Son demasiados (el vocablo demasiado, y su plural, comporta una categorización que necesita de un componente comparativo implícito) los blancos corazones que han debido o tenido que salir de esta bella y emblemática ciudad, bien huyendo de la intolerancia que durante siglos, y desde los poderes fácticos, se instituyó en el territorio donde se yergue porque hasta sus propias existencias vitales corrían peligro, bien, y es adonde quiero llegar, por el pusilánime ambiente que ha rodeado, embrutecido más bien, unas mentes que desde siglos anteriores estuvieron preparadas para asimiliar todo aquello que pudiera resultarle como extraño o no propio.
Siempre, íntimamente, culpo de lo mismo a la muerte del rey Don Pedro (el cruel o el justiciero según qué bando -¿quiénes han sido los interesados en determinarlos mediante si no un acto horrible, o como mínimo desleal y traidor?-) a manos del ilegítimo Enrique II (o por orden de) que es exactamente cuando los Trastamara (futuros Reyes Católicos con su política de expulsión de judíos y moriscos, los auténticos adalides de la destrucción de la "casi" utopía- "casi" porque se había logrado- de la convivencia de diferentes culturas y religiones) consiguen llegar al poder en España, la "españa de aquel entonces" compuesta por varios reinos, en esencia el germen del actual sistema autonómico, pero este tema, como ha llegado a convertirse ya casi en cuestión personal, es decir que llega a tocar fibras demasiado susceptibles de ser afectadas dentro de mi propio ser, no debe ser sobrenombrada por la que suscribe, pues de alguna forma inflamaría de modo poco correcto lo que intenta constituir un comentario allende la intolerancia que tan grave perjuicio ha causado siempre no sólo en la ciudad de Sevilla sino en cualquier agrupación de tipo humano.
En esta Sevilla de dios, de los dioses y de los hombres, han coexistido durante algunos siglos esas dos mentalidades, aunque dado que la una siempre siempre se hallaba situada al lado de los poderes fácticos (podemos ponerle nombre y hasta apellidos variables según el siglo o la época) lógicamente era la que encontraba apoyo, cuando no constituía ella misma el apoyo concreto y subyacente a esos mismos poderes fácticos, para seguir sobreviviendo en la ciudad.
De tal forma, que, llegados estos albores del siglo XXI, nos encontramos con un panorama social y humano, bien conocido por la que suscribe, que en esencia no ha variado casi nada a lo largo de estos siglos (ver mi blog sobre la semana santa de Sevilla y en concreto, algún comentario de los pocos que han dejado), si bien, y gracias al restablecimiento de la democracia en este país allá por 1976, hoy al menos podemos disfrutar de una seguridad vital que durante mucho tiempo no anduvo con certeza para tantos y tantos poetas y tantos y tantos pensadores que, simplemente, por tomar el camino de la honestidad y el libre pensamiento o libre sentimiento, hubieron de sufrir en su propia carne la obligación, autoimpuesta o impuesta, de un exilio.
Cuirosamente, y se trata sólo de un apercibimiento que no puedo basar en ningún dato concreto, curiosamente digo, tengo la sensación de que desde Sevilla son mayoría los auto-exiliados, los obligados por sí mismos a dejar la ciudad, como si sobre ellos pesase la atmósfera silenciosa y opresiva del no dejar pensar, no dejar hacer, o mejor de la incomprensión por todo lo que no suene a "sevillano". ¿Según qué cánones?, me pregunto, y a la vez puedo responder. Según los cánones preestablecidos mayoritariamente por esos poderes fácticos (antiguamente Iglesia católica y clase gubernamental, hoy en día algo que sólo podría describir poéticamente, porque de formar parte de tan sólo imposiciones predispuestas por resortes propios de los antiguos regímenes, ha llegado a impregnar el espíritu de cierto ser humano sevillano general que simplemente se ha dejado "pervertir").
Sevilla, ciudad de la luz, ha estado mayoritariamente gobernada (no me refiero a sólo polítcamente) por el oscurantismo y la intolerancia (según qué época a tal o cual semblante o expresión humana) escondidos bajo el tipismo en el que esos mismos poderes fácticos consiguieron constreñir un espíritu que de por sí, desde hace algún millar de años, se manifestó como claro ejemplo de amor por el conocimiento y la apertura en las mentalidades. Así, partiendo de un primitivo e innato y loable sentido de la comunicación y sincretismo de las culturas que por el lugar fueron sucediéndose, se terminó por encasillar, determinar, cuadricular, estructurar al espíritu sevillano, empobreciéndolo, dentro de lo que convenía y "a nadie", salvo a los que dan alas a su pensamiento e imaginación, hacía daño, esto es, dentro de la típica plantilla en cuadrícula que determina una casilla para la expresión de un carácter abierto y expresivo, amante de la alegría y la "buena vida" conllevando con ello la denigración de un espíritu mucho más sutil y amplio que los propios apelativos con el que intentan nombrarlo, y que como sevillana reivindico.
No acierto a prever donde acabará el espíritu sevillano. Sí sé donde han muerto (acabado sus vidas) muchos de los que lo encarnaban, al auténtico, al libre pensador, al tolerante, al poeta, al vital, al honesto: en Méjico (Luis Cernuda), por citar sólo un ejemplo, o en la ciudad de Liverpool, como el caso de este escritor al que deseo dedicar la entrada de hoy.
José María Blanco White. Cualquiera que profundice a medias en su biografía descubrirá al libre pensador de profundo espíritu religioso nacido en Sevilla que decidió morir lejos de su ciudad natal.
Dejo éste enlace sólo a modo de síntesis sobre el autor (entrando en wikipedia puede abundarse también en su figura).
Y rescato este soneto suyo por cuanto me impresionó cuando lo descubrí (aquí pueden encontrar un revelador artículo sobre el mismo y la traducción/es que de él hizo Jorge Guillén).
Siempre, íntimamente, culpo de lo mismo a la muerte del rey Don Pedro (el cruel o el justiciero según qué bando -¿quiénes han sido los interesados en determinarlos mediante si no un acto horrible, o como mínimo desleal y traidor?-) a manos del ilegítimo Enrique II (o por orden de) que es exactamente cuando los Trastamara (futuros Reyes Católicos con su política de expulsión de judíos y moriscos, los auténticos adalides de la destrucción de la "casi" utopía- "casi" porque se había logrado- de la convivencia de diferentes culturas y religiones) consiguen llegar al poder en España, la "españa de aquel entonces" compuesta por varios reinos, en esencia el germen del actual sistema autonómico, pero este tema, como ha llegado a convertirse ya casi en cuestión personal, es decir que llega a tocar fibras demasiado susceptibles de ser afectadas dentro de mi propio ser, no debe ser sobrenombrada por la que suscribe, pues de alguna forma inflamaría de modo poco correcto lo que intenta constituir un comentario allende la intolerancia que tan grave perjuicio ha causado siempre no sólo en la ciudad de Sevilla sino en cualquier agrupación de tipo humano.
En esta Sevilla de dios, de los dioses y de los hombres, han coexistido durante algunos siglos esas dos mentalidades, aunque dado que la una siempre siempre se hallaba situada al lado de los poderes fácticos (podemos ponerle nombre y hasta apellidos variables según el siglo o la época) lógicamente era la que encontraba apoyo, cuando no constituía ella misma el apoyo concreto y subyacente a esos mismos poderes fácticos, para seguir sobreviviendo en la ciudad.
De tal forma, que, llegados estos albores del siglo XXI, nos encontramos con un panorama social y humano, bien conocido por la que suscribe, que en esencia no ha variado casi nada a lo largo de estos siglos (ver mi blog sobre la semana santa de Sevilla y en concreto, algún comentario de los pocos que han dejado), si bien, y gracias al restablecimiento de la democracia en este país allá por 1976, hoy al menos podemos disfrutar de una seguridad vital que durante mucho tiempo no anduvo con certeza para tantos y tantos poetas y tantos y tantos pensadores que, simplemente, por tomar el camino de la honestidad y el libre pensamiento o libre sentimiento, hubieron de sufrir en su propia carne la obligación, autoimpuesta o impuesta, de un exilio.
Cuirosamente, y se trata sólo de un apercibimiento que no puedo basar en ningún dato concreto, curiosamente digo, tengo la sensación de que desde Sevilla son mayoría los auto-exiliados, los obligados por sí mismos a dejar la ciudad, como si sobre ellos pesase la atmósfera silenciosa y opresiva del no dejar pensar, no dejar hacer, o mejor de la incomprensión por todo lo que no suene a "sevillano". ¿Según qué cánones?, me pregunto, y a la vez puedo responder. Según los cánones preestablecidos mayoritariamente por esos poderes fácticos (antiguamente Iglesia católica y clase gubernamental, hoy en día algo que sólo podría describir poéticamente, porque de formar parte de tan sólo imposiciones predispuestas por resortes propios de los antiguos regímenes, ha llegado a impregnar el espíritu de cierto ser humano sevillano general que simplemente se ha dejado "pervertir").
Sevilla, ciudad de la luz, ha estado mayoritariamente gobernada (no me refiero a sólo polítcamente) por el oscurantismo y la intolerancia (según qué época a tal o cual semblante o expresión humana) escondidos bajo el tipismo en el que esos mismos poderes fácticos consiguieron constreñir un espíritu que de por sí, desde hace algún millar de años, se manifestó como claro ejemplo de amor por el conocimiento y la apertura en las mentalidades. Así, partiendo de un primitivo e innato y loable sentido de la comunicación y sincretismo de las culturas que por el lugar fueron sucediéndose, se terminó por encasillar, determinar, cuadricular, estructurar al espíritu sevillano, empobreciéndolo, dentro de lo que convenía y "a nadie", salvo a los que dan alas a su pensamiento e imaginación, hacía daño, esto es, dentro de la típica plantilla en cuadrícula que determina una casilla para la expresión de un carácter abierto y expresivo, amante de la alegría y la "buena vida" conllevando con ello la denigración de un espíritu mucho más sutil y amplio que los propios apelativos con el que intentan nombrarlo, y que como sevillana reivindico.
No acierto a prever donde acabará el espíritu sevillano. Sí sé donde han muerto (acabado sus vidas) muchos de los que lo encarnaban, al auténtico, al libre pensador, al tolerante, al poeta, al vital, al honesto: en Méjico (Luis Cernuda), por citar sólo un ejemplo, o en la ciudad de Liverpool, como el caso de este escritor al que deseo dedicar la entrada de hoy.
José María Blanco White. Cualquiera que profundice a medias en su biografía descubrirá al libre pensador de profundo espíritu religioso nacido en Sevilla que decidió morir lejos de su ciudad natal.
Dejo éste enlace sólo a modo de síntesis sobre el autor (entrando en wikipedia puede abundarse también en su figura).
Y rescato este soneto suyo por cuanto me impresionó cuando lo descubrí (aquí pueden encontrar un revelador artículo sobre el mismo y la traducción/es que de él hizo Jorge Guillén).
Night and death
Mysterious Night! When our first parent knew
thee, from report divine, and heard thy name,
did he not tremble for this lovely frame,
this glorious canopy of ligth and blue?
Yet, 'neath the curtain of translucent dew,
Bathed in the rays of the great setting flame,
Hesperus with the host of heaven, came,
and lo! Creation widened in man's view.
Who could have thought such darkness lay concealed
within thy beams, o Sun! Or who could find
whilst fly and leaf and insect stood revealed
that to such countless orbs thou mad'st us blind!
Why do we then shun death with anxious strife?
If light can thus deceive, wherefore not life?
Traducción al español
(He escogido la que más me gusta de cuántas vienen en el enlace que he adjuntado, por honrar a Jorge Guillén, pero debo reconocer que me produce la satisfacción que sólo la poesía puede producirme tan sólo leído en su idioma original, por mucho que se me puedan escapar algunos conceptos)
Muerte y noche
¡Oh noche misteriosa! Cuando el varón primero
Conoció hasta tu nombre, informe era divino,
¿No se apuró temblando frente a frente el destino
Del glorioso dosel con tanto azul entero?
Pero tras el rocío-cortina transparente-
Que atraviesan los rayos del crepúsculo en llamas,
Héspero a los ejércitos del firmamento llama:
Más Creación descubren los ojos y la muerte.
¿Y cómo presentir que en tus rayos alojas
Oculta oscuridad, oh sol, y convertida,
Después de revelados insectos, moscas, hojas,
En orbes invisibles tras tu mismo esplendor?
Si así la luz nos miente,¿no nos miente la vida?
A nuestro fin mortal por qué oponer horror.
La fotografía sólo pretende ilustrar este pequeño homenaje a él, a un sevillano de blanco y alado corazón; conforma una especie de conjuro personal para que tantos blancos y alados corazones sevillanos no tengan nunca más que sentirse exiliados, ni aún dentro de su propia ciudad, y mucho menos tener que emigrar para poder desarrollar su sensibilidad, raciocinio, inteligencia sin la presión realmente obscena al que el propio carácter, como he dicho, pervertido por una minoría y por una mayoría que se deja hacer, del ser sevillano, conlleva.
Y que los que se fueron, aún ya muertos, puedan seguir bebiendo del agua que les dio vida y ser.
Que ese bello canto sobre la luz y la muerte, la noche y la mentira, pueda ser escrita en esta ciudad, que aunque la poesía sea manifiesto sin lugar, es decir, utopía, el alado ser que la concibe pueda vivir en Sevilla en paz.
(Lectura recomendada: Autobiografía de Blanco White. Universidad de Sevilla. Edición Antonio Garnica)
Y que los que se fueron, aún ya muertos, puedan seguir bebiendo del agua que les dio vida y ser.
Que ese bello canto sobre la luz y la muerte, la noche y la mentira, pueda ser escrita en esta ciudad, que aunque la poesía sea manifiesto sin lugar, es decir, utopía, el alado ser que la concibe pueda vivir en Sevilla en paz.
(Lectura recomendada: Autobiografía de Blanco White. Universidad de Sevilla. Edición Antonio Garnica)
Sofía Serra, Agosto 2009