martes, 18 de noviembre de 2014

Anónimos sevillanos de una excesiva

De nuevo aquí él, ella, el poema, la carta. Saludar al nuevo día exponiendo lo que me conforta, me acaricia, me ofrece la paz de reencontrarme a mí misma.




Anónimo Sevillano (Epistola moral a Fabio)


Fabio, las esperanzas cortesanas
Prisiones son do el ambicioso muere
Y donde al más astuto nacen canas.


El que no las limare o las rompiere,
Ni el nombre de varón ha merecido,
Ni subir al honor que pretendiere.


El ánimo plebeyo y abatido
Elija, en sus intentos temeroso,
Primero estar suspenso que caído;


Que el corazón entero y generoso
Al caso adverso inclinará la frente
Antes que la rodilla al poderoso.


Más triunfos, más coronas dio al prudente
Que supo retirarse, la fortuna,
Que al que esperó obstinada y locamente.


Esta invasión terrible e importuna
De contrario sucesos nos espera
Desde el primer sollozo de la cuna.


Dejémosla pasar como a la fiera
Corriente del gran Betis, cuando airado
Dilata hasta los montes su ribera.


Aquel entre los héroes es contado
Que el premio mereció, no quien le alcanza
Por vanas consecuencias del estado.


Peculio propio es ya de la privanza
Cuanto de Astrea fue, cuando regía
Con su temida espada y su balanza.


El oro, la maldad, la tiranía
Del inicuo procede y pasa al bueno.
¿Qué espera la virtud o qué confía?


Ven y reposa en el materno seno
De la antigua Romúlea, cuyo clima
Te será más humano y más sereno.


Adonde por lo menos, cuando oprima
Nuestro cuerpo la tierra, dirá alguno:
«Blanda le sea», al derramarla encima;


Donde no dejarás la mesa ayuno
Cuando te falte en ella el pece raro
O cuando su pavón nos niegue Juno.


Busca pues el sosiego dulce y caro,
Como en la obscura noche del Egeo
Busca el piloto el eminente faro;


Que si acortas y ciñes tu deseo
Dirás: «Lo que desprecio he conseguido;
Que la opinion vulgar es devaneo.»


Más precia el ruiseñor su pobre nido
De pluma y leves pajas, más sus quejas
En el bosque repuesto y escondido,


Que halagar lisonjero las orejas
De algun príncipe insigne; aprisionado
En el metal de las doradas rejas.


Triste de aquel que vive destinado
A esa antigua colonia de los vicios,
Augur de los semblantes del privado.


Cese el ansia y la sed de los oficios;
Que acepta el don y burla del intento
El ídolo a quien haces sacrificios.


Iguala con la vida el pensamiento,
Y no le pasarás de hoy a mañana,
Ni quizá de un momento a otro momento.


Casi no tienes ni una sombra vana
De nuestra antigua Itálica, y ¿esperas?
¡Oh error perpetuo de la suerte humana!


Las enseñas grecianas, las banderas
Del senado y romana monarquía
Murieron, y pasaron sus carreras.


¿Qué es nuestra vida más que un breve día
Do apena sale el sol cuando se pierde
En las tinieblas de la noche fría?


¿Qué más que el heno, a la mañana verde,
Seco a la tarde? ¡Oh ciego desvarío!
¿Será que de este sueño me recuerde?


¿Será que pueda ver que me desvío
De la vida viviendo, y que está unida
La cauta muerte al simple vivir mío?


Como los ríos, que en veloz corrida
Se llevan a la mar, tal soy llevado
Al último suspiro de mi vida.


De la pasada edad ¿qué me ha quedado?
O ¿qué tengo yo, a dicha, en la que espero,
Sin ninguna noticia de mi hado?


¡Oh, si acabase, viendo cómo muero,
De aprender a morir antes que llegue
Aquel forzoso término postrero;


Antes que aquesta mies inútil siegue
De la severa muerte dura mano,
Y a la común materia se la entregue!


Pasáronse las flores del verano,
El otoño pasó con sus racimos,
Pasó el invierno con sus nieves cano;


Las hojas que en las altas selvas vimos
Cayeron, ¡y nosotros a porfía
En nuestro engaño inmóviles vivimos!


Temamos al Señor que nos envía
Las espigas del año y la hartura,
Y la temprana pluvia y la tardía.


No imitemos la tierra siempre dura
A las aguas del cielo y al arado,
Ni la vid cuyo fruto no madura.


¿Piensas acaso tú que fue criado
El varón para rayo de la guerra,
Para surcar el piélago salado,


Para medir el orbe de la tierra
Y el cerco donde el sol siempre camina?
¡Oh, quien así lo entiende, cuánto yerra!


Esta nuestra porción, alta y divina,
A mayores acciones es llamada
Y en más nobles objetos se termina.


Así aquella que al hombre sólo es dada,
Sacra razón y pura, me despierta,
De esplendor y de rayos coronada;


Y en la fría región dura y desierta
De aqueste pecho enciende nueva llama,
Y la luz vuelve a arder que estaba muerta.


Quiero, Fabio, seguir a quien me llama,
Y callado pasar entre la gente,
Que no afecto los nombres ni la fama.


El soberbio tirano del Oriente
Que maciza las torres de cien codos
Del cándido metal puro y luciente


Apenas puede ya comprar los modos
Del pecar; la virtud es más barata,
Ella consigo misma ruega a todos.


¡Pobre de aquel que corre y se dilata
Por cuantos son los climas y los mares,
Perseguidor del oro y de la plata!


Un ángulo me basta entre mis lares,
Un libro y un amigo, un sueño breve,
Que no perturben deudas ni pesares.


Esto tan solamente es cuanto debe
Naturaleza al simple y al discreto,
Y algún manjar común, honesto y leve.


No, porque así te escribo, hagas conceto
Que pongo la virtud en ejercicio:
Que aun esto fue difícil a Epicteto.


Basta al que empieza aborrecer el vicio,
Y el ánimo enseñar a ser modesto;
Después le será el cielo más propicio.


Despreciar el deleite no es supuesto
De sólida virtud; que aun el vicioso
En sí propio le nota de molesto.


Mas no podrás negarme cuán forzoso
Este camino sea al alto asiento,
Morada de la paz y del reposo.


No sazona la fruta en un momento
Aquella inteligencia que mensura
La duración de todo a su talento.


Flor la vimos primero hermosa y pura,
Luego materia acerba y desabrida,
Y perfecta después, dulce y madura;


Tal la humana prudencia es bien que mida
Y dispense y comparta las acciones
Que han de ser compañeras de la vida.


No quiera Dios que imite estos varones
Que moran nuestras plazas macilentos,
De la virtud infames histriones;


Esos inmundos trágicos, atentos
Al aplauso común, cuyas entrañas
Son infaustos y oscuros monumentos.


¡Cuán callada que pasa las montañas
El aura, respirando mansamente!
¡Qué gárrula y sonante por las cañas!


¡Qué muda la virtud por el prudente!
¡Qué redundante y llena de ruido
Por el vano, ambicioso y aparente!


Quiero imitar al pueblo en el vestido,
En las costumbres sólo a los mejores,
Sin presumir de roto y mal ceñido.


No resplandezca el oro y los colores
En nuestro traje, ni tampoco sea
Igual al de los dóricos cantores.


Una mediana vida yo posea,
Un estilo común y moderado,
Que no lo note nadie que lo vea.


En el plebeyo barro mal tostado
Hubo ya quien bebió tan ambicioso
Como en el vaso múrrimo preciado;


Y alguno tan ilustre y generoso
Que usó, como si fuera plata neta,
Del cristal transparente y luminoso.


Sin la templanza ¿viste tú perfeta
Alguna cosa? ¡Oh muerte! ven callada,
Como sueles venir en la saeta,


No en la tonante máquina preñada
De fuego y de rumor; que no es mi puerta
De doblados metales fabricada.


Así, Fabio, me muestra descubierta
Su esencia la verdad, y mi albedrío
Con ella se compone y se concierta.


No te burles de ver cuánto confío,
Ni al arte de decir, vana y pomposa,
El ardor atribuyas de este brío.


¿Es por ventura menos poderosa
Que el vicio la virtud? ¿Es menos fuerte?
No la arguyas de flaca y temerosa.


La codicia en las manos de la suerte
Se arroja al mar, la ira a las espadas,
Y la ambición se ríe de la muerte.


Y ¿no serán siquiera tan osadas
Las opuestas acciones, si las miro
De más ilustres genios ayudadas?


Ya, dulce amigo, huyo y me retiro
De cuanto simple amé, rompí los lazos.
Ven y verás al alto fin que aspiro
Antes que el tiempo muera en nuestros brazos.



(Desde Dámaso Alonso hay certeza en su atribución a Andrés Fernández de Andrada, 1575-1648)

lunes, 17 de noviembre de 2014

el sur

el sur

a ciento diez años luz
o tal vez menos es más
en términos geocéntricos
hoy os diré del amor hoy
mis ojos han sanado.

mi boca está limpia,
mi frente también.
la rosa soleada
abrió simple y llana,
como una meseta llena
de tiempo.

Vengaremos el ocaso
y los bueyes podrán
seguir arando allá
a nuestro paso el horizonte
de nuestro norte.

no me equivoqué de lugar,
el estuario se abre a costa
de paz a paz de pino
y arena, peces y olor
a ti.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Juicio final

Juicio final

que-
da
nadie
por eso

exploro las sombras,
para saber
qué
hay tras la ausencia
es necesario que habiten
otros hombres otros cuerpos
quizás
aquellos
despellejados por las manos
del púgil miguel y ángel
que los expuso en la pared
ante Dios y ante el infierno.

y ante nuestros ojos.

ya sé que hablas
de amor de
esperar
de para
qué.

sábado, 15 de noviembre de 2014

El potro griego

El potro griego

ajustaste el porvenir,
relojero inquietante,
cuando los candados se cerraban
y el mar se abría.


Viento a solas barajando
cada poro de tus pómulos
como dos pechos de kore
o muchacha griega
descubriendo
el aturdido arroyo
que lentamente golpea
cada roca brillante
que acaricia el musgo
oteando a nivel del agua y del aire
la isla sumergida y acuosa
que moldearon los gigantes
de tus dedos y tus labios
y tu ojeriza vendimiada a raíz
de largos cortos, desde la orilla
hasta el cabezo: Verte y verte venir
abrazado siempre a mí misma.

Habitación cálida
de recurso extra vía
que te amplía el cauce
de este lecho de río
que hoy desemboca.
Llanto perpetuo por amor.
Llanto de minusválido soldado.
Llanto compungido de militares entrevistas
sobre el vello que les cubre la piel,
y un devenir y un sortear
y un kilómetro justo vertical
de esta sin pies pausa.

Veneraremos a los dioses
cuando éstos hayan partido,
y yo, virginal entelequia de la costumbre,
acomodaré los pliegues de mi falda
al sondeo preciso de tu mano y tu deseo.

Y verteremos lágrimas de cable
azul y verde como el mar caribe.
El golfo del león quedará al frío
de la navaja, y otras dos bocanas
de mar se fundirán en la buena rutina
de la tierra de crear océanos.
No habrá bandido ni bando
ni tronante bestia BI-famante.

Vuelve el hombre y la yerba vuelve
sobre las sonoras flores,
vuelve el generador del símbolo preciso.
Sin seguidos el mar se hace
y el río vuela ya cansado y completo,
ya sin sentido de sí mismo.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Acceso

Acceso

esas pequeñas extremaunciones
con las que designas el dedo
de tu boca afila génesis
para que nos amemos,
algunas veces, algunas más
sobre tu ungida noche
sortean peregrinos
sobre la piedra calva
con apenas polvo,
y aquí, todo mar,
cuando yo te veo todo mar
cuanto tú me miras todo mar
cuando cabeceo abocada a ti
todo mar y ese vello que asoma
por tu axila todo mar
desde mis bebedizos de hambre
de tu garganta, paz
y aula cerrada
tu cóncava carne
entre mis manos todo mar,
todo mar y la arena junta
y viva junto a ti
y mi sereno.

que en un mar, y en este todo mar,
te acceda
la serena suerte de sentirte
amado.
 
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El cuarto claro by Sofía Serra Giráldez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial 3.0 España License.