lunes, 31 de diciembre de 2012

Tu canción

Hasta el final, please (hasta el fondo siempre). Feliz 2013.


El círculo y el cuadrado

Me despierto casi sobresaltada. Las cuatro y media.
Insomnio de madrugada. Desde ayer algo alterada, las mariposas del estómago han debido volar hasta mi cerebro, y ya se sabe que una mariposa aletea hasta dormida. Conclusión: insomnio como si tuviera que preparar cena esta noche para un hotel entero, cuando seremos siete, y dos se irán tras las uvas. 

A la vez que se hace la carne en el horno aprovecho para intentar hacer avanzar las correcciones de el hombre cuadrado. Digo aprovecho porque me pesa ya como una losa. El poemario final de uno de tres, o una trilogía, o tres en uno.

La carne ya se ha hecho.

Acabo de terminar de corregir. ¡Lo he conseguido! Por fin han encajado esos malditos poemas tan extraños. Por fin he podido firmar final. Un año menos cinco días. Terminado de escribir 5 de Enero de 2012/ terminado de corregir 31 de diciembre del mismo año. 360 días-grados!, ¡círculo cerrado!
Sorpresa y paz.
Por fin puedo comenzar con las correcciones del ciclo de suroeste, ese que me gusta tanto. Este de el muriente, la dosis y la desmedida y el hombre cuadrado ha resultado agotador. Claro, a quien se le ocurre, me escaqueo del mundanal ruido por cuanto me chirría, me escondo en la poesía y voy y me da por ponerme a pelear encima de la costra dura de la nomenclatura a través del verso. Así he acabado, o así han resultado todos estos meses, como si librara una batalla con espadas y hasta armadura: agotadores.
Tenía que hacerlo, tenía que poder reconciliarme con el hombre cuadrado, el que vive aquí encima, el mismo que yo misma soy. Aunque salió sin pretenderlo.

Todos mis poemarios terminan o en blanco o con “final feliz”. No lo hago adrede, salen así. Recuerdo cuando estaba en foros de fotografía que Joseba me decía algo parecido, que siempre en mis fotos hay un punto de salida, una zona de luz como abertura en la esquina casi más oculta. Y es cierto. No tolero la imposición del imposible, del no, de la cerrazón, del final a oscuras, del final sin posibilidad de seguir.
Siempre un camino más, siempre una puerta abierta cuando otra se cierra. Siempre la oportunidad. Siempre.
No creo en otra cosa. ¿Para qué si no estamos en el mundo? Pues para vivir ¿Y cómo se vive? Pues andando, continuando, no quedándonos de brazos cruzados.
Siempre una puerta abierta, siempre. Nunca el imposible.
Nunca cierro los botes de gel, ni casi las puertas de los armarios de la ropa, siempre puertas abiertas, siempre el bolso abierto cuando salgo a la calle. Nunca me han robado nada de él a pesar de tantos avisos. No sé ir con el bolso cerrado.
Ni quiero aprender.

Me ha entrado hambre, por cierto. Pero la carne es para la noche. Me conformo con una tortita de arroz y un buen té con nube de leche de soja, el segundo desde las cuatro y media.
No está mal, carne cocinada y tri-poemario terminado de corregir.
Sí. Hoy sí me sentaré en el sofá a ver una peli tras la hora del “almuerzo”. No almuerzo pero la situación doméstica parecida, picoteo. Seguro que se me cierran los ojos con el croché en las manos. Sonrío: así podré recibir al año nuevo como es debido. Tiene un número bonito, me gustan los impares, aunque sume seis yo sólo veo el cinco, que es el más bonito de todos. 3+2=5, y el 10 al revés en medio que es el doble de cinco. Composición numérica/visual armónica y equilibrada, como un perfecto lienzo de Leonardo.

A por el té. La nube es de leche.


domingo, 30 de diciembre de 2012

Chance (Poema de Javier Sánchez Menéndez)


Chance

Llevo toda la vida mirando las estrellas
y ahora que puedo disponer de tiempo
dedico más espacio al corazón ajeno
que a la suerte.

Y nunca amo por fe, puede entenderse:
la pasión es una verdad tan grande
como una estrella.

Toda una vida para conocerme
y ya ves:
estoy aquí,
cansado del destino
y de la muerte.

(Javier Sánchez Menéndez. Una aproximación al desconcierto, 2011)

Generaciones equis y año nuevo

Generaciones equis y año nuevo

Acabo de cumplir cincuenta años. Desde mis veinte casi exactos oigo hablar de ella, de la generación “x”, de la generación perdida. Era la nuestra. Para nosotros. Salíamos al pairo del paro que llevaba décadas azotando España con nuestro título universitario bajo el brazo. En cuarto de carrera tuve conciencia de hacia donde me abocaba mi elección en la vida como estudiante: sólo había dos salidas por entonces, ni por tierra, mar o aire. O las puñeteras oposiciones para profesora o al paro, paro en el que la mayoría llevábamos apuntados desde que cursamos los antiguos niveles secundarios, en mi caso desde los 15 años (tercero de bup). Por aquel entonces era legal trabajar a esas edades, como la mayoría hacíamos a la vez que estudiábamos.
Pero ni por esas. Toda nuestra adrenalina cargada de utopía de la que nos alimentamos algo descompasadamente (el 68 francés no era nuestro ni por ser de nuestros padres, porque a ellos no perteneció, eran mayores; sólo y quizás podían sentirla como directamente heredada  esos que tenían la suerte de tener hermano "muy mayor") la apostamos en la lucha por esta democracia que hoy, y gracias a unos pseudo-utopistas sin dos dedos de frente, que solo han conseguido confundir aún más al personal, más el consiguiente desgaste de aquellas generaciones sesenteras una vez bien asentados en el poder en las pasadas décadas, está casi herida de muerte.
No me lo creo.
Lo de herida de muerte.
Generación equis. Sonrío muy irónicamente. Generación perdida la de nuestros padres, hijos de una guerra. Sin embargo tuvieron los arrestos necesarios para seguir adelante cuando sobre ellos sólo planeaba el vuelo de una dictadura de verdad, una dictadura que no permitía casi ni pensar, y de la que algunos cerebros, más o menos privilegiados, prefirieron escapar. Un sistema bajo el cual, acercarse a una biblioteca pública estaba no bien visto, una generación en la que mientras unos tuvieron que dejar estudios por sacar a su familia paternal adelante, otros tuvieron que criarse bajo el secreto de la orfandad. Entonces no existía ni el paro, ni casi seguridad social. Ellos, ellos fueron la verdadera generación equis. Y de ella hace ya más de cincuenta años.
Pero a todos nosotros nos parieron, y con nosotros a los que detrás siguieron llegando bajo un país con una democracia instaurada por referéndum popular, sufragio universal. De todos los españoles. Todos.
Este país, cuyos ciudadanos al parecer sólo se caracterizan por estar preparados para el acto del a ver quién mejor los pone sobre la mesa o bajo ella (o verdugo o víctima), necesita dosis de racionalidad para saber asumir papeles en la historia, dejarse de victimismos absurdos y ponerse a trabajar con las dos pelotas que normalmente sólo sabemos echar a la banda (tan dados somos que cuando la poseemos en vez de balón vemos dos cubos exactamente cuadrados e insusceptibles de salir rodando), cuando una, aunque ya no suele divertirse viendo el fútbol, sabe que la única forma de meter el gol es no perdiendo el dominio del esférico y llegar a puerta antes que los otros hayan armado su defensa.
Y es que en este país sucede como cuando la selección española perdía todos los partidos en los mundiales o en los partidos internacionales que solía ver con mi padre: en cuanto marcaba el primero, ya se sentaba en la poltrona, equipo al completo, con lo cual solía terminar perdiendo. Claro que peor sucedía cuando no conseguía marcar al principio: no había quien sacara del agujero de la depresión al equipo. Mi padre y yo jugábamos apostar a cuánto quedaba España, normalmente siempre alegrándonos de la victoria del equipo extranjero.
Y es que no hay nada mas desagradable ni humanamente incongruente que desear que gane quien va de víctima, quien escoge ese papel allá en el reparto. Resulta mucho más cómodo sentarse a descansar que pelear por ganar, o al menos, intentar quedar como el nivel real de juego que se tenga. No hay mayor injusticia ni mayor descalabro que apostar por perder.
Y así nos va.
Y así nos ha ido desde hace siglos.
Y así seguirá siendo por los siglos de los siglos a menos que nazca (rezo para que ya lo haya hecho) la generación sin complejos de haber nacido en España, o como mínimo en esta Península Ibérica (una revolución de los claveles, ¿habrá nombre más hermoso para una revolución?, y una transición ejemplar, sí, ejemplar, nos contemplan).

Pero eso sólo dependerá de la educación que las distintas generaciones equis (al parecer en eso sí somos los campeones) demos a los que vayan llegando. Como siempre.
Como siempre.

sábado, 29 de diciembre de 2012

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Atónitos paseantes
de la heredada,
¿de qué se compone un hueco
blanco y seco
aludido por la inerte
cuando mesura intacta,
sin roce posible,
su-primida
fe-haciente
comu-nicada
Victoria en los humedales
con el agujero de metal
por el que se va la vida
litúrgica, mitológica
y soterrada,
y el sofá, de quimiogénesis extendida
como si goma suntuosa fuera,
como si las paredes chorrearan
oro y esmaltes derretidos,
licuados metales preciosos
deviniendo en los mágicos
colores de la lluvia, el sol,
la yerba, los insectos, las flores
y la naturaleza de todo año
y geografía imaginable
desde el desierto cálido o helado
hasta estos lodos…

para estar hechos de barro,
resultamos poco moldeables,
y, aún menos, fundibles
armónica, lumínica,
humanamente
fusibles
somos.

(Sofía Serra. De El hombre cuadrado)
 
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