La violadora
la impotencia tiene nombre
de diosa, así que seré dios
para casarme con ella, o violarla,
lo mismo me da,
la poseeré hasta reventarla
desde dentro,
y así, desaparecerá de la vida
suya y mía
de un qué
de qué seremos capaces a esta altura
de la vida blanca y los cabezos amarillos
de qué vengaremos tu osadía
construyendo alminares
cada vez más altos
de qué nos olvidaremos
cuando bajemos la mirada
para observar el pequeño
niño enjaulado
con los barrotes de nuestra ira,
nuestra rabia,
nuestra impotencia.
O quizás de nuestra indolencia.
(Sofía Serra, de Los cabezos amarillos)
miércoles, 28 de noviembre de 2012
Mi mirada
Hay días en los que el hecho de no disponer de cámara me sobrepasa, como hoy. Hormonas, hormonas, siempre hablamos de hormonas, y quizás habría que hablar de hormas. No recuerdo un solo día en mi vida sin cámara, aunque no la usara. Pero los últimos 11 años, además de disponer de ella, su uso ha sido continuo, cotidiano, diario. Podría pensarse que es natural, que me he acostumbrado a mirar el mundo a través de su visor, pero estos últimos días en los que ese peso llega a oprimirme el pecho de verdad, realmente me lo oprime, me he dado cuenta de que no es así, de que como siempre he defendido a lo que me he acostumbrado es a lograr mirarme por dentro con una facilidad pasmosa, a indagarme sin apenas darme cuenta, a escudriñarme y así quizás he logrado disponer de esa mejor parte que cada uno llevamos dentro, la que nos da la fuerza, lo que me ha permitido tal vez disponer de una salud mental casi envidiable por muchos avatares difíciles que las circunstancias de la vida me haya hecho pasar. El caso es que jamás me he sentido como este tiempo en el que ella me falta, por días depresiva hasta terminar llorando sin saber por qué. Apática, sin fuerzas, sin ganas de nada. Lo que nunca he sido.
Algunos me dicen que vivo un duelo por su pérdida, qué tontería, vivir un duelo por la pérdida de una máquina… No, no es la máquina, el duelo lo vivo por no poder dar con….mi….paraíso…imperdible. O costarme la misma vida algunos días.
Yo misma me sorprendo llorando, sabiendo además que probablemente, aunque la tuviera en mis manos no fotografiaría todos los días. Siempre preví esta posibilidad, por eso no me importaba disparar y disparar y no preparar todo lo que recogía. “Para cuando se me estropeé” me decía. Y así es. pero no es lo mismo, no es lo mismo. El acto fotográfico es un suceso completo desde el disparo. Necesito el disparo casi como el comer.
Sí, es cierto, podría usar el móvil de mi hijo…pero no es lo mismo, para nada es lo mismo. Mirar a través del visor era mirarme a mí. Podría usar la pequeñita y compacta que mi hermana me ha prestado... pero no es lo mismo, el visor y la falta de posibilidad de hacerlo todo manualmente. Me sobra todo lo demás en las cámaras actuales. Pido a gritos que fabriquen una cámara digital a secas, sin softwares de efectos y rollos añadidos que en mi caso en particular no me sirven absolutamente para nada. Ni los huelo. Saldrían mucho más baratas. Poder mirar, disparar y verla aquí. La necesito como el comer, como el comer. Mido a ojo, mío, con la ayuda del dial del fotómetro, miro yo, por eso necesito buenas lentes y el hecho del sistema réflex, mido yo, mi ojo se extiende, recogerlo y luego, poder trabajarla aquí, en este mi laboratorio de revelado hasta que ella me devuelve esa mirada que lancé. Y la veo, la veo. Ahora tengo esto pero no dispongo de lo fundamental. Mi mirada. Mi mirada diaria.
No puedo verla.
martes, 27 de noviembre de 2012
Hoy
Hoy
Un día en blanco, de registro
blanco en la dosis de arena
cuyas señales borra el mar,
así.
por-
que
qué
importa
nada
si
los brazos fuertes
y la fe
de una frente
que beso
al final
(y al principio),
leer,
porque esa es la memoria.
El presente.
Sofía Serra
Un día en blanco, de registro
blanco en la dosis de arena
cuyas señales borra el mar,
así.
por-
que
qué
importa
nada
si
los brazos fuertes
y la fe
de una frente
que beso
al final
(y al principio),
leer,
porque esa es la memoria.
El presente.
Sofía Serra
Pulmón libre
Tengo, quiero, necesito hacer esta entrada un poco especial. Decirlo, mi madre, mi madre, la mejor lectora que tengo, ¡y no, que no se piense que es porque soy su hija!, no, no, ¡en serio!, ella no es así, si algo no le gusta, y aún más de poesía, no hay filiaciones que valgan. Cada vez que voy está con Signos cantores allá a su lado, apoyado en el brazo del sofá donde ella se sienta por las mañanas. Sobre la mesa, los mandos de la tele y la radio y el estuche de medirse la glucosa, su copita de agua, una servilleta de papel y el libro, el libro a su lado.
Me contó que lo leyó en dos días. Pero es que después lleva con él como un mes o más en la mano, y relee, relee, por aquí, por allá, curiosamente compruebo ahora que lee poesía como yo. O yo como ella, mejor dicho. De un tirón el libro, y si me llega o me gusta lo dejo cerca, y releo, releo, releo... así puede estar eternamente el libro equis a mi lado, o al suyo.
Ella fue muy buena cantante de zarzuela en sus años mozos, en su colegio donde stuvo interna hasta los 19 años (un hospicio, un orfelinato, nada de familia pudiente), casi estuvo a punto de saltar a la carrera de "artista" a la vez que Raphael, sólo que no quiso aceptar "ciertas" proposiciones de por aquellos años, jaja. Cuando niña (5, 6 años) se iba detrás de los pianillos cantando y bailando y tocando las castañuelas (los palillos en "sevillano") por las calles de Sevilla, tan rubia y con esos ojos tan verdes (ascendencia vikinga, esos hombres del norte que atracaron en el puerto de Sevilla allá por el siglo VIII) ha sido la más "flamenca" de todas. Siempre me cuenta cómo se subía a la reja de la ventana de la academia de baile de Realito allá por la Alameda... e imagino que así fue aprendiendo a bailar, mirando...
Ahora vivo casi al lado de donde ella vivía cuando niña. Calle Alcántara, como su segundo apellido. El puente.
Es de estas personas que son capaces de aprenderse los poemas de memoria y sobre todo recitarlos. Ayer mismo pensaba en cómo hubiera disfrutado con los recitales de poesía que actualmente abundan, con esos escenarios, ese micrófono y pudiendo desplegar su total carencia de miedo escénico y su arte... todo lo contrario que yo, en nada he salido a ella en ese aspecto, no digamos ya en el rubio de su pelo y sus ojos verdes.
Me emociona por muchos motivo todo esto. En signos cantores incluí un poema dedicado a ella, un poema que escribí nada más llegar aquí un mediodía que venía de vuelta del hospital. Recién venida del campo a esta casa, al llegar septiembre, mi madre enfermó gravemente. Después de tantos años sin ella cerca, cuando volvía, veía que se me iba. De pronto, así, de pronto. Al caminar hacia esta casa por la calle enladrillada pensando en ella me topé con una rama de buganvilla que asomaba por la tapia del huerto del rey moro, le disparé algunos clicks. Cuando encendí el ordenador, la hice y escribí el poema. Me salió para ella "lógicamente". La verboluz, poema y fotografía.
Y ahora me emociona pensar que tras tres años, puede estar leyéndolo, en un libro... aunque todo tengo que decirlo, no me ha comentado nada en concreto sobre él. No lee el libro por él. Por su poema, lee porque le gusta.
Se lo dije ayer y hoy otra vez riéndome a carcajadas: "Mamá, ¡eres mi mejor lectora, jolín, así da gusto escribir! Aunque sólo fuera porque tú me leyeras, ya merece la pena que haga el esfuerzo de poner en papel lo que escribo".
No, no se me fue, no se me fue. Todavía está conmigo.
Y sonrío ahora que puedo. Sonrío y hasta río de alegría ahora que puedo.
Y lo digo. Ahora que puedo decirlo, lo digo. Quiero decirlo.
lunes, 26 de noviembre de 2012
Canto derramado
Canto derramado
Haré y reharé,
reconstruiré sobre la señal del olvido.
Habitaré colinas pobladas
de encinas y cañaverales.
Se desoja el horizonte queriendo
mostrarnos su rostro,
ya su espacio reflejado
doy y doblo sobre sí y mí,
vuelvo y hablo abierta y muda
sembrando el suelo con anémonas
o flores celestes.
Blanca la sombra golpea el aire
con potencias de fuego lento,
cocinilla al baño maría
de caminar pausado y batiente,
fresco arroyo,
manantial salubre de sonoras fotografías
que la propia rosa autoinmola.
Así, casi sin sol ni pausa,
habito, clamo y hago.
¿Y para esto tanto derramarse?
¿Y para esto trocear tanto desmayo?
¿Y para esto este espino hoyado tanto,
tanta cima de cubiertas tempestades?
Una blanca flor de montaña arranco,
sola flor entre tanta desmedida,
entre tanto desvarío de rocas
muertes y helados nortes.
Tanto sol desperdiciado.
… Tanto sol,
tanto sol para nada.
Ya no sé de qué se poblará este invierno,
¿se pueblan de algo esos mudos cuentos?
En esta hora de la buena muerte,
¿qué más importa sino morir?
Esos inviernos que aboqué con mi garganta
dibujarán siluetas sobre el vaho nocturno
que mi pecho expele ciñéndose al vacío
de esta nula, nula coyuntura.
Los maseteros me oprimen,
circunvalan este obsceno
recapitular en versículos:
¿qué será del sol si la noche se extingue?
Soy tan de la tierra que me urge trasplantarte,
izarte a la penumbra estratosférica
a salvo del celeste,
que te derrames en el afán
de la desorilla y en el negro flameante.
La nada por barrer y yo aquí sentada…
pensándote,
haciéndote un solaz,
haciéndote paz
y volumen o velamen
de este cerebro desprendido:
breves ángeles posados
y tildados con segundos
sobre la piel arrugada de mis manos.
Tus palmas tersas…
Soplo sobre ellas sonriendo cometas
que encienden las cansadas pupilas:
Tornan al espacio esos parasoles.
y ya duermo en las esquinas
de este universo que sabemos redondo.
Aunque todos nos empeñemos en cuadrarlo.
Canto solaz de pleno puente.
(Sofía Serra, de Los parasoles de Afrodita)
Haré y reharé,
reconstruiré sobre la señal del olvido.
Habitaré colinas pobladas
de encinas y cañaverales.
Se desoja el horizonte queriendo
mostrarnos su rostro,
ya su espacio reflejado
doy y doblo sobre sí y mí,
vuelvo y hablo abierta y muda
sembrando el suelo con anémonas
o flores celestes.
Blanca la sombra golpea el aire
con potencias de fuego lento,
cocinilla al baño maría
de caminar pausado y batiente,
fresco arroyo,
manantial salubre de sonoras fotografías
que la propia rosa autoinmola.
Así, casi sin sol ni pausa,
habito, clamo y hago.
¿Y para esto tanto derramarse?
¿Y para esto trocear tanto desmayo?
¿Y para esto este espino hoyado tanto,
tanta cima de cubiertas tempestades?
Una blanca flor de montaña arranco,
sola flor entre tanta desmedida,
entre tanto desvarío de rocas
muertes y helados nortes.
Tanto sol desperdiciado.
… Tanto sol,
tanto sol para nada.
Ya no sé de qué se poblará este invierno,
¿se pueblan de algo esos mudos cuentos?
En esta hora de la buena muerte,
¿qué más importa sino morir?
Esos inviernos que aboqué con mi garganta
dibujarán siluetas sobre el vaho nocturno
que mi pecho expele ciñéndose al vacío
de esta nula, nula coyuntura.
Los maseteros me oprimen,
circunvalan este obsceno
recapitular en versículos:
¿qué será del sol si la noche se extingue?
Soy tan de la tierra que me urge trasplantarte,
izarte a la penumbra estratosférica
a salvo del celeste,
que te derrames en el afán
de la desorilla y en el negro flameante.
La nada por barrer y yo aquí sentada…
pensándote,
haciéndote un solaz,
haciéndote paz
y volumen o velamen
de este cerebro desprendido:
breves ángeles posados
y tildados con segundos
sobre la piel arrugada de mis manos.
Tus palmas tersas…
Soplo sobre ellas sonriendo cometas
que encienden las cansadas pupilas:
Tornan al espacio esos parasoles.
y ya duermo en las esquinas
de este universo que sabemos redondo.
Aunque todos nos empeñemos en cuadrarlo.
Canto solaz de pleno puente.
(Sofía Serra, de Los parasoles de Afrodita)
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