jueves, 6 de diciembre de 2012

A mis cabezos amarillos no los toca ni Dios (o su representante en la tierra)

Hay que joderse, ahora resulta que de mis cabezos amarillos partieron los camellos que llevaron los presentes al niño Jesús el día, o semanas después, de su nacimiento.

Pase que me la haya tenido que tragar cuando este señor, Ratzinger, ha eliminado de un plumazo a mis dos "reyes" animales de mis poemas del portal de Belén, la mula con la que me identifico yo misma, y el buey, con la que identifico el norte poético que contradictoriamente sitúo en una tradición suroriental traída aquí desde tiempos inmemoriales (sólo hay que comparar las mitras con la que los atenienses adornaban a sus bueyes en las panateneas y compararlos con las que se siguen usando en una procesión festiva de también raíz religiosa como es la más conocida de este suroeste europeo, vulgo El rocío,  para comprobar que la poética es sólo cuestión de pensamiento y conocimiento. Las relaciones ancestrales entre el oriente mediterráneo y el occidente ya atlántico son bien conocidas por todos los historiadores). Pero por lo que no paso es porque use a mis cabezos amarillos como región de origen de un cuento, que si bien no tiene nada de malo, yo terminé por odiar conforme fui haciéndome mayor: no hay nada que más me fastidie que regalar juguetes a niños cuando al día siguiente tienen los criaturas que levantarse temprano para ir al colegio.

Lo que (nos) faltaba a esta región tan insufriblemente mal conocida y tergiversada en todas sus manifestaciones culturales como es el suroeste español.

Señor Ratzinger, una de dos, o usted no ha sido instruido en un mínimo conocimiento de la historia de la Hispania romana (digo esto por ceñirme la fecha en que  según calendario actual situamos el nacimiento de un personaje que todos conocemos como Jesucristo, es decir, año I , o sea, no sabe que en la época que nació Jesucristo, aquí en este suroeste, de reyes, nanay, como mucho, patricios romanos y resto de pueblo íbero, o sea, los turdetanos, descendientes de los antiguos tartessos danzando por las marismas del Guadalquivir y mis cabezos amarillos, el lago Ligustinus y las minas de plata y cobre de sus serranías (Aznalcóllar, Castillo de las Guardas, Ríotinto), o bien no se ha leído la Biblia, concretamente algún salmo, alguna parte del los libros de Salomón o el libro de Ezequiel que yo recuerde, donde se menciona  a Tarsis  como lugar con el que se comerciaba y desde donde llegaban grandes barcos cargados de metales preciosos (excepto el oro), todo esto sobre el siglo X a.C. es decir, novecientos años antes  de que es niñito precioso naciera en un pesebre, niñito contra el que no tengo nada sino más bien todo lo contrario, mi segundo nombre es en honor de su nacimiento, leyenda o no, porque nací en su noche-buena.

En contra de lo que sí tengo es de que por su poder, por el poder que usted detenta,  la subcultura siga propagándose por este mundo, con el inconveniente añadido de que como  sureña tenga que aguantar  que toda referencia folklorista nos sea endosada a esta región, como si no tuviéramos ya bastante con el daño que el gusto por la extensión del analfabetismo, gusto propio de todos los fascismos y políticas de derecha desarrolladas en este occidente europeo, ha provocado en este sur, y concretamente Suroeste.

Señor Ratzinger, no le consiento que a mis cabezos amarillos los convierta en patria de la infracultura. Le aconsejo se encomiende a la Virgen del Rocío por el cabreo que sus manifestaciones me han provocado, pero recuerde que haciéndolo no estará más que rezándole a la Astarté-Venus-Afrodita fenicio/romana/griega que sentó sus reales (y seguro que bellas) posaderas en las dunas cercanas a mis cabezos amarillos, es decir, su culto será tan pagano como el que mis ancestros, los tartessos, ya profesaban 1000 años antes de que naciera ese personaje que, sin pretenderlo, favoreció que un mensaje tan ideal para el hombre como es el del amor, fuera ninguneado por el castillo ignorante desde donde usted sigue repartiendo bendiciones a diestro y siniestro, sin conocimiento alguno de que el orbe es mucho más profundo, y sureño,  de lo que sus papales entendederas llega a comprender.

Dese de camino una vuelta por Sanlúcar de Barrameda, frente a las dunas y cercana a mis cabezos amarillos,  y entonces entenderá por qué jamás de losjamases los RRMM pudieron partir de este Sur: le habrían llevado como presente al niño Jesús en vez de los insulsos regalos del oro-incienso-mirra,  una buena caja de mantecados de La Rondeña y seguro que a sus padres unas cuantas botellas de manzanilla y una caja de langostinos, pues ya se sabe que ambos, el marisco y el vino, comportan los nutrientes más recomendables para reponerse después de los esfuerzos de un parto y una paternidad putativa.

(Sofía Serra)

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