lunes, 30 de enero de 2012

El hombre y yo

El hombre y yo

ahora la playa cabecea desierta
ahora la playa debe sentirse vencida
situándose entre mis hijos
se agolpa paulatinamente
paulinos somos
nietos que engendramos
efebos de la Grecia antigua,
las mesnadas sufrientes,
las ptolemaicas abstracciones
pasean por ahora la playa
que hierve en salud de sal ya tan vista
ya tan visto y tan dado todo
como en el mostrador
de aquella tienda de ultramarinos.


la velocidad se torna puente
y aún no sé si rodarán
mis ámbitos con guardabarros
o sin ellos.
esta playa, esta abierta playa
esta hermosa y amplia
labia de mar valiente y sometida,
y esta playa esta supuesta playa
gimosa, lateral a la medida de unas cuantas
curvas como el sol te doblega el perfil
cuando miras el horizonte flexible
con verbales respuestas que se desarman,
o desaman,
en el entresijo entrecomillado con todas las altas luces.
te regalo el mar para que duermas
en los brazos de la odalisca
siempre numantina ante la vejez,
tu vejez


sonreía con las ruinas de tu nombre
paseando por las mejillas
era tal la blandura
túnica y mente quisieron
beber de ellas algunas lágrimas
y sólo separaron tu sed de su alivio
y calma la tormenta del vaso
del cristal de tus ojos,
qué solos se estremecen y temblaron
las hojas sobre la ingenua superficie del mar
tan lisa y caliente como el descanso
que necesitas.


ni nematodo ni platelminto.
sólo tan primitivo
una luciérnaga de las que planeaban suspenderse
del salvaje cielo pleistocénico sin afán por querellarse
contra las eras que la transformaron
en insecto de algún
centímetro apenas.


¡ah!, qué pena, qué pena
pendiente de tus cebollas y mensajeros,
qué pena tus pendientes en las orejas
del escarceo entre los cuerdos y tensos cuernos
de la embestida adusta,
qué pena y solitario magnífico
paseas lamiendo la tierna carne
de las gustosas anémonas virginales
tan cándidas y prístinas como
el ciclamen de invierno,
qué pena tu alba blanca de sacerdote
ungido por la cabellera unísona del arroyuelo
qué pena que no te merezcas,
qué pena ese sol en la puesta de poniente
que sólo sabe iluminarte a contraluz.
Los negros te hacen flaca justicia.
Aunque te alimentes de la gorda:
la abundancia.


tendré que aprender a reconocerte.
No tienes ni carne ni huesos
tu mano imaginada me sabe a hueco
y sobras de algún aire
lejano tan abstracto
y sin embargo me hinchas el vientre
con las domeñadas de tu abrigo, las insurrectas,
tendré que reconocerlo algún día
de esos que no existen, cuando la noche
se haya ido y el día ni asome pero todo sea luz o negra nube
tal vez nieve en los adoquines del sur
y la mialgia de amarte
y qué solo te encontré en la esquina
entre los barracones de feria
sentado sobre el barril de madera
de mi alma hueca,
que esperábamos ser llenados
o desarmados
para volver al naufragio que sobrevivió
sobre la orilla de ahora nuestra playa.


Sofía Serra (de "Suroeste")

domingo, 29 de enero de 2012

La sed

(Correcciones "Nueva Biología")


La sed

Tantos días y noches despierta,
tendría que adivinarte bajo este sol
que es sólo noche de cuándo y cuando
acudiste a los mimbreros y te pedí
viento y agua.
Este porvenir embadurna
las esquinas de una azotea.
Juegan al sol maldito,
se divierten a costado mío,
atraviesan células de espanto:
no acierto ni dormida a soñar
con la cosecha del trigo.
Este blanco me debilita.
Juego a amanecer
de alguna hoja suelta.
Las jacarandas, allá sobre el sur
perdido en la esquina redonda
de los cuarteles de verano,
aún cantan en clave de verde.
Temblorosas sus hojas saben
mucho más que yo,
que sigo en blanco.
Sin caer.


Nada tengo con sentido de lo que se escapa.
Nada abundas.
Nada sed abusa.
Nada extiende el blanco amianto.
Nada obstruyes no.
Nada ramifican,
—¿qué somos sino uno y el infinito?—.
Nada perdernos siempre
y hallar gracias
a que somos nada.


Sofía Serra (De "Nueva Biología")

sábado, 28 de enero de 2012

Poema en 3-D

poema en 3-d

si alguien conserva la armadura,
ya es hora de que dé la lata
y la comparta, bien abierta.


si alguien conserva la abertura,
ya es hora de que dé la lata
y la comparta, bien abierta.


si alguien conserva la cordura,
ya es hora de que dé la lata
y la comparta, bien abierta.

Sofía Serra (de "El hombre cuadrado")

viernes, 27 de enero de 2012

La escafandra

La escafandra

Aminoácidos sutiles
y algún esclerótico seno,
el paisaje de tu ensenada
barrosa. Volverán los lirios
a florecer pesados y rumbosos
como la ternura y tantos besos
laminados en la superficie de las aguas.
el estuario juega al pan
partido y repartido
para todas las bocas abiertas.
No entran moscas en el lecho
del río correspondiente.


En este confidencia me columpio
sobre la vida del revés,
como el calcetín de la abuela
dormida justo al final de sus afanes.
No sueñes, reina mía. Los pelícanos
aún planean la tierra, auguran
candados abiertos a las nubes
con su boca grande de alquiler de sombras,
una boca tan estrafalariamente abierta.


y a voces
se fundieron las otras bocas
en un sol-o torneado
por la arrogante escuela del arbotante.
Sobre tu mullida longitud
de pernera invisible,
los cabezos amarillos posan semidesiertos
y alojados cada uno en el hombro
del siguiente anticipando
la espina dorsal del mar.
Un aire llamativo me sabe a quieto oleaje
trepanado por tus miembros:
quisiera yo, a veces,
zambullirme indiscreta y transparente
en tu entrepierna de agua,
la juventud de tus miasmas enloquecidos,
la senectud de tu estrambótico deseo,
la pleamar de tu combatiente
calma y el mar caliente
que te espera.

Sofía Serra
 
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