule en cuanto al hecho de constituir un mero “deporte” y no partir de la necesidad del ser humano de alimentarse de carne.
De alguna forma, podría llegarse a concluir que la preclara inteligencia humana, el uso que le hemos ido dando, “eso” que nombramos como distintivo de especie, se ha convertido en el único culpable de los males que el hecho de la biodiversidad en la tierra padece. ¿Por qué ello?, la respuesta resulta muy sencilla y está implícita en lo anteriormente expuesto. Porque la inteligencia humana ha sido usada por el hombre simplemente en su beneficio, sin tener para nada en cuenta el hecho de que existen miles (millones) de especies más en este planeta, a las que, efectivamente, por no poseer inteligencia, al menos tal como al entendemos los humanos, les resulta casi imposible transformar el medio para su supervivencia en él. De tal forma, que al resto de los seres vivos, reino vegetal incluido, a lo largo de la historia humana han sido víctimas del uso indebido de la inteligencia por parte del Hombre, lo que le ha llevado, para su más cómodo subsistir a, por ejemplo, la deforestación de amplias zonas del planeta en busca de conseguir terrenos laborables, siglos ha, y por tanto productivos para él, destruyendo ecosistemas, sí, a la vez que construía casi sin darse cuenta otros, pero justo por ello mismo alterando el obligado equilibrio que las leyes naturales exigen.
La superabundancia en individuos de nuestra especie, incluso la capacidad intelectiva por la cual el hecho de la reproducción humana (que cada vez seamos más) haya aumentado desde aquellos tiempos del neolítico hasta hoy en día casi en progresión geométrica, lo que conlleva la multiplicación del agente provocador de la alteración de los ecosistemas, nuestra inteligencia, ha hecho que, llegados nuestros tiempos, y a vista del resultado espeluznante que la presencia del hombre en la tierra provoca, se haya generado una conciencia colectiva con la que casi ningún hombre con simple inteligencia, y por supuesto, casi ninguna tendencia política, se exceptúe de sentirse identificado.
Ahora bien, ¿cuál es el problema?, porque resulta verdad de Perogrullo que la inteligencia humana es tan natural como las mismísimas nieves del Kilimanjaro. Se trata, hablamos de una facultad adquirida por el hombre en el curso de su evolución como especie. Por ello a no es de justicia que a nuestra preclara inteligencia debamos acusarla de todos los males provocados, de las calamidades que hemos producido. Hay algo que distingue también al Hombre del resto de los seres vivos, y es el ejercicio de de su voluntad, aquella también facultad natural por la cual actuamos en una dirección u otra poniendo a su servicio todos los medios que como especie poseemos.
Por eso se hace tan necesaria a concienciación sobre estos temas. Sólo desde la voluntad del individuo es posible la redireccionalidad de nuestra inteligencia en cuanto su caudal productivo de “cosas buenas”. Ya no se trata, a estas alturas de la historia de la necesidad del hombre de dominar la tierra para poder sobrevivir en ella. Ahora se trata de, usando eso que tanto nos gusta hacer como es el hecho de proclamarnos como los más inteligentes del planeta, poner nuestra inteligencia al servicio de la ayuda de las otras especies, y por tanto, de sus ecosistemas. A ellos, siendo demostrable que poseen menos facultad intelectiva que los humanos, les resulta mucho más difícil, por no decir imposible, la adaptación a nuevos sistemas que el mal uso de la inteligencia por parte del hombre ha ido construyendo, obteniendo como obtenemos la desaparición o extinción de algunas especies, cuando, sin ellas, sin una gran cantidad de ellas, es posible que el ser humano no hubiera sido capaz de desarrollar su historia. Es decir, desde cualquier punto de vista que lo miremos, incluido el egoísta, aunque no es precisamente en el que quiero incidir, es completamente necesaria el cambio de orientación en el uso de la inteligencia humana.
Es ésta la que nos ha permitido vivir a cuerpo de rey sobre y de la naturaleza y la tierra. Hora es ya de que cambiemos nuestra visión del mundo, seamos capaces de poder seguir contemplándonos como seres realmente inteligentes que somos y pongamos nuestra preclara cualidad al servicio de nuestro común hogar.
No somos los únicos que habitamos aquí, cualquier mínima especie que pueda existir seguro que ha generado pingües beneficios al desarrollo de la comodidad humana. Debemos ser conscientes de ello, así como de nuestra capacidad para alterar el resultado de las leyes de la naturaleza, que sí son especialmente inamovibles. Esas, por mucho que intentemos cambiarlas, no podrán ser alteradas por la inteligencia humana, porque formamos parte de ella. Así que, a estas alturas de la historia, sólo nos queda por hacer lo que hasta ahora nunca hemos hecho, es decir, adaptarnos nosotros a ellas.
Ya hemos conseguido un estado de comodidad altamente satisfactorio, que de alguna forma también ha redundado en nuestro perjuicio, al alejarnos de aquel que fue nuestro primitivo hogar. Seamos conscientes de la gran capacidad del ser humano para conseguir alterar el medio ambiente, y con ello provocar el mal en muchas especies de seres vivos, y démonos la oportunidad de cómo seres naturales que somos, poner nuestra inteligencia al servicio de todos ellos. Adaptarnos nosotros a la naturaleza, o a lo que hemos dejado de ella, mediante nuestra inteligencia. Conseguiremos así que el equilibrio no sea perturbado, ese equilibrio tan necesario para las especies que mucho más difícil que nosotros tienen el hecho de poder sobrevivir en medios alterados, pues es la inteligencia la que favorece el hecho de la adaptabilidad. Démosle nombre por fin a nuestra especie humana como inteligente y adaptémonos, concentrémonos en el esfuerzo de adaptarnos a lo que ya está o hemos dejado permanecer en nuestro mal uso de aquella prístina facultad. Mediante nuestra inteligencia podremos contribuir a la permanencia de la biodiversidad en la tierra, a la vez que hacemos algo por nosotros mismos. Podemos, porque nuestra inteligencia nos lo permite, sublimar aquello que de la naturaleza nos resulte especialmente duro de admitir, por su hiperpotencial inamovible, resultando así tal vez la única actividad que el ser humano debe permitirse en cuanto a su relación con lo natural como ambiente con reglas que no podemos ni debemos llegar a dominar, logrando así, a la vez que una contribución para nuestra especie (el arte) no alterar lo que a la postre necesitamos tanto como cualquier animal. Que nuestro medio permanezca, que aquello a través de lo cual podemos a veces vivir, continúe existiendo, y que aquello a través de lo cual podemos disfrutar y sobre lo que usar como deseemos nuestras facultades intelectivas, pueda continuar existiendo como cohabitante de nuestro hogar esto es: EL OTRO SER VIVO.


Biodiversidad 2

El ser humano ha cantado a las bondades de la naturaleza desde su más tierna infancia, y su más tierna infancia debemos entender los albores de nuestra civilización tal como actualmente la entendemos, esto es, la etapa del neolítico, en la cual el ser humano, iniciando el sedentarismo, comienza a desprenderse del entorno natural como entorno suyo propiamente dicho. En ese mismo instante, como todo buen hijo de vecino, comienza a “echarla de menos” y por tanto, a sublimarla en su interior.
Por otro lado, el entorno rural, aquel que comúnmente hoy entendemos como el medio en el que el hombre se halla en más directo contacto con la naturaleza, es exactamente el lugar donde, por experiencia conocida puedo afirmarlo, el ser humano menos actúa como ser pendiente y cuidadoso del resto de las especies que lo rodean, es decir, de alguna forma, el entorno rural posibilita la existencia del hombre “menos ecologista”. ¿Por qué?, Resulta muy sencillo de entender. El ser humano es un ser vivo más de la superficie del planeta, con una poderosa herramienta que es lo único que nos diferencia del resto de las especies, la inteligencia. Pero como común especie habitante del planeta, necesita, por instinto, acomodar el medio en el que vive para lograr sobrevivir en él. El hombre ha conseguido, vivir “de” la naturaleza mediante este recurso, y continuará haciéndolo por mero instinto. El entorno natural es dificultoso para el ser humano. Las leyes de la naturaleza son inamovibles y éste hecho provoca una carga onerosa en el instinto primario humano, eso es, el de sobrevivir, de tal forma que pondrá a su disposición todos los recursos que tiene en su mano para intentar hacer más habitable, según sus necesidades, el medio en el cual sobrevive, trayendo con ello la alteración de los distintos ecosistemas que lo rodean.
Sin embargo es el entorno rural el especialmente indicado para la idoneidad de la lucha por el sostenimiento natural. Así que de alguna forma, se trata de concienciar a quien menos posibilidades tiene d ser concienciado, ya que s quien sufre sobre él los rigores de la naturaleza
De alguna forma podría afirmarse que tras su larga andadura por la tierra, desde los albores del neolítico, el hombre, terminando por ser fundamentalmente un ser que vive en comunidades poblacionales muy numerosas, esto es, las ciudades, es decir, terminando por conformar una civilización urbana, consigue vislumbrar que lo que ha hecho a lo largo de su existencia no es compatible con el sostenimiento de la vida en el planeta, y desde ahí, desde el hecho de la civilización urbana actual, que sigue conservando ese echar de menos a la naturaleza que primitivamente también inspiró al hombre en los inicios de su civilización, es únicamente desde donde la lucha, la contribución de la inteligencia del ser humano, la lucha por el sostenimiento vital diverso, puede hacerse inmanente, ¿por qué?, porque ahí, en la ciudad, el ser humano ya tiene solucionado el problema de su supervivencia, aunque ésta haya sido lograda acosta de la alteración de ecosistemas.
No se le puede pedir al hombre rural que deje d luchar por su supervivencia, lo hará con más o menos conciencia de lo que le rodea es valioso, pero en un 95% sólo estimará que resulta valioso en cuanto le permite su subsistencia, y que por tanto debe tender a conservarlo para así poder lograr su misma subsistencia diaria.
Ahora bien, no se quedará ahí. Los convencionalismos y las “necesidades” de nuestra civilización lo llevarán a extraer todo el jugo posible de ese rico caudal que posee su entorno, con lo cual estamos en el punto de partida. Volcará toda su capacidad intelectiva para lograr exprimir aquello de lo que se beneficia.
La naturaleza, con sus inamovibles reglas hacen extremadamente difícil la vivencia del ser humano en ella. Por mucho que la cantemos “desde una civilización urbana”, el hecho del aposentamiento del ser humano en ella misma cambiará por arte de magia todos los clichés que sobre ella, e idílicamente, sostiene, simplemente porque su potencia arrolladora, la de la naturaleza, lo hará sentirse tan débil e indefenso que obligatoriamente, y siempre por instinto, tendrá que luchar contra ella, y no a favor de de la permanencia de esa fuerza inamovible.
Con ello llegará la alteración, y hasta el destrozo del medio ambiente natural que antes tanto anhelaba.
Cuantos seres humanos, sobre todo aquellos que comúnmente entendemos como artistas, han deseado la vivencia rodeada de la naturaleza como estado idílico en el que su vertiente creativa e intelectual podría desarrollarse cómodamente. Esto es así casi también desde los inicios de nuestra cultura, aunque marcadamente se observa, desde el punto de vista occidental, desde la época romana. Sin embargo esa situación idílica de naturaleza/fuente creativa, sólo puede sostenerse si a la vez que el artista poeta o cantor convive con otros seres humanos que se encargan de hacer viable la supervivencia del mismo en el entorno natural.
Si, por casualidad o azares de la vida, el artista tiene que desarrollar su vida solo en medio del entorno natural, tendrá que abandonar su labor para, sin quererlo contribuir al destrozo o alteración de lo que tanto anhelaba.
O no… Si, ya sea por circunstancias o por cuestión de voluntad, se decide que, con su trabajo manual va intentar luchar por, de la forma más factible, el favorecimiento del mantenimiento natural del entorno, es cierto que le resultará posible el desarrollo de su otra labor (la de cantor de la naturaleza), pero el mero hecho de la compatibilización de estos ejercicios, uno que requerirá una gran esfuerzo físico y mental para no destruir sabiendo que con sólo puesto el pie el hombre ya altera el medio, y por otro el mismo esfuerzo, para seguir cantando a lo que ya no contempla como situación idílica, la del hecho natural, porque la inclemencia de la naturaleza con respecto al ser humano es consustancial a ella misma.
De tal forma que el artista cantor terminará no por sublimar el acto natural convirtiéndolo en algo bello en su interior, sino que expresará, aun sin dejar de tener en cuenta su belleza, la onerosidad que para su propio ser de ser humano significa el hecho natural en sí. De alguna forma su expresión creativa constituirá algo parecido a lo que los primeros hombres, aquellos anteriores al neolítico, es decir lo que aún eran nómadas y vivían en el interior de las cuevas, hacían para hacer más factible la aprensión de su entorno, esto es, dibujar, comenzar la historia del l arte dibujando en las paredes aquello que le hablara de sus dificultades, sus anhelos para y con respecto al entorno ambiental. Aquellos sin conciencia de lo que hacían o por qué lo hacían, el hombre actual, aún sin conciencia, sabiendo que es lo único que puede hacer para aprehenderla por aliviar el peso oneroso de la inclemencia medio ambiental.

lunes, 20 de julio de 2009

Canto de egoísmo

Título de la fotografía: La Bacante


Rey de reyes

Antes que el ser y la belleza estás tú, hermano de mis células.
Antes que la causa y el mismo recuerdo de tus pasos que no fueron pasos
sino llantos de la misma esencia de la nada por sentirse deshecha, deshijada.

…Y si tú no puedes cantar, tuya será mi voz. Y no hallará signo el fracaso.
Y si tú no puedes llorar, de mis ojos brotará el manantial salado de tu alivio.
Y ya no existirá el dolor.
Y si te persiguen, creceré como el eucalipto y secaré la tierra que se desmoronará llevándome consigo, para que tú, oh, hermano, puedas volar como mereces sobre nuestro propia fosa abisal.
Hermano de mi yo, de nuestro yo sin verbo, del total destino del ser UNO a UNO,
hermano mío, hermana tuya soy,
aunque en ti no me encuentre, aunque sobre ti yazga la permanencia del olvido. Tan ausente.

Vengo ya de tan lejos, que ni los ojos de tu nuca podrían contemplar el lugar, el allá, tras el curvado horizonte de la lejanía,
que sólo fue mía y sólo hoy puedo nombrar como mía y ajena a ti y a mí.
He habitado ya tantas moradas que este encuentro surgido en el abismo,
castillo de cuento de hadas,
posado en vertical sobre la aguja de la pétrea existencia,
sólo me habla de que una más puede alimentarme y cubrir mis hombros que,
antes,
sufrieron el frío.
He vigilado tantas noches que tu encuentro sólo me habla de un encuentro más,
una luminiscente estrella, sol nocturno,
como tantas que me iluminaron, y como tantas otras,
astros límpidos, que tuve que dejar atrás en mi camino.

Nada cansa, nada llega,
que todo construyo para que habites por mí en nuestro paseo siempre esférico que se engulle sobre sí mismo tragándose su propia curva que lo hace recordador,
como el verdadero ente implosivo capaz de perpetrarse a sí mismo.

Tú, hermano, puedes seguir quedándote quieto, contemplar el paso de la luna sobre tu frente, mi amada entelequia, y rezar con buen deseo por el andariego visitante.

Pero nuestro estómago será siempre uno.

Yo deposito mi mano sobre tu frente y así comprenderás que, sin moverte, también puedes visitarme.
…Y entonces ya no anhelarás la llegada del hermano.
Aquél que yo contemplo cuando el tiempo posa su calor sobre mis hombros transformándome en encina de parra florida.
Aquél que también necesito.
Aquél que vive por ti mismo.

Y allá seguiré mi camino, alimentando tu propia turbina en flor,
que yo te amo, rey de reyes, hermano mío.

(Sofía Serra)

viernes, 17 de julio de 2009

Como el Paraíso innombrable

Título de la fotografía: La no-flor del naranjo



(Sólo nombramos para sobrevivir. El más preclaro canto que el individuo puede hacer ante sí mismo, es el del silencio)


Canto de nihilismo total


No soy nada.
Ni siquiera puedo decir que soy nada, pues la nada posee el don de la inefabilidad, no la simiente ejecutable del alma humana.
Y si ella es inefable, yo soy sondable, circunscribirle, nombrable, por cuanto que de ella ni puedo hablar.
Si al menos fuera Dios…
Si fuera Dios, podría nombrarla,
pero entonces ya dejaría de ser La Nada para conformarse en piedra, árbol u hombre.
Como yo lo soy, que no soy nada.
Por mucho que me nombren.
Por poco o mucho que haga.
Por más que la vida me muerda o yo la cante.
Por más que me tutée con la insondable, ni La Nada soy.

Navegar bajo los cuatro oscuros manteles, dormir y callar, o permanecer como ella por siempre inmersa en su misma presencia, por si la luz, se hace.
Quieta y en estado de alerta.
Sin el son, ni el paso ni el desvarío de mi propio ser de Hombre

Sin intentar nombrar, por no deshacer su inmutable ausencia.

¿Hablar para qué?, ¿para descomponer?
Mejor callar. Mejor, ni ser.

Canto para poder romperme, para poder habitarme,
canto para hallar lo que sé inencontrable.
Canto para sumirme en mi mismo ente innombrable.,
gemelo íntegro mío que sin consuelo siento que me vives haciéndome la vida imposible y mi creer ya muerto, ya vida, ya todo, ya La Nada...
Ya, lo inefable.

Será que han muerto los tiempos creadores, la engañosa presencia de la luz como quimera hacedora de bondades y malos fueros.
Será que la iluminadora, con su gesto de abandono, termina por cerrar sus ojos también ante la auténtica presencia del ser como la nada,
como un último canto de sí mismo antes de lograr vivir lo innombrable. Como un incoloro, informe y ausente canto de paz con Dios y su misma Nada.

Que por no quedar ya, ni queda, ni falta que hace, la palabra.

(Sofía Serra, Julio 2009, fin de su último recién terminado poemario)

Para leer más sobre lo mismo, picar aquí

viernes, 10 de julio de 2009

El Paraíso Inconquistable

Título de la fotografía: El Paraíso Inconquistable

Soliloquio del Poeta


Contemplar el mundo desde sin ti.
Solventar la aritmética que me construye para traspasar el umbral de la propia osadía.
Construir el subterfugio que te justifique, oh mundo, para quebrar la supuesta agonía
del no Hombre.
Justificar, sobre el orbe líquido, la presencia de un compuesto que no sabe bien para
qué,
o cuándo, estaba dispuesto.
Disfrutar de la propia aventura del ser sobre la nada,
como alba sin pausa,
sin tiempo extendido sobre las copas de los árboles y la meseta vertical de las fachadas que se desvelan.]
Contribuir, sin el desasosiego de tu misma causa, al devenir transparentado.
Resolver, como en el despertar, la pesadilla que mantea con negras y onerosas alas sobre el bendito sueño del descanso oportuno.]
Cimentar, para que no decaiga, este haz de luz, esta suprema carga que al mundo ilumina y a mí parece volverme ciega.]


¡Ya está!


Mientras no despierten, qué sentido otorgar al bello canto del mirlo, al balido de la oveja o al ultrasónico retumbar de las rocas bajo la vida.]
¿Cómo ser poetas cuando todos duermen?
¿Qué venerable discurso puede salir de las bocas que sólo roncan?
¿ A qué oídos navegarán los verbos henchidos de contenido cuando la solapada ceguera de la noche enturbie el límpido cristal de los astros iluminados por otros astros más bellos y aun más brillantes?]

O… ¿y si es que soy yo la que duerme?

Ya se conoce una, ya se amortiguan los vacíos resueltos por la presión de los dedos
sobre el cuerpo humano,
tan presto siempre a nacer, renacer, sobre el descanso obligado.
Ya la quietud alegre sé que vuelve, ya sé que sólo el dormir, dicen, te rehace.

Voz quebrada, voz rota, voz ausente…


¡Ya sé!


La depositaremos en las otras bocas, cumpliremos así con el sutil sortilegio del italiano escondido que nos acecha como sabio durmiente, como nuestra conciencia.]
Traspasaremos nuestros ventanales haciendo añicos el velo cristalino,
volaremos sobre el paisaje urbano henchido de ruidos despistados y cuadrículas armónicas,]

y, de nuevo así,
sortearemos el estúpido afán que nos pervierte sobre el ensimismamiento continuo de nosotros mismos]
sobre la abeja, la flor y la agonía de nuestras propias células.


Arenga,
perversa armonía de la suerte.
¡Arenga que tu vida es corta!
Ilumina, faz derretida del sol bajo las adelfas.
¡Llueve!, gentil encina trotamundos,
culmina tu tarea de taladradora de la virgen tierra y navega ya por los mares inciertos de la belleza ajena,]
culmen directo y preciso de la poesía como arma del poeta.


¡Ah, este gran escaparate que entre todos hacemos posible!
¡Ay, este ataúd lleno de cosas vivas!,
¡Ay, qué candidez del alma humana que para conquistar territorios se disfraza de ser humano consabido, nulo navegante por el mar de las presencias…!]
¡Ah, qué injustificada sodomía,
Qué incruenta, pero, sin embargo, sangrienta batalla entre las cosas dichas y las cosas
quietas,]
entre la sutil justicia y la delicada parsimonia de los silentes.!

…¡Qué arrobada locura!...

¡Ay, Shakespeare, si levantaras la cabeza…!


(Sofía Serra, julio de 2009)
 
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