Nunca introduzco los poemas, me parece una falta de todo hacerlo, pero con este me voy a permitir el lujo (porque sí, porque siento y pienso que es lo que debo hacer). Tiene algunos versos de estos que una repite en su mente sin saber por qué, de estos que no se olvidan, aunque el poema sí esté olvidado o simplemente perdido en los recovecos de la memoria no visible diariamente. Cuando corrigiendo La dosis y la desmedida, que es el poemario donde aparece, di el otro día con él, me llegó una de esas alegrías que no tienen precio, esas por las que una vuelve a saber que lo que hace es verdadero, que está en el camino correcto, al menos, en el suyo. Sorprendentemente, aunque no tanto porque suelen sucederme estas cosas bastante con mi poesía, habla, dice, anuncia exactamente con pelos y señales y un año antes el poemario que creo ya he cerrado o estoy a punto de cerrar, Solenostemon. Quizás La sorpresa que me llevé se deba más al hecho de que La dosis y la desmedida es un poemario confuso, como el desarrollo de una batalla, un "yo" encima de la costra dura de la nomenclatura batallando, más omenso como estoy siempre, y así, encontrarme con un poema esperanzador y de dádiva me desconcertó momentáneamente. No sabía qué pintaba ahí. Pero ahora ya sí lo sé. Y lo sé felizmente.
Poema para Agosto
siniestro e indoloro cautivando
el obsequio, madreperla
benevolente culminando
la hechura de la vasija
desde el barro, limo y centinelas
bajo las palmeras de este oasis
zurdo y regalado.
Las chumberas multiplican
higos verdes: este justo verano
terminará por endiosarse
con la aureola del agosto
arenoso y libre.
Y cuánto sueño duerme
bajo las ojeras de tus testículos
tan jadeantes. Ellos piensan púdicos
y sosegados por la espera
de mis manos, y no habrá
un solo vino que desechen
cuando sed a solas manen,
cuando yo te hable
del fango y de la sangre
volverán las heladas fuentes
a derretir el blanco mármol
en la verdina fresca de mi pozo,
esa luz redonda que cultiva
el agua liberando el milagro
de los panes y los peces
en el desierto.
(Sofía Serra, de La dosis y la desmedida)