lunes, 16 de noviembre de 2009

Agua grande

Título de la fotografía: Ciudad con río

Río Guadalquivir, Sevilla, barrio de Triana en su orilla izquierda según la fotografía (calle Betis), puente de Triana (Isabel II) y al fondo las estribaciones del Aljarafe, con sus famosos cerros. No está a la vista, pero uno de ellos es el conocido como el del Carambolo, el que da nombre a tan preciado tesoro del legado tartésico.
Por cierto, el vocablo "betis", según filólogos signfica "río grande", lo mismo que la voz procedente del árabe "guadalquivir", guad-al-quivir. Siendo musulmanes, sólo hicimos traducir la nomenclatura íbera-turdetana-romana al nuevo idioma reinante.

Tengo tantas fotgrafías disparadas o realizadas sobre el río, y sobre las azoteas sevillanas que siempre pienso me equivoqué en el título de este blog.
Supongo que para eso está una, para equivocarse.
Son las fotgrafías y los poemas los que nunca se equivocan.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Beso para despertar al bello durmiente



Bello durmiente

Sí, de acuerdo./
De acuerdo con la violencia y el orgullo que nos recoge la entrepierna hasta conseguir partirnos por la mitad,/
desmembrarnos como estrellas./

De acuerdo, en tolerancia,/
con la suministración de dádivas oportunas que nos vistan de oros y terciopelos para poder sonreír / sentados a la mesa de la anfitriona infecunda./

También de acuerdo con tu ignorancia, de hombre sin cabeza, /
casi sin piernas,/
sólo dibujado en tu extremidad como retrato de almas mancas. /

Suprema bestia que habita en cuerpo compuesto de negro y vida, aviesa solicitud y lugareña fiesta de ojos nublados./

¿No lo veis?/

¡¿Es que acaso no lo veis?!/

Inútilmente concita al verbo y al grito clamando por la escucha./
Inútilmente le habita la esencia común a estas sombras que paseamos por las quemadas arenas de nuestra propia casa, enjabelgada/
con dorismos y diafragmas, con lentitud y osado beneplácet ante el odio y el sentir ajeno que, por no sustituirlo, aceptamos./
Inútilmente brega, lucha, pierde, llora./

...¿Acaso no nos vemos?/
...¿Acaso no te miras?/

¿Acaso no te inmutas ante tu propio dolor y tu misma impotencia?/

¿Acaso tus llagas no te duelen ni supuran?/

¿Acaso consideras recurrente volver y volver y volver a hablar sobre lo mismo una y mil veces/
y tamizar las hemorragias y los rasguños,/
y sostener con tus manos el cuerpo de la vida, la turgencia del amor y la diafanidad de las palabras?/

¿Acaso puedes mantener sin temblar el gran peso oculto de todo lo que construimos ciegos y novatos sin saber si las hiladas se componen de lesas manos o inmaculados cristales?/

¿Acaso alimentarías tu cuerpo con lo que excretas?.../

Entonces, ¿por qué alimentas tu alma con las expiraciones de lo que no hace falta?/

¿Acaso no vivirías mejor si “¡fuera odio, fuera inquina/
y dame aire y oxígeno puro para estos pulmones que, prietos y constreñidos ya por nuestra propia osamenta, optamos por encerrar al vacío en el saco de todas nuestras miopías!”?./

Pues si es así, ROBA/

¡Roba!/

Roba,/
que somos uno y nada de lo mío adquiere existencia hasta que en tus manos no se deposita./
Roba./
Para poder ser el tuyo y lo nuestro. /
Roba según tu centro que habitas que, como común eje invertido de la tierra, /
a todos nos traspasa hasta hacer regurgitar la mierda que /
desde nuestra propia ignorancia tragamos. /

Roba./
Para que la prenda negra no cubra tu mano con su fría mortaja./



Sofía Serra, 2006

martes, 10 de noviembre de 2009

Corazón de hierro batido (Canto otoñal)


Título de la fotografía: Río cerrado


Corazón de hierro batido (Canto otoñal)


Del edén eyaculado nacerá la estigia provocadora de las mieles sobre el triunfo y el afán supremo, gobernadora de la mayúscula tiranía que ennegrece el perfil sucinto de la voz sobre el eco, anterior al eco y futura resonancia de sí misma sobre la penumbra hallada en la montaña que genera el valle del río que en la misma estigia acumula/
todo el poso, el gemir de los crisantemos,/
los enlodados barrios donde vitales sacuden sus aletas los generosos y fluviales seres vivos,/
mis artes marciales, mis sobrecogedoras compañías
afanadas en el estómago vivo y palpitante...
En la rosada simiente de la aurora, ¿qué más puedo desear que tu acontecer?
Río cerrado, te marchaste sin conocer el tiempo,
el sondable cauce de tu perpetuo retroceder ante el sol, el ocaso y las estrellas,/
reservándote para un devenir sin lealtad que auguraban ya las hojas caídas sobre tu lámina/
reflectante de todos los narcisos llamados nubes, mimbreros o simples juncos./
Sobre el margen, sobre la orilla de tu lámina invertida pasea/
el río de la vida/
el marginado río de la vida,/
el suculento manjar de la bestia incorpórea,/
la de la boca grande, la de la boca hueca,/
la de las fauces abiertas en son de canto prohibido,/
insonoro, de infértil matriz, respuesta a lo que sin dedos/
y sin amargo trago huye de su vínculo/
buscando la desmesura de la riada./

En el estero, desde el desierto, fingen sus aromas los eternos candiles/
de carburo hidrogenado.
Mas tú, viva, vuelcas la copa de tu bebida, vacía derramas/
el ardor candente de la juventud:/
Doy amor a todas luces sobre el pervertido horizonte que nace inclinado,/
siempre para las herrumbres, siempre,/
hasta habilitar el estuario como negocio de chatarras./
Del orín del hierro a tu justa sólo hay una vida./

Y el borde, aquí este borde abisal que en su sima te contuvo generando roncesvalles/
donde poder cavar la tumba del olvido sobre la infranqueable temeridad del ser humano y su orgiástico deseo de cumbre y sangre./
Aquí sobre este paso te rodeo para envenenarte./
Aquí, levanto tu bandera para seguir matando/
con la pena de lumbre y fuego/
que el amor cubre, el amor reparte, el amor, tranquilamente, avanza sorteando, vestido/
de sí mismo, como si no tuviera nombre, que no lo tiene, ni el don/
para transformarte más que en hombre, a duras penas,/
sólo en hombre./


Sofía Serra, Noviembre 2009

viernes, 6 de noviembre de 2009

Paisaje para una embestida



La suerte del extravío

Los árboles crecen y las pesadillas se desnudan simulando/
ser dueñas de un cuerpo que no les incumbe./
Asoman lujuriantes, ávidas de la gangrena que absorbe el porvenir en el lapso de una vida,/
queman su oscura bandera legitimando/
el derecho a la menoscaba, a la putrefacción que toda simiente dormida,/
y no recolectada por la hormiga,/
padece o disfruta./
¿Quién se deleita más en el gozo, este gozo sacrílego del porvenir,/
que las irascibles fauces de la parsimonia disfrazada?/
A punto de extraer del fuego al gigante anestesiado, concluyo,/
sin mas piedras que las que la gata evita allá por los tejados de la plateada lumbre,/
que ser de mies no inflama./
...Tiempo de subasta, de efímera protesta contra el sol,/
te celebro como una compañía hacia la edad, la de la rubicundez protegida, la de los erguidos estandartes plegados sobre el viento, llamas irisadas/
sobre el aire genuino e inocente, víctima de nuestro propio vahído, de la lentitud por el proclamo y la desmedida en nuestro sueño./

¿Sobre qué gimes?/
¿De qué te vale el cielo si de él tan sólo cuelgas?/
¿Con qué ánima bendecirás el extenso páramo incandescente sobre el que evades tus nocturnas, como/
camelias blancas, blancas camelias,/
palabras,/
tu misma simiente de hacedora?/
Incruento y pervertido cántico sonoro a todas luces bajo el palio extendido de tu sin voz mudanza./
Canta la noche hermosa cundida de parabienes del exquisito son/
sembrado en las flores de las lunas estivales y pasajeras,/
como tu melodía siempre llena, siempre ambigua sobre la muerte./
O la luz./
¿ Qué más da?/
¿Acaso a todos no nos nombran?/
Verte, verte, asirte con estos pálpitos hechos miembros/
de la voz que mi centro canta./
Sonora voz, sonora voz con letras claras,/
para el silencio dulce de este inmenso abismo, gerundio atávico de nuestro ser, existiendo,/
existiendo tal vez sólo en un rítmico tarareo que recuerda a las cuerdas tersas del laúd,/
la dolencia vivífica, la juventud suministrada a las eras en su metamorfoseada geología a través del estrato cortado,/
el libro de las sienes de la estirpe, la hoyada concupiscencia entre el ser y la tierra./

Aquí, encadenada a mi propio magisterio sobre el devenir/
y su incesante canto, soliloquio del poeta escindido hasta de su misma causa./
Aquí, justificándonos sobre la huella de lo otro/
que venera injustamente la invasión de las bárbaras hormigas./
Aquí, clamando por la Justicia, buscando el nivel profundo de tu borde niquelado
de blanca orilla, de luz a todas horas menos del orto./
Aquí abrevando de las eras,/
eternizándonos en el pasto, la lumbre, el puchero al sol/
cincelado por estos labios de poeta,/
pernocto./
Siempre pernocta, siempre alegría, siempre vigilia/
sobre un juicio por llegar que extravía el vuelo del jilguero/
que sostuvo entre sus fauces a la semilla de la zinnia, flor de canto, flor de son, flor del verano/
puro y simple y seco verano.../

Quien pervierta el don, que clame por la musa./
Su quimérica compañía obstará al perjuicio labrado por las bestias,/
sin labios que sellen, en perfecta armonía, el labio contra labio del beso en las bocas./



(Sofía Serra, Del bestiario de los inocentes, Noviembre 2009)

lunes, 2 de noviembre de 2009

Ver el mar


Título de la fotografía: Ver-mer

Esto no es nada. Si poema, ya sabe más que quien esto escribe

A las costuras de esta zafra se me adhieren vuestras embestidas,/
como salvaje y tierna desmedida de lo que ya no solicitáis, la alegría y el proclamo de una era/
que nace mudada en paquiderma sirena de ojos claros/
y voz ausente./
Observad la canallesca intención de la mar que la abandonó fiada en la arena,/
contemplad cómo sus miembros se entumecen a fuer del goteo insaciable/
de sus lentes irisadas, ya tornándose en entretelas/
de grises escamas, coraza contra el aire,/
gesto solícito de que no fue más que la agonía la que la dejó sin mar,/
sin silero desierto desde el que cantar su mistérico proclamo./

¿Qué obtuso porvenir cimenta los longevos eriales?/
La mar de las vetas claras./
Porque es trabajadora, porque conoce la verdad de los hombres,/
porque asume, consuela y engendra y pare como jirón secreto de sí misma/
su contumaz consuelo depositado en el eterno de su abrigo, la orilla,/
el juramento sobre el que la luz atestigua la existencia de Ellos./
Cantos rodados sin externa visión que los contraríe,/
tan sólo cantos,/
tan sólo cantos , yuxta-opuestos ni engarzados, melodías del aire sobre el aire,/
embriagados del aceite vital de su denso/
gemir bajo el mar... bajo el mar,/
nacen a veces las piedras convertidas en Poetas.
/

Sofía Serra, Todos los Santos 2009
 
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