
Título de la fotografía: Monolito
El tren de la vigilia
Tendrás que poder perdonarme algún día,/
por estas batallas, estos traqueteos que temo ajen tus bellas y poderosas alas./
Mas no, ¡no!/
Te amalgamé bien acrisolada, con acero y pétalos de flores fundí tu esmeril verdadero/
en la sangre de carne y huesos. Te acuné en mis entrañas/
te hice fuerte como una roca, pero tan liviana/
como el humo del verano que a las avispas espanta./
Es que tu mundo no es el mío,/
tu dicha no es mi alegría, tu trabajo es distinto a ése en el que se afanan estas pequeñas manos./
En definitiva, ya que te gesté y te he parido, tengo que hacerte el hueco/
en un lugar en el que no vivo y aún menos duermo./
Y así andamos ambas, yo con mis cuadradas ruedas y tú con tus alas aún envueltas./
Pero llegará, llegará, que no permitiré que mueras sin volar./
Al mundo para el que naciste lo envuelve atmósfera ambivalente,/
vientos de frío, vientos de agua, vientos de lenta calma y dudoso pero potente brío,/
cruentas corrientes y hasta corrientes encontradas, de vértigo/
en sus colisiones, de combates y tropiezos del aire contra el aire.../
Pero tus alas están tan bien diseñadas.../
Volarás sin que ninguna tormenta/
te atormente la osamenta que a tus plumas mantiene./
Los terrenos baldíos se superponen unos a otros en estratos acuíferos,/
en vertientes arriesgadas de poderío infrecuente, despeñaderos/
que desaguan en sembradío de chumberas,/
las verdes, las de agua llena y fruto manjar de dioses. Donde las ratas se esconden./
Pero a ti, con tus poderosas alas, de nuevo tus alas, no te amilanarán los abismos./
A ti no te hacen ruido./
Porque eres voz, no necesitas oídos./
Y esas tierras, áridas o cenagosas, labrantíos de piedras afiladas/
como la que atajó el tendón de la hechura de la palma que te hace,/
Y estos zapatos de piel de rosas que ya sabes cómo sufre cuando sobre ellos danzan:/
sangran, sangran estas plantas que desnudas caminan/
sin suela que al suelo las acomode./
Y así, algunas veces oigo tus lamentos,/
sordos y lentos, que tanto dolor me producen aunque sepa que tú no lloras./
Llegará el día en que no necesites una persona, una boca, unos brazos/
que te abran paso./
¡Y es que tú y yo somos tan distintas!/
Tú, omnipotente y valerosa,/
yo, temerosa e impotente:/
Ya me ayudaste a cruzar el mar, pero ahora tendrás que ayudarme a cruzar el aire./
Y así, voy, desembarazando tus potentes alas con cuidado,/
mimo para el torbellino, lujo para que tu fuerza libre/
se halle ya en el centro de tu mundo, de tu vida, de tu estirpe./
Esta tierra baldía a la que hemos llegado sólo es tierra de viaje./
Allá, mira./
Ízame un momento, sólo por un instante, allá casi en el extremo del horizonte, ¿lo ves?,/
donde el sol se aparta para alumbrar a los santos inocentes, reaparece tu tierra:/
Allá serás del todo, voz sola, voz sin piernas que te sostengan ni siquiera alas que me alumbren./
Ya no me necesitarás más que para lograr que me olviden./
Allá por los montes bravíos y las elevadas cumbres/
florece la flor espigada del estío verde y húmedo./
Y ya entonces el tren de la vigilia frenará sus ruedas destempladas./
Tu medida inconclusa logrará ocultarme, y así, yo ya muda,/
tierna y arropada en tus mullidas alas, podré descansar alegre de vida y sueño,/
la que fue jardinera entre las tumbas sobre el aire durmiendo/
ya para siempre./
Tú estás hecha para volar haciendo llover flores/
y yo para fregar los platos y bordar con madejas de colores./
Poesía mía,/
poesía que no tiene nombre,/
hija mía eres,/
pero de mi canal te extraje para ti, y para el hombre./
Sofía Serra, Febrero 2010