lunes, 31 de enero de 2011

El grafos y "mi" Marcel Proust: una nota al hilo de la lectura de "En busca del tiempo perdido"


Título de la fotografía: En busca del tiempo perdido (*)


Hace ya un par de años que disfruto del hecho de poder acercarme a una joya de la expresión humana como ésta, “En busca del tiempo perdido”. El primer volumen me lo leí rápido (sí, con ese “me”), titulado “Por la parte de Swan” según traducción de Carlos Manzano (aquí se puede leer un bonito artículo sobre las traducciones y algunas palabras del propio Carlos Manzano sobre la que él hizo de esta obra), anotando algo de vez en cuando, o subrayando, como suelo hacer cuando algún libro me interesa especialmente (suelo percibir esa sensación nada más comenzarlo). Al empezar la lectura del segundo, tuve que dejar de entretenerme en esas “menudencias”, la lectura me demandaba completamente, la escritura de Proust me absorbió, pero a la vez comprendí que para satisfacer todas la inquietudes que su lectura me provocaba debería de leerlo como mínimo una segunda vez, para así poder dejar grafía de esas pro-vocaciones. Imagino, pienso, que lo que nos lleva a dejar grafía de algo que percibimos  depende en gran medida, de la intensidad con que lo externo a nosotros nos marque, nos grafíe asimismo por dentro, indeleble pero también intangiblemente, sin fisicidad reconocible por nuestros también más físicos sentidos. No creo que sea otro el mecanismo que nos impulsa a esto que llamamos dejar huella. Es decir, hacer el camino de vuelta que antes esa corriente meta-física, interguiono explícitamente, de, en este caso, una huella, la escritura en este caso de Proust, ha recorrido logrando dar el salto casi interdimensional entre las re-conocidas de la otra huella hasta algo que al menos por ahora sólo conocemos habitualmente como desarrollada en una, el tiempo, esto es, nuestra psique. Es a través de nuestro cuerpo, nuestra fisicidad, con las neuronas que, también por ahora, sabemos que son las responsables de todo aquello que reconocemos como intangible en el ser humano, con el que exportamos (como los archivos incompatibles, como el proceso informático que habilitamos para que los distintos archivos que cada programa usa puedan ser ABIERTOS, es decir, reconocidos, por el otro software con el que queramos abrirlo) lo que nos mueve y conmueve por dentro desde fuera y hacia fuera. No es otra cosa la grafía que el resultado de esa exportación a un lenguaje más o menos asimilable por todo lo externo de este software que el individuo conforma (como una sola especie somos, y parto de la base tan conocida de que tan sólo en un 10% se diferencia nuestra ADN del de una mosca, concluyo que en estos más de cinco mil millones no existe más que un sólo software sobre el que funcionemos. El único inconveniente es que no por todos es conocido, el programa, y también, por nadie al completo).

Volviendo a la novela de Proust, sin querer fui ralentizando su lectura, tomándolo a pequeños sorbos, la mayoría tan sólo por la noche antes de cerrar los ojos. Se me antojan a veces esos momentos como unos de los de verdadero disfrute en la jornada, una forma de encuentro con la paz, un descanso para mi espíritu. El solaz.

Hace mucho tiempo como digo que dejé de subrayar, aunque a veces no puedo evitar tomar la pluma o el bolígrafo, pocas veces un lápiz, corre riesgo de borrarse su grafía mucho antes, y dejar señalada alguna perla. Sí, me encanta fundirme como buenamente puedo físicamente también con ellos, no soy fetichista, cuando amo, es decir cuando algo demanda mi interés, necesito integrarme en lo que quiera que sea con todo lo que soy, cuerpo y mente. Es decir me entrego. Anoto y escribo en sus papeles, esos papeles que para mí son sólo un soporte que me resulta accesible porque ambos compartimos fisicidad. Por eso mismo, cuando me leí a través de internet varias obras de José Saramago, en cuanto tuve medios para poder adquirirlos como libros, lo hice. Los necesito conmigo aunque sólo sea para tocarlos y distinguirlos como objetos en tres dimensiones. Así que escribo sobre ellos, tampoco demasiado porque soy cuidadosa o respetuosa, a la par de las letras que la imprenta ha dejado transcritas en el papel, y, aunque el libro pueda traer cinta señaladora, sin querer se me va la mano siempre para doblar el pico de la página por la que me quedo (odio los señaladores que tan de moda están hoy en día, sobre todo porque son más largos que la medida vertical del libro, tal como el propio fin para el que están fabricados supedita, y estorban, se doblan en las estanterías si encima coloco otros libros en horizontal, o en mis propias manos me disgusta su perfil de más, me distorsiona la silueta del libro en mi mirada. En definitiva no me gustan de ninguna de las maneras posibles para lo que fueron inventados, a no ser como cómodas y móviles estampas caso de que su diseño me resulte especialmente atractivo). Por eso prefiero las cintas, se amoldan a mi forma de integrarme en ellos, los cuido (me gustan mucho las tejidos), a los libros,  a la vez que me "coloco" en ellos.

No es para mí el libro como objeto físico un tesoro para ser encerrado en una urna. Tengo que manosearlo, llenarlo de mis células, que se estropeé, levemente, aunque alguno he lanzado como torpedo, y, con los medios domésticos que a mi alcance queden, arreglarlo de vez en cuando si, por endeble edición o accidente, llega a correr riesgo su entramado físico, riesgo con posibles consecuencias irreparables. Todo este proceso de “intercambio” físico entre el libro y yo, termina, a lo largo de una vida, por configurar una especie de ex libris genuino. Casi podría reconocer, caso de que se me hubiera perdido alguno entre los antaño prestados (ya no suelo hacerlo, porque, efectivamente, alguno perdí en manos ajenas) con tan sólo un vistazo desde lejos.

En esta obra de Proust necesito dejar mi huella. Ahora lo hago físicamente de estas formas y dejo que él me señale por dentro. Ya llegará mi turno de grafiar yo lo que su grafía en mí provoca.

Sin embargo, no puedo evitar señalar alguna perla de esas que voy encontrando. Son tan incontables, tan sucesivas, que por eso mismo tuve que dejar de hacerlo y, como consecuencia, oír arrancar en mí el motor del deseo por dedicarle como mínimo una segunda lectura algún día, caso de qué me dé lugar en mis años de vida, para, ya más despacio, y, a partir de él, poder extraer de mí todo lo que su lectura me provoca. Me provoca o me señala, a mí, e intuyo que a cualquiera que lo lea. Siento por la mente que hizo posible esta joya de la literatura universal, ahora, una admiración sin límites. Transcribió, es decir, exportó a un lenguaje asimilable por todos, la escritura, lo que desde su software, que no es más que el de todos, percibía en su exterior para elegir el tiempo, una dimensión común a todos, no importa que viva quien sea en quien pensemos hace tres mil años, como recurso de digresión o artificio. Sin embargo, éste, esos límites que parece que interponemos entre los que están y no, desaparece al leer su escritura. Proust, al hacernos evidente su percepción, nos muestra la esencia de lo que estamos hechos, nos la evidencia, no importa en qué años vivamos.

Conecta con el cauce que nos subyace y lo hace visible. Hizo Poesía mediante el recurso de una historia narrada.
Proust fue un poeta. Y consciente soy de que nada descubro.

No quería dejar de pasar esta finalización del cuarto volumen, Sodoma y Gomorra, con la anotación en este blog de una de esas perlas que me resulta imposible evitar registrarlas, aunque sea ya tumbada en la cama luchando entre el sueño que ya se me acerca, el acero del capuchón de la pluma y el enredo del cordón de mis lentes para la presbicia.

[…] "en la humanidad la regla —que entraña excepciones, naturalmente— es que los duros son débiles a quienes no los han querido y sólo los fuertes, a quienes poco importa que los quieran o no, tiene esa dulzura que el vulgo confunde con debilidad."
[...]

Marcel Proust. En busca del tiempo perdido. 4. Sodoma y Gomorra. Capítulo tercero. Pág. 435. Traducción del francés: Carlos Manzano, cedida por Random House Mondadori, S. A. para Círculo de lectores, S. A. (Sociedad Unipersonal).
ISBN 078-84-672-3384-1 (Tomo IV)
ISBN 978-84-672-3406-0 (Obra completa)


Sofía Serra, 31 de enero de 2011


(*) Esta fotografía la disparé e hice y además también titulé,  años antes, en diciembre de 2005,  de siquiera pensar que algún día accedería como lectora plena a la obra de Proust.

domingo, 30 de enero de 2011

Hombre andando

(Republicando por correcciones)


Hombre andando

A mí ya me tengo, ¿para qué más verme?/
Percibir aniquilando la ominosa estancia que te suprime o te condena día a día a revertirte sobre el supremo pandemónium,/
a nivelar las ostentosas manipulaciones del anquilosamiento sobre la juventud fracturada en plena senilidad de las cosas viejas,/
que obstan, que pervierten, que suprimen, que rebanan.../
El amor es sólo potencia de tú y yo,/
sólo acontecida de acaso y voluntades,/
no más que un afán sobre la noche profunda,/
la inercia embatallada y vencida./

Y ya claudican las empresas,/
claudican generaciones completas/
sobre el desvivir de la suerte sobre el hombro azaroso/
de lo que proclamaste a sabiendas de tu obtuso fuego,/
el juego invertido sobre las olas recalmosas/
como las velas que navegan sedientas de aire imbatible,/
como sustenta a mi pecho tu propia sombra en el calvero./
Sostiene mi gemir tu bramido permanente de profunda y telúrica ilusión de centro sobre la muerte del mutismo,/
sobre lo justo cometido cuando ya no más que rozas el porvenir/
del sin ti cuando desapareces,/
De tus ojos a mis oídos de alma blanca... honda, más honda tu mirada que el siniestro devenir del segundo tras el oreo del batiente./

Y nevará./
Volverá a nevar sobre este puente./
Pero la fuente permanecerá abierta en su brocal al consuelo de tú más yo más que no quiero para mí./

Porque si me nombras, te destruiré./

Ella puede más que todo, ella es mi contrincante./
Ella, la hechicera de los hombres./
Lujuriosamente serena, ávida de sus lágrimas y sus risas, perversa algarabía de aves pendencieras/ revoloteando sobre la frente perlada:/
Perversa tú, perversa nigromante de añadas resecas y uñas avariciosas sobre esta pura piel de nácar viva, la tierna caricia que nos sostiene sobre el aire tan entretenido, tan bendecido por estos inocentes alientos./

Y ella asoma su desintegrada muerte, su simiente ejecutora de raíces en allá no ya más aquí, que yo sin ti, que solo soy./

Pecata minuta en la ensordecedora tiniebla./
No más, no más que su perfil usurando sobre los labios, desabasteciendo al único rayo viviente./
A ese hombre de pie, a ese hombre andando./

Sofía Serra, Diciembre 2009 (de El deshielo)

sábado, 29 de enero de 2011

Crepuscular

Crepuscular

En estas párvulas nieves se abandonan
los vestidos
y las manos que amasan
el frío del pulmón sin aliento. La asfixia.

Surge la metáfora, el rescoldo
prende al vuelo del milagro. La ciencia. Tu ciencia.

Pasean los muertos de alcantarilla.
Son los que se irán ya muertos
bien muertos con tantos años muertos
a la espalda de los vivos
a los que fueron matando
con industriales monedas
que acuñaron
mano sobre mano.

Y nada quedó.


Sofía Serra, 22 enero 2010

Respuesta, última, en el post de los Addison

De las cosas que más me deprimen en el sistema de funcionamiento de algunos blogs  es ésa por la cual hay que esperar a que el administrador dé su permiso para la publicación de los comentarios que se hacen, aunque, indepedientemente de que cada uno es muy libre de hacer lo que estime oportuno, comprendo perfectamente que en ocasiones resulte muy pertinente, sobre todo si el blog tiene demasiado movimiento.
Pero como yo ya estoy bastante cansada de la cuestión y, sinceramente, ha llegado la cosa al límite donde ni allí mismo pensé que llegaría (manifiesta ignorancia y  suficiencia falseada), la doy por zanjada, y desde luego no deseo esperar hasta que alguno de los administradores de aquel blog tengan tiempo para otorgar los permisos que estimen oportunos.
Así que en este mismo momento hago pública aquí  la respuesta que acabo de dar allí al último fantasma, (manifestación sin visos de corporeidad, o lo que es lo mismo, sin datos relevantes en relación con el medio en que se viva por los cuales poder extraer identificación) que me ha respondido. 
Y doy el asunto por zanjado.
Mi respuesta:


Yo sí sé lo que es un soneto, ISBN, pero  veo que tú no sabes lo que es un son-etho.
Mira, hay una cosa por ahí que se llaman tribunales de oposiciones, masters, cursos de doctorado, institutos, colegios, en resumen, enseñanza de la cual se obtiene el privilegio de, además de obtener unos datos concretos con los que poder extraer conclusiones y respuestas por nosotros mismos, es decir , aprender, se suele adquirir formación humana básica y mínima para saber dirigirse a sus semejantes, es decir, y te explico: nociones de ética, básicas, por las que por bien hasta de uno mismo, no se va ocultando la ignorancia propia a través de erudiciones o suficiencias desprovistas de toda base. No por nada, sino porque llegado el caso, que en cualquier momento puede suceder, las insuficiencias de cada uno pueden quedar a la vista cuando menos se lo espere uno.
Aprende de donde llegó el soneto, estudia la canción siciliana, vete a la métrica latina, traduce latín, o mejor aprende a leerlo y pronunciarlo dentro tuya con su ritmo, aprende yámbico o dórico, estudia un poco de griego, a ser posible en originales de Homero, quiero decir con alfabeto griego, igual, casi sin diccionario,  intenta saber qué relación puede haber históricamente entre Sicilia y los griegos cuando les dio por colonizar medio mundo conocido allá por el siglo V a. C., y después, si quieres, hablamos del endecasílabo.
Pero antes, por favor, recuerda lo que seguro tus padres te enseñaron sobre nociones básicas de relaciones entre los semejantes, no por nada, vuelvo a repetirte, sino por tu bien mismo.
No sabía que existiera tanto ignorante disfrazado (si quieres te presto mi libreta de séptimo de egb para que recuerdes lo que es un serventesio y el soneto inglés) aficionado a la "poesía". Secuestradores, ése es el mal que padece la Poesía.

viernes, 28 de enero de 2011

Como si las rosas no hablaran

La de veces que he querido exponer este poema, que forma parte del anterior poemario que apenas hace semanas que he cerrado, "Nueva Biología", y cómo el momento llega por sí sólo, ahora, acompañado de una fotografía, cuando se ha conformado entre los dos una verboluz. En mayo anduve buscando una fotografía de una rosa roja y hasta hace pocos días no me ha dicho que ya se había disparado. Como decía en un poema que por entoces escribí, "Cuando sabemos, cuando sabemos, la rosa se fotografía".


Título de la fotografía : Rosas fuera del mar



Sirena muda I

En ti confío ahora
que ni en mi voz
creo.
Oído.
Me has hecho dolor.


Ser, y un ser tras de mí
que no claudica.


Este sueño breve,
negligencia de aquel amanecer que con su silueta
despertó al son,
y el son
que te perdiste,
qué perdido huyes entre mis dedos cuando me acaricio el pelo,
qué perdido,
qué pérdida esta sonrisa
a tiempo.
Lo inexplicable hace balanza de medida,
sueño cabalgaste, sueño
vetaste
rosas rojas en el mar.

Sofía Serra, Noviembre 2010
 
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