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miércoles, 8 de abril de 2020

Sobre reconstrucciones



Reconstrucción

Avanza la nube plena de agua
desmembrando el contenido
del rizoma seco que ya abandono.
Duerme plácido el campo
despertando a los caracoles
antes enquistados bajo la piedra
o sobre la reja de la ventana.
Caminan sedentes como naves
sin agua, porque agua liberan
para su nauta agreste y terrena.
Camino despacio sorteando
crujientes pompas jaspeadas
que no saben de mis pasos.
Evitar mi peso sobre la tierra,
saltar de brizna en brizna
como la mosca que apenas
vive aún. La responsabilidad
de mantener el equilibrio
entre mi cuerpo y sus mínimas
casas y la giganta que me permite
dormir sobre su piel de tierra
rosa y verde. Ahora que los amarillos
asoman como vertientes vivas
de perfume destilado sin almizcle
que lo conserve, suelto la mirada
blanca, me balanceo abrupta
sobre las piedras que la lluvia
barniza confundiendo las sendas
de agua de pequeños trotamundos
ávidos de hambre verde. La pizarra
de la noche dibuja la escena
de mi pueril culpa: cuando piso
un caracol, destruyo hogar y ser
habitante de un pequeño mundo.
El mío, tan gigante como yo
para el rizo de cal viviente
que bajo mis pasos cruje
ya muerto, aplastado y deshecho
por la ceguera de mis pies
recién levantados. Con la luz
de la mañana, seré forense
de mi propio escenario del crimen.
Cómo vivir en paz consciente
de mi torpeza y mis ciegos pasos,
cómo ser capaz de mantener
el equilibrio entre mi tamaño,
mi sed de lluvia y mis deseos
cumplidos por el cielo,
cómo triunfar permaneciendo
libre de culpa si de cuerpo
vivo y camino,
cómo ser como todos ellos
inconsciente y sin miedo
a gigantes ciegos, destilar agua
de mis pasos secos y enternecer
mi peso, aligerarme como la brisa
que la lluvia trae ablandando
el aire huraño, minimizarme,
desleírme sin desaparecer
de este mundo nuestro y suyo,
por no truncar sus vidas,
por tornarme agua senda
que a las yerbas que los alimenta
alimente. Cómo ser ser vivo
de mi especie sin maltratar
el paraíso reconstruido.

viernes, 30 de agosto de 2019

Mi madre está en el cielo



Mi madre está en el cielo

Con rosas te escribo siendo
el agua que derramaste
sobre mis hombros.
Con rosas te nombro
bajo tu ventana te escribo rosas
a ese lugar que no conozco.
Con rosas abrevio el tiempo
que tardan las rosas en crecer
sobre tu tumba, mi suelo
hoy tu cielo que sí quiero que exista
como nuestro cuento
de consuelo.
Con rosas cantabas
como los ángeles y con ellos hoy
con rosas te oigo cantando
en el verde de tus ojos
y rosa cantas como un ángel rubio
del cielo suelta ya del suelo
y del dolor que te llevó a mi cuento.

viernes, 20 de febrero de 2015

Perdido

Perdido

llegarás tan denso y sintiendo
como sostenido te abarcas
desabrazándote llegarás
hasta este suelo de presente
lleno tan inmenso
que ni el sostén de todas las tierras
del mundo, ni las de marte, ni las esferas
gaseosas de los otros astros
consigan endurecerte
convertirte en magma, piedra, suelo, nada
eres cuando ames,
eres cuando tiempo,
eres cuando muerte,
eres cuando no siendo solo seas
tumba, predio, sitio, lugar
de otro mismo terreno hundido
bajo la era de lo que tumba
como muele el viento las hojas,
como muele el cielo el suelo,
como muele el alma el amor
sentido de un solo camino
posible: de dentro a dentro
perdido ya de ti mismo.

martes, 23 de septiembre de 2014

Los armados invencibles (un regalo)

Durante el campestre verano tupido de calor y sequía compartí, con quien en realidad solo comparto sobre estos temas, amén de casi cualquier intimidad, mis dudas sobre la biografía de nuestro señero escritor. Nace como respuesta La Belleza. No tengo más que decir salvo en el poema que incluyo, escrito ayer nada más ser objeto de este hermoso regalo. Autor del mismo: Juan Carlos Sánchez Sottosanto. Mía es la sin precio fortuna de gozar de su amistad.

ALGÚN SITIO DE INDIAS, circa 1615

a Sofía Jesús Serra Giráldez

Fue un brujo de esta gentilidad bárbara el primero en advertirme de la existencia del Otro. Avivando un humo nauseabundo que aspiraba con fruición, agitando los labios como en una agonía, con los ojos en blanco, señaló con su mano hacia la mar océano. Así supe del Otro; en su lengua me dijo que me había robado el nombre y, por lo tanto, el ánima. Que era tan pobre como yo, pero famoso gracias a un objeto que le era desconocido y que costó precisar. Recogió hojas de un árbol y las apiló. Después señaló hacia los pocos papeles que yo conservaba y habló de sus “hormigas”. Se refería a las letras. Colegí que estaba hablando de un libro; lo creí demente, o impostor, o poseso por el Diablo.
En mi triste juventud supe de libros. Anhelé Alcalá o Salamanca; mi padre era pobre. Conoció cárceles, que yo después reviví. Me conformé saqueando bibliotecas ajenas, juntado celosamente los maravedíes para comprar novedades, o trocando libros por favores. Yo mismo compuse un libro. Cada tiempo busca escapar de sí mismo. En mis días, las huidas iban por un regreso a la vida de los pastores, amenizada por deleites que ellos nunca conocieron, o venirse aquí, a las Indias. Probé la primera, en un relato repleto de versos; creía entonces que podía imitar al gran Montemayor, o incluso a los pretéritos: Longo, Virgilio, Teócrito.
Pero supe a tiempo que mis versos eran anodinos, que yo nada podría contra tantos poetas al itálico modo que florecían en mi tierra. Y nadie ignora que la prosa en romance es un arte menor, indigno de las glorias de Roma o de Atenas. Probé entonces las armas en el nombre de un Cristo en el que apenas creía. Con fiebre y calenturas, subí a cubierta en la Más Grande de las Batallas. El corazón se salvó; mi mano izquierda quedó muerta para siempre. Me prometieron dones de Su Majestad. La desdicha siguió; fui apresado y entre moros aprendí el árabe impuro, lejano ya al de mis ancestros de los que hoy no me avergüenzo. Vuelto a Castilla, mi nombre glorioso en la Batalla se había recubierto de olvido. Era un doble destierro; lo quise triple: pedí mi pase a Indias. La primera vez me fue negada por mi sangre sospechosa. La segunda me fue concedida por el Señor, Mi Rey. Tras meses de peligros arribé a este continente de las maravillas.
No prosperé. Me dieron encomiendas. Pronto descubrí que bajo ese nombre casi dulce se escondía el horror y la esclavitud. Los naturales sufrían como ningún hombre merece sufrir. Descuidé la encomienda; mis indios huían, y mi poca ventura, también. Los últimos que quedaron me tuvieron piedad; con sus hierbas curaron mi sarna y las correderas que los frutos de Indias me provocaban. Por último, me ofrecieron escapar con ellos. El amo huyendo junto a sus esclavos. Conocían refugios aún inaccesibles: era su tierra. Naturalmente, acepté.
Fui bien recibido; con ellos cesaré mis días. He dispuesto que el brujo, en la hora terrible, me dé una pócima que haga suave mi viaje. Me he entregado al olvido: un día descubrí que el latín se había esfumado; más tarde el italiano, luego el árabe. Apenas pude retener pedazos móviles de mi propia lengua. Aprendí la suya. Es bella. Intenté versos en ella; no pude. Se burlaron de los experimentos, pero intuí que en el fondo les complacía mi esfuerzo.
Años después de la Visión del Humo, volví a saber del Otro. Un aventurero extremeño cruzó el territorio, afiebrada la imaginación por cierto manantial aurífero que le depararía riquezas como para llenar galeones. Socarronamente, los indios le agregaron noticias fabulosas que el extremeño creyó a pie juntillas. No era un resignado, como yo. Me supuso un natural, aunque le sorprendió mi barba. Con pavor descubrió que yo era del otro Lado. Me dio noticias que no me interesaron. En su morral había libros; por cortesía, los miré. Pero ahora el pavor fue mío, porque en dos de ellos alcancé a deletrear mi nombre. Eran libros baratos; me dijo que en “nuestra” tierra se vendían a millares y hacían las delicias de nobles y rufianes. Intenté leerlos; trataban de cierto hidalgo que se volvía loco y salía al mundo a desfacer entuertos junto a un escudero plebeyo. Pensé primero: estoy tan loco como ese hidalgo. Pensé después: es imposible. Pensé después, ya más calmo: en este Vasto Imperio donde las distancias son tan inusitadas como en los días de Alejandro (recordar a Alejandro me pareció un milagro), donde el Santo Oficio descubría a cada instante fraude de nombres, bigamias, documentos falsos, ¿por qué no podría alguno intentar sustituirme? Pero, ¿por qué mi nombre desventurado, que solo a más pobreza podía condenarlo?
El extremeño se perdió en la selva. Quiso dejarme ese par de libros: me negué. Seguramente murió comido por jaguares, picado por víboras, asaltado por mosquitos grandes como pájaros. Al menos poseía una ilusión. Decidí consultar al brujo; me fue concedida la audiencia.
Ya estaba ciego, piel y huesos como esos muertos que suelen enterrar en las montañas. Le recordé la Visión del Humo; la recordó. Le pregunté por el nombre verdadero del Otro; le sorprendió mi pregunta. Me dijo que no había Otro alguno; que, robada el ánima, era yo el fantasma, perdido en estas soledades, vegetando apenas para que el ladrón fraguara ese objeto que nuevamente imitó con hojas apiladas. Me oyó llorar. Me consoló. Me dijo que él, Gran Hechicero, sabedor de Todos los Arcanos de los Padres, se haría polvo y olvido junto a toda su tribu. Pero que los dioses, en cambio, me darían a mí, el perdedor de todas las batallas, un nombre eterno como el de los propios dioses. Después cantó una endecha por su pueblo, y después bendijo mi fantasma indiano que sus ojos -lamentó- ya no podían ver. Luego se adormiló, y me fui despacio para no despertarlo.
Musité una oración, pero no sabía a qué deidad de los mundos dirigirla.

(Autor: Juan Carlos Sánchez Sottosanto)

La inven(c)dible

No tengo para pagar
la luz —Tiene precio
la luz?
No tengo para poder
comer —Tiene precio
el alimento?
Pero a cambio tengo
un trozo de tierra
donde poder caer
muerta o viva,
que no se puede vender,
dos brazos
donde poder calentarme,
que no se pueden vender,
cuatro ojos que pueden ver
por mí,
que no se pueden vender,
y un hormiguero con sus mil trece
exactos habitantes donde poder
derramar mis lágrimas,
que no se puede vender.
Porque no tiene precio.

Nada de lo que poseo
tiene precio.

¿Me tengo a mí?
(Para venderme, pregunto).






 
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