la cresta de la ola salvaje,
¿quién podría domesticarla
amoldarla comerla con su seno
toda ella una llena en la boca?
un océano de lumbre indiscreta
y paraíso en el extremo de mi boca
y mi sereno al mar
cuando lo tienes a pedido de tus ojos
de hombre o de tierra verde
como las libélulas que pululan aladas
y beben leche, tan blancas y doradas
como la púrpura
que te encumbra
dentro de mí,
nívea como el armiño.
de más está
que digamos
que sí a qué
o vino de más
y en la sobra
he continuado la caminata
marítima cuando te ibas
y te ibas tan lejos que ni las olas,
por mucho que anduvieran bajo el mar,
por más arrecifes y caracolas que arrostraran
en su paso,
—tantas barreras, tantos límites—
por más delfines que murieran arrollados
en sus remolinos,
—tanto dolor, tantas lágrimas—
por más que longitud y latitud
confluyeran en un solo punto
del uniforme geoestratégico:
tu ombligo moreno da la vuelta
al mundo de mi lengua.
Así se levanta el sol.
un insufrible acto de perdición,
sumisión y autoextinción:
el mar parsimoniándose
sobre la arena.
Y tu belleza de hombre
contenido en la palabra.
Sofía Serra (Suroeste)
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