Mostrando entradas con la etiqueta Fotografía. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Fotografía. Mostrar todas las entradas

sábado, 26 de octubre de 2019

Torre de todos





Torre de memoria

Casi no llueve, pero la encina flota
baja el amago del viento,
caminante de sus pasos frugales
sobre las flores de cualquier primavera.
La ventisca anula el desconcierto
de la oropéndola que a mi regazo salta,
un dorado presente de un pasado verano
fuera de tiempo en este cálido otoño:
Una torre sumergida, una torre de oro
flotando bajo la orilla tan lejana
de mí como yo del mar y su peso
de agua
sobre la bendición de ser lamida
por las lenguas de la playa. Canta la torre
exhalando aire caliente. Canta
la higuera su nana de invierno,
se desnuda para dormir, el futuro frío
la envolverá en sábanas de coral.

Solo los seres humanos nos abrigamos
cuerpo sobre cuerpo, hoja tras hoja
de nuestra Historia, revelando
esa torre de todos, esa torre dorada
bajo las aguas de la memoria y la paz.

(De nuevo poemario aún sin título, quizás "Momentos estelares", quizás "En este sí vivir")

lunes, 21 de octubre de 2019

Vaciar el mar


Versos de y fotografía referente a Los cabezos amarillos, poemario de mi autoría que en breve publicará Ediciones en Huida. 


[...] y ahora ya no escribiré más,
porque ha llegado la hora del duelo,
del arrepentimiento
por tanto trabajo muerto,
tanto tiempo perdido,
como si hubiera querido
vaciar el mar en mi cubo azul.
la mezquindad del hombre no tiene remedio
y a mí ya me quedan
pocos años por vivir,
menos de los que llevo puestos
sobre las ojeras
sobre todo
sobre mi alma.
[...]

lunes, 14 de octubre de 2019

Nanas en Los cabezos amarillos

Versos sueltos y fotografía referente a Los cabezos amarillos, poemario de mi autoría que en breve publicará Ediciones en Huida. Los cabezos amarillos están salpicados de "nanas"... 




[...]se funden la noche y el día
en la torre amando la roca
se besan como durmientes
vivos de la rosa estratigrafiada,
[...]
Confirmar la letra o el sueño,
si mi madre hubiera dibujado
esos renglones derechos,
yo hoy no tendría el recuerdo de la arena.
(Ella dibuja líneas curvas
al son de nuestro paso,
el del viento).
[...]
Nunca el mar zaíno
de noche, pero lo recuerdo bien
como la eterna compañía
y la nana en soledad.

(De "Los cabezos amarillos").


lunes, 7 de octubre de 2019

El arte de la paz




La vida en paz

Puesto que la guerra es el arte del engaño, la paz es el arte de la verdad. Vivo en paz,
pues si no he aprendido a engañar ni a mí misma siquiera, debe suceder que vivo en paz, y si contemplo muertos vivientes, es que son criaturas expertas en el arte
de la guerra, es decir, en el arte del engaño, pues muertos están, aunque parezcan vivos, o vivos, aunque vivan como muertos. Debe suceder
que yo vivo en paz y que vivir en paz significa
vivir en desasosiego permanente
consciente
de la mentira
pues si el arte de la vida es manifestación
de la verdad, o sea, la paz, sucede
que los muertos en constante guerra.
¿Cómo guerrean los muertos?

Ese es el estruendo que permanentemente percibo en mis oídos, llega a mis oídos.
la guerra en la que andan enzarzados. El arte del engaño en el que se vive.

El pensamiento humano acabó en Sócrates. Después de él, nada. Su mérito fue indicar el modo en la que el hombre puede vivir en paz encima de esta costra dura de la nomenclatura. Arrastró, como un gran río caudaloso, todo el pensamiento
heredado de los presocráticos y le dio la forma precisa humana social para que fuera posible la asimilación de esta costra sin perder el recuerdo de lo que somos: el medio vital en convivencia con el otro asociado a la razón, es decir, la ética. Después de Sócrates no hay nada. Salvo Kant. Kant es el siguiente pilar en este viaducto sin fin que es la historia del hombre, su pensamiento y reflexión vagando por la costra.
Platón fue nuestro carcelero. Nos condenó, condenó al humano a resultar mero figurante, mero espectador, dejó atrás la esencialidad y el recurso verdadero con el que Sócrates lo situó en la costra. Aristóteles sólo intentó arreglar el desastre platónico otorgando algo de empirismo al asunto. Después los empiristas ingleses. Después Kant asimilando el cartesianismo como medio silogismo para otorgar razón a a la ética. No hay nada más.
El existencialismo fue la debacle. Aún bebemos de ella, aún muchos viven del pozo negro en el que nos vertieron. ¡aún muchos, demasiados se suicidan diariamente y hacen daño a sus semejantes apoyándose en él!, ¡maldito existencialismo! Mi poesía que tanto vive de él, sólo intenta señalar el paso siguiente.
La cultura oriental tenía resuelta la cuestión desde Confucio. Ella ha bebido de las dos formas esenciales desde el principio de los tiempos: taoísmo y confucionismo, ambas perfectamente asimilados por todas las manifestaciones tanto artísticas como meramente sociales, humanas y hasta domésticas, del domos.
El domos en la cultura occidental es un concepto caminante que el hombre occidental busca angustiosamente, ese es su desencuentro con la naturaleza (Platón, la culpa de esto, el pensamiento platónico). Se le escapa constantemente, esa es la locura en la que vivimos inmersos. Querer y no poder, querer vivir protegidos pero no saber construir el techo, lo que nos aleje de la intemperie a la vez que nos integre. Nos limitamos a seguir echando piedra tras piedra construyendo la costra, olvidando continuamente, paso tras paso, la esencialidad del ser.
Se olvidan del vivir anclándose a presupuestos a los que nombran con vocablos grandilocuentes, necesitan nombrarlo todo, cuando todo sólo tiene un nombre: Verdad.
Y cuando la Verdad ES, nace la capacidad de amar: Sócrates
Por eso el hombre occidental se halla tan alejado del hecho de saber amar. Se olvidó de su esencialidad, se olvidó de la razón de su ser: la manifestación de la Verdad mediante el acto del Amor.

Vivimos para ser Verdad y hacer amor. Ese es nuestro único fin, nuestra única finalidad. Sabiendo esto, el hombre puede alcanzar la paz.
Platón nos engañó, Platón desvirtuó, Platón nos desvió del camino. No hay mundo ideal ni hay caverna. Sólo hay Verdad y Amor, y la mentira en la que nos situaron y todos siguen situados.
La escribo no para que se me lea, sino para poder leerla yo. Y a la vez que yo, que a otros les resulte más accesible.
Si yo lo sé, si desde que nací lo sé, otros también pueden saberlo.
No poseo la verdad. Es ella la que me posee a mí.
Y ojalá quiera utilizarme siempre.

Luego el arte de la paz es el arte de la verdad.
El arte de vivir en paz, vivir con la Verdad
Vivir en la verdad es Ser.
Ser en esta costra es un siendo.
Luego ser en esta costra requiere un arte, que es el arte de vivir
Si vivir es un arte. El ser es un siendo en esta costra. luego sería algo así como el arte de ser en esta costra el arte de vivir, o sea, el arte de estar (en esta costra), siendo.
El no sobrevivir
Luego Ars essendi (o el arte de vivir en paz)
El arte de la guerra es el engaño=no ser/muerte
El arte de la paz es la Verdad= ser/vida
Luego vida es igual a verdad.
Luego ser siendo es el arte de vivir en paz encima de esta costra.

oOo

lunes, 30 de septiembre de 2019

Próximo libro: "Los cabezos amarillos"

En breve se publicará "Los cabezos amarillos". Ediciones en Huida ha apostado por él. Probablemente esa será la fotografía de portada. Las siguientes, algunas que he preparado para mi foto de perfil. Continuaré informando.



viernes, 6 de septiembre de 2019

Rumios



El éntasis

¿No os perdéis en este mundo
de bosque ordenado
como el peristilo de un templo griego?

Hasta la bola
de tanta palabra hueca,
hueco absurdo de dicen
palabra llena de prosa
y poesía hablan los palurdos,
los jóvenes hombres
de medio pelo en la axila
de la entrepierna entre
su pensamiento — qué sabrán
de eso— y el suyo mismo.
De ese ente
profiláctico como
los condones envasan
con goma transparente,
se deslizan gimos ausentes,
¡grima! me provocan
sus sandeces, dichos
de diarios, nachos
picantes, onanismos
seglares o seniles orgasmos
en carnes letradas con bacantes
y vacantes huesos presidiarios
¡y hasta cantes! esgrimen
con pseudonombres—tú en-arbolas
y a ti te hago un caso—, la casa,
mi casa sólo la cosifican
mis muertos, tus muertos,
nuestros muertos,
nuestros siempre vivos
árboles tan clásicos,
una encina, un olmo seco
o vivo, un sauce, una rosa
en su tumba, el pino
desde donde el mundo
continúa girando sin éntasis
ni chilis verdes o rojos.
la mirada del poeta sin nombre
toma nombre de estómago
de rumiante, de carnívoro,
de omnívoro que soy, te amo,
sin ser literato que no hallo
más que en la pradera
manitú o tu mano
u hombre nuevo aún
porque no te conozco
vivo eres
muerto ya
hace siglos
que eres nuestro.

Y por lo tanto mío.

Pero qué difícil, qué
difícil dar
contigo, dar-
te con-mi-
go con otros tantos
como tú.
Como nadie.

viernes, 30 de agosto de 2019

Mi madre está en el cielo



Mi madre está en el cielo

Con rosas te escribo siendo
el agua que derramaste
sobre mis hombros.
Con rosas te nombro
bajo tu ventana te escribo rosas
a ese lugar que no conozco.
Con rosas abrevio el tiempo
que tardan las rosas en crecer
sobre tu tumba, mi suelo
hoy tu cielo que sí quiero que exista
como nuestro cuento
de consuelo.
Con rosas cantabas
como los ángeles y con ellos hoy
con rosas te oigo cantando
en el verde de tus ojos
y rosa cantas como un ángel rubio
del cielo suelta ya del suelo
y del dolor que te llevó a mi cuento.

sábado, 24 de agosto de 2019

De veraneo



Fotografía de Manuel Jesús Távora Serra


El chocolate no se vende

Cuando los coches se atascaban en los caminos de arena, había un motivo para mi miedo que hoy revierte en risa. El seiscientos era muy pequeño, iba cargado con, algunas veces, siete personas (las dos más de mis abuelos cuando un año se vinieron a pasar los primeros días) más una bombona de gas butano y el peso de la tienda de campaña, amén de todos los bártulos necesarios para poder disfrutar dos meses de vacaciones en la playa. Es decir, entre su tamaño minúsculo, el del seiscientos, y el peso que soportaban sus ruedas, se conformaba el imposible para rodar por los arenosos caminos (nada llanos, nada asfaltados, arena pura y nada dura) sin algún tropiezo o lapsus en su marcha.

Normalmente sucedía cuando sus ruedas cogían alguna hondonada más pronunciada. Yo siempre asomada a la ventanilla del conductor, mi padre, con la cabeza que casi se me escapaba del cuello que ahora imagino estirado como el de una mujer (niña) jirafa olfateando el mar, los eucaliptos, los pinos y los distintos aromas del bosque de este suroeste cayendo al océano.

De pronto, la falta de avance, el ruido extraño del motor que me chirriaba en los oídos y la expresión verbal de mi padre: Ea, atascado.

Sólo recuerdo una imagen que hoy califico como proverbial. Una vez todos fuera del coche, miro el seiscientos y yo, aún tan pequeña en tamaño, cinco o seis años, hormiga que soy hoy, pues más hormiga entonces, lo percibo como pequeño-pequeño, dentro literalmente de una hondonada de su exacto tamaño. O sea, no es que sus ruedas hubieran patinado, es que simplemente se había caído a un bache, a un precipicio, a un gran precipicio de no más desnivel de 25 cms, los suficientes para que remontarlo le supusiera más que escalar, también literalmente, el puerto de las Palomas en la carretera que iba a Grazalema, cuando tenía que hacerlo con la primera metida, la primera. Esto significaba mucho más esfuerzo. Impotencia del pobre y noble seiscientos.

Sacarlo del apuro no era complicado. Los mayores extendían cartones o ramas secas de los árboles cercanos delante de sus ruedas, mi padre arrancaba el coche, los que podíamos ser útiles (sic) empujando, nos apostábamos en su parte trasera, con cuidado, el calor del motor, y así, normalmente, salía del atolladero rápidamente. Si el bache era más hondo de lo previsto, de por ejemplo 35 cms de hondo, llegaba la última solución, la drástica, o sea, amarrarle al parachoques delantero una cuerda que comunicaba directamente con el opel negro enorme como un tren y mil toneladas de peso de mi tío. Es que es de HIERRO, decía mi padre, el seiscientos era de lata según él, pero el opel era de HIERRO, de hierro de verdad. Por eso pesaba tanto, y por su tamaño, claro, unos cinco metros desde mi perspectiva de entonces, tal vez 25, metros.

Esa era la solución radical, el plan B que, si bien permitía la solución de un problema, también podría devenir en la llegada de otro peor. Es decir, que el enorme opel, al tener que tirar de un peso algo considerable, al fin y al cabo el seiscientos era un armatoste de metal y motor, fuera el que quedara enterrado en las sinuosidades de los caminos de arena.

Como esa vez sucedió.

Recuerdo las risas de mi tía y de mi madre. Juntas se reían absolutamente de todo, se lo pasaban bomba. A más risa de las dos, más cara de pocos amigos de mi tío, y viceversa y recíprocamente, claro, no recuerdo dónde comenzaba el baile risas /mosqueo. Pero sí su cara seria, cabreado, mi tío, el bohemio de los dos hermanos, porque pintaba “cuadros”, que no vendía, claro, su trabajo era el de maestro de dibujo y trabajos manuales, y recuerdo a mi padre encendiendo un cigarro y no sintiéndose culpable. Mi tío tenía esa habilidad, lograr que cualquiera se sintiera culpable, por el no hablar, por el silencio y el cabreo contenido hasta que reventaba, y mi padre la habilidad de pasar de su hermano mayor cuando la situación emocional lo pedía. Normalmente le soltaba una gracia a la vez que iba disponiendo en su mente el engranaje correspondiente que le llevara a dar con la solución del problema, le comunicaba la idea a mi tío, la llevaban a la práctica y el problema se resolvía.
Mi padre volvió a montarse en el seiscientos aliviado del peso del resto de la familia, lo condujo con cuidado por el lado izquierdo del camino, ese por donde más hojas y ramas cubrían la peligrosísima arena, adelantó al opel y se situó justo donde, minutos antes, siguiendo la idea mi padre, habían trasladado todos los cartones y ramas que previamente habían servido para sacar al mismo seiscientos del bache. Ahora la cuerda se disponía con sus cabos en los puertos opuestamente situados: el delantero amarrado al motor del seiscientos. El trasero, al parachoques delantero del opel. Mi tío, aún con la cara de pocos amigos y de desconfianza completa en el proyecto, al volante de su opel, mi padre arrancó sus seiscientos verde clarito, primera marcha metida, yo, con los oídos tapados, cada esfuerzo del seiscientos se me figuraba que terminaba en explosión del cacharro saltando por los aires, temía por mi padre,  mi tía y  mi madre, imagino que ambas con algún rezo entre las risas casi nada contenidas, la guasa, el ruido del motor del seiscientos con el capó levantado para que no saliera ardiendo, la cara de pocos amigos de mi tío, primero, muy lentamente, rodaje sobre los cartones, otro tirón más, otro ruido más-oídos más tapados, ojos cerrados, más, apretados los párpados, y… ¡voilá!, ¡el milagro!, ¡el gran milagro!, las ruedas del opel de mi tío pudieron rodar (no más de diez centímetros) por la arena más firme. El seiscientos siguió tirando cada vez más alegre hasta que por fin ambos coches quedaron bien asentados sobre terreno seguro.

Y yo pude respirar, y mi madre y mi tía rieron a carcajadas, y mi tío ya no tenía cara de pocos amigos.

Ah, es que aquel seiscientos era un héroe. Recuerdo las botellas de agua que mi padre siempre disponía cerca del motor, era el único riesgo, que se calentara más de la cuenta. Entonces mi padre le daba de beber, no sé cómo, y el coche seguía andando tan cantarín como siempre.

Pero esta vez su hazaña era de verdadero renombre, épica. Un minúsculo seiscientos sacando del precipicio de 30 cms a todo un opel de mil quinientas toneladas de peso (chispa más o menos).
Creo que mi tío no se lo perdonó en la vida. No sé si al seiscientos o a mi padre.

¡O a mi madre y a mi tía!

Pero el caso es que ese año también pudimos llegar todos, seiscientos y opel incluidos, a la bajada que los cabezos amarillos, junto con su arroyo, disponían para que pudiéramos pasar las vacaciones más memorables. Allá junto a la torre árabe en ruinas. Allá iluminados en la marina noche por los carburos. Allá donde casi me ahogo por segunda vez en mi vida si no hubiera sido porque mi primo me agarró de los pelos para sacarme del revolcón que la ola me había dado, allá donde comía chanquetes crudos recién pescados y donde sufrí el cólico de coquinas que hizo que mi padre y mi tío tuvieran que salir a toda pastilla (no sé si con el opel o el seiscientos) al pueblo más cercano a buscar hielo para que no me deshidratara, allá donde mi hermana pequeña terminó pudriendo casi todas las sillas de anea del chiringuito-bar que nos hacía compañía. Y por el “nos” hay que entender dos tiendas de campaña con sendas familias en cada una cuyos miembros disponían de 10 kilómetros de playa de arena blanca para ellos solos, sin un alma salvo los domingos, uno de los cuales por primera vez vi una furgoneta enorme con la herradura pintada en sus flancos rodando por la arena mojada, a quién se le ocurre, decía mi padre, una furgoneta de una ferretería andando por la arena, se atascó, claro, también ella, pero para entonces y tras cuatro o cinco años, todos éramos expertos en extraer vehículos de gran tonelaje (sic) de sus atascos respectivos. Allá donde, entre otros milagros, presencié el más sencillo e inexplicable de todos desde mis ojos poéticos actuales, los pozos horizontales, los pozos que no necesitaban bombas para extraer el agua del acuífero correspondiente. Allá donde con tan sólo clavar una caña en los estratos amarillos de los cabezos, el agua manaba cristalina, clara, limpia y, además, irisada. Mis arcoíris son tan reales como la geología que nos garantizaba agua corriente, dulce y potable durante todas unas vacaciones de dos meses en la playa.

¿Qué por qué vacaciones de dos meses si mi padre no era el que trabajaba de maestro?

Muy sencillo. Porque mi padre era representante de chocolates Elgorriaga, o sea, vendedor.

Y ya se sabe, durante el verano sureño, el chocolate no se vende.

Supongo que por eso me encanta. El chocolate.

(De"Los cabezos amarillos")

viernes, 9 de agosto de 2019

Paseos campestres






Un largo o corto paseo

Con la verdad en la mano
que se ha ofrecido hoy
a posarse en esta palma
que no clava sus púas
en las ganas de caminar
entre la yerba cortada
que me lacera el empeine,
despellejo mis brazos
entre los leños secos
de los rosales, de los arbustos,
duermo derrotada
por la luz deslumbrante
con los blancos que he despejado.
Ya sin espejo asumo
mi sueño de cansancio
en un mundo de límite
que me asfixia creo
que desde que nací
para el verde y el cielo
limpio o negro
de verano o de invierno,
para el frío sol o la húmeda nuve
hasta con uve de vida
trashumante por las veredas
de la naturaleza tan inmune a mí
como yo simbiótica de ella.

Concluyo, en pleno insomnio,
que es tu seca la noche
y mi escena aquella
donde las butacas no se asientan,
donde los hombres no se vienen,
donde la herida, la flor, el solaz,
la envergadura que no abarco
hacen de mí buena compañera,
un con-sentido por los años
que me quedan, no importa
si ninguno.

Me voy al campo.
Allí casi no oigo
a nadie, casi no
te oigo, te veo,
no te imagino
andando, sólo
justo tú siendo
como tú quieras.

Aunque me abandones,
aunque yo me abandone.

(De "Extinción de ruina").

viernes, 2 de agosto de 2019

Reafirmaciones carnales







Maná de carnívora

Siempre te relacionaré
con mi estómago,
tú ya lo sabes.

El nudo se me ha hecho un silencio.
Desde él hablo al ente
sumergido bajo el barro negro
de la injusticia sobre ti.
¿Qué ibas a hacer sino imperar?,
¿cómo si no cazar cervatillos
mamuts o bisontes?
La hembra en el nido
curtía tu armiño.
De noche en descanso
el sol ahuecaba el día
para hacer lugar
a tus ancas de jilguero
recolector de las semillas
que introdujeron algunos manes
en tus testículos.
Cómo no averiguar
su color y su forma
si las zinnias ya florecían
allá por el pleistocénico
deseo de abrir la trampa
y la broma de los metales
que escanciaron sobre tu frente,
y yo, la orfebre y bruñidora,
cómo no tallar
con mi lengua
el blando relieve
de tu isla y su palmera,
cómo no pulir
con mi boca,
muñequilla de lienzo
nacarada por los pinceles
de la historia blanca
abrillanto en círculos
la longitud de esos canales,
mis ríos de legítima abundancia
de ti y tus simientes,
cómo no soñar sobre su color
y tu sonrisa de perfil
al cielo
mana
la densa y líquida niebla
que abruma mi hambre
y me alimenta con tu salida
en busca de la carne
que nos hizo más inteligentes.
Simplemente,
mejor alimentados.

Como yo.

Qué dibuja las circunvoluciones
de mi cerebro
sino el silo
grande de tu glande
y mi enorme deseo

de justicia
sobre
ti.

(De "Solenostemon")

domingo, 14 de julio de 2019

La distancia

Fotografía de Carmen Maravilla Ares Vidal

La distancia

Se es feliz con el despertar de la noche,
tan aletargado como un brote
de semillas tiernas, tan delicado,
soy feliz sin pensar en el sorbo de agua
que la sed nos necesita, tan dulce ella,
la sed, nos calma la sed
de venganza por haber nacidos
tan desviados del hemisferio celeste,
nos duele la aventura,
ah, tan torcidos somos, sólo
la imaginamos sin ser vista,
allá en el horizonte del mar
que reverbera como una bolsa de plástico blanco
que hubiera huido de algún buque
transportador de cereal:
tan gigantescos contenedores
de hambre para un hambre
tan humana y tan pequeña.

No cabe en la boca
la horizontal del cielo,
pero podemos hundir el barco
con nuestro dedo:

Somos tan solos
y tan grandes somos
los mismos todos.

(De "Los cabezos amarillos")

lunes, 29 de abril de 2019

Rosa-Realidad



La rosa eterna

se me rompe
un poco todo,
solo un poco,
eso es bueno.

mas la quiebra siempre mide calores
y yo no soy
de medidas desmesurada
siempre atiendo
alcauciles en invierno,
rosas en verano,
dónde el verano, dónde
la longitud del estero, la sombra
del árbol la juventud
de la herida la vejez
de la flor el crecimiento
del fruto me alimento
con adioses como otros osos
se alimentan de hormigas,
pero mi lengua sólo sabe lamer
y escarbar hasta el paladar.
con ella vadeo
algunos cursos del surco
que y qué solo
me vale denso
donde intento remontar
el barrizal de este barbecho
arando algo con mi boca
a su lengua y sus dientes.
la tarea es compleja y, sobre todo,
indigesta, pero no hay bien
que sin malestar
llegue.

me colmo en tu vaivén,
por eso sé
que la risa como la rosa
volverá a brotar
desde esta boca abierta,
como la hierbabuena allá
en las azoteas de blanco, allá
donde mi abuelo Salvador
construyó todos los mayos
levantándome rosas en la mirada.

(De "Los cabezos amarillos")

domingo, 6 de enero de 2019

Filatelias










Filatelia

Descomprimido y permanentemente
hueco levantas preámbulos
de dos manos de alzada.
Se te colaron los dioses
por la rabadilla, te introdujeron
la sinapsis a golpe de tendido
eléctrico sobre la camilla
de aquel pequeño huerto,
el cachorro durmiente abre
canicas como planetas
a la luz de un universo
negro que conocemos
sólo por postales con borde
sinuoso. La yema de mi índice
lo recorre sin padecer él
ni mi dedo. Un perfil podría dibujarse
entre la tierra y la luna
y no parecería el de un dios.
Enormes somos reduciendo
a sello lo que no abarcamos
con nuestros brazos.
La medida, para el coleccionista.

(De "La exploradora")

jueves, 7 de junio de 2018

Sin fe



La fe

una caña y un asterisco
en la muralla,
y el manantial se abre.

y se abrió
como un reguero
sedimentando
el arco iris en el suelo,
pies para qué os quiero,
se preguntaba la pintora,
yo, alfarera en mi recuerdo
y en la estancia de la caverna,
no necesito colores ni barnices,
son mis manos las que crean
un arco iris a la medida
del hombre en la tierra
amarilla como los cabezos,
mis cabezos, las peinetas
o los arcos de mis iris,
de mis luces.

como un reguero de gozo,
como un reguero de tierra
el amarillo suspende
mis desvelos y me hace dormir
llena de paz en la curva
de la playa tan gigante
se extiende el sol
por las arenas secas
y calientes, verdadera
huella del mar que me habla.
de la vuelta y el regusto
de las olas, que saben
del retorno de todo
lo que al océano llega,
un río, un cuerpo de hombre,
un árbol, unas cenizas y hasta las cañas,
las medusas y los sargazos
ya tapizan de verde y rojo
la orilla soñada,
las aguas se hacen vivas
modelando estanques
a la medida, mi medida,
de pequeña. No abarco
un mar tan grande
que de mis ojos brota
en lágrimas como medusas
muertas. Construyo un jardín
a los pies de los cabezos,
un jardín soldado de amor
a tu pecho de hombre
bautizado como dios
por la torre que me guarda
que me guía como faro
del acervo de la verdad
y del sueño.

No necesito tener fe.
Se me comprueba
por sí misma
todos los días.

(De "Los cabezos amarillos")

sábado, 26 de mayo de 2018

Ya soc aquí!




La des-des-pedida

Las olas renuevan
el aire y la arena.

Muerta el hambre se acabó
la fiesta y la bestia muerto
el hombre dormido
el menor de los males
la arena conquistó la orilla
el mar rindió la retirada
la venganza de las conchas
floreció bajo la antigua espuma.

Y como la Tierra es redonda,
todo retorna a su lugar.
No hay más despedida
que la de la ola,
que se va para poder
volver a volver.

(De "Los cabezos amarillos")

miércoles, 16 de mayo de 2018

Seis recuerdos de mar



RECUERDOS DE MAR

Bajamar

Frente a un piélago de algas
verdes y rojas,
el azul y su orilla.

Desde la barca

Sobre el silencio de las olas
la calma chicha,
mi mano transparente.

Arena caliente

Mar de dunas pequeñas,
mis pies trotan
salvando cada una.

Al filo del océano

El agua fría tiembla
entre mis dedos,
sin suelo mis talones.

Sin pie

Alza la ola el alma,
mis pechos miran
los límites licuados.

(De "Los restos")

sábado, 5 de mayo de 2018

Transplantes (de corazón, de paisajes, de árboles...)





El escudo toscano

Este es el poema para amar
lo que no se conoce.

Sobre un sinople de tierra
Siena y tejas que se curvan
Por la mano del maestro
En levantar el skyline
De ciudades sobre colinas.
Nada habrá más
Que un muerto inacabado
Como mi cuerpo añadiendo
Pasos al puente viejo
Y los toldos de las lumbres
Respirando techo, agua,
Barro en un día de verano
Con olor a cañaillas
Y a blancos camarones
Como el mármol blanco.

El temblor volverá
A esculpir las murallas
Lirios de tus párpados,
Tantas esculturas, retratos de hombres
Sin mirada, sin vidrio
Transparente entre la piedra
De sus faces y la carne
De su alma.

Yo sin embargo
Siempre relacionaré
Mi estómago contigo:

Atravieso la medida de las colas
De los pájaros ya yéndome
Me espigo como un ciprés y te vengo
A mi suelo, tuyo eres
Pequeño y aquejado
Grande, sin cama
Blanda, blanco
Del numen dentro,
El habitual
Deshielo
Del mármol con forma
Humana.

(De "La exploradora")

jueves, 26 de abril de 2018

Dos limpiezas primaverales



Entropía

Cuando limpie mi casa,
el sitio,
cuando exhuma los restos,
los cadáveres malolientes,
y desaloje este perfil de tierra invertida
de todos los usos vocingleros,
cuando rehúse,
cuando anule,
cuando conciba la paz
sin paz conmigo misma.
Cuando hablando, ataje,
cuando llueva...
cuando llueva amor,
cuando vele el alba tu avenida
sin que yo me desvele,
cuando vuele sobre mí misma
ya olerá a otro muerto—muerta—,
y entonces me pregunto
para qué querré estar viva
sino para enterrarme
y así volver a limpiar el sitio,
mi casa,
El lugar.
Un mundo: tierra, aire, agua
y seres vivos que huelan,
y yo, la muerta,
apestando.

(De "Los restos")

martes, 3 de abril de 2018

Perdid@s



Perdido

llegarás tan denso y sintiendo
como sostenido te abarcas
desabrazándote llegarás
hasta este suelo de presente
lleno tan inmenso
que ni el sostén de todas las tierras
del mundo, ni las de marte, ni las esferas
gaseosas de los otros astros
consigan endurecerte
convertirte en magma, piedra, suelo, nada
eres cuando ames,
eres cuando tiempo,
eres cuando muerte,
eres cuando no siendo solo seas
tumba, predio, sitio, lugar
de otro mismo terreno hundido
bajo la era de lo que tumba
como muele el viento las hojas,
como muele el cielo el suelo,
como muele el alma el amor
sentido de un solo camino
posible: de dentro a dentro
perdido ya de uno mismo.

(De "Los restos")
 
Creative Commons License
El cuarto claro by Sofía Serra Giráldez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial 3.0 España License.