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martes, 24 de diciembre de 2013

Paisaje para Navidad con mis mejores deseos

Buenos días, queridos todos lectores de este blog. Que paséis un día lo más relajado posible y una Noche-Buena como su propio nombre indica. Quizás lo más bonito que el hombre ha podido inventar nunca es el mito de un dios naciendo bajo un destartalado y cochambroso techado, como tantos inmigrantes y desplazados hoy en día, y al calor del aliento de unos animales. Nos queda muy poco como seres humanos si no sabemos valorar la literatura independientemente de qué religión o iglesia hiciera suya la cuestión (o secta, tribu o ideología). Lo verdadero es que los seres humanos aspirábamos a tener un dios cercano y visible, más o menos como hoy sucede. Celebremos que lo conseguimos, no importa si solos o acompañados, y sigamos creándolo todos los días dentro de nosotros. La apuesta por la humildad es la esencia del amor entre los hombres. Donde habita la valentía, nace el amor:

Paisaje para Navidad

La impaz sonora
y el gélido viento,
la tempestad asaltando
los cuellos de las avestruces
pálidos y escuálidos cimbrean
el aire y ya el suelo
con sus ojos enterrados,
al fondo
el paisaje de la montaña
donde se aposenta la ruin
y verdosa
anatomía de tu silencio,
pueblo mancha o escalada
con los dedos,
tomarte
y desplazarte hasta el valle
al pie del monte,
belén viviente eres.

Y las avestruces ordenan,
desafiantes ellas ya,
al viento con sus cabezas
fuera de tierra, y sus cuellos.


(Como regalo por mi cumpleaños, con vuestro permiso, explico por una vez, aunque sea superficialmente: este poema está inspirado en una vista que tenía por la carretera cuando vivía en el campo, cuando había que coger el coche para ir al pueblo cercano, El Castillo de las Guardas. Si se miraba hacia la izquierda, se podía contemplar de pasada una pequeña granja de avestruces. Resultaba extraño verlas pastar en un tipo de paisaje tan lejano a su origen natural, África, pero hermoso. Los cuellos cimbreantes de esas aves tan grandes y al fondo las lomas de la sierra con el pueblo hacia el que me dirigía como una bonita mancha blanca en la falda de la montaña. Lo escribí hace dos años aquí mismo recordando esa impresión, también recordando cuántas nochebuenas celebré alejada de todo, solos. Hoy esta casa se llenará por la noche con todos mis hermanos y sus hijos y hasta una tía mía que nunca se ha reunido con nadie por estas fechas. Si hubiera logrado anidar algo de rencor en mi corazón, no habría podido nunca escribir poesía, o sea, ser valiente. O sea, ser yo.)

viernes, 24 de mayo de 2013

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Atónitos paseantes
de la heredada,
¿de qué se compone un hueco
blanco y seco
aludido por la inerte
cuando mesura intacta,
sin roce posible,
su-primida
fe-haciente
comu-nicada
Victoria en los humedales
con el agujero de metal
por el que se va la vida
litúrgica, mitológica
y soterrada,
y el sofá, de quimiogénesis extendida
como si goma suntuosa fuera,
como si las paredes chorrearan
oro y esmaltes derretidos,
licuados metales preciosos
deviniendo en los mágicos
colores de la lluvia, el sol,
la yerba, los insectos, las flores
y la naturaleza de todo año
y geografía imaginable
desde el desierto cálido o helado
hasta estos lodos…

para estar hechos de barro,
resultamos poco moldeables,
y, aún menos, fundibles
armónica, lumínica,
humanamente
fusibles
somos.

Sofía Serra (De El hombre cuadrado)

jueves, 23 de mayo de 2013

Primitiva

Primitiva

Me queda poco sobre que pensar,
un solsticio de animosos cantores
se apiña en torno a las manos
rezadoras, orantes a salvo
de la nieve que golpea
desde el abeto solo
en algunos países del norte.
Serpentean
el cuervo y la herida.

nematodos, Némesis,
frenólogos y otras lindes.

efectivamente nos quedan cuatro días.
efusivamente andan inquietos
a ese lado del mundo
los expatriados como tú y yo
quedamos solos
ante el vecino
que no se movió, no se mutó
en zíngara salvaje y tierna
del zaguán de su puerta.
y me entrenaré en sonsacarte la herida
hasta que no quede más
que albas puntas de un doméstico
desaire de geometrías
apestantes, volutas de la radioesfera
que suministran tus cabildos gozos,
esos que la penumbra sostiene
sobre mi cabeza para no destocarte,
para que siempre acontezcas
aunque yo ya muera,
aunque tú ya mueras
o ambos muramos
ojo a ojo, diente a diente,
de rabo a cola en el otro descabello,
el de las pieles rojas
y verdes.

Descombatir el desvío hueco
y absoluto dejamen
de las cosas.
Denostar aunque no te rías,
perpetrar y subsumir,
contrincar.

En rojo y verde me siento
sobre la tierra, me hundo
en el barro y camino a cuatro
suelas o lados que vuelan alto.
No necesito padres para sostenerme,
me basta el duro suelo
de tu mente y el tierno vello
de tu brazo que enciende el sol,
tú, fuliginoso hombre cuadrado
con verde nuca transparente,
eres mi auténtico amor,
con todo los inconvenientes
del verdadero amor,
incluido el desgarro
de mi roja pulpa.

Los goces, para los civilizados.

Sofía Serra (De El hombre cuadrado)

martes, 15 de enero de 2013

La-lili-put

La-lili-put

perdida en este asomo
de andróginos gulliveres

Y que ninguna salva venga
a pronunciarte, a espantarme
el alarido de tu nombre,
un corazón aboca,
un estómago transferido,
una ausencia conjunta,
un hueco prodigioso
en el archivo de este vientre

durante el frío ascuas y el frío noche.

en la cadencia del alma
en las sedes de tu acceso,
en el vuelo del selenio sobre mis hombros,
la luz con dos velas que no enciendo
y el deambular reposado de la yerba
levanta tu paso bienvenido
sobre la tierra húmeda y marrón
como un jazmín de otoño.

la bala perdida rozó
la esfinge de tu atajo
y yo ya no más fui
sólo aldaba.

Sofía Serra (De El hombre cuadrado)

sábado, 5 de enero de 2013

Las desadscripciones (al viento)

Las desadscripciones (al viento)

la camella gime con sus ojos
de hormiga llorando las nubes
vándalas acompañantes
del cielo amaneciendo.

se descomprime
el corcho
de la piel terca
y sorda.

Ni por un lugar ni callando
hacia el sur tercia la sota
que arrastra glandes y lluvia
bajo la marítima plaza
en verte y ya verte venir
soleante y parsimonioso
ajado clamas
bajo la arena
granítica los reyes
me han dejado
una salva de aplausos
por mi gestión al frente
del gabinete de crisis
que vendrá.
se les olvidó sentenciar
mi nombre de buey
ventilando esquiroles
a hocicos viento
del Sur,
que ya se huele.

(Sofía Serra. Fin de El hombre cuadrado. 5 de enero de 2012)

viernes, 4 de enero de 2013

(Me)Río de la poesía

(Me)Río de la poesía


Profusamente discurriste bravo
y empequeñecido sobre las hojas
de la victoria de los árboles.
la tierra levanta sus emblemas y pendones,
gallardetes sobre la cima de las vicisitudes,
las triquiñuelas de la luna de Agosto
ya dirimieron escindidas.
veneraremos otros dioses.
Los nuestros murieron
cuando el sol se hubo ido
y ya no queda sangre en la flema
que te obstruye.
Encontrarán un saco de huesos
en la mano de la vasija,
alguien asirá su belleza gramínea
y no dudará en beber de su agua
hasta refrescar su estómago.
Entonces sabremos a qué huele
la divinidad, cuando recorramos
invertidos el trago refresco y dulce
por la lisura de seda de sus esófagos.
bello este asomo de duda
sobre la sonrisa en tus labios:
te esculpe el rostro y vacía el aire
de miasmas asfixiantes.

El desaparecido entre lentejas
y albúminas extraídas a los huevos
aun sin romper,
aun sin cascar.

la modosia de los hombres seguros,
la idiosincrasia del poder
construido junto a trenes
de cabras y ovejas
que bajaron de la montaña
para pacer en el valle.
La senectud que cura la herida
encanece las barbas espesas
de los chivos y los carneros,
como a ellos viste con cencerros,
a ti te viste de poeta.

Sofía Serra (De El hombre cuadrado)

lunes, 31 de diciembre de 2012

El círculo y el cuadrado

Me despierto casi sobresaltada. Las cuatro y media.
Insomnio de madrugada. Desde ayer algo alterada, las mariposas del estómago han debido volar hasta mi cerebro, y ya se sabe que una mariposa aletea hasta dormida. Conclusión: insomnio como si tuviera que preparar cena esta noche para un hotel entero, cuando seremos siete, y dos se irán tras las uvas. 

A la vez que se hace la carne en el horno aprovecho para intentar hacer avanzar las correcciones de el hombre cuadrado. Digo aprovecho porque me pesa ya como una losa. El poemario final de uno de tres, o una trilogía, o tres en uno.

La carne ya se ha hecho.

Acabo de terminar de corregir. ¡Lo he conseguido! Por fin han encajado esos malditos poemas tan extraños. Por fin he podido firmar final. Un año menos cinco días. Terminado de escribir 5 de Enero de 2012/ terminado de corregir 31 de diciembre del mismo año. 360 días-grados!, ¡círculo cerrado!
Sorpresa y paz.
Por fin puedo comenzar con las correcciones del ciclo de suroeste, ese que me gusta tanto. Este de el muriente, la dosis y la desmedida y el hombre cuadrado ha resultado agotador. Claro, a quien se le ocurre, me escaqueo del mundanal ruido por cuanto me chirría, me escondo en la poesía y voy y me da por ponerme a pelear encima de la costra dura de la nomenclatura a través del verso. Así he acabado, o así han resultado todos estos meses, como si librara una batalla con espadas y hasta armadura: agotadores.
Tenía que hacerlo, tenía que poder reconciliarme con el hombre cuadrado, el que vive aquí encima, el mismo que yo misma soy. Aunque salió sin pretenderlo.

Todos mis poemarios terminan o en blanco o con “final feliz”. No lo hago adrede, salen así. Recuerdo cuando estaba en foros de fotografía que Joseba me decía algo parecido, que siempre en mis fotos hay un punto de salida, una zona de luz como abertura en la esquina casi más oculta. Y es cierto. No tolero la imposición del imposible, del no, de la cerrazón, del final a oscuras, del final sin posibilidad de seguir.
Siempre un camino más, siempre una puerta abierta cuando otra se cierra. Siempre la oportunidad. Siempre.
No creo en otra cosa. ¿Para qué si no estamos en el mundo? Pues para vivir ¿Y cómo se vive? Pues andando, continuando, no quedándonos de brazos cruzados.
Siempre una puerta abierta, siempre. Nunca el imposible.
Nunca cierro los botes de gel, ni casi las puertas de los armarios de la ropa, siempre puertas abiertas, siempre el bolso abierto cuando salgo a la calle. Nunca me han robado nada de él a pesar de tantos avisos. No sé ir con el bolso cerrado.
Ni quiero aprender.

Me ha entrado hambre, por cierto. Pero la carne es para la noche. Me conformo con una tortita de arroz y un buen té con nube de leche de soja, el segundo desde las cuatro y media.
No está mal, carne cocinada y tri-poemario terminado de corregir.
Sí. Hoy sí me sentaré en el sofá a ver una peli tras la hora del “almuerzo”. No almuerzo pero la situación doméstica parecida, picoteo. Seguro que se me cierran los ojos con el croché en las manos. Sonrío: así podré recibir al año nuevo como es debido. Tiene un número bonito, me gustan los impares, aunque sume seis yo sólo veo el cinco, que es el más bonito de todos. 3+2=5, y el 10 al revés en medio que es el doble de cinco. Composición numérica/visual armónica y equilibrada, como un perfecto lienzo de Leonardo.

A por el té. La nube es de leche.


sábado, 29 de diciembre de 2012

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Atónitos paseantes
de la heredada,
¿de qué se compone un hueco
blanco y seco
aludido por la inerte
cuando mesura intacta,
sin roce posible,
su-primida
fe-haciente
comu-nicada
Victoria en los humedales
con el agujero de metal
por el que se va la vida
litúrgica, mitológica
y soterrada,
y el sofá, de quimiogénesis extendida
como si goma suntuosa fuera,
como si las paredes chorrearan
oro y esmaltes derretidos,
licuados metales preciosos
deviniendo en los mágicos
colores de la lluvia, el sol,
la yerba, los insectos, las flores
y la naturaleza de todo año
y geografía imaginable
desde el desierto cálido o helado
hasta estos lodos…

para estar hechos de barro,
resultamos poco moldeables,
y, aún menos, fundibles
armónica, lumínica,
humanamente
fusibles
somos.

(Sofía Serra. De El hombre cuadrado)

El diente de león y la acacia

El diente de león y la acacia

No vestir nunca en otoño,
desnudar en todo acaso
lo que nos distingue en vana diferencia,
como cada coquina
que desenterré en aquella playa.
Mis pies se arropan

sordos como la llave sorda
abre la casa sorda como
el hueco y el ave sorda
pero cantora.
Que no existe.
Berenjenar y subsistir, quemar
banderas y palos de arte mayor
y que el cruel castigo del látigo lacere
tu espalda herrumbrosa como vigilia vejada
por las nocturnas estrellas,
vender viento a manos llenas
hasta dormir desnuda.

Se aploma el disfraz
para el que nunca muere,
para el que permanece
sobre el manto memoroso.

Beber de los meados del ñú
y escupir mierda sobre los girasoles,
los quema y los aja
como si las nubes
evacuaran ácida lluvia:

el desurco de la farsa,
la guadaña del falsete siega
y nutre tu ábaco cejiblanco
con la cuenta de tus andrajos
de seda y mi sombrero cornucopia
colmado de gargajos
y soles nutrientes de clorofila
que el agua escupe.
Abrevarán otros dioses
ahorcados por bufandas
de rayas como el payaso
se iracunda cada vez que se pisa
el pie con el zapato del segundo
colgado de tu rama.

No quiero sino venderme
ante el paisaje extraño.
Su corteza con agujas,
mis semillas como plumas,
—¿por qué tú, justicia,
no apuñalas mandíbulas
de vez en cuando?—
Volvamos al trueque:
cambiaría mi reino
de diente de león
por tu recreo de árbol
fiero e integrado.

Llevamos, ¿cuánto tiempo
acaeciendo juntos?

(Sofía Serra. De El hombre cuadrado)

lunes, 24 de diciembre de 2012

Dar

Dar

Mujer, si tu memoria
llega al anido y a la inocencia,
no recuerdes el maltrato
de tus caderas,

la gran pena,
qué pena,
es que tú morirás
antes que yo
y así las nubes no se despejarán
nunca. Esto es reconocer al sol.

ese niño que asoma
sus ojos a la galería
con sus enormes
cristales bendecidos
por la niebla y la luz
rasgándolos en plena abertura
de mundo herido a sus piernas,
y los pies abandonados al claustro
memoroso y marmóreo
de fino frío y azul.
Ese niño se balancea
con sus codos lentos y curvos
sostiene la sonrisa —de sus sibilinas
comisuras le nacen—,
bello ejemplar de cervatillo blanco
camina por las aguas dudosas,
pero cristalinas,
del ciprés que se yergue
y aloja a la collera de tórtolas.
Las mendicantes gotas del rocío,
al fin, se suceden cayendo
hasta mojar
la tierra.

Y ya no necesita pedir.

(De El hombre cuadrado)


por Sofía Serra (sagesse)

jueves, 20 de diciembre de 2012

La dehesa

La dehesa

el desagravio
solo tan sordo
y cuadrado
evitas menudencias
contra las hordas vecinas
a la azotea de invierno.
Calmarán las hermosas golondrinas
tu avariento
sobre-estar-sobre
la longitud de las mareas,
vendrá el solsticio
de Diciembre en tu ayuda.

reconozco cierto deber
con la muerte
blanca gozará la herida
al sentirse viva,
su risa encenderá
todos los nervios
mugientes.
Qué solitarios magníficos
pasean los toros por la dehesa
del verte y verte venir
que reside a mis encinas.

por dónde la atravesaré
para no saciarme
nunca de ti.

(Sofía Serra, de El hombre cuadrado)

miércoles, 12 de diciembre de 2012

La nieta del samurai

La nieta del samurai

“Dios que buen vasallo
si oviesse buen señore”
(Cantar del Mío Çid)

Hoy tengo constancia documental de que soy nieta de militante del PSOE y sindicalista de la UGT, portavoz del partido desde la llegada de la república en 1931 y posteriormente concejal por el Frente popular en un ayuntamiento sevillano. Leyendo esas actas, he entendido muchas cosas buenas de mi carácter, heredadas de él, sin duda, sin duda alguna; pero se me han quitado las ganas de escribir. Ni siquiera para rendir honores a mi abuelo materno me quedan. Se lo cargaron como a tantos otros. Es lo menos destacable. Hubo muchos. Un millón de muertos sólo durante la contienda.
Pero no he soportado saber que fue torturado.
La muerte no me da miedo, ni el dolor, pero sí la muerte en vida. Horrores le temo. Infinito. Sólo desde ahí entiendo que haya seres humanos que pueden torturar a otros. Hacer daño a sangre fría. Zombies, sólo zombies. Cuerpos sin cerebro ni células espejo.
Ahora sé por qué se volvió loco según siempre he oído contar (esa fue la notación oficial en su partida de defunción: enajenación mental) y se suicidó, interpretación de la niña de cinco años que era mi madre por aquel entonces (1940).
Pero se me han quitado las ganas de escribir, de todo… de todo.

He arremetido en mi interior contra el PSOE: ya no le debo nada, ya no lo seguiré votando nunca más, ya os di la vida de mi abuelo. Y a cambio seguís sin entender que nos habéis dejado huérfanos. Como a mi madre la dejaron los otros.

A mi madre siempre le ha dado miedo el agua, nunca buena nadadora. Si se alejaba del borde más de un metro, se hundía. Literalmente. Yo siempre he sido buena nadadora. Ella buscaba a su padre en el agua de la taza del retrete, porque había oído que ese agua llegaba al río, que fue donde lo encontraron con una herida (sic, no se especifica más) en la cabeza, muerto, en La Barqueta. Natural que esa niña le cogiera miedo al agua. Natural. Se había llevado a su padre el agua... El agua.

A mí nunca me lo ha provocado, el miedo el agua, a pesar de que en un par de ocasiones estuve a punto de ahogarme. De una me salvó mi otro abuelo, Salvador se llamaba, providencial nombre para mí. Con dos o tres años se me ocurrió intentar llenar un cubito de juguete con el caño de agua que caía sobre una piscina o alberca. Me recuerdo, el cubo azul con el asa verde, recuerdo el brillo del sol en el caño de agua, en el agua borboteante y transparente. Su fuerza y el peso del cubo al llenarse pudieron con el cuerpo aún muy pequeño. Cuando miraron yo estaba bocabajo flotando. Él me rescató. Después fue mi primo en el mar, por la melena.
La melena. De un tirón. Y las burbujas y la placidez del dibujo en HDR de la corriente del agua en la ola.
No, nunca me ha dado miedo el agua.
Pero la crueldad humana sí me puede.
Algunos posmodernos llaman a la crueldad “hijoputez”. Y yo les digo: NO. No, hijaputa yo. Es lo que quiero ser. Eso quiero ser de mayor, una gran hija de puta a partir de mis cincuenta.

Esta es la amarga constancia de que el mal y la injusticia sólo generan odio. Y el odio sólo trae nuevo mal. El círculo nunca se rompe.
A menos que nos esforcemos.
MUCHO.

Que nadie vuelva a decirme nunca más que no son tiempos para poetizar ni hablar sobre el amor.
Porque lo mataré, lo mataré con mis propias armas.
Me recogeré la melena.

(Dato documental extra también aportado hoy a estas manos: tengo un HLA-B39 en mi sangre proveniente de mi abuelo Miguel Giráldez Barrera, carpintero de Morón de la frontera, concejal de hacienda y gremios de su ayuntamiento. En el acta del 25 de Julio de 1936 ya no aparece su firma. Tengo ascendencia japonesa.)

Roturaciones

Roturaciones

Apenas me quedan héroes,
ni salvaeslips.


Venga de este guiso a sostener
tu calma, porque mi aliento
resoplo y bufo tras el arado.
El cordaje de las neuras se me rompe
equilibrando pesos y contrapesos
anudados a la reja.

Verte y no verte venir.

La techumbres inician el son
del leve paso de sus dedos
o sus garras sobre las tejas
liquenadas de la arcillosa
luz del verano, el quinto pino
del entierro riza el arcén
de su autovía.
Nunca fueron sembrados
árboles tan lastrados.

Hecatombe y lúcida sombra
en este verte y no verte venir.

Persisten cuadrados los soles
bajo las caricias del orbe azul.
Sin, pero sabiendo qué hacer,
resurge vacilando el verbo.
En el anticipo fantasearon
con sus alas los delfines del aire.
Las piernas colgaban de los pretiles
y el viento aminoraba
la marcha de los aún más indecisos,
así que maté al segundo
tras de mí al acecho
buscando el instante de mi estampida.
Mas renuncié, cerré la ventana
y juré no entoldar esta frente.
Luminosos, los seres del cielo,
esos que no llamamos ángeles,
sortean a manos viento las pupilas.
¿Qué hombre no los ha visto?

Verte y no verte venir.

Somos tantos que
se me ha quedado
pequeño el pulmón
—sólo uno, sólo uno tengo—
solicitando armisticios cantores
con su redonda boca.

Verte y no verte venir.

Nos quedaremos de ojos
cruzados obviando el juramento
y la inercia de las metálicas sienes
que beben asomadas a la puerta
y veneraremos un tú más yo
hasta que los laureles de invierno
logren entonar el grito
de la noche que mira y desmira
el malva de tu cabello. Vengaremos
sin más futuro que la rosa huella
habituada a resucitar
sobre el vacío desmesurado
de la espina.

Adolezcamos de algunos puntos sutiles,
confeccionemos el ansia de la rama,
exhibamos el letargo que nos oprime
compilando zinnias con palabras
prendidas del pico del jilguero
de tanto cantar para nada,
tanto dar para nada.

La venerable respuesta
apremia por ser escrita.
Pieza a pieza hace el frío
y las hojas no han caído.
Resuena la yerba
sobre los rizomas
de plata enterrados.
Se huele el aliento de la vida.

La muerte no tiene aliento.
La muerte no tiene boca.
Verte y olerte llegar:

Nena, hacías mucha falta,
tú sabes cómo romper el duro hielo.

Sofía Serra (El hombre cuadrado. Correcciones)

martes, 11 de diciembre de 2012

El temblor (poema a mi primer recuerdo verbal)

El Temblor (poema a mi primer recuerdo verbal)
(A la Venus de Willendorf)


con qué mando vino
y a qué fango llega
la venia bajo la que te labraron.
Si conocemos el momento,
¿te imaginas un desierto sin hombres
poblado sólo de árboles?

…Y entonces llegaron
sus pechos manando leche,
y en su barriga
crece la nueva vida
y se haga fuerte
y coma con sus dientes
y hasta ojeras tiznará
al enfrentarse a la pendiente
cuando el jefe de herida muere
por el colmillo del mamut,
o tal vez por la venenosa
espina de la acacia
que por entonces verdeaba
las arenas del sáhara.

Ni qué decir tiene ya
su vulva fue el origen
del mundo para ellos,
pobres hombres blandos
y sedientos de rascacielos
que los elevaran del frío
del suelo de la cueva.
Pero he aquí que llegó
su bonhomía temprana,
y la mujer chamana
se talló en caliza
hasta dar lugar,
o luz,
al misterio:

y si a esta piedra
y la clavo y casco
y lasca a lasca
ya llegarás,
cuando se me abra
la rosa dura.

Pensó la mujer naranja
con el contraluz
de un cuerpo y durmió
con un cuerpo,
soñó, despertó
y se levantó del tálamo
de piel de alce
con un cuerpo
girado hacia el oriente
del horizonte naranja y negro
y rojo temblor:
terremoto
sopla con sus piedras,
te nombra meciendo
sus altas tundras,
te labra moviendo
tus pequeñas sábanas
te engolfa en las voces de afuera
cuando mis muslos
aún no habían engordado
con la teta, en la cuna
y desde su tierra
se cinceló la talla
de ésta no sé ya
si habla o antigua.

Sofía Serra (De El hombre cuadrado)

En HDI

La conciencia es la que precipita el conflicto del hombre con la esencia, pero también lo que únicamente puede reconciliarlo con ella, con ella y con el mundo.
La conciencia es la primera célula espejo que le nace al hombre, la que le hace poder reflejarse, tomar medida de sí mismo. Fue entonces, al poder medirse, cuando se abrió el abismo bajo sus pies. Pudo contemplarse a sí y, por tanto, contemplar a la esencia desde lejos.

El acto nombró el suceso, un suceso para volverse loco. De hecho el ser humano se volvió loco. Su única salida: el miedo. El miedo anidó dentro de él (¿quién-qué no sentiría miedo ante la presencia de un abismo bajo sus pies?). Sin embargo, su mente sabe que tiene que seguir caminando. Es así como ella misma, el mismo hombre, comienza a construir la costra dura de la nomenclatura ante sus pies, cada paso que da, cada pie que echa hacia delante, una porción de camino de cemento y piedras que aparece, y así en perfecta hélice de progresión geométrica por los tiempos de los tiempos.

Los primeros lo tenía más fácil, iban construyendo la primera capa, la esencia les quedaba más cercana, con un simple pensamiento acorde con la naturaleza, la esencia se les transparentaba. Mientras más alejados de “aquel tiempo” más difícil recordarla, el camino está echado, capa sobre capa, seguimos andando sobre él, es el tiempo que es nuestro compañero. Los huecos para poder observarla nos quedan en los pensamientos, las ideas, el grafos de los anteriores a nosotros, los clásicos de cualquier índole. Ahí en ellos se contempla la esencia, se vuelve a contemplar, el hombre puede seguir mirándola, no perderse de ella a la vez que seguir caminando por “su” tiempo presente.

El trabajo de los hombres de ciencia, pensadores, filósofos es el de convertir la costra (que ellos mismos echan) en transparente; es el lenguaje discursivo mediante el cual transmiten lo conocido o reflexionado para derramarlo sobre la costra y hacer al otro hombre recordador de aquella esencia o el uno del que provenimos. El de los artistas y poetas, crear los pozos artesianos, en lenguaje cursivo, o cursal (me gusta más esta), es decir, siguiendo el curso de esa esencialidad taladrando la costra, cada uno o cada sección de lo que somos ayudando al hombre a recordar verticalmente, de donde proviene y lo que es.

Después de la primera célula espejo, fueron naciendo las siguientes, claro. Esas que nos devuelven la mirada sobre el otro, esas que nos devuelven la mirada sobre lo que nos rodea, sobre la naturaleza, sobre todo a lo que ponemos nombre. Esas que nos permiten obtener conciencia de que hay algo más que la costra y nosotros y nuestra necesidad de nombrar.

La observación y la vivencia de la naturaleza ayuda a hacer recordar al hombre la esencia, porque a ella, al no poseer conciencia de sí misma, le falta esa célula espejo que nuestra mente desarrolló, se parece a lo que el hombre fue antes que hombre consciente de sí. Pero sólo ayuda a recordar, no es la esencia misma, pues nosotros, incluida esa célula espejo, e incluida la posterior necesidad de construir la costra dura de la nomenclatura, también somos naturaleza. La esencia nos subyace a todos, a la naturaleza y al hombre con su costra dura de la nomenclatura a cuestas o bajo sus pies. La naturaleza es la amiga que puede ayudarnos. De hecho auxilia al poeta y al pensador en su reflexión. Pero si no hay agujeros y transparencia desarrolladas por el arte y el pensamiento, no hay de facto visión total de la esencia. Visión en HDI si se quiere.




jueves, 6 de diciembre de 2012

Pasantía (La sombra)

Pasantía (La sombra)

… Y nadie como yo ha sabido mirar en ellas.

y si ni el sol ni la tierra
llueven a medida de los gustos
de cada uno o dos
o en la tierra
no hace lluvia o agua
acorde con lo sentido
por ambos
manifiestos
mutuales
y si no se enteran
de nada recíprocamente vecinos
o separados
cuando nube
o cuando tierra
cuando sol
y cuando agua, sin embargo,
nace el verde.
Y siguen sin enterarse,
o integrarse.

Sus lugares me declinan.

Sofía Serra (El hombre cuadrado)

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Primitiva

Primitiva

Me queda poco sobre qué pensar,
un solsticio de animosos cantores
se apiña en torno a las manos
rezadoras, orantes a salvo
de la nieve que golpea
desde el abeto solo
en algunos países del norte.
Serpentean
el cuervo y la herida.

nematodos, Némesis,
frenólogos y otras lindes.

efectivamente nos quedan cuatro días
efusivamente andan inquietos
a ese lado del mundo
los expatriados como tú y yo
quedamos solos
ante el vecino
que no se movió, no se mutó
en zíngara salvaje y tierna
del zaguán de su puerta,
y me entrenaré en sonsacarte la herida
hasta que no quede más
que albas puntas de un doméstico
desaire de geometrías
apestantes, volutas de la radioesfera
que suministran tus cabildos gozos,
esos que la penumbra sostiene
sobre mi cabeza para no destocarte,
para que siempre acontezcas
aunque yo ya muera,
aunque tú ya mueras
o ambos muramos
ojo a ojo, diente a diente,
de rabo a cola en el otro descabello,
el de las pieles rojas
y verdes.

Descombatir el desvío hueco
y absoluto dejamen
de las cosas.
Denostar aunque no te rías,
perpetrar y subsumir,
contrincar.

En rojo y verde me siento
sobre la tierra, me hundo
en el barro y camino a cuatro
suelas o lados que vuelan alto.
No necesito padres para sostenerme,
me basta el duro suelo
de tu mente y el tierno vello
de tu brazo que enciende el sol,
tú, fuliginoso hombre cuadrado
con verde nuca transparente,
eres mi auténtico amor,
con todo los inconvenientes
de mi verdadero amor,
incluido el desgarro
de mi verde roja pulpa.

Los goces, para los civilizados.

Sofía Serra (De El hombre cuadrado)

lunes, 3 de diciembre de 2012

Las pesadas piernas

Las pesadas piernas

No, no era mi padre.
Era o soy yo misma.
Con mi iglesia me he topado.
A ver cómo la desarmo de sus dogmas.
De sus profesiones de fe.
De su santa inquisición.
De su concepto de pecado.
De su noción de culpa.
Me ha amarrado las manos y los pies
y aún me quema en el fuego
de las muchas dudas pretendiendo
expiar circunflejos actos reflejos
de mis apoplejías y mis leviatanes,
solsticios y yerbas duras de agosto secas
y prestas a ser devoradas por las llamas.

Tengo que componer un poema
para mí misma con mis brazos y mi talle,
los pies y las caderas que sortean
la vándala herida de haber nacido
ajena a ella, jugando tan lejos
de la reina de la noche.

Reivindicar a la niña que fui.
No, ¿para qué?
Hoy más sabia que ella más triste
también la paloma bebe de la charca
a la que acuden las moscas del hocico del ñú.
Solventar en un soplo tanta agonía es tarea de elefantes.
Quebrar la melodía hasta envilecer
la infantil herida que todos llevamos
fuera de las venas que se deslizan
por mi antebrazo entero,
cubiertamente entero,
carne completa y achubascada
cae desde la colina siempre verde
donde los jumentos aparcan sus raíces
en torno al viento fibroso.
Este torbellino indiscreto
recuerda que fueron uno y uno

los lapsos de tiempo de alguna piedra,
un descanso sedimentado,
una locución a media voz
que clama alegre gracias, ¡gracias!
por estar aquí y seguir siendo tú
lo que me sostiene en paz
con las piernas y sus varices
que ya no duelen,
que ya se han hecho
cauces grandes
por tanta sangre
acumulada.

(Sofía Serra, de El hombre cuadrado)

miércoles, 28 de noviembre de 2012

A un príncipe cretense (al héroe europeo)

A un príncipe cretense (al héroe europeo)

Ejército prometeico este campo
abonado por las lises de tu mano,
soldado gigantesco de la nube
y el pimpollo de moras o de espigas
que germinan soltando el paso
y el vuelo de toda ave, toda mariposa
aventurada por el soplo de mis labios
a tu cintura, tu perfil, tu corona,
iris circuncida el viento con mi pluma.

Sofía Serra (De El hombre cuadrado)

viernes, 23 de noviembre de 2012

árbol solo

árbol solo

Hubo un lugar
sometido
a mis piernas (¿?)

tranquilamente dormito
en la espera del cuento inacabado.
solicitud y bienes acarician
mis hojas verdes, y yo, riendo,
entre los pájaros admiro mi floresta.
Tantas verdes hojas
y olor a madera,
tanta humedad
sobre el rocío con mi savia
como apacible compañera
de toda mi vida
suya ayudándome al sorteo
de los precipicios
de los juicios del leñador
y las tempestades abusivas
del mal previsto por la atmósfera,
las heladas y las hormigas
y los hábiles podadores,
y ni el amor me acuchilla
tatuando todos sus nombres
de verde puesto en vilo al filo
hasta el punto caído desde el nido
que cobijé cantando sobre el abismo
cuando el sol se me derramaba
en cada brazo, cada lentisco leñoso
o cada cruz y frío cuando
duermo silencios de desdén
o refresco de infantiles sinsabores y balanceos…
no hay penas, no hay penas
sólo de sola juventud
algo herida por el círculo
secante de la entrepierna enterrada.

Mas en este invierno
los rizomas ya adquieren
de nieve su secreto y mi savia
se concentra en los bajos
más bajos de mi canto.

se fueron hacia el otro lado
mientras yo concluyo
el Misterio sobre la tierra.

Sofía Serra (De El hombre cuadrado)
 
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