lunes, 20 de julio de 2009

Canto de egoísmo

Título de la fotografía: La Bacante


Rey de reyes

Antes que el ser y la belleza estás tú, hermano de mis células.
Antes que la causa y el mismo recuerdo de tus pasos que no fueron pasos
sino llantos de la misma esencia de la nada por sentirse deshecha, deshijada.

…Y si tú no puedes cantar, tuya será mi voz. Y no hallará signo el fracaso.
Y si tú no puedes llorar, de mis ojos brotará el manantial salado de tu alivio.
Y ya no existirá el dolor.
Y si te persiguen, creceré como el eucalipto y secaré la tierra que se desmoronará llevándome consigo, para que tú, oh, hermano, puedas volar como mereces sobre nuestro propia fosa abisal.
Hermano de mi yo, de nuestro yo sin verbo, del total destino del ser UNO a UNO,
hermano mío, hermana tuya soy,
aunque en ti no me encuentre, aunque sobre ti yazga la permanencia del olvido. Tan ausente.

Vengo ya de tan lejos, que ni los ojos de tu nuca podrían contemplar el lugar, el allá, tras el curvado horizonte de la lejanía,
que sólo fue mía y sólo hoy puedo nombrar como mía y ajena a ti y a mí.
He habitado ya tantas moradas que este encuentro surgido en el abismo,
castillo de cuento de hadas,
posado en vertical sobre la aguja de la pétrea existencia,
sólo me habla de que una más puede alimentarme y cubrir mis hombros que,
antes,
sufrieron el frío.
He vigilado tantas noches que tu encuentro sólo me habla de un encuentro más,
una luminiscente estrella, sol nocturno,
como tantas que me iluminaron, y como tantas otras,
astros límpidos, que tuve que dejar atrás en mi camino.

Nada cansa, nada llega,
que todo construyo para que habites por mí en nuestro paseo siempre esférico que se engulle sobre sí mismo tragándose su propia curva que lo hace recordador,
como el verdadero ente implosivo capaz de perpetrarse a sí mismo.

Tú, hermano, puedes seguir quedándote quieto, contemplar el paso de la luna sobre tu frente, mi amada entelequia, y rezar con buen deseo por el andariego visitante.

Pero nuestro estómago será siempre uno.

Yo deposito mi mano sobre tu frente y así comprenderás que, sin moverte, también puedes visitarme.
…Y entonces ya no anhelarás la llegada del hermano.
Aquél que yo contemplo cuando el tiempo posa su calor sobre mis hombros transformándome en encina de parra florida.
Aquél que también necesito.
Aquél que vive por ti mismo.

Y allá seguiré mi camino, alimentando tu propia turbina en flor,
que yo te amo, rey de reyes, hermano mío.

(Sofía Serra)

viernes, 17 de julio de 2009

Como el Paraíso innombrable

Título de la fotografía: La no-flor del naranjo



(Sólo nombramos para sobrevivir. El más preclaro canto que el individuo puede hacer ante sí mismo, es el del silencio)


Canto de nihilismo total


No soy nada.
Ni siquiera puedo decir que soy nada, pues la nada posee el don de la inefabilidad, no la simiente ejecutable del alma humana.
Y si ella es inefable, yo soy sondable, circunscribirle, nombrable, por cuanto que de ella ni puedo hablar.
Si al menos fuera Dios…
Si fuera Dios, podría nombrarla,
pero entonces ya dejaría de ser La Nada para conformarse en piedra, árbol u hombre.
Como yo lo soy, que no soy nada.
Por mucho que me nombren.
Por poco o mucho que haga.
Por más que la vida me muerda o yo la cante.
Por más que me tutée con la insondable, ni La Nada soy.

Navegar bajo los cuatro oscuros manteles, dormir y callar, o permanecer como ella por siempre inmersa en su misma presencia, por si la luz, se hace.
Quieta y en estado de alerta.
Sin el son, ni el paso ni el desvarío de mi propio ser de Hombre

Sin intentar nombrar, por no deshacer su inmutable ausencia.

¿Hablar para qué?, ¿para descomponer?
Mejor callar. Mejor, ni ser.

Canto para poder romperme, para poder habitarme,
canto para hallar lo que sé inencontrable.
Canto para sumirme en mi mismo ente innombrable.,
gemelo íntegro mío que sin consuelo siento que me vives haciéndome la vida imposible y mi creer ya muerto, ya vida, ya todo, ya La Nada...
Ya, lo inefable.

Será que han muerto los tiempos creadores, la engañosa presencia de la luz como quimera hacedora de bondades y malos fueros.
Será que la iluminadora, con su gesto de abandono, termina por cerrar sus ojos también ante la auténtica presencia del ser como la nada,
como un último canto de sí mismo antes de lograr vivir lo innombrable. Como un incoloro, informe y ausente canto de paz con Dios y su misma Nada.

Que por no quedar ya, ni queda, ni falta que hace, la palabra.

(Sofía Serra, Julio 2009, fin de su último recién terminado poemario)

Para leer más sobre lo mismo, picar aquí

viernes, 10 de julio de 2009

El Paraíso Inconquistable

Título de la fotografía: El Paraíso Inconquistable

Soliloquio del Poeta


Contemplar el mundo desde sin ti.
Solventar la aritmética que me construye para traspasar el umbral de la propia osadía.
Construir el subterfugio que te justifique, oh mundo, para quebrar la supuesta agonía
del no Hombre.
Justificar, sobre el orbe líquido, la presencia de un compuesto que no sabe bien para
qué,
o cuándo, estaba dispuesto.
Disfrutar de la propia aventura del ser sobre la nada,
como alba sin pausa,
sin tiempo extendido sobre las copas de los árboles y la meseta vertical de las fachadas que se desvelan.]
Contribuir, sin el desasosiego de tu misma causa, al devenir transparentado.
Resolver, como en el despertar, la pesadilla que mantea con negras y onerosas alas sobre el bendito sueño del descanso oportuno.]
Cimentar, para que no decaiga, este haz de luz, esta suprema carga que al mundo ilumina y a mí parece volverme ciega.]


¡Ya está!


Mientras no despierten, qué sentido otorgar al bello canto del mirlo, al balido de la oveja o al ultrasónico retumbar de las rocas bajo la vida.]
¿Cómo ser poetas cuando todos duermen?
¿Qué venerable discurso puede salir de las bocas que sólo roncan?
¿ A qué oídos navegarán los verbos henchidos de contenido cuando la solapada ceguera de la noche enturbie el límpido cristal de los astros iluminados por otros astros más bellos y aun más brillantes?]

O… ¿y si es que soy yo la que duerme?

Ya se conoce una, ya se amortiguan los vacíos resueltos por la presión de los dedos
sobre el cuerpo humano,
tan presto siempre a nacer, renacer, sobre el descanso obligado.
Ya la quietud alegre sé que vuelve, ya sé que sólo el dormir, dicen, te rehace.

Voz quebrada, voz rota, voz ausente…


¡Ya sé!


La depositaremos en las otras bocas, cumpliremos así con el sutil sortilegio del italiano escondido que nos acecha como sabio durmiente, como nuestra conciencia.]
Traspasaremos nuestros ventanales haciendo añicos el velo cristalino,
volaremos sobre el paisaje urbano henchido de ruidos despistados y cuadrículas armónicas,]

y, de nuevo así,
sortearemos el estúpido afán que nos pervierte sobre el ensimismamiento continuo de nosotros mismos]
sobre la abeja, la flor y la agonía de nuestras propias células.


Arenga,
perversa armonía de la suerte.
¡Arenga que tu vida es corta!
Ilumina, faz derretida del sol bajo las adelfas.
¡Llueve!, gentil encina trotamundos,
culmina tu tarea de taladradora de la virgen tierra y navega ya por los mares inciertos de la belleza ajena,]
culmen directo y preciso de la poesía como arma del poeta.


¡Ah, este gran escaparate que entre todos hacemos posible!
¡Ay, este ataúd lleno de cosas vivas!,
¡Ay, qué candidez del alma humana que para conquistar territorios se disfraza de ser humano consabido, nulo navegante por el mar de las presencias…!]
¡Ah, qué injustificada sodomía,
Qué incruenta, pero, sin embargo, sangrienta batalla entre las cosas dichas y las cosas
quietas,]
entre la sutil justicia y la delicada parsimonia de los silentes.!

…¡Qué arrobada locura!...

¡Ay, Shakespeare, si levantaras la cabeza…!


(Sofía Serra, julio de 2009)

Madreselvas en flor


Título de la fotografía : Madreselvas en flor


Madreselvas en flor

He contemplado cómo se abandonaba al Hijo dejándolo a la intemperie helada de la vida.
He vislumbrado la osadía de las manos humanas ensangrentadas con el real líquido de la estirpe,]
para luego morir, víctima de su propia locura.
He comprobado la resurrección del verbo hecho carne bendita a través del propio ser de ser humano,]
y el triunfo de la vida izado a los altares del merecimiento con el baile de los brazos omnipotentes del amor.]
He organizado justas lentas y humildes, gallardas lozanías esculpidas mediante la alegría y la ingenuidad del bien amado como soldados del ejército deseado.
He sido corresponsal denunciante de la guerra entre hermanos, reportero entre dos fuegos enemigos levantando bandera de paces cuando sólo aparecían puños amenazadores.]
He sido testigo combativo del ultraje al anciano, carne de mi carne, a la vez que el anciano me violaba.]
He visto rasgarse las cortinas del inframundo horrorizada ante la ignorancia de las propias garras que provocaban su apertura, y con ella, la avenida sobre mi carne del fuego abrasador, la tortura esculpida con dedos vestidos de cristales ciegos, ]
cuchillos de obscena y afilada obsidiana, asfalto, automóvil y desley y el depósito de la descreencia sobre mis hombros enlutados, cuando yo, rezaba. ]

Por tu alma, por mi pérdida.

Con un rosario en mis manos que a su vez tuvieron que educarte en el dolor, para extraer de tu lívido semblante el rubor de la vida con esperanza.]
He soportado el peso de la marmórea losa y de la infinitud de la tierra plena.
He gastado mis uñas hasta horadar las paredes del ataúd en el que me enterraron viva a la vez que hacía emerger cipreses de sus tablas.]
He patentado la fertilidad del dolor abonando al mismo suelo que me torturaba logrando extraerle sus risas floridas que, como ángeles, me acompañaron.]
He vivido en la soledad del inentendido, ajeno a las banderas que los demás ondean como libertades, intentado dibujarles los sudarios con los que se amortajaban.]
He dejado crecer tantas ortigas como para desplagar los jardines colgantes de Babilonia, aunque en mi delicada y fina fiel, producen urticaria.]
He sembrado tal número de árboles que bastarían para alimentar los pulmones de cien criaturas que hubieran depositado en mis brazos para criarlos con los pechos de una jardinera nodriza, a ellos, que estorban para el prestigio social de madres alopécicas.]
He llegado al límite de la vida, entre la tierra y el ser vivo, extrayendo el barro cocido por el estío de las delicadas bocas de las encinas, para que no se asfixiaran, ellas, las sonrisas de la tierra.]
He reconstruido murallas de piedras ciclópeas derrumbadas por la osadía de los temporales invernales, cuando mis manos, muy pequeñas, sólo pueden abarcar los guijarros que el cauce leve del arroyo moldea.]
He abierto caminos sobre el desierto a la vez que verdeaba sus lindes, para qué la presencia del jilguero, y de la abubilla, ornara con sus voces el aire vacío del abandono humano.]
He matado con mis zapatos de rosas a los devoradores del verde a la vez que habilitaba el criadero de sus crías entre las aspidistras de mis años infantiles (he convertido serpientes mortíferas en amas de cría).]
He dejado andar a mis entrañas por la boca negra de la noche serrana camino de su aprendizaje, para que pudiera comprender el esperpento de la soledad y la valentía humanas.]
Te he amado, renunciando a mi lustre, para que otros pudieran necesitarte, y así, tú, amarte.]
He entregado y he contemplado mis manos no sólo vacías, sino convertidas en caricatura de sí mismas cuando la muerte nos habilita como sólo recordatorio de hombre, estructura ósea ya imposibilitada para la caricia.]
He arado, he cimentado, he curado sus alas, extraído sus huevos para alimentarnos, mientras construía jaulas para voladores sintéticos, por no quebrar el diseño natural del orbe y poder levantar el mío desde el mismo suelo.]
He ayudado a la tierra en su vital ciclo del agua. He sido nube y océano. Sol y helada matutina.]
Me he visto llorar, he visto morir, he matado, he realizado obstetricias, he contemplado tu insurrección, he soportado la venganza, he vengado, he muerto ante la envidia, he temblado de dolor ante la sevicia, he sucumbido ante el discurso de las lenguas huecas, he hablado cuando todos callaban, he convertido mis versos en palabras de judicatura, he amado cuando todos se autoamaban, he resucitado por mí misma…]
He creado casi de la misma nada.

Que nadie diga que el mundo no ha hablado a través de mí,
que no soy poeta,
que mi yo ha pertenecido al mundo y al mundo vuelve a través de mi fuente florida, cubierta de madreselvas, sembradas por mí, que purifican con su dulce aroma el aire envilecido de la estulticia.]

(Sofía Serra, Junio 2009)

jueves, 2 de julio de 2009

Autorretratos: las ataguías en el ser de Poeta (microensayo teórico-artístico ilustrado)






Difícil resulta encontrar alguna variante de la expresión creativa del ser humano en la que el ejercicio del autorretrato no tenga lugar, por no decir imposible, pues partiendo de la base de que toda actividad creativa transita por el íntimo lugar del yo creativo, la evidencia de éste en cualquiera de las manifestaciones será proclamada, unas veces más asequiblemente por lo que comúnmente podemos entender como observadores de la realidad artística, otras con mayor dificultad.

Pero si, a pesar de todo, este hecho resulta casi una tautología por su propia idiosincrasia, no resulta menos cierto que la actividad del autorretrato como expresión ad hoc como variante creativa encuentra lugar señalado en las producciones del variopinto mundo del ser como autor. Se podrían nombrar tantas como número de autores existentes desde que la realidad creativa del ser humano pasó a ser hecho tangible, desde la probable primera impresión de manos manchadas con los tintes naturales observadas en las paredes de las cuevas prehistóricas, pasando por la tan amplísima gama que nos ofrecen la evolución de las artes figurativas en las artes occidentales, sin despreciar por ello cualquier otro ejemplo en las artes orientales, que aunque menos numerosas, posiblemente por el mismo carácter que el concepto del hecho artístico posee en aquellas culturales, no por ello han dejado de estar presentes como una manifestación de la propia individualidad del ser creativo.

En la literatura, tanto en poemas como en el ejercicio de la autobiografía, en las artes figurativas, los más famosos o conocidos por su transcendencia mediática de sus ilustres creadores, más llamativas sobre todo en el periodo conocido como Barroco de la cultura occidental, e incluso en la contemporaneidad, obteniendo el resultado de la inclusión del propio director de cine (las archiconocidas apariciones de Hitchcock en sus filmes), el ejercicio del autorretrato nos habla de la necesidad del propio autor de llegar a formar parte de esa realidad que él crea o, más ilustrativamente hablando, recrea.

Si partimos de la base de que el hecho creativo asimila al concepto de ser humano con lo más parecido a la acción de un demiurgo en la manifestación de un mundo observable (ordena y dispone, crea aun partiendo de su propio mundo del que forma parte para obtener “otro” que conforma el creado como obra de arte) o, expresándonos más claramente, su actividad es la más parecida a ojos humanos al trabajo realizado por un ser divino (un dios) desde el mismo momento que desde su inteligencia predispone las habilidades necesarias para la re-interpretación del mundo real, y con ello, la comúnmente entendida como creación de mundos o realidades más o menos inexistentes en la realidad inmanente, se comprende la necesidad absoluta del paso por el hecho del autorretrato como proclamación de esa contradicción interna que el ser creativo anida dentro de sí. No es dios, pero crea, es ser humano, cohabita y forma parte de la realidad formada por todos ( y para los creyentes en algún tipo de Dios creador, de la realidad de todos creada por el mismo dios), de tal forma que la función del autorretrato se convierte en el resorte a través del cual el propio autor concita la propia contradicción de su actividad con la de ser ser humano posiblemente “creado” como todos.

Él, que observa, contempla y recrea, pasa obligadamente (por ser ser humano) por la necesidad de poder autocontemplarse formando porción de esa misma realidad de la que parte para sus creaciones, así como por la misma de verse incluido en esa misma realidad creativa que sale de sus manos.

Probablemente el ejercicio autoidentificativo del autorretrato, sincrónico en cuanto a la producción creativa, no es más que el exponente principal de esa tópicamente conocida como soledad del creador, mediante la cual, si como ser creador, conlleva la plasmación feliz en obra de una realidad recreada, como ser humano, deja al mismo autor fuera de ella misma. Comporta una especie de marginación, unas veces conscientemente deseada, pero la mayoría, presente necesariamente más allá de los propios deseos humanos del ser creativo, que mediante el autorretrato puede llegar a ser asimilada como hecho natural por el propio ser autor, y de esta forma contemplarse como un ser humano más, sin por ello establecerse como exento de sutiles pautas determinadoras de su labor, superando de esta forma esa mal llamada especie de locura inherente a toda actividad que para desarrollarse implica el desdoblamiento del ser natural que la produce. No deja de hallarse inmerso en la propia obra escenificada, vida, pero a su vez, debe lograr extraerse de ella misma para poder visualizarla como espectador a fin de absorber íntegramente lo que como creador le corresponde.

Resulta tal vez el autorretrato en las artes figurativas el más relevante descriptiva y explicativamente hablando de todo lo anteriormente expuesto, y conforme la evolución de las técnicas en las actividades creativas, el realizado mediante la fotografía, y más concretamente mediante el proceso digital, el que mejor, al menos contemporáneamente hablando, sirve de ejemplo a este camino que intento describir.

En el caso de la autora, y como explicación a posteriori del hecho fraseal del autorretrato, el ejercicio del mismo ha servido para construir el puente visual, tangible para el propio ser creativo, entre la realidad común del ser humano que transita normalmente por la existencia y el ser humano que adquiere conciencia de creador. Existe un abismo que se abre a los pies de todo ser que, presintiendo, ya sea por deseo expreso, ya sea por realidad que se le va imponiendo sin que voluntariamente haya sido deseada, su posible ser creativo, se encuentra con la inmanencia del mismo. Una diatriba inconsciente entre el hecho de pre- sentirse recreador o creador y el peligro de no llegar a serlo, y en este caso la ejecutoria del autorretrato expone a las claras el ejercicio reflexivo semi-inconsciente que el propio autor realiza. Ese puente es el que constituye la salvaguarda del ser poeta como ser humano, y viceversa. Sin él, la distinción medida y necesaria tanto para una actividad como para la otra y para la consecución de la propia sinergia que, desde mi punto de vista, es la que favorece el hecho de la creación, la actividad creativa, la “poiesis”, no sería posible integral y verdaderamente entendida.

El poeta “aparece” cuando el yo del mismo deja de hablar para conseguir hacer hablar al mundo a través de él. Por eso es tan necesario la construcción de ese puente, un vado por el que el ser natural del ser humano poeta puede transitar libremente sin peligro de perder conciencia sobre lo que hace, es decir, ser ser humano poeta.

La firmeza, la cimentada construcción de ese puente, un puente que atraviesa las variadas corrientes del río de la vida y el mundo externo al yo personal y al yo creativo, necesita de unas especiales ataguías que, a la vez que suscriban su fortaleza, permitan, como a través de un filtro, la entrada de ese agua que fluye constante entre los pilares que lo sostienen. Ese ejercicio resulta tan difícil como arriesgado. El cauce de ese río, arcilloso, pedregoso, ancho o profundo y, sobre todo, variable porque precisamente es el resultado del devenir de ese caudaloso río y las fuerzas de sus aguas, indica al autor que la construcción de esas ataguías debe ser realizada con la plenitud de conocimientos e inteligencia, que tal vez, inconscientemente, posee el autor.

En el caso de la que suscribe, la construcción de esas ataguías ha venido a coincidir con la vivencia de una realidad nueva en la historia del ser humano, que es el hecho de la existencia de la red, la web, Internet, y como toda realidad nueva que surge en el páramo de la existencia humana, parecía sólo suspendida sobre arenas movedizas, a la vez que por su misma idiosincrasia, fomentaba el ejercicio narcisista como único salvoconducto para lograr caminar sobre ella.

Cuando hace ya algo más de una década, en sus inicios desde el punto de vista de la realidad española, la red comenzaba a formar parte de la vida de cierto número de seres humanos, y, como siempre sucede ante la visión de algo nuevo, el ser humano, o bien se decantaba por negarla o simplemente por categorizarla como una realidad alternativa (virtual) a la del propio mundo real, la autora, en un purísimo acto inconsciente, pero que como todo acto inconsciente arraigaba en los cimientos más profundos de su ser, defendía a ultranza, a ultranza de todo, hasta de su propio pellejo, la contemplación de que la red, Internet, no era más que una parte más del mundo que el ser humano construye y termina por vivir naturalmente, y que, contemplada así, el comportamiento en ella, debería ser el mismo que en la realidad que otros se empeñaban en tildar de externa o real frente a la irrealidad supuesta de la red, afirmación que a una gran mayoría que se acercaba a ella, y siempre acompañada del ejercicio de narcisismo que el acto de entrar en algo nuevo requiere como afianzamiento de la propia existencia “frente a”, la llevaba ( a esa mayoría) a vivirla como alternativa de su vida normal, de tal forma que la red se convertía en el campo abonado para la mentira, las falsas identidades, o bien la expresión de deseos o anhelos que en, como llamaban, la realidad normal, no se atrevían a hacer manifiestos.

Contemplado el afán que perseguía la autora, y la evidencia de lo que contemplaba, se comprenderá, creo que aún mejor, la dificultad en la construcción de esas ataguías que metafóricamente llamo a los autorretratos. Las arenas más o menos movedizas del caudal del río, constituían casi vacío sin límite donde intentar poder anclar unos pilares.

Actualmente, que ya este mundo que algunos siguen llamando virtual, en un ejercicio creo que absolutamente obsoleto en el acto de nombrar, como bien se puede comprobar dada la evolución de la red, un lugar hoy en día en el que es difícil encontrar la negatividad a hacer presente el verdadero nombre de la persona que participa, singular exponente de que al final, como se pronosticaba, este lugar no es más que una parcela más de la vida normal, de la historia del ser humano como tal, como hasta se puede comprobar en la evolución de los formatos sobre los que se construye hoy (blogs y redes sociales de cualquier tipo), y que como tal realidad se halla expuesta como cualquier estancia de la existencia humana lo mismo a la mentira que a la verdad, a la hipocresía que a la honestidad, hoy en día, digo, en el que la red, puede por fin contemplarse como ese extenso y maravilloso terreno de medida casi infinita abonado para lograr una mejor intercomunicación entre los seres humanos, con todo lo que ello conlleva, la autora expone sus autorretratos sólo a título ilustrativo de este artículo, realizados y expuestos mientras una mayoría sólo los contemplada con la mórbida delectación de acercarse a una realidad y verdad física que la mayoría relegaba a la hora de estar en la red.

Siempre el ser humano termina por encontrarse a sí mismo, ante su propia realidad que ve reflejada en el otro, ante su propia verdad de ser humano, por mucho que en el desconcierto inicial del momento en el que algo comienza, y en un acto tan valioso como es la creación de Internet para la Historia del ser humano, no podía ser menos. Todo lo que el ser humano crea, puesto que nace de sus manos, termina por ser humano, por mucho que se niegue su evidencia, para unos pre-vista, para otros, negada. Al final, la realidad humana termina por imponerse, y aquí, desde mi perfil de historiadora, no logro atisbar si esto sucede así gracias a la labor de unos pocos, aquellos que suelen prever, o simplemente a la naturaleza consustancial de las cosas (humanas).

En todo caso, contemplando hoy la realización sucesiva de mis autorretratos, en la cual, en su momento, como normal ser humano que es el creador, tuve que enfrentarme a no sólo los prejuicios de los demás, sino los míos propios, el miedo, el horror que personalmente siempre siento a que se confundan conmigo, me alegro de haber pasado por ello, pues, en el fondo, y de ahí su verdadero valor, que yo conscientemente no atribuía, pero que mi instintivo afán sí evidenciaba, para el ser creativo como realidad constructiva y manifiesta de ese algo que todo ser de esas características necesita componer, tal vez para poder mirarse a sí mismo como lo que es además de gota que forma parte de ese río que naturalmente fluye bajo el puente construido y del que nutre su labor como poeta.

He elegido un número estimo que apropiado de entre creo que más del centenar de los que fui realizando. Cien autorretratos entre unas cinco o seis mil , o tal vez más fotografías completamente hechas (es decir, disparadas y reveladas, y la mayoría expuestas, aunque hoy en día no resulten visibles la mayoría), resulta creo que un tanto por ciento adecuado. La técnica digital permite entre muchas cosas eso mismo. Como no existe el miedo al disparo gratuito, al gasto de carrete, la producción fotográfica pierde una de sus principales cortapisas. Esto, que en sí mismo puede resultar contemplado como un bien, en algunos casos hoy en día se plantea como un reto a solventar. El hecho de que la fotografía realizada con pretensiones de autoría corresponda en lo más posible al esfuerzo y la intención del autor, y no a la fortuna arbitraria de disponer de un medio que permite casi hasta el infinito la repetición del acto por puro sinsentido.

Técnicamente el autorretrato sólo plantea una dificultad, ésta es, la del modo de disparo, que a su vez evidencia muy a las claras la “soledad” del autor frente a la realidad que normalmente observa, contempla, absorbe o captura. Cuando intenta formar parte de esa realidad para así poder plasmarse, integrarse en su recreación, debe recurrir a los mil llamados trucos, puestos siempre en práctica por la mayoría de los autores que se han autorretratado a lo largo de la historia. Es decir, el recurso del espejo, de la sombra, o del simple trípode o elemento fijo con el disparador automático encendido; aunque existe uno aún más dificultoso técnicamente, por arriesgado, porque imposibilita la seguridad en el encuadre y en el enfoque, y pese a ello, o tal vez por lo mismo, pueda contemplarse como el más honesto, el más sincero: El auto disparo con las propias manos del autor, usando la metáfora de la cámara como ente casi autosuficiente para recoger la realidad que en ese caso el autor desea que se recoja y que no es más que sí mismo.

Conceptualmente también resulta arduo acercarse a esa posibilidad de “robo” de la realidad que para algunos el acto fotográfico comporta. Pero existe un aspecto positivo en la realización de una fotografía que en el autorretrato se ve colmado. Una fotografía siempre te devuelve la mirada, por mucho que parezca que es el fotógrafo el que mira. Así que, tras su aparición en el ordenador (el lugar donde se revela la fotografía realizada con técnica digital) aparece el autorretrato como hecho capturado; psicológicamente este tête a tête del fotógrafo consigo mismo a través de su propia obra comporta, por muy duro que resulte en ocasiones, uno de los mejores caminos para el asentamiento de una salud mental más o menos deseable.

Verdad es que no por todos resulta soportable, y verdad es también que la mayoría no se retrata con los fines con sentido, pero éste no ha sido el caso de la autora. Al hacerlo con un sentido, aunque el mismo resultara inconsciente o ligeramente velado para la propia autora, resultó soportable.

Eso sí, como por circunstancias coyunturales todos ellos dejaron de estar publicados, es decir expuestos, pesaban en mis archivos tanto digitales como neuronales como una marmórea losa. Ya no era cuestión de la dificultad en el enfrentamiento con mi propio yo a la hora de hacerlos. Esa contingencia ya había ido siendo superada en la elaboración de “uno a uno” de los autorretratos. Ya se trataba de otro asunto que también toca de lleno, si no es que la traspasa integralmente, a la vertiente creativa. Como en su momento, y sin un porqué consciente, dejé de hacerlos, contemplaba que los realizados constituían ya un corpus, una obra mía, mayor o menor, interesante más o menos, pero como tal obra, la autora sentía la necesidad inherente de poder publicarla, para así, quizás, poder olvidarla, en el mejor sentido de la palabra. Aliviar su peso en mis neuronas psico-creativas. Así que desde este motivo nace la idea de compilación más o menos antológica, en cuanto a que sólo componen ejemplos.

Los que expongo, un breve número como digo, son en su mayoría, si no todos, retratos completamente figurativos. He escogidos los de este tipo (pueden existir completamente metafóricos, realizados con elementos que en nada tienen que ver físicamente con la realidad fisionómica de la autora, e incluso hasta proyectivos, realizados mediante el retrato de otros seres humanos) con el fin de no favorecer la enfermedad que yo no padezco, aquélla por la que un ser humano es incapaz de reconocer por las facciones ni a sí mismo ni a nadie, que, desde mi lego entender, debe constituir uno de los más dolorosos trances por lo que toda alma humana puede pasar. Somos carne y materia, y si doloroso, o al menos dificultoso, y fuente de tantísimos conflictos resulta el no reconocerse o no conocer a los demás por los perfiles emotivos y psicológicos que nos conforman, no digamos lo que debe suponer en un alma la ausencia de reconocimiento físico a través de las facciones de un rostro.

Desde este ejercicio que la técnica de la fotografía me posibilitó, voy concluyendo que posiblemente la fotografía ha sido el medio a través del cual (independientemente de que me guste el recurso de la imagen como lenguaje expresivo y sea capaz de entenderlo o percibirlo) mi ser natural de ser humano ha podido encontrarse con su ser también natural de ser creativo, pues la que suscribe, ejemplar espécimen es de que hasta que no consigue mirar con sus propios ojos, no hay realidad que, por muy inherente a ella misma que sea, o precisamente por lo mismo, sea capaz de reconocer.


Sofía Jesús Serra Giráldez, Arroyo de la Plata, Sevilla.
 
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